Editorial 41
Editorial 41
Sobre la vida en común
En estos días, la habitación de CASA Fundación Medifé, es ya un hecho. Ha circulado gente, hubo talleres y lecturas, presentaciones de libros, conversaciones varias. Cambiamos ya, una por otra, la cápsula del programa Tangencia que llevamos de la mano con Fundación IDA, en la vidriera, y seguimos poblando de vida el espacio. Mientras tanto, afuera, la vida en común parece tensa y se enrarece.
Cuando abrimos las puertas de CASA, el pasado mes de junio, nuestro presidente Jorge Piva, invocando el código de ética de la Fundación española Antonio Gala, habló acerca de la oportunidad de contar con un lugar propio, un sitio de cobijo, en estos tiempos, para el pensamiento democrático y la preservación de los valores de la vida en común. Dijo, textualmente, “Estaremos junto a la cultura defendiendo la diversidad y, dentro de nuestras posibilidades, defendiendo siempre la libertad y el humanismo. En este lugar transparente e independiente, seremos parte de la trama de pequeñas instituciones que defienden estas ideas”.
Y entonces hoy, entre pensamientos distópicos y autoritarios que circulan con total naturalidad, pensar otra vez cómo vivir juntos en una democracia fatigada pero siempre necesaria, es imperioso. Necesitamos paz, buen vivir, sentir y saber que todas las vidas son respetadas y cuidadas en su diversidad y un unicidad; pero también que la vida en común, la de la polis, lo es.
Los tiempos más inciertos pueden ser aquellos en los que resulta necesario reafirmar el propósito de lo que hacemos, en este sentido, retomo las palabras dichas en la apertura oficial de CASA, porque no nos moveremos de esa voluntad humanista. Ser una institución de la cultura, formar parte de un sistema que vela por la producción común de sentido en un país, es hoy una tarea que requiere pensarse y tomar posición. Entender que el lugar que hemos abierto será ámbito para la expresión de ideas en libertad no es una afirmación menor. Nos comprometemos a defender y alojar la vida democrática, en cuidar que las voces plurales que habitan este país tengan aquí una caja de resonancia segura y atenta. Valoramos y proponemos acciones y decires que vinculan la cultura a modos plenos de la vida, y eso es una construcción colectiva -que hacemos siempre con otras instituciones y personas- que buscamos seguir ampliando.
Este momento de la historia nacional está acompasado a la gran Historia, la ilusión construida por la modernidad de un eterno progreso se ha ido diluyendo más o menos estrepitosamente a lo largo de las últimas décadas. La crisis de 2008, el viraje de aquel optimismo tecnológico hacia la actual amenaza de la robótica y la autonomía de la inteligencia artificial, el retroceso del Estado del bienestar y la amenaza sobre derechos sociales y civiles, el retorno de la guerra en su versión más cruenta con la implicancia de desplazamientos de población y sus metástasis terroristas, el surgimiento a nivel global de las llamadas nuevas derechas y discursos de odio, han volteado también la conciencia del tiempo de progreso, que parece ahora detenido, coagulado y cuarteado en su cauce. Hay una percepción generalizada de «fin de civilización» y también de retroceso. La linealidad cristiano-ilustrada parece estar siendo sustituida de nuevo por la circularidad griega o por la verticalidad disruptiva de los gnósticos. Frente a la corriente más o menos estable o zigzagueante del progreso continuo, la Historia parece regresar -siendo optimistas- al periodo de entreguerras del siglo XX: se hace un lío, entra en bucle, amenaza con caer en picada en el pasado más trágico. Frente al Cambio como tránsito acumulativo de la cantidad a la cualidad —el de las antiguas revoluciones—, ahora la transformación es súbita, fulminante, desde el cielo, sin preparativos ni precursores: el «acontecimiento» de que hablaba Alain Badiou como contingencia contrahistórica está allí, como promesa o amenaza -según quién lo mira-. El capitalismo, el más destructivo y el más optimista de los sistemas, se ha vuelto repentinamente ceñudo y pesimista.
Pero frente a estos datos, también entrevemos dos cuestiones centrales: no perder la esperanza en que la humanidad triunfe frente a los más diversos canibalismos, y, sobre todo, la necesidad de dar testimonio -con el propio trabajo- de que un mejor mundo para habitar es tarea pendiente. Entendemos que hay mucho por hacer en la misma línea que venimos haciendo. Fundación Medifé reafirma su propósito humanista y plural, centrado en la vida y en el cuidado de las personas y el ambiente, con voluntad de asumir la conversación acerca de cómo sostener la democracia hasta que alivie su fatiga, cómo mejorar la vida juntos, y cómo buscar siempre un tiempo más justo y más feliz.