Editorial 10
Editorial 10
Pausa en primera persona
Este es un editorial de verano. Acabamos de terminar La noche de las ideas, una de las acciones más importantes del año para Fundación Medifé, que esta vez tuvo una versión híbrida y federal. Fue una experiencia muy distinta de las anteriores que nos llevaron a la costa en Ostende y Mar del Plata, y sin embargo, muy fructífera. Todo ha quedado todo grabado para poder mirar y escuchar. Este es un tiempo de descansos alternados y de trabajo: nos vamos de vacaciones unos y otros seguimos pensando y trabajando en lo que creemos será un gran año. Un año que por primera vez podemos planificar distinto, la pandemia nos ha enseñado a que nada es definitivo, a sumar plasticidad y adaptación a la nuestras ideas y planes.
Quiero aprovechar este momento único del año para escribir sobre algo fundamental para la salud y también para la cultura: el descanso, la necesaria pausa. Quizás con mala prensa, la pausa, no es la ausencia de productividad sino un modo reposado y fértil de darnos tiempo para recibir o generar ideas distintas, sin apuro y que podríamos dejar macerando, creciendo, esperando su fruto.
El verano, se ha dicho mucho en la literatura, es un paréntesis. Pero lejos del paréntesis, cuya función es encerrar el espacio y recluirlo en un rincón del texto, el verano dilata la realidad y amplía nuestro campo de visión. Somos convocados, cada uno a su manera, a la celebración del estío -desde tiempos inmemoriales-, y es algo que quiero recuperar hoy aquí. Para las culturas clásicas de la antigüedad -quizás igual que hoy pero todavía no nos lo decimos tan abiertamente- durante el verano cada uno a su manera busca emborracharse: de playa, de vino, de música, de literatura. Es el momento del año, el de la pausa de la tarea, donde se busca aquello a lo que siempre quisiéramos dedicarle más tiempo, poder disfrutarlo mejor. Muchos, a quienes el calor agobia, se disuelven en el calor de la canícula, como si todo el día fuera una agradable siesta. Esta opción fue prácticamente aniquilada con las conectividades que no nos sueltan, que nunca del todo nos dejan solos. Algunos pueden perseguir moscas, o mosquitos con repelentes de todo tipo. Algunos pueden bañarse en el mar, en el río, en lagunas, piscinas, pelopinchos o mangueras. El agua y el verano van de la mano, se necesitan, y nosotros -todos- a ambos. También la intensidad y tensión del año productivo encuentra en el agua alguna serenidad; toda agua amansa. Hay quienes prefieren el deleite de la sombra, unos árboles bajo los cuales sentarse y dejar pasar la brisa; hay quienes en ese momento son capaces de aguzar el oído y escuchar un coro de chicharras cuando cae la tardecita. Muchos en el verano se vuelven bulliciosos, impelidos a la acción y moverse parece el destino de los noctámbulos de verano: las calles se pueblan, los sitios al aire libre, cada tribu urbana convoca a sus guerreros para danzas donde celebrar reencuentros, donde charlar hasta que las velas no ardan porque el día próximo también es una pausa. Algunos de nosotros podríamos incluirnos entre aquellos que sentimos el verano como ajeno y aún así disfrutamos de una ciudad vacía, de calles desiertas, de terrazas libres y con brisa.
Este año la pausa también es peculiar. Mucho de lo que he escrito arriba no sucederá y nos quedaremos en casa, o saldremos con cuidado y moderación atentos a la pandemia y la salud. Pero es también una pausa de esa tensión del encierro la que abre la esperanza de la vacuna, aún no del todo con fecha, pero ya en el horizonte. Soñar con los veranos pasados, recordarlos y esperar algún modo del regreso, es también una variante de la pausa.
Lo que más me atrae del verano, de mi pausa, es la posibilidad de un cuarto semioscurecido en la primeras horas de la tarde, después del almuerzo, cuando afuera hace un calor atroz y estoy en un ambiente fresco y a resguardo del sol canicular. En mi pausa ideal, esas horas serían en un pueblo donde durante la siesta el silencio fuese sagrado y refugiarse en la placidez más absoluta -sin hacer nada- fuese natural.
Pero el verano, esa pausa, tiene siempre también una fecha de despedida. Hace notar que la literatura y las fiestas de los antiguos clásicos tenían razón con su sentido de paréntesis…hay un signo que cierra ese tiempo. El verano, al mismo tiempo que genera ilusión, nos hace dar cuenta de qué breve es la pausa: tiene una vuelta de tuerca nihilista.
Mientras escribo esto, por la ventana apenas entreabierta se cuela un rayo de luz de un sol radiante, y puedo ver cómo ilumina diminutas motas de polvo que flotan en el aire, suspendidas en un hilo de inmanencia y quietud.
La pausa termina y nos espera un año de renovado ímpetu de trabajo, de despliegue de ideas y razones, de muchas acciones que pondrán de relevancia que este descanso no fue en vano, la maduración de los proyectos tuvo un sentido. Allá vamos.