Trescientos sesenta y cinco sueños / Morfeo 60
Trescientos sesenta y cinco sueños / Morfeo 60
Nuestros sueños no sólo están vinculados entre sí en cuanto “nuestros”, sino que forman también un continuo, pertenecen a un mundo unitario, lo mismo, por ejemplo, que todos los relatos de Kafka suceden en “lo mismo”.
Theodor W. Adorno
Según Kant, la imaginación violenta al entendimiento, forzándolo a “pensar más”, aunque ese pensamiento añadido no resulte en un concepto determinado o específico.
Esa misma operación la realiza el inconsciente sobre la imaginación, y lo hace a través de los sueños. El mundo del inconsciente y de los sueños es un gran campo fantasmático. Jaques Rancière, en su libro “El inconciente estético”, dice que el arte trabaja con el mismo régimen del psicoanálisis, al menos en un campo: el campo de lo mudo, de lo indecible. El del saber no sabido. Lo insabido del artista tal vez tenga sus propias reglas, como la lógica de los sueños. No hay tierra más extranjera —y al mismo tiempo tan propia— como la de nuestro inconsciente. Y los sueños son los medios a través de los cuales este se hace presente para decir “aquí estoy”. En la férrea ilógica de los sueños, todo lo que acontece en ellos nunca es cuestionado por el soñante. Se trata de artefactos perfectos compuestos por tramas / traumas liberados por un inconciente que de pronto abre sus compuertas y a modo de obsequio, nos autoriza a abismarnos ante él de manera oracular, construyendo una poética no del yo, sino del ello, fomentando lo que Deleuze denominaba, en relación a la obra de Francis Bacon, la “lógica de las sensaciones”.
Desde siempre, los sueños han superpoblado mis noches. Soy, lo que podríamos llamar, y no en sentido metafórico sino literal, un soñante. Cada tanto pensaba que debía atenderlos un poco más, darles espacio por fuera de mi cabeza, que se levantasen por las mañanas conmigo. Muchas veces me apenó dejarlos abandonados en la almohada.
Es cierto que los sueños no significan ni comunican nada salvo para el que los sueña, pero aún así me interesó transmitir ese bloque del inconsciente manifestándose durante un año seguido buscando tramas, relaciones, contigüidades y tensiones con el resto del mundo, de las personas y sus circunstancias, soñantes también ellos de sus propios sueños.
A partir de estas premisas es que me propuse realizar un proyecto que consistiese en la transcripción lo más literal y lo menos tergiversada posible de un sueño tenido cada una de las noches entre el domingo 27 de marzo de 2023 y el miércoles 27 de marzo de 2024; es decir, traducir narrativamente al papel durante un año seguido aquellos episodios oníricos en los que el inconsciente me permitiese asomarme, aunque a retazos y a través de breves fogonazos, a su morada.
Las transcripciones de dichos sueños han sido hechas inmediatamente después de despertar, con el “estómago vacío”, como diría Benjamín en Calle de sentido único: “quien está en ayunas habla del sueño como si aún hablase en sueños”, con la finalidad de traicionar lo menos posible el suceso onírico evitando su interpretación y su posterior corrección para hacerlo más lógico o comprensible, y mucho menos, transformarlo en literatura.
Los únicos retoques hechos sobre los textos tienen la intención de referenciar al lector o al escuchante ciertos personajes que durante el sueño mismo no necesitan ninguna presentación: por ejemplo, cuando sueño con mi hijo Juan no necesito, para mí, describir su cualidad de hijo, pero para el otro, ese añadido le brinda el contexto de lectura. Este tipo de pequeño retoque es el único que ha sido realizado.
En el sueño todo es subjetividad, porque no hay confrontación con el objeto. Freud dice que el sueño carece de intención porque es intención, por lo que en él no se puede tener éxito ni fracasar.
“El lenguaje del sueño no está en las palabras, sino bajo ellas”, escribe Benjamin en una carta a Gershom Scholem. Y sigue: “En él las palabras son productos accidentales del sentido, el cual se encuentra en la continuidad sin palabras de un flujo. El sentido se esconde dentro del lenguje de los sueños a la manera en que lo hace una figura dentro de un dibujo misterioso”.
Y finalmente, Derrida se pregunta si nos podemos hacer responsables de nuestros sueños.
Así, liberado del problema del significado, de la construcción literaria y de la moral, fue que decidí emprender esta tarea que, casi como una broma o maldición, me ha quitado el sueño porque, inevitablemente, he tenido que traicionar el acontecimiento propio del sueño –una experiencia sensorial intransferible- para convertirlo en palabras que pudiesen describirlo.
Este proyecto ha devenido en dos efluentes: uno literario y otro performático. El primero, como ya está expresado, consistente en el compendio los trescientos sesenta y cinco sueños en una publicación que los reúna, cuyo título es “365 sueños”, y el segundo, más cerca de lo que podríamos llamar literatura expandida y cuyo título es “Morfeo 60”, consistente en la lectura en vivo de los últimos sesenta sueños tenidos durante las sesenta noches consecutivas previas al momento de la performance, de un minuto de duración, mientras se proyecta, en paralelo, sesenta películas también de un minuto editadas a partir de found footage y tomadas de la web, todo en medio de un espacio saturado de humo.
Ambos proyectos conviven en el tiempo y son subsidiarios unos de otros.