Editorial 27

El presente de lo digital, ese que nos mantiene en vilo y nos quita el sueño, nos retiene en su instantaneidad y allí surge una suerte de encantamiento de eterna disponibilidad.

Editorial 27

El presente de lo digital, ese que nos mantiene en vilo y nos quita el sueño, nos retiene en su instantaneidad y allí surge una suerte de encantamiento de eterna disponibilidad.

 

Lo terrorífico del animal de ojos duros y de mirada seca es que ve todo

el tiempo.

Jacques Derrida

 

Comparto algunas observaciones sobre el tiempo y la tecnología. Nada nuevo pero quiero contar que leí dos hermosos libros: Un año sin primavera, de Marcelo Cohen y La vida intensa, de Tristán García. Cruzo, además, esas lecturas con cuestiones sobre bienestar digital en las que Fundación Medifé trabaja desde hace un par de años y que en esta segunda mitad del 2022 se intensificará.

Desde que nos “hablamos” mediados por la tecnología, el tiempo verbal que prima es el gerundio de un presente continuo. Un directo “estar pasando” en tiempo real. Preferimos decir en un modo eterno del “ahora” que no termina y siempre nos deja agotados. Mientras leía el libro de Cohen tomé nota de qué poco pensamos sobre el modo en que nos referimos al tiempo, además -claro- qué poco lo pensamos.  

El presente de lo digital, ese que nos mantiene en vilo y nos quita el sueño, nos retiene en su instantaneidad y allí surge una suerte de encantamiento de eterna disponibilidad. Estar siempre ahí, siempre atentos, siempre a tiro.  Pero en ese gerundio anida el acelere, el movimiento imparable, la violencia conjugada del tiempo imparable y curiosamente eterno. El presente conjugado del timeline de los dispositivos permanece así para siempre, almacenado y congelado, archivado.  

Los nuevos fenómenos -que son tan estudiados- de la comunicación digital, dan cuenta de que anular la distancia témporo-espacial acaba con ese retardo saludable entre el momento de la producción de cualquier palabra y su recepción. Podría pensar, en un extremo, la epístola: escrita para otro a quien el escribiente imagina leyendo sus palabras como si el presente de ambos coincidiera y sin embargo…Y, en el otro extremo, el momento mismo en que tipeo un tuit y cada pequeño golpecito sobre el teclado es un fragmento temporal que sucede a otro hasta el “envío” final que está a pocos segundos de ser leído.

Como tendencia, el pálpito de un riesgo que ya advertíamos: la subyugación del tiempo para pensar, la preeminencia de la velocidad y de lo sincrónico frente a lo reflexionado, a la crítica necesariamente profunda y matizada. Como efecto, la concentración puesta constantemente en suspenso por una recepción dispersa. Fue Walter Benjamin quien hace tantísimo ya hablaba de una idea de “recepción en estado de distracción” que luego sería la base del análisis de la subjetividad moderna.

Jonathan Crary en otro libro que recomiendo enfáticamente (aunque tiene unos años y muchas cosas nuevas sobre el tema están siendo pensadas y escritas) afirma que “Resulta significativo que a finales del siglo veinte, la actual crisis social de desintegración subjetiva esté siendo diagnosticada metafóricamente como una deficiencia de la capacidad de “atención”.

Sucumbir a este estado parece sólo compatible con la idealización del presente inmediato como primera alternativa, como resguardo de “alguna vida” ante un futuro nunca asegurado. Acaso el presente dejado reposar sea ya pasado inútil y baldío; acaso en la apropiación de lo espontáneo creyéramos llevarnos un instante mismo y auténtico de vida, como si no fuera lo dicho sino lo que “se está diciendo” lo que más importa.

En ese marco, es ahora cuando más debemos atender a la manera en que hacemos uso de la técnica a nuestro alcance. De cómo la usan quienes están a nuestro cuidado, cómo nos afecta.

No pienso que se trate de optar entre bueno o malo. Hay usos mejores, prácticas más venturosas. Pienso que está bueno no darle muerte al tiempo vacío, al tiempo para nada. Reivindico en este texto los párpados con que la naturaleza nos ha dotado, que nos sirvan para airearnos y cerrar los ojos. No para dejar de ver, sino de elegir qué ver, cómo, cuándo.

(Re)aprender a cerrar los ojos supondría una interpelación del tiempo propio y el pensamiento interior no sólo más allá de la memoria, sino también más allá de la presión del “instante”. Cada abrir y cerrar de párpados inaugura una oportunidad para la creatividad, la imaginación, el bienestar. Aprovechémosla.

 

Daniela Gutierrez

Gerenta General

 


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