Carlos Masoch
Biarritz y Cairo
Abierto al público
La historia del arte ha hecho del paisaje un tema. ¿Pero qué define un paisaje? ¿La relación de la naturaleza con el ojo humano, un cierto modo de registrar el horizonte (o su ausencia), un estado del artista? Paisajes furtivos es un conjunto de obras en las que la tela es tomada por paisajes brumosos. Los pasillos de este “hotel imaginario”, como alguna vez lo llamó Guillermo Saccomano, serán su peculiar caja de resonancia. Masoch lleva cincuenta años pintando. Un pintor sui generis por su austeridad, la atmósfera de sus cuadros, su modo de entender el arte: “La mano que pinta es igual a la mano que ara”, dice citando a su admirado Rimbaud. Dueño de un histrionismo que lo llevó de figurante del Colón a la radio (Bangkok) y al cine, tras la pandemia, sus hábitos son hoy cuasi monacales. Ajeno al “mundillo” del arte, la de Masoch es una obra que debe buscarse en lugares alternativos o “emergentes”, seguirle la pista a través de los coleccionistas –como se ve en el documental El camino del perro–, o en sus muy esporádicas apariciones en medios. También es austera su paleta: le alcanzan los negros, los blancos, los verdes y celestes para pintar cualquiera de los temas que habitan sus cuadros –paisajes, santos populares, gabinetes, objetos, etc.–, motivos a los que vuelve “una y otra vez, como quien vuelve a Ítaca”.