La palabra del médico

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Escrito en primera persona, la del médico pero también la del paciente, este libro revaloriza y privilegia la palabra como cura, como alivio y como compañía durante el padecer. Surgido de la experiencia docente en oratoria médica y en la relación con pacientes, el libro tiene mucho para decir sobre la posibilidad de una comunicación efectiva y potencialmente sanadora.

Contenido 1. La palabra del médico en la intimidad del consultorio 2. La palabra del médico en la actividad docente 3. La palabra del médico en la vida social 4. La palabra del médico al final del camino

La palabra del médico Ignacio Di Bártolo

COLECCIÓN MODOS DEL BUEN VIVIR


Di Bártolo, Ignacio La palabra del médico / Ignacio Di Bártolo. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Fundación Medifé Edita, 2019. Libro digital, PDF - (Modos del Buen Vivir ; 2) Archivo Digital: online ISBN 978-987-47301-5-2 1. Médicos. 2. Comunicación. 3. Oratoria. I. Título. CDD 610.92

©2018, Fundación Medifé Edita Fundación Medifé Edita Dirección editorial Fundación Medifé Editora Daniela Gutierrez Equipo editorial Mario Almirón Lorena Tenuta Laura Adi Diseño colección Estudio ZkySky Diseño interior y diagramación Silvina Simondet www.fundacionmedife.com.ar info@fundacionmedife.com.ar

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Índice

Prólogo Ignacio Di Bártolo____________________________________________________ 9

La palabra del médico en la intimidad del consultorio__________ 13 La palabra del médico en la actividad docente__________________ 27 La palabra del médico en la vida social_________________________ 109 a ala a del m dico al final del camino_______________________ 139



Prólogo Ignacio Di Bártolo

Es la primera vez que escribo lo que voy a contar. Alguna vez lo hice en mis cursos de grupos reducidos, pero no figura en ninguno de mis libros anteriores. Diría que recién ahora comprendo cómo ese episodio cambió mi vida. Hace muchos muchos años, yo era un chico de once como cualquier otro del barrio de Caballito. Mi casa (Pedro Goyena 1438) estaba solo a media cuadra de la farmacia de mi padre, en la esquina de Pedro Goyena y Puan. Haciendo cruz con la farmacia estaba, y sigue estando, el colegio de Puan, primaria del Estado adonde concurríamos todos o casi todos los chicos del barrio. Yo era un buen alumno, aunque no el mejor, porque ese siempre fue Carlos Cambiano. Pero yo tenía algunas ventajas sobre él; la más importante era que mi padre fue durante muchos años el presidente de la Cooperadora. Quizá como una manera de homenajearlo, siempre elegían a su hijo –yo mismo– para hablar o recitar poesía en las fiestas patrias. Limpito, prolijo, estudioso y con esa ventaja, era el caballo del comisario. Pero nadie se dio cuenta de que en quinto grado no era el mismo. Ni limpito, ni prolijo, ni responsable como antes. Me dieron igual el primer papel en una fiesta patria. No me preparé lo suficiente. ¡Qué papelón! El más grande de mi vida. Unos quinientos alumnos formados frente a las gradas, todos los maestros rodeando a mi padre, el único vestido de civil sin guardapolvo. La sonrisa de todos ellos se congeló al primer titubeo en la poesía. No podía


continuar. Era inútil que un amigo intentara soplarme. Un murmullo que se transformó en carcajadas invadió a la multitud. Miré a mi padre. Estaba todo colorado. Apenas pude bajar la escalera temblando. No fui a mi formación, me escapé del colegio y me encerré en mi cuarto de mi casa de enfrente. No salí en todo el día. Nadie tocó a mi puerta. Fue una experiencia muy dura para un preadolescente. Sin embargo, jamás pensé que cambiaría mi vida. Nunca más alguien me pidió que hablara en público. En el segundo año de residencia médica en el Hospital de Clínicas, cuyo jefe era el profesor Juan P. Garrahan –presidente de la Sociedad Argentina de Pediatría y autor del libro Medicina infantil, texto universitario en toda América Latina–, me tocó desarrollar un tema vinculado a la deshidratación del lactante, que en esa época era novedoso y complicado. Como es de suponer, después de mi lejana y triste experiencia mi preparación de la charla fue óptima. No me imaginé que, a poco de comenzar, se iba a sentar en primera fila el Dr. Garrahan. La clase salió magnífica. Mi experiencia era la de muchos días con sus noches de la residencia. El temor (¿o el respeto?) al auditorio estaba dominado por la responsabilidad extrema de mi preparación. Hoy sé muy bien que el 70% del éxito de una conferencia depende de la preparación. Según los comentarios, fue excelente. Al Dr. Augusto Giussani, mi maestro y amigo personal, el Dr. Garrahan le pidió mi nombre y la manera de contactarme. Así fue la historia. Un año después, en una de esas siestas imprescindibles después de una guardia tremenda, mi esposa me despertó diciendo: “Te llama Garrahan”. Convencido de que era una broma, se me encendieron todas las neuronas. ¡Era él! Me citó en un lujoso hotel de Buenos Aires y me ofreció ser su único acompañante en el cargo de jefe del Departamento de Pediatría del Hospital Alemán. Estábamos en 1962, y mi vida cambió desde entonces. Durante tres inolvidables años, compartimos con los pediatras del Alemán, el Dr. Enrique Rottman y el Dr. Federico Velten, la inquietud de formar un Servicio de Pediatría nuevo e independiente del poderoso Servicio de Obstetricia y Ginecología.


El único objeto de contar esta historia es el de entrar en el detalle de por qué me llamó Garrahan. Mi formación no era distinta a la de los otros residentes, pero ¡hablaba mejor! Él venía a romper estructuras. Necesitábamos entrar a la sala de partos, tener una nursery independiente, habilitar un sector de internación pediátrica, convertirnos en un centro de difusión académica de la pediatría. Para todo había que convocar, discutir, conseguir la atención, buscar sponsors, recibir a los mejores de cada especialidad dentro de la pediatría, escribir artículos de difusión científica, etcétera. Tres años después, murió Garrahan. Conservo como una reliquia su felicitación con signos de admiración después de un debate con los obstetras para hacernos cargo de la reanimación de los recién nacidos en la sala de partos. El Hospital Alemán fue mi segundo hogar. A veces, el único. Y fue lo mejor que pudo pasarme en mi vida profesional, que me permitió gozar de una actividad médica honesta, digna y gratificante. Pero lo que quiero rescatar aquí es que saber hablar en público me cambió la vida. Mucho tiempo después, en 1980, comencé a enseñarles a mis colegas lo que había aprendido de esta actividad en la vida y en los pocos libros de entonces. Tampoco imaginé que la oratoria se convertiría en una segunda vocación. Los cursos se multiplicaron inesperadamente: sociedades científicas, empresas, universidades, políticos, militares, religiosos, oradores sociales. Todos querían aprender a hablar en público. Algunos también nos acompañaron en la tarea de enseñar; destaco al Dr. Carlos Llabrés, que de manera desinteresada abordó el tema del lenguaje gestual en nuestros cursos. Con él creamos la Academia Privada de Oratoria Contemporánea (APOC), que cuenta con catorce profesores. En forma personal, comencé a escribir sobre oratoria en la década de 1990. Llevo cinco libros publicados y este es el segundo dedicado a los profesionales de la salud, con la actualización imprescindible que debe hacerse del tema. Este libro será viejo dentro de siete años.



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Estoy escribiendo estas páginas en julio de 2017. Este año viví con relación a mi salud un cimbronazo que superó todas las veces –que fueron varias– en que encaré de cerca la posibilidad de morir. Hoy estoy sano. El 18 de mayo festejé con un brindis esta inesperada e indescriptible sensación de bienestar y felicidad. Quiero transcribir textuales las palabras que pronuncié en esa oportunidad en el Centro de Radioterapia del Hospital Alemán: En una Navidad de hace diez años, Dorita y yo solos, tomados de la mano, mirábamos el río y la luna. Llorábamos en silencio. Acababan de darme el diagnóstico de mi biopsia: cáncer de próstata. Desde entonces, después de un tratamiento fallido en una institución médica de primer nivel en el país, pagué año tras año la dolorosa hipoteca de controlar su evolución, que fue agravándose. Llegó el límite. La sentencia es fácil de imaginar. Pero en ese momento supe de este nuevo y revolucionario adelanto científico: SBRT (Stereotactic Body Radiation Therapy). Hace diecisiete años que me retiré del Hospital Alemán, después de cinco décadas de trabajo. Fue mi segundo hogar. Y aquí salió el sol. Entramos en el país de las maravillas. Todo el mundo sonriente, hasta los pacientes en la sala de espera. Me dieron hora con Carmen Castro; me sentí su padre, su hermano. Le conté mi angustia, mi abandono, mi desorientación, y encontré en su palabra la posibilidad de cambiar mi pronóstico. Me sentí protegido, seguro, feliz. Vinimos contentos al tratamiento. Ariadna Ledesma y todo el servicio –Victoria, Pablo, Matías, David y Nahuel– fueron y serán nuestros amigos. Aquí se cumple el postulado del viejo maestro de la medicina del mundo: “Curar cuando se puede. Si no se puede, aliviar. Si no se puede, consolar. Si no se puede, acompañar”. Conmigo dieron vuelta las palabras... Me acompañaron, me consolaron, me aliviaron y me curaron. Reconforta saber que la medicina puede ser la manifestación más pura del amor humano. No quiero abundar en detalles, porque está muy lejos de mí y del Hospital Alemán transformar este trabajo escrito con el corazón en una herramienta de marketing promocional.


En realidad, este episodio de mi vida es el responsable de mi inquietud por escribir sobre la importancia de la palabra del médico en las distintas manifestaciones de su actividad profesional. Tengo ante mí una copiosa bibliografía sobre el tema. Sin embargo, prefiero dejar que fluya con libertad mi pensamiento. No sé si esos textos merecen atención; lo que es indudable es mi experiencia: cinco décadas pasé en la intimidad de mi consultorio recibiendo y compartiendo con miles de pacientes sus inquietudes y sus desvelos. Calculo, sin posibilidad de error, que atendí entre ocho mil y diez mil pacientes, lo que da un número de cuatrocientos mil a quinientos mil consultas, sin tener en cuenta mi actividad hospitalaria. Hoy puedo repasar mi vida, registrar mis aciertos y mis errores, y hasta puede servir para compartirlos con los del lector. Siempre estuvo en primera línea de mis objetivos obtener la con-

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fianza de mis pacientes y transmitir la credibilidad de mis intenciones para con ellos. Los padres de mis pequeños pacientes –soy pediatra– sabían que mi comunicación con ellos se hacía a través de una total honestidad. Jamás vi a un paciente si no era necesario, ni siquiera cuando tenía pocos o ninguno en toda la tarde. El teléfono bastaba para aconsejar y tranquilizar. Siempre y a cualquier hora, en forma personal o después con ayuda de asistentes; jamás abandoné a un enfermo a su suerte. También, sin ningún reparo ni temor, fui capaz de decir “no sé”. Si podía, lo resolvía estudiando el tema, pero, con más frecuencia, derivando al enfermo hacia quien fuera un especialista. No creo que por todo esto tenga mérito o merezca especial respeto. Tengo fe en mis colegas al asumir que la gran mayoría cumple con estos elementales principios de la medicina. Lo que quiero transmitir es que esa confianza y esa credibilidad han sido siempre mi carta de triunfo. Asimismo, puedo afirmar que jamás atendí a pacientes irrespetuosos o desconfiados. Y si recuerdo a algunos de ellos, es porque fui yo el que decidió no continuar atendiéndolos. Considero que la comunicación médico-paciente es un elemento clave para su relación. Los gestos y las palabras correctamente empleadas y atentamente escuchadas adquieren valor terapéutico y se convierten en un factor clave en la estrategia asistencial. Nadie da lo que


no tiene. Si sé, transmito seguridad. Si soy sincero, genero confianza. Si merezco respeto, brindo tranquilidad. Por eso contrasta la importancia vital que tiene el tema con la poca atención que habitualmente se le dispensa en los ámbitos académicos en nuestro país. Conscientes de que el éxito de cualquier entrevista clínica depende de la calidad de la comunicación médico-paciente, en muchos países es una de las competencias básicas de la formación médica. Con el uso de habilidades de comunicación efectiva, se busca aumentar la precisión diagnóstica, la eficiencia en términos de adherencia al tratamiento y la construcción de un apoyo para el paciente. El foco de la entrevista no está centrado en el médico ni en el paciente, sino en la relación entre ambos. No se trata únicamente de mejorar los aspectos psicológicos de la atención. Existen estudios que demuestran con claridad que mejorando la comunicación también mejoran los resultados fisiológicos. Un estudio cual se demostró que el factor más importante en la mejoría de la cefalea crónica no es un diagnóstico claro ni la indicación de medicamentos eficaces, sino la percepción del paciente de que ha tenido oportunidad de contar su historia y de discutir en profundidad sus preocupaciones y creencias (estudio prospectivo de un año, Universidad de Ontario). La revisión sistemática realizada concluyó que un mayor acuerdo y comprensión de la importancia de la comunicación con el médico mejoraba en forma notable la adherencia de los pacientes al tratamiento. En realidad, para los médicos que nos hemos dedicado a la docencia universitaria resulta sencillo actualizar un tema con la bibliografía disponible. El aporte de Internet ha sido de gran utilidad cuando se saben elegir los trabajos disponibles cuyo origen ha sido cuidadosamente seleccionado. Ya no hacen falta las largas y dificultosas jornadas en la biblioteca de la facultad. Por eso no quiero abusar de aquello que está con facilidad a nuestro alcance. Me parece que es más importante recibir y transmitir experiencia. Mi vida profesional está dividida en dos etapas fáciles de reconocer: antes y después de la aparición en Argentina de los seguros prepagos.

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clásico es el headache study, realizado en neurología ambulatoria, en el

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En la primera etapa, fui creciendo despacio, pero firme. Los pacientes llegaban por conocimiento (amigos, compañeros de estudio) o por recomendación “boca a boca”, como suele llamarse ahora en las empresas. En esa época, tocaba el timbre de mi consultorio aquel que buscaba un médico con nombre y apellido. El profesional se sentía distinguido y apreciado por la elección. La comunicación se establecía con una base de respeto y consideración mutua que se prolongaba mucho más allá del tiempo que duraba una consulta. El compromiso del médico era una responsabilidad irrenunciable y a tiempo completo. Yo, como pediatra, asumía el cuidado de la salud de los niños de esa familia. Al comenzar la década de 1980, empezó el cambio: al principio despacio, pero cada vez más notable. Ya no se elegía un médico con nombre y apellido, sino que se escogía entre los que figuraban en la “cartilla” de la institución que los protegía. Esa misma intitución ofrecía la posibilidad

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de una visita a domicilio o a una sede propia a su alcance todas las horas del día. Se desvirtuaba de esta forma aquel contrato o acuerdo que se sellaba en el consultorio privado con un apretón de manos, mirándose a los ojos. Ahora ese contrato empezaba al entrar y terminaba al salir. Añoro aquella primera época que muchos jóvenes nunca conocieron. Está claro que no todo es tan así. Hay médicos muy reconocidos cuyo nombre y apellido no figura “en cartilla” y son buscados por su prestigio. Además, en muchos casos, nuestro compromiso trasciende nuestra obligación y asumimos la atención de los pacientes más allá de lo obligatorio. En la actualidad, la mayoría de las veces los médicos están condenados a respetar la tiranía del tiempo. Quizá el principal escollo que debe superarse para privilegiar la comunicación del médico con su paciente es el factor tiempo, que siempre apremia. Si queremos mejorar la comunicación en medicina, tenemos que resolver el problema de cómo disponer de un sistema que permita que los clínicos cuenten con el tiempo necesario para aprender, manejar y mantener la habilidad de interactuar con sus pacientes. Es preocupante considerar que el sistema presiona para lograr mayor eficiencia numérica. Las consultas son habitualmente demasiado cortas para efectuar bien el trabajo desde la perspectiva de la comunicación médica.


De esta manera, tenemos que afrontar situaciones conflictivas debido a que la racionalidad ética ha sido desbordada por la racionalidad material. Ante esta realidad, la medicina no tiene soluciones definitivas. Por ahora, los médicos tenemos más preguntas que respuestas. Se nos hace necesario conciliar la más humana de las ciencias, la medicina, con la más fría e impersonal de las ciencias sociales, la economía. Actualmente, la comunicación eficaz es considerada como una de las competencias básicas de la educación médica. Recién en las últimas décadas los trabajos sobre el tema han configurado una sólida base de evidencia científica, gracias a la cual se han determinado las habilidades indispensables para una comunicación efectiva y se ha establecido de manera fehaciente que pueden ser enseñadas y, por lo tanto, aprendidas. La mayoría de las escuelas de medicina en Estados Unidos y Europa incluye, dentro de la formación de pre y posgrado, un entrenamiento formal de las habilidades de comunicación. En América Latina, los mejoNo hay un camino rápido para mejorar la comunicación con los pacientes. Abrumados como estamos casi todos los médicos por la necesidad de administrar el tiempo para actualizarnos en nuestra especialidad, descuidamos la responsabilidad de no haber profundizado el estudio de la comunicación eficaz con los pacientes. Siempre se consideró que podría lograrse con la naturalidad espontánea con que se consigue en la vida social. En realidad, recién en el año 2000 la Asociación Americana de Escuelas de medicina publicó un informe especial sobre la comunicación médico-paciente. En ese trabajo, concluyó que toda facultad de medicina debería realizar una evaluación formal de la calidad de la comunicación de sus estudiantes. Registrarla, mantenerla y mejorarla debería ser una tarea de posgrado. Las técnicas y los instrumentos que han demostrado ser más eficaces en el aprendizaje son el feedback docente, el rol playing sin y con pacientes simulados y la observación y videograbación de la consulta con pacientes reales.

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res trabajos publicados sobre el tema son de las universidades de Chile.

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En nuestras universidades, debería enfatizarse la necesidad de una enseñanza formal y sistematizada en comunicación. De esa manera, se lograría en el alumno la inquietud que sobre el tema puede concretarse cuando le toque en la práctica la asistencia directa con los pacientes. Todos conocemos el valor que tiene la residencia en los primeros años de la vida profesional. En esta época, cobra una importancia primordial la tutoría escalonada año a año por sus pares y sus jefes. Para el éxito de esta tarea educativa, se requiere más que una simple capacitación técnica; es necesaria también toda una filosofía desde diversas perspectivas del saber humano para obtener un comportamiento más responsable del médico con su paciente. Nadie comprende mejor a un enfermo grave que otro enfermo grave. Considero que nadie mejor que ellos puede transmitir su experiencia positiva o negativa a los médicos jóvenes y, también, a muchos de los ma-

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yores, ayudándolos a comprender el valor de su palabra en la intimidad del consultorio. Un médico seguro, sonriente, empático y comprensivo tiene un valor incalculable en la compañía, el consuelo, el alivio y, muchas veces, la curación del paciente grave. Que su palabra tiene propiedades terapéuticas ha sido repetidamente probado en la bibliografía profesional. Es quizá por mi doble condición de médico y de paciente que fui espectador, a lo largo de mi vida, del cambio en la comunicación entre ambos experimentado en los últimos años. El paso del modelo paternalista al autonomista se hizo cada vez más notorio y universal. La evolución de este fenómeno fue muy bien estudiada y eficazmente propiciada por Pedro Lain Entraigo, médico, historiador y filósofo, en numerosas publicaciones. El cambio en la comunicación médico-paciente afectó a los tres elementos involucrados: 1. El enfermo, que tradicionalmente había sido considerado como receptor pasivo de las decisiones que el médico tomaba en su nombre y por su bien, se fue transformando en un ser humano con derechos bien definidos y capacidad de decisión autónoma sobre los procedimientos diagnósticos y terapéuticos que se le ofrecen y que ya no se le imponen.


2. El médico paternalista y protector inobjetable se fue transformando en un asesor digno de respeto que pone a consideración de sus pacientes sus conocimientos y consejos, pero que no asume las decisiones que estos toman. 3. La relación clínica pasó de ser bipolar y vertical a horizontalizarse y adaptarse a las relaciones propias de sujetos adultos en sociedades democráticas. El médico propone, pero es el enfermo el que dispone. Al hacerse posible disponer de su propia salud, el paciente asume una responsabilidad que está por encima de sus conocimientos. Busca entonces información urgente y descontrolada que puede llevarlo por caminos equivocados y, a veces, peligrosos. La salud de una persona es un hecho esencial en su vida y, por lo tanto, prioritario. El volumen informativo que puede manejar desde su casa es enorme. Internet, los diarios, las revistas y la televisión generan espacios dedicados a temas médicos complejos en general con simplique con frecuencia el paciente se presenta ante su médico haciendo preguntas específicas sobre los métodos de diagnóstico y las conductas terapéuticas. En muchas oportunidades, cuestiona las decisiones de un profesional competente. El argumento es: “Si está en los medios, debe ser cierto”. En nuestro país, ha habido casos trístemente célebres de conductas inducidas por informes falsos, en el mejor de los casos sin reales intenciones. El Dr. Nelson Castro (conocido médico y periodista) afirmó textualmente en la Academia de Medicina: “Es de fundamental importancia que las instituciones médicas dediquen tiempo y estructura para atender el tema de la comunicación masiva en medicina” (Boletín del Consejo Académico de Ética en Medicina, año 3, núm. 1, 2004). En esa reunión, en la que tuve la oportunidad de participar, se insistió en que el profesional se preocupe por lograr la máxima credibilidad y confianza por parte de sus pacientes. La palabra del médico en la intimidad del consultorio debe tener mucho más valor que la que se escucha en los medios masivos de comunicación irresponsable. En este momento, paseo la mirada sobre mi escritorio y veo la cantidad de libros y artículos que me apoyan en este trabajo. Naturalmente,

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ficaciones adecuadas a su público y, muchas veces, peligrosas. Es así

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también están mi notebook y mi tablet, que son más veloces para todas las búsquedas vinculadas al mismo tema: la comunicación médico - paciente. Hace ya muchos años que me retiré de la práctica clínica que ocupó toda mi vida de adulto. Obsesionado por la bibliografía actualizada, muy pocas veces me detuve para estudiar la comunicación interpersonal. Desde hace ya décadas conozco los trabajos de Howard Gardner y sé qué es una de sus llamadas inteligencias múltiples. También sé que si de alguna de ellas dispongo, sin duda es esta la que se destaca. Siempre me tocó, muchas veces sin desearlo ni buscarlo, liderar los grupos humanos de similares inquietudes religiosas, sociales, profesionales o deportivas. Como un buen pintor sin escuela alguna, descubrí que me relacionaba bien con mis primeros pacientes. Les ofrecía a ellos mi natural sinceridad y respeto y recibía de ellos credibilidad y confianza. Esto mismo aumentaba mi responsabilidad asistencial.

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Pintaba bien, como aquel artista sin escuela. En mi currículum ya dice que enseñé durante muchos años el valor de la palabra. Me distinguieron con el título de presidente honorario de la Academia de Oratoria. Pero recién ahora que escribo sobre la palabra del médico reconozco que su buen uso es una habilidad que puede aprenderse y que tiene una enorme significación en la comunicación con los pacientes. Creo que no puede haber entre los humanos una actividad más profunda, intensa e importante que el diálogo de un paciente con su médico. No será siempre así, pero sin duda, en algunos momentos importantes de su vida, usted lo percibió. De allí lo relevante de reflexionar sobre los medios y modos de la comunicación íntima en el consultorio, tanto en su vertiente verbal como no verbal, que siempre está sustentada sobre otros componentes: sentimientos, emociones, creencias, esperanza o desaliento, temores, expectativas, inseguridad o confianza respecto a la persona del médico. No importa solo lo que se dice, sino también cómo se lo dice. Está claro que esto se aplica tanto a uno como al otro de los dos partícipes del diálogo en lo que va más allá de lo verbal. Es mucho lo que podemos aprender. Este mensaje está sobre todo dirigido a los médicos jóvenes que no aprecian la trascendencia de la comunicación verbal y gestual, mirando al paciente a los ojos y


escuchándolo con la máxima atención exponer sus inquietudes y el motivo de su consulta. El consultorio debe ser un recinto inviolable, un diálogo íntimo y personal que no debe ser perturbado ni interrumpido. Es un ideal difícil de cumplir, pero posible de mejorar. Si se fortalecen las habilidades en la comunicación médico-paciente, los resultados son fáciles de reconocer: se logran entrevistas más eficaces respecto a la precisión diagnóstica y mejora la satisfacción del enfermo, de la adherencia terapéutica, del alivio de los síntomas y de los resultados clínicos. Suzanne Kurtz, autora de un trabajo muy bien documentado (Revista Médica de Chile, núm. 138, 2016) sobre el tema de la comunicación, relata que a lo largo de los años la gente le ha preguntado a menudo: “Si usted tiene que decidir entre un doctor con habilidades de comunicación efectiva y uno con competencia clínica, ¿a quién elegiría?”. La respuesta es: “No tendríamos que elegir, deberíamos exigir ambas competencias en un solo médico”.

Para establecer una rutina de trabajo en el consultorio, es necesaria una compenetración de todos los participantes: pacientes, familiares, profesional y asistentes. Con rapidez, el paciente comprende cuál es esa rutina y, con total libertad, la comparte o cambia de médico. Veamos el ideal de un equipo que cumple con las metas y principios básicos de una comunicación efectiva. Estructura de la consulta1 • • • • •

Inicio de la sesión Interrogación del médico (anamnesis) Examen físico Explicación y planificación Cierre de la sesión

1 Adaptación de la guía Calgari-Cambridge, citada por Philips Moore et al. en Revista Médica Chilena, 2010, pp. 1017-1054.

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La consulta clínica en la práctica

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Al iniciar la sesión, el médico se presenta y saluda al paciente, escuchando con atención su nombre. La primera impresión de ambos es muy importante. Estudios muy serios (Ambady, Gladwell) demuestran que bastan de 5 a 10 segundos para llevarse una impresión de una persona, que no varía cualquiera sea el tiempo que se prolongue. Y no existe una segunda primera impresión. De la parte que nos toca a los médicos, son la sonrisa y la pulcritud las que se destacan. Un profesional seco y descuidado no tiene posibilidad de respeto solo por su ciencia. El saludo (apretón de manos, beso) y la vestimenta ya dependen de sus características personales, lo mismo que el tuteo, cada vez más frecuente. La anamnesis debe realizarse sentados uno frente al otro, mirándose a los ojos (cuidado con prestar más atención a la computadora) y dando muestras claras de escucha interactiva. Que no se hable de otra cosa que no sea la inquietud del paciente y el motivo de su consulta. Las

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reuniones de amigos se hacen fuera del consultorio. Las preguntas necesarias y pertinentes las hace el profesional después de escuchar al enfermo. Es conveniente que antes de examinarlo haga un breve resumen de lo que registró e interpretó. Los estudios consultados dan como resultado que esta tarea se realiza con eficiencia y se utilizan entre siete y once minutos según su complejidad. En el trabajo de Kurtz, citado antes, se demuestra que mientras se van aprendiendo las habilidades de comunicación con la práctica, va disminuyendo el tiempo invertido en este diálogo. Dice textualmente: “Cuando se está aprendiendo a esquiar, es probable que uno se demore cuarenta y cinco minutos en bajar una pendiente que al dominar la técnica se esquiará en tres. La pendiente no ha cambiado, pero el dominio de las habilidades sí lo ha hecho”. El examen clínico habitual y prolijo de un paciente, en general, se realiza en unos diez minutos. Por supuesto que depende del motivo de la consulta. A un paciente complicado por sus propias características o las de su afección, es conveniente citarlo fuera del horario de atención habitual. En esos casos, no es posible hacerlo en un turno medido regular. Es fácil comprenderlo. Volviendo al escritorio, el médico brinda al paciente y/o a sus familiares la información de su impresión diagnóstica; se piden, si es


necesario, exámenes complementarios y se hacen las indicaciones terapéuticas correspondientes. Se escuchan y aclaran todas las dudas, y de ese modo se logra un entendimiento planificado de la conducta a seguir. Se cierra la sesión cuando el lenguaje oral y gestual nos indica que el paciente encontró en la palabra del médico la credibilidad y la confianza que fue a buscar. Es muy importante consignar aquí que en el tiempo que dura la consulta se debe mantener la atención en el nivel 1 (Burley-Allen, ver capítulo 2) evitando distracciones y prohibiendo interrupciones. En este último aspecto, cobra especial trascendencia el asistente del profesional: de él depende el orden en toda la estructura de la consulta. Cordial pero firme, debe hacer respetar las consignas. Para esto también se necesita formación: mantener la calma, reconocer una urgencia, registrar los mensajes y ofrecer siempre una respuesta considerada y cordial. Pido licencia para dedicar un párrafo de este libro a Sandra Lynn, familia como una hija más, y mis pacientes la tomaron como una entrañable consejera y amiga. Por supuesto que sé que cada consultorio –como el hogar es un mundo. Cada médico le imprime su carácter. Basándose en las estadísticas, se concluye que la primera razón por la cual los pacientes se declaran satisfechos respecto a la atención recibida es el trato humano de parte del profesional que los atiende. Los elementos que destacan son: la comunicación, la empatía, el tiempo y la posibilidad de expresarse que le brindan al paciente. Cierro este capítulo con un abrazo para todos aquellos que me brindaron su confianza y que son la razón por la cual, sin ninguna duda, volvería a ser médico.

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que me acompañó durante treinta años y la incorporamos a nuestra

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La palabra del mĂŠdico en la actividad docente



Introducción

En 1998, la editorial Corregidor publicó la primera edición de mi libro Oratoria contemporánea, que se reeditó actualizado tres veces y se reimprimió en una no registrada cantidad de oportunidades. Conservo y respeto mi amistad con Manuel Pampín, director de la editorial e incansable promotor de mi obra. Quiero dejar claramente establecido que este capítulo es una síntesis actualizada de esas ediciones. Me copio a mí mismo en esta parte del libro, que ahora está dirigido especialmente a los médicos y al valor de su palabra. Ya no nos referimos a esta actividad como oratoria o retórica, sino de una manera más simple, sencilla y actual: comunicación oral eficaz. También multiplicamos los capítulos al referirnos a la comunicación personal en el consultorio, en la actividad participativa académica, y a la importante e indeclinable necesidad de acompañar al paciente en las etapas finales de su vida. Pero este capítulo que estudia la forma de hablar en público en todas las ocasiones no puede faltar. Solo me cabe releerlo y actualizarlo e incorporarle un ítem que cobra cada vez más importancia: aprender a escuchar. La buena noticia es que todas esas técnicas pueden estudiarse y enseñarse. En APOC, registramos ya catorce profesores que se desempeñan en todo el país.


Creo que nuestra técnica para aprender a hablar en público nunca va a cambiar. La mayor prueba de esto es su resistencia al tiempo: dividir el acto oratorio en tres módulos –orador, conferencia, auditorio– pertenece a Aristóteles en su célebre Retórica, libro que atesoro en mi biblioteca. En cada módulo, desarrollamos cinco ítems; eso ya es nuestro. Veamos:

Módulo I Orador (Presentador)

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Módulo II Conferencia (Presentación)

Módulo III Auditorio (Público)

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Personalidad Estilo Dicción Movimiento Manejo de imprevistos Introducción Planeamiento Ajuste del tiempo Apoyos visuales Conclusiones Impresión general Adecuación “Nociones fecundas” Posibilidad de memorizar Capacidad para entretener

Sobre la base de este esquema, durante mucho tiempo aprendíamos a evaluar la práctica de los alumnos en nuestros cursos. Hoy ya no lo haría. Como en muchas otras cosas en la vida, aprendí a no ser tan rígido y esquemático. He comprendido, a través de mis propios alumnos, que no hay una regla o una estructura que debe cumplirse. No existe una única manera de hablar en público, sino más bien un conjunto de herramientas que pueden ser útiles para ese fin. En realidad, el único requisito indispensable es tener algo valioso que decir y transmitirlo con autenticidad, a su manera, que es singular.


Módulo I: Orador (Presentador) 1. Personalidad Establezcamos claramente la primera premisa: el mejor audiovisual es el orador. Antes de iniciar su presentación, usted debe hacer una cuidadosa inspección del salón y resolver cuál es el mejor lugar para hablar. El público quiere ver al orador y, si es posible, de cuerpo entero. Sin lugar a dudas, la parte más visible de su mensaje es por lo menos tan importante como lo que se escuche. La vista y el oído están integrados con el mensaje que se quiera transmitir. Mi amigo el doctor Carlos Llabrés dice, en su libro El lenguaje corporal en la comunicación, que “la imagen personal transmite rápidamente potentes mensajes al auditorio. Impactan a nivel no consciente generando en pocos segundos aceptación o rechazo, credibilidad o desconfianza, buena o mala predisposición, aun antes de una valorisionalismo, por lo tanto, es anterior a la exposición. La calificación de lo expresado oralmente refuerza –o descalifica– esa expresión inconsciente, primaria del primer impacto corporal”. El orador tiene que ser el centro de atención. Es muy frecuente ver que el temor al auditorio lo lleve inicialmente a esconderse detrás de una mesa, un atril o una lámpara. ¿Se da cuenta de todo lo que se pierde? No solo debemos estar bien iluminados, de pie y sin nada que nos oculte, sino que en lo posible la atención del público no debe compartirse con nada ni con nadie. Tratemos de estar solos frente al auditorio. La suerte ya está echada. Porque quise, porque me lo propuse, acepté el desafío. Ahora no me oculto. Francamente me juego. El público así lo entiende. Y comienza por respetarnos. Ese respeto que ganamos inicialmente se pierde ante la primera palabra de excusa por parte del orador. Prohibido tener motivos para excusarse. Si usted y yo, que estamos tan ocupados, hemos arreglado nuestros compromisos, hemos pospuesto otros planes para ir a escuchar esa conferencia, no estamos dispuestos a disculpar a un orador que

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zación de lo expresado oralmente. La apariencia de seguridad y profe-

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presenta sus excusas, sean las que fuesen. Si aceptó el compromiso, no tiene perdón no haber sabido asumirlo. Uno de los médicos de mi servicio se excusó una vez frente al calificado público de un curso de posgrado diciendo: “Lo siento mucho, el libro más importante sobre este tema me llegó tarde. No tuve tiempo de preparar diapositivas, ni de armar una conferencia más prolija”. Decir esto, lisa y llanamente, es una falta de respeto al público y a su tiempo. El orador ya perdió. Como público, quisiera retirarme. Ya no me interesa lo que nos diga. Muy diferente es si algo sucede en el curso de una conferencia bien planeada, preparada a conciencia. Si se equivoca o se olvida, no intente disimularlo u ocultarlo. En ese caso, es lícito excusarse sin miedo, consultar sus notas sin pudor. El público es humano e inteligente. Seguramente, lo comprende, se identifica con usted y lo apoya

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de manera empática. Dos cuestiones condicionan la personalidad del orador, y es preciso tenerlas en consideración: la mirada y el silencio. El comportamiento ocular es quizá la forma más sutil del lenguaje corporal. Se trata de un idioma mudo que posee sus propias reglas gramaticales, innatas y adquiridas; un código descifrable incluso por los niños antes de tener la posibilidad de hablar. Los pediatras bien sabemos de la importancia que tiene la mirada de una madre a su hijo prematuro en la incubadora, de una madre a su niño durante la lactancia. Allí se juega mucho más que un momento de encuentro íntimo. De la relación madre-hijo depende muchas veces la salud física y el equilibrio emocional futuro del adulto. Desde nuestra primera infancia, aprendemos inconscientemente a emitir y recibir mensajes con la vista. A través de los ojos, el individuo puede trasmitir actitudes y sentimientos. Su mirada forma parte del vocabulario expresivo por medio del cual revela su propia personalidad y su vida interior. En la relación social es bien sabida la poca confianza que inspira la persona que no mira a los ojos. La mirada huidiza y evasiva es sinónimo de mentira e inseguridad. Una mirada franca y directa, por el contrario, es la señal más clara para expresar que se ha establecido contacto con el interlocutor y que


complace el encuentro. Para el que habla en público, es imprescindible que la mirada juegue el mismo papel que en la vida social. Cuando formamos parte de un auditorio, nos sentimos ofendidos y casi insultados cuando el orador no levanta los ojos de sus papeles o mira obstinadamente las cosas, el techo, el pizarrón, etc., en lugar del auditorio. Hay que mirar al público sin cesar. Mirarlo a los ojos, con sencillez y normalidad, cambiando de interlocutor, nunca en forma demasiado fija, atemorizada o poco natural. Mirarlo como a un amigo. No existe la “comunicación en grupo”. Cuando esté frente a una audiencia, debe dirigirse a cada persona en forma individual, cualquiera sea el número de las personas que lo escuchen. Tome conciencia: su disertación no es un monólogo, es un diálogo en el que una de las partes no habla pero participa activamente con su mirada y sus gestos. A esto se lo ha dado en llamar precisamente “escucha activa”. Si se logra este diálogo visual, cada persona del auditorio intentará comprender su por su palabra, escuchando con empatía, tomando notas y preguntando. Donde se enseña oratoria, nunca se descuida la mirada. Una vez, en un viaje de estudios a Estados Unidos, participé de un ateneo médico en el que un orador presentaba un caso y luego lo discutía con el auditorio, en presencia de un moderador. Hubo un intercambio de opiniones y, luego de las conclusiones muy prolijas del moderador, me sorprendió un comentario insólito en nuestro medio: “Ahora vamos a evaluar su speech”. Mayor aún fue mi sorpresa cuando una señorita del público, a un costado del salón, dijo en voz clara y alta, en franco tono de crítica: “A mí no me miró”. Después, averiguando, supe que en todas las universidades de Estados Unidos se estudia una materia que se llama precisamente así: Speech, y en ella, es evidente, hay un capítulo sobre la mirada. En un auditorio grande, el contacto visual se logra mirando de frente a distintos grupos. Hable durante cuatro a seis segundos a cada grupo (Patrón Z). Considero que nuestras universidades deberían contar en algún momento con una materia similar. Lástima que no exista un vocablo que

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mensaje, realizará un esfuerzo de atención y será fácil advertir el interés

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minimice o atenúe el impacto, a mi modo de ver negativo, o por lo menos atemorizador, de la palabra “oratoria”, que nos remonta a un pasado ampuloso o grandilocuente. Los “grandes oradores” están pasados de moda, pero cada vez más en todas las profesiones se siente la imperativa necesidad de expresarse con propiedad ante cualquier auditorio. Y los que saben hacerlo son los que triunfan. Y ahora hablemos del silencio. Primer silencio: el del comienzo. Nunca debemos comenzar enseguida después de que se nos da la palabra. Esta es quizá la premisa que distingue de inmediato a un principiante de un orador experimentado. Si hay algún ruido o movimiento, espere que cese. La sala, en silencio total. Observe a su público durante unos diez segundos. Mírelo a los ojos con actitud amable. Comience a hablar en voz baja. En el curso de una conferencia, es por el silencio y en el silencio que

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el orador es más expresivo. Cuando le preguntaron al virtuoso del violín Isaac Stern por qué no todos los músicos profesionales son brillantes, siendo que sí todos saben ejecutar las notas correctas en el orden correcto, él respondió: “Lo importante no son las notas, sino los intervalos que hay entre ellas”. Los mejores oradores, como los mejores músicos, son los que conocen el valor del silencio. En el lenguaje escrito, cuando se quiere resaltar una idea, se subraya, se utiliza negrita o se usan las cursivas. En el lenguaje oral se usa el silencio antes y después de la idea que se expresa. Jamás deben llenarse los silencios con muletillas o palabras sin sentido: esteee, bueno, etc. Es precisamente este silencio respetado con serenidad frente al auditorio lo que le dará densidad, peso y valor a su palabra.

2. Estilo El estilo es un concepto difícil de precisar. Transcribo la definición del diccionario de la Real Academia Española: “Modo, manera, forma, uso, costumbre, moda. Manera de hablar peculiar de un orador”. En la definición, es evidente que la condición del estilo es algo variable. Cambia el modo, la manera, la forma, de acuerdo al uso, la


costumbre o la moda. El etilo es la bisagra sobre la que se articulan las características de la expresión oral en las distintas épocas. Por eso considero que el adjetivo “contemporáneo” que califica a nuestra Academia de Oratoria ofrece una idea clara de nuestro propósito de estar al día permanentemente. Lo que es actual o moderno deja de serlo en poco tiempo, y es por eso que en cada reedición de nuestro libro el capítulo sobre las cualidades esenciales en el estilo de la oratoria contemporánea es cuidadosamente revisado. Trataremos a continuación de describir los cuatro pilares que definen la oratoria hoy: naturalidad, verdad, brevedad y entrega. Naturalidad: El Toastmaster International lo dice con toda claridad: “El estilo de la disertación actual se puede describir como una conversación extendida”.

oratoria. Es curioso lo que ocurre. Un artista de cualquier disciplina (pintura, canto, música, etc.) se pasa su vida entera esperando ser reconocido como tal. El buen orador hoy, por el contrario, debe esforzarse por ser natural, espontáneo, como si conversara de la misma forma, con el mismo idioma y con los mismos gestos que en un diálogo con amigos. Solo hablará más alto para que todos lo escuchen y se ampliarán los gestos para que todos lo vean. Pero no hay motivo alguno para cambiar la personalidad al hablar en público o al usar un micrófono. En la reunión de APOC donde desarrollé este tema, lo establecí en una premisa que se proyectó en el salón: “Si lo operaron de la nariz, y se nota, lo operaron mal. Si lo prepararon para ser orador, y se nota, lo prepararon mal”. Creo que se entiende, en ambos casos, que lo que se busca es la naturalidad. Nuestro curso trata simplemente de sacarle al orador todo lo que no es él, aquello que no sirve y desluce las características de su propia personalidad.

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Aunque pueda parecer extraño, es necesario practicar la naturalidad. La premisa es precisamente que no se note la preparación en

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Esto es precisamente lo que debe lograrse: sacar todo lo que no sea usted mismo cuando esté al frente de un auditorio. No debe buscar que lo admiren, sino que lo escuchen. No hay nada más distinto de un actor que un orador. No estoy actuando un personaje. Soy yo. La mirada y el silencio, tan importantes en una tribuna, son solo armas de las que dispone un orador contemporáneo. No debe usarlas si no es imprescindible. Miremos, si es posible, a cada uno de los que nos escuchan, pero no en forma ostensible o artificial como si estuviéramos actuando. La mirada debe ser la misma que usamos al hablar con nuestros amigos, que eso y no otra cosa pretendemos que sea el auditorio. El silencio puede ser muy útil al comienzo para atraer la atención del público, pero no tiene razón de ser si ya la obtuvimos. Lo mismo ocurre con las frases y premisas: para resaltarlas es común ponerlas

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entre silencios y, sin embargo, para destacarlas basta con disminuir apenas la velocidad con que hablamos. Por último, al referirme a la naturalidad, quisiera dejar en claro que nada está prohibido si favorece la comunicación con el auditorio. Podemos apelar a expresiones idiomáticas que no usaríamos en el lenguaje escrito, pero sí en la conversación diaria, gestos cordiales y amistosos como tocar el hombro de un amigo, sentarse o apoyarse en la mesa o escritorio para darle a nuestra participación un tono íntimo, poner una mano en el bolsillo o cualquier otra ocurrencia espontánea, si lo hacemos respetando el decoro y el buen gusto. Quien en oratoria ha llegado a maestro sabe cuándo usar o prescindir de las reglas tradicionales. Esto es ni más ni menos lo que ocurre en cualquier manifestación del arte y de la ciencia. Las reglas pueden romperse, pero para hacerlo es necesario previamente conocerlas. Verdad: Rudolf Verderberg es uno de los autores más respetados internacionalmente en nuestra disciplina. En un capítulo de su libro Comunicación oral efectiva, habla de la responsabilidad ética del orador y le otorga gran importancia. Resumo su pensamiento en cuatro puntos.


1. Diga siempre la verdad. Es más que evitar mentiras, también es omitir verdades. 2. No distorsione la información. Ejemplo: manejar solo estadísticas favorables. 3. Evite enojarse con quien se opone a sus ideas. No abuse de su condición de privilegio. 4. Mencione la fuente de su información. De otra forma, es plagio o robo. El orador no es un actor que por su trabajo debe interpretar pena, ira, amor, fe o entusiasmo. Debe transmitir con mayor o menor habilidad su pensamiento, pero siempre, en todos los casos, debe hacerlo con absoluta sinceridad. Por eso no debe fingir que sabe si no sabe; que tiene entusiasmo o interés si no lo tiene; que existe acuerdo entre lo que piensa y lo que dice si esta no es la estricta verdad. Un estilo que no sea verdadero no tiene ninguna probabilidad de la fuerza interior ni el vigor de lo auténtico. Si no es cierto lo que decimos, tarde o temprano el auditorio se va a dar cuenta. Abraham Lincoln, un hombre honesto e intuitivo, aclaraba este concepto a los políticos estadounidenses que lo acompañaban en su gestión presidencial diciéndoles: “Se puede engañar a todos poco tiempo y a algunos mucho tiempo. Pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”. Por mi parte, elaboré en mis cursos la siguiente premisa que sometí al juicio de mis pares en la Academia de Oratoria: “Está tan mal hablar cuando no se tiene nada que decir como no hablar si se tiene algo que decir”. No ser capaces de expresar, por temor o por pudor, lo que pensamos que deberíamos decir es también un fracaso. Brevedad: Por fin ha comenzado una corriente de concientización internacional acerca del cuidado del tiempo ajeno. Pero muchos no lo saben y continúan con la vieja práctica de hablar demasiado, repetir conceptos, salirse del tema y descuidar la síntesis. Escucharse con deleite, pero

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imponerse, porque no tiene el fuego de la convicción, porque no tiene

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siendo escuchados con impaciencia. Dan ganas de interrumpirlos y decirles simplemente: “Por favor, sean breves”. Con el concepto claro de que breve quiere decir corto, no superficial. Después de tantos años de vivir entre palabras, sé que cuando abundan es porque faltan ideas, aunque a veces también es por pereza o descuido. Más fácil es decir algo si se dispone de tiempo que si se está muy acotado; la brevedad insume dedicación y esfuerzo. Entrega: Este es el pilar más importante de la oratoria contemporánea: la entrega que merece nuestro auditorio. No existe un público sin importancia. Si acepté el compromiso de hablarles, les debo a ellos todo mi respeto. En algún momento de mis cursos afirmo esta premisa: “De una cosa

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pueden estar seguros, aquí se los considera y se los respeta”. Recuerde bien esto el día que asuma un compromiso de hablar en público. Las personas presentes han dejado su familia, su trabajo, sus horas de descanso, para ir a escucharlo. El compromiso es muy grande. No escatime esfuerzo y dedicación. Para eso está hoy leyendo este libro, para entregar de mejor manera lo que puede brindarles. El público, sin duda, sabe leer este mensaje secreto y transformarse entonces en un reconocido cómplice de su éxito. Se han realizado estudios sobre la composición normal de una audiencia, y se han obtenido los siguientes resultados. El 20% del público es amistoso y cordial. Se muestra sonriente, atento y mueve la cabeza con gestos afirmativos, animándonos a continuar hablando. Otro 20% es frío y hostil, parece que no lo convencen sus palabras y que tiene ganas de irse. El restante 60% está justamente en el medio de esos dos polos opuestos. Son personas educadas y correctas, que no manifiestan sus sentimientos o que aún no terminan de resolver si serán positivos o negativos. Mi propia experiencia en estos estudios los confirma. Es habitual que al comenzar a hablar delante de un auditorio se tenga la sensación de que la cosa no va muy bien. Hemos visto que solo el 20% del público es frío o indiferente. Sin embargo, estos son los que más se notan cuando


uno está frente a ellos. La duda cabe. ¿Seré yo? ¿Los estaré aburriendo? ¿Estoy diciendo algo que ya tienen bien sabido? ¿Qué puedo hacer para despertar más interés? Ahora aprendí. Todas esas preguntas se disipan en pocos minutos. La práctica enseña a leer las reacciones de la audiencia. Si encuentran lo que vinieron a buscar, si captan su preocupación y su respeto, es muy rápido el cambio de actitud, entrando en el 60% de los más, y muchas veces aumentando el 20% de los que más nos alientan a continuar. Estos son mis consejos: 1. Dele tiempo al auditorio. 2. Nunca se aisle ni se enoje. 3. No ignore a la gente difícil. 4. ¡Entréguese! Usted quiere serles útil.

chas veces, recordado con afecto.

3. Dicción Si nuestra intención fuera dedicarnos al teatro, este capítulo tendría una importancia primordial. Es bien sabido que en las escuelas de actores una de las preocupaciones de los profesores y alumnos es tratar de conseguir una buena pronunciación. Este preciosismo en la articulación de las palabras es la base por la que el actor llega a su público, hasta las últimas filas del salón, sin necesidad de gritar desde el escenario. Para ellos, vale. En lo nuestro, si bien es importante, hay solo algunos puntos de la dicción que conviene recalcar. La articulación demasiado cuidadosa de un actor puede resultar chocante desde una tribuna o en un salón de conferencias. Entre el exceso y el defecto, hay que encontrar un justo medio no siempre fácil de lograr.

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Si se entregó con responsabilidad, será recibido con respeto y, mu-

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En general, en nuestros cursos, si la falla en más o en menos no es muy importante, tratamos de respetar las diferencias individuales, que finalmente ayudan a configurar la identidad propia de cada orador. Pero en repetidas ocasiones hemos escuchado conferencias cuyo motivo de fracaso ha sido la falla en la dicción. Recuerdo en este instante la sorpresa que tuvimos al invitar a participar en uno de nuestros cursos de posgrado al neonatólogo más brillante de la actualidad. Este hombre genial, a quien se deben importantes adelantos asistenciales en su especialidad, tenía una dicción tan pobre que resultó imposible seguir el hilo de su conferencia. Al recibir la versión transcripta de lo dicho, sus palabras superaban cualitativamente lo que esperábamos de él. En la práctica, muchos de nuestros alumnos tienen severos problemas en la articulación de sus palabras. El defecto principal es que hablan con los labios casi cerrados. A estos sí hay que insistirles en la

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necesidad de “articular”. Solemos decirles: no olviden que ustedes van a pronunciar una presentación, un discurso, una conferencia. Pronuncien, abran la boca, proyecten su voz. Para algunos, aprender a articular significa un esfuerzo y un entrenamiento. Cuando en el auditorio hay más de treinta personas, no dude en usar micrófono y, si es posible, corbatero, para tener las manos libres. En estos casos, es aconsejable utilizar un grabador que certifique si ha sido clara y nítida nuestra exposición. La mayor parte de los que hablan con excesiva velocidad fatiga a quienes quieren escucharlo y acaba por perder el interés del público. Otros, en cambio, hablan con desesperante lentitud. ¿A qué velocidad debe hablarse? En su mayoría, las personas hablan a una velocidad de ciento veinte-ciento ochenta palabras por minuto, pero no es aconsejable hacerlo de manera uniforme. Lo correcto es ajustar la velocidad al tipo de pensamiento o sentimiento que el orador quiere trasmitir. Las variaciones en el ritmo, al igual que los contrastes en la modulación de la voz y del acento, tienen gran importancia para dar expresividad y sentido a nuestra palabra y para retener la atención del que escucha. En general, la oratoria contemporánea exige mayor velocidad. Todo se desplaza más rápido. Está demostrado que el cerebro puede absorber


el significado de una frase cuando se pronuncia al ritmo de hasta cuatrocientas ochenta palabras por minuto. La rapidez uniforme en el hablar es un obstáculo para mejorar la dicción y corregir sus defectos, pero la lentitud por sí sola no los resuelve. La buena pronunciación es la de un argentino culto medio. La Real Academia Española considera que el seseo equivalente de la s, la c y la z y el yeísmo, pronunciación similar de la ll y la y, son solo modalidades de pronunciación, y no vicios. Pero hay ciertos errores de dicción que perturban de forma involuntaria la atención del auditorio. Uno no puede dejar de pensar si escuchó mal o es realmente cierto que algunos oradores dicen “ocserbar”, “ginnasia”, “esamen” o cualquier otro insólito exabrupto. En este caso, se trata de errores groseros que perturban la atención. Diferente es el enfoque para referirse a los oradores con acento regional o extranjero. Los acentos regionales nos recuerdan en forma placentera que cada uno de nosotros es un individuo, con un origen y manera de hablar. Hemos escuchado conferencias de invitados extranjeros que, en un esfuerzo encomiable, han tratado de traducir su pensamiento a nuestra lengua. También hay en nuestro medio excelentes profesionales de origen extranjero que tendrían mucho que ofrecer de su propia experiencia, pero se sienten limitados a manifestarse en público a causa de su acento y sus naturales errores de dicción y de pronunciación. Nosotros insistimos en que el acento regional o extranjero es identificatorio y que no hay motivos para negar nuestra propia identidad frente al público. Su acento puede resultar extraño, pero también agradable. De hecho puede ayudar en su comunicación con el auditorio, pues el acento personal puede resultar un modo de dar a conocer un aspecto de sí mismo. Por último, están quienes ya tienen una falla fija y definitiva en su dicción (ceceosos, los que cambian la rr por la g, o fracasan al pronunciarla). Estos oradores tienen sin duda un handicap. Lo mejor será aceptarlo así, sin más, como un hecho, y no pretender ocultarlo. El

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una formación que se manifiesta, al menos parcialmente, en nuestra

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auditorio suele aceptar e incorporar esa particularidad del orador en los primeros momentos y luego la olvida.

4. Movimiento Lo primero que debe hacer el orador al llegar al salón donde le toca intervenir debe ser planear su desplazamiento. Aun en la participación aparentemente más simple de una mesa redonda, quien expone debe haber previsto cada detalle. Observe dónde está el pizarrón o rotafolios, si dispone de todos los elementos para su uso; fíjese en qué lugar se proyectarán sus diapositivas; lleve puntero láser para apoyar sus palabras; ubique el micrófono móvil y el rígido. Verifique dónde se encuentra la llave de luz, por si debe apagarla para iluminar una diapositiva.

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Tenga una idea muy clara de cuál será el mejor lugar del estrado para dirigirse al público y recorra con la vista sus posibilidades de desplazamiento. Pida con anticipación lo que pudiera ser necesario durante el curso de su exposición. No improvise situaciones que pueden resultar incómodas para el organizador. Para el orador con experiencia, bastan unos pocos minutos para organizar su movimiento en el estrado. Pero esos minutos no pueden faltarle. Solo, a un costado del lugar que se ha asignado para hablar, debe pensar: “Me pararé allí, donde la luz le da a mi cuerpo y desde donde todos puedan verme. Podré desplazarme hacia aquí y hacia allá. Para escribir en el pizarrón, me bastará este simple movimiento. Para mostrar mis proyecciones, solo debo girar de esta forma. Hay tiza, borrador, puntero. Quizás corriendo la mesa y retirando la silla, disponga de mayor comodidad de desplazamiento. Ya está. Unas pocas indicaciones al organizador, y no necesito nada más. Todo está bajo control. Esperemos confiados que nos llamen al estrado”. No hay regla universal que nos diga cómo se debe permanecer mientras se pronuncia un discurso, pero sí pueden señalarse algunas prácticas que deben desterrarse. Conviene estar de pie, a la vista del público, de cuerpo entero. Personalmente, me ocupo de que en mis conferencias no exista nada en la


tribuna que pueda ocultarme: mesa, atril, sillas. Si la mesa no puede ser retirada, es conveniente desplazarla hacia el costado del estrado para no tentarse de utilizarla como apoyo, y mucho menos como escondite frente al público. Permanezca quieto en la tribuna, lo que no quiere decir estático o inmóvil. Usted puede desplazarse cuando su exposición así lo requiera, para llegar al pizarrón, para tomar el puntero o simplemente para cambiar el momento por el que atraviesa su charla: introducción, cuerpo o conclusiones. Los psicólogos especialistas en el tema aseveran que pasear frente al auditorio continuamente mostrando el perfil, y no el frente de nuestro rostro, no es más que una forma de evasión abortada. Más fácil aún de comprender es el afán de evadirse de quien habla a espaldas del auditorio, ya sea con el pretexto de escribir en el pizarrón o de mirar sus propias diapositivas, que debería conocer de memoria. El cuerpo, con sus movimientos, interviene de una manera decisiva ferencia en la que no pueda verse al orador y debamos limitarnos solo a escuchar el tema. Con seguridad buscaremos el momento oportuno para huir del lugar donde no podemos ver ni ser vistos. Pero normalmente los oyentes ven al orador mientras lo escuchan, y su movimiento en el estrado es de suma importancia en el mensaje. El auditorio aprecia el significado de la expresión facial del orador, el modo en que se sitúa y se desplaza, el gesto de la cabeza, los brazos y las manos. El acto oratorio ideal se realiza de pie y sin guías escritas. Siempre que pueda, hágalo así. Solo si el protocolo lo exige se usará un texto escrito, y si la circunstancia lo impone (por ejemplo, en una mesa redonda), diríjase al público sentado. En este último caso, es necesario hacerlo con naturalidad, pero cuidadosamente. No se derrumbe escondiéndose tras el escritorio o el micrófono ni permanezca rígido en posición forzada. Cuando le toque hablar, deje un espacio de unos veinte centímetros entre su pecho y la mesa, e igual espacio entre la espalda y el respaldo de su asiento. Así podrá avanzar y retroceder, dándole relativa movilidad a su cuerpo. Recuerde, por

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en la comunicación oral, de tal forma que no es fácil concebir una con-

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último, que sus pies están en exposición, evitando el cruce y descruce continuado de las piernas. Nosotros hemos reunido una importante biblioteca con libros de oratoria de todas las épocas. De todos ellos, hemos consignado premisas de valor, que de un modo u otro filtramos con la experiencia y volcamos en nuestros cursos y escritos. Pero invariablemente desechamos de los textos, sobre todo de los más antiguos, el capítulo correspondiente a los gestos y los ademanes del orador. Consideramos que si nuestra palabra debe brotar con naturalidad con nuestro estilo personal, mal haríamos en someter nuestros gestos a normas aprendidas en manuales. El gesto está animado por el mundo afectivo de quien habla. El ademán debe nacer de un impulso interior, no aprendido, sino espontáneo y natural de un estado de ánimo. A veces, inconscientemente pretendemos esconder nuestras

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emociones, tan expuestas a la observación no verbal, ocupando nuestras manos en actos que nada tienen que ver con lo que estamos hablando. Algunos oradores se frotan de manera continua las manos como si se lavaran; otros se entregan a una actividad automática: jugar con la tiza, destornillar la lapicera, hacer girar el cenicero. No puedo dejar de recordar que una vez invitamos a dos psiquiatras a exponer sobre un tema difícil: el niño gravemente enfermo. Quizás fuera este el motivo por el cual el primer orador, con el afán de ocultar sus sentimientos, disertó con los ojos clavados en un clip que enderezó y curvó repetidas veces a lo largo de su charla. Pero lo más curioso fue que, al ceder la palabra a un compañero de la tribuna, le pasó también el ganchito. El segundo orador jugueteó con el clip, sin levantar la vista durante toda la hora de su conferencia... ¿Qué hacer con nuestras manos? La respuesta es simple, olvidarnos de ellas. Déjelas que cuelguen con naturalidad al costado del cuerpo, crúcelas por detrás, y hasta en algunos casos no estaría mal ponerlas en los bolsillos. Un bolsillo, nunca los dos. A medida que avanzamos en el tema, si sentimos lo que decimos, ya necesitaremos nuestras manos y nuestros brazos para apoyar y acompañar la palabra. El mejor maestro es el corazón, o la mente, o el


interés que pongamos en el tema; el deseo de hacer comprender lo que nosotros ya comprendimos. Los ademanes son algo tan personal como la risa. Sea usted mismo y usará los gestos correctos, sin temor a equivocarse. Solo recuerde que no hay movimientos neutrales y que todo ademán que no enriquezca nuestra presentación la empobrecerá.

5. Manejo de imprevistos Todo orador ha tenido que enfrentarse con situaciones inesperadas o anormales alguna vez. Es necesario saber afrontarlas con altura, estar preparado para que cuando ocurran no desluzcan o destruyan el esfuerzo que representó la preparación de una conferencia. Personalmente, como organizador de numerosos cursos de posgratancias. Quisiera rescatar de mis recuerdos la actitud de mi amigo el Dr. Eduardo de la Riega, invitado a hablarnos de cardiopatías congénitas. En un momento de su disertación, se cayó el pizarrón sobre su pie mientras escribía. La charla continuó, sin que él manifestara el malestar que sin duda lo acompañó, hasta que más tarde pudimos aliviarlo al inmovilizar el pie por una fisura de un hueso del metatarso. En otra oportunidad, recuerdo que invitamos al Dr. Marcelo Arias, de Córdoba, a participar en nuestros cursos con un tema en el que se le reconocía la máxima experiencia. El orador llegó a las 10.30 hs. en avión para hablarnos a las 11 y regresar a las 13. Su clase estaba perfectamente armada sobre la base de diapositivas aclaratorias. Falló mi proyector. Serenamente, el Dr. Arias comprendió la situación inesperada y replanteó su clase, que fue de todos modos brillante. Pero más brillante aún fue su actitud frente al imprevisto. Por supuesto, también recuerdo airadas reacciones del orador de turno frente a circunstancias imprevisibles. Pero ¿para qué traerlas si es mejor olvidarlas? El consejo que vale y debe quedar impreso en nuestro espíritu es: frente al imprevisto, serenidad, comprensión y replanteo.

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do en mi especialidad, me acuerdo de muchas de esas ingratas circuns-

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De ese modo, nadie va a desesperar y todos agradecerán su paciencia. Sobre todo cuando, como en estos casos, nadie tiene la culpa. Reorganicemos la charla, y puede llegar a sorprendernos la aprobación con que el público agradece nuestro esfuerzo. Otras veces, es alguien del público el inocente responsable de una inoportuna interrupción: un radiomensaje que suena con fuerza, una persona que busca a alguno de los presentes en el auditorio, una crisis de estornudos o de tos, un niño que llora o corre por el pasillo, un fotógrafo imprudente, etcétera. En estos casos, la premisa es: nunca compita con ruidos ni interrupciones. Es natural que, si sus nervios lo traicionan y muestra su impaciencia, el público vuelque su simpatía hacia aquel que involuntariamente lo interrumpió. No saber manejar la situación puede llevar al fracaso

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su conferencia. En la mayoría de los casos, un orador experimentado simplemente hará una pausa hasta que termine la interrupción. Nunca continuará su charla cuando haya perdido la atención del público. Otra circunstancia frecuente en la actividad docente y académica es encontrarse con individuos que piensan diferente o enfocan de otra manera el problema que el orador plantea. Hemos vivido o presenciado muchas veces esta situación. Y hemos vivido también distintas formas de reaccionar frente a ello. Todos sabemos que la discusión violenta no conduce a nada y solo crea resentimientos. También genera violencia la aplastante superioridad de uno de los que se enfrentan en sus opiniones sobre otro. En general, por un fenómeno típico de la conducta humana, el auditorio se sitúa de parte del que pertenece a su grupo. El sujeto que interpela la posición del orador se trasforma en una suerte de “delegado” que debe ser atendido. Según sea el comportamiento del orador, así será la reacción del público. Se pondrá de su parte o quedará predispuesto para la controversia. En este caso, cada nueva interrupción resultará más agresiva y hará más difícil el desarrollo de la reunión. Cuando la interrupción se produce, debe ser atendida con aplomo, con expresión atenta. La respuesta debe ser franca, pero considerada con el interlocutor. Cabe analizar con cuidado la postura de quien disiente, buscando algo positivo en su aporte o comentario. Y después


expresarse con sinceridad, “amortiguando” la posibilidad de una violencia, manifestando los puntos de acuerdo y desacuerdo, pero siempre con respeto y consideración por el pensamiento ajeno. Quizás ayude a manejar la situación una frase tan simple como “sí, pero” o “estoy de acuerdo en parte”. Invariablemente, el público sabe leer esta actitud y responde sin preconceptos apoyando a uno o a otro de acuerdo con sus conocimientos o sentimientos. Y todos, usted, su interlocutor ocasional y el público, podrán capitalizar una situación potencialmente comprometida. En algunas circunstancias, felizmente las menos, pueden surgir interrupciones o preguntas en las que se pone de manifiesto una franca hostilidad con el orador. Por si alguna vez nos toca enfrentar esa violencia, quisiera trasmitirles mis consejos, muchos de ellos aprendidos con mis propios errores y aciertos, y otros recogidos de la experiencia de distintos autores.

• Sea capaz de decir “no sé”. No invente y no mienta. • Anticípese a las preguntas difíciles. • Cuente con apoyos bibliográficos concretos. • Trate de ser empático con quien interrumpe. • Pídale ayuda. Es probable que quiera decir algo. Por fin, si la actitud de su interlocutor es abiertamente agresiva, póngalo en evidencia. • Pregunte por qué lo dice o lo pregunta. • Someta la opinión hostil a juicio del auditorio.

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• No suponga que todas las interrupciones son hostiles.

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Módulo II: Conferencia (Presentación) 1. Introducción La atención de la audiencia deberá mantenerse a lo largo de toda una conferencia, pero es esencial que se logre desde el comienzo. No es este, sin embargo, el único objetivo de una buena introducción. Además, es el momento de plantear el tema en forma clara y atractiva de modo que inmediatamente después de comenzada la exposición el auditorio sepa cuáles van a ser las líneas generales de la exposición y las intenciones del orador. Comencemos por lo que no debe hacerse en la introducción de una conferencia. No se apure para comenzar. Llegue al estrado caminando con sen-

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cillez, con el cuerpo erguido, sin afectación. Cuando llegue, levante la vista y no hable enseguida. Observe a su público, contemple sus rostros mirándolos con actitud amable, con afecto, como si ya fueran sus amigos. Entréguese, usted quiere serles útil. No comience con excusas banales más o menos sinceras, que no sirven sino para perder el tiempo y en el fondo quieren ser solo defensas anticipadas del orador por si las cosas le salen mal. Si aceptó el compromiso, es el responsable del tiempo y de las expectativas de su auditorio. No puede tener motivos para excusarse. Piense que si no le tuvo a su público debido respeto como para asumir su compromiso responsablemente, no debe esperar de ellos el respeto que usted no les tuvo. No es necesario ser tremendamente imaginativo ni especialmente creativo para atraer al auditorio con las primeras palabras. Pero requiere un poco de concentración y una buena dosis de preocupación. Hay muchas formas estudiadas para elaborar el exordio en los textos de oratoria. Mencionemos solo algunas. Por ejemplo, con una cita. Si se tiene buen cuidado al elegirla, puede constituir un buen método para presentar una conferencia. Otra posibilidad es formulando un interrogante. Es un método sencillo para predisponer al auditorio a escuchar la respuesta. También, refiriéndose a su propia persona. Si se hace con modestia y sinceridad, puede captar la atención del público. Otra


alternativa es referirse a la ocasión. En todo caso, la referencia será breve, explícita y práctica. El método más apropiado, según mi punto de vista, para elaborar la introducción es despertando el interés sobre el tema. Este método, que alguien ha llamado “shock técnico”, consiste en sorprender al auditorio con un enunciado que sintetice los puntos más importantes de su exposición. Todo lo que se dice debe ser cierto, pero debe enunciarse en forma audaz, breve y con seguridad. Pondré un ejemplo real que, como es natural, tiene que ver con mi profesión. Uno de los temas que abordo con frecuencia en medicina, y del cual poseo una vasta experiencia que data de hace ya muchos años, es la toxoplasmosis. Si voy a hablar a un público no muy informado al respecto, haría mal si comenzara mi charla describiendo el parásito (toxoplasma gondii). Seguramente, lo atinado será primero despertar el interés por conocerlo. Bastarán para ello pocas frases.

de las epilepsias, la mayor parte de los casos de ceguera en la infancia, muchos trastornos endocrinos y, ahora ya se sabe, puede ser la causa de alteraciones de la inteligencia y del comportamiento que aparecen tarde en la vida. La frecuencia de la toxoplasmosis en nuestro país está entre las mayores del mundo. En el Hospital Alemán, llevamos ya más de treinta años ocupándonos del tema. Trataré en esta hora de sintetizar nuestra experiencia”. Les aseguro que esta introducción, absolutamente veraz, despierta en el auditorio el interés por saber qué es la toxoplasmosis. Cualquiera sea su tema, busque los puntos de mayor interés, sintetícelos y enúncielos. Esta es la forma. No lo dude. El estilo del exordio debe ser claro, sencillo, sobrio, sin excesos retóricos. Eventualmente, si el tema de la conferencia nos llega con fuerza, el tono irá estimulando de manera progresiva nuestra elocuencia, y el público podrá ir acompañándonos durante el desarrollo. Porque en el primer momento la actitud hacia el auditorio es clave, conviene que la presentación se haga con humildad y autoridad; sin

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“El toxoplasma gondii es el parásito de mayor difusión en el mundo. La enfermedad que produce podría explicar la causa de más de la mitad

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ostentación, pero con seguridad, y al mismo tiempo mostrando nuestro sincero interés cordial por quienes nos escuchan.

2. Planeamiento Conocer las técnicas de oratoria ha sido importante para mi actividad docente y académica. La tarea asistencial era mucha, pero nunca rechacé un compromiso docente dentro de mi especialidad, porque creo que la mejor manera de aprender es enseñando. Esta obligación me impuso la necesidad de actualizarme permanentemente en diversos temas. Muchas veces, cuando el trabajo en el consultorio ocupaba toda mi jornada, robaba horas al sueño o a los fines de semana en familia para planificar mis presentaciones.

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Nunca voy a arrepentirme de haberlo hecho. Estudiar para enseñar, para publicar, para participar en cursos y congresos médicos era la base de mi seguridad frente al paciente. No es que lo supiera todo, nadie puede estar seguro de eso, pero sí tenía certeza de que con solo proponérmelo podía actualizar cualquier tema de pediatría. En ese tiempo, Internet no era tan accesible como ahora, pero si bien hoy tengo acceso a la red, no considero que sea allí donde puede obtenerse la mejor formación profesional. Wikipedia, family doctor y otros sitios sirven solamente para que los pacientes accedan a un tipo de información que no siempre están en condiciones de comprender. Naturalmente que la tecnología sirve, nadie puede ponerlo en duda, pero lo que más importa para quien enseña y aprende es siempre la experiencia personal. Cuando un profesional tiene que elaborar una presentación para un auditorio de pares, lo que necesita no es la bibliografía que existe sobre el tema, sino la síntesis de su experiencia personal, vivencias y conclusiones de lo aprendido a lo largo del tiempo. Ese bosquejo original, sujeto naturalmente a modificaciones, será el núcleo alrededor del cual se desarrollará la plática. Esto no significa que no debe leer e investigar sobre la materia. Son necesarios el aporte de conocimientos, el estímulo de la memoria y el desarrollo de las


ideas. Solo que –está claro– este trabajo viene después. Si no soy capaz, primero, de poner en claro mis pensamientos y conclusiones, ese tema no es para mí. Aun en los trabajos más técnicos, el bosquejo inicial debe ser siempre suyo. Por lo tanto, lo primero es fijar la idea central, el objetivo claro y preciso del mensaje que quiere trasmitir. Una vez que haya plasmado sus propios conocimientos y convicciones y que haya registrado lo que sobre ese tema le dice su experiencia, recién entonces comience a sumarle la investigación bibliográfica de alta calidad. Usted necesita saber dónde buscar la información, qué clase de información buscar y cómo registrar y citar sus fuentes. Busque su material en libros y revistas especializadas, en bases de datos electrónicas y en Internet. No, no me estoy arrepintiendo de lo que afirmé más arriba. Tengo en claro que un investigador que se rehúsa a utilizar los nuevos medios para buscar información o que no sabe cómo hacerlo eficazmente se coloca en una posición de seria desventaja. Pero en general en la web es necesaria, pero más necesario es saber seleccionar lo que nos conviene. ¿Conoce la fuente? ¿De cuándo data la información? ¿Los datos son primarios o secundarios? Son primarios cuando provienen de una fuente original; los secundarios proceden de una fuente que cita a otra fuente. Es importante saber que aun en publicaciones recientes es posible encontrar datos ya perimidos, especialmente estadísticas, por eso es imprescindible conocer la fecha de todos los datos recogidos. También sugiero desconfiar de los documentos web que han sido creados bajo el patrocinio de una firma con intereses comerciales. Si no puede comprobar las credenciales del autor del material, no es una buena decisión utilizarlo para elaborar su presentación, ya que en su trabajo debe incluir necesariamente los datos de las fuentes de la información que presenta. Insisto, bucear en la red sobre temas médicos, cuando no se está capacitado para evaluar la fiabilidad de lo que se encuentra, puede conducir a equívocos e imprudencias con graves consecuencias. No conviene que el paciente estudie su propia enfermedad y mucho menos monitorear la actuación profesional de su médico a través de este medio.

Ignacio Di Bártolo

suele pecarse por exceso y no por defecto. La información disponible

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Cuando se elabora un mensaje para presentar oralmente en público, la organización responde a sus objetivos. En general, los objetivos suelen ser tres: informativo, persuasivo y social. En oratoria informativa, la mayoría de los casos de las presentaciones médicas, es necesario que el auditorio pueda escuchar, entender y aprender sin necesidad de ningún esfuerzo especial, solamente con la atención normal media. La mente humana puede recordar con facilidad tres variables sobre un tópico. A medida que el número de variables aumenta, disminuye la habilidad para recordar todas o cualquiera de ellas. De Bennett y Corrigan, recogemos la siguiente información: “Cinco factores serán retenidos por aproximadamente un cincuenta por ciento de las personas; seis, por un veinticinco por ciento, y por encima de eso usted necesitará un auditorio de expertos en memoria”.

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La mente del orador y la de su auditorio son esencialmente similares en lo que concierne a la retención. La conferencia debe ser planeada como para que retener sea fácil para ambos. Es comprensible que si un orador necesita notas para hablar, es porque la retención de su plática es difícil. Mucho más difícil será para el auditorio que escucha quizá por primera vez algo sobre el tema. Si el orador elabora una lista de doce puntos a cubrir en una charla, seguramente no podrá recordarla y necesitará valerse de una guía. Pero, por favor piense, quien lo escucha no podrá recordar lo que dijo. El método a emplear queda entonces muy claro. Sintetice su plática, sobre la base de unos pocos puntos principales –tres o cuatro es lo ideal– para trasmitirlos con precisión y sin notas. Como los puntos principales, esqueleto del guion, necesitarán casi siempre un mayor desarrollo, pueden establecerse puntos secundarios o variables para cada uno, que tampoco deben excederse de cinco.

Tema central

A 123

B 123

C 123


De esta forma, con un poco de esfuerzo, podré retener el plan de la conferencia de modo organizado, y su desarrollo no requerirá notas. Los puntos principales son tres y los secundarios no pasan de cinco, que es el límite que nos habíamos propuesto. En este encuadre, tenemos la seguridad de que podremos lograr que el auditorio escuche, entienda y aprenda. Volveremos sobre esto en el apartado de adecuación. Estructurar el discurso adecuadamente le permitirá organizar su esquema de manera clara y sencilla, fácil de recordar, permitiéndole introducir las variaciones oportunas de acuerdo con la circunstancia. Atención: esta premisa es muy importante para evitar el razonable temor de “quedarse en blanco” y no saber cómo continuar. Si usted tiene un mapa trazado para realizar un viaje, no hay posibilidad alguna de detenerse y no saber “de dónde vengo y a dónde voy”. Permítame que le cuente acerca de mi último viaje a España e Italia, que fue muy elaborado previamente por las tres parejas que participaron de él. Llegamos a Madrid, sabiendo que disponíamos de itinerario perfectamente trazado en sus puntos principales: Barcelona, la Costa Azul, Florencia y Roma. Sabíamos de dónde salíamos, hacia dónde íbamos y de cuánto tiempo disponíamos. ¿Cómo era posible perderse? Si nos gustaba el lugar, nos quedábamos, en Benidorm o en Saint Tropez. Es más, llegamos con suficiente tiempo a Roma como para permitirnos continuar y detenernos en el lugar que más nos gustó de todo el viaje: Positano. Exactamente igual que la hoja de ruta de un viaje, se elabora el esquema de una conferencia. Esto le dará seguridad y, entonces, podrá detenerse en una playa que le guste, o en un tema que despierte el interés del auditorio; y también podrá apurar en una zona poco atractiva si va atrasado, tal cual en un discurso para ajustarse al tiempo. Pero nunca perderse. Basta saber sin lugar a dudas de dónde viene y a dónde va. Hace tiempo, resolvimos invitar a dos expertos docentes extranjeros a que nos dieran un curso breve de su especialidad, en nuestros departamentos de Pediatría y Obstetricia del Hospital Alemán. Se trataba de los doctores Enrique Ostrea y Federico Mariona, este último de origen argentino, pero hace ya muchos años radicado en Estados

Ignacio Di Bártolo

veintiún días para nuestra excursión; retiramos nuestros autos con un

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Unidos. Cuando establecí contacto con ellos, aceptaron de buen grado la invitación, pero pidieron un año para prepararse. Tiempo después, conversando con ellos, les pregunté por qué demoraron tanto su viaje, si lo que le pedíamos era sólo que nos trasmitieran su experiencia en temas de su especialidad. Ambos coincidieron. No era por el fondo de lo que querían decirnos que necesitaban tiempo, sino por la forma de hacerlo. No era por el tema en sí, que seguramente dominaban por su ciencia y experiencia. Preparar la mejor exposición para llegar al nuevo auditorio les demandó ese lapso. Sus presentaciones fueron brillantes, útiles, fáciles de seguir. El planeamiento era perfecto; la colección de diapositivas estaba preparada con infinito cuidado. Nunca leyeron, pero las conferencias tenían un orden y una claridad tal que permitieron ser grabadas y trascriptas y su lectura resultó tan fácil y sencilla como la de un libro pulido y corregido

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hasta el detalle. Eso es respeto y consideración por el auditorio. A veces, como organizador de cursos y conferencias me sorprende comprobar con cuánta facilidad se aceptan, y muchas veces se descuidan, compromisos docentes que aparentemente no preocupan al orador. Yo diría, en general, que cuanto más joven es el invitado, menos importancia parece otorgarle a la responsabilidad de desarrollar un tema. Y es así como tantas veces compartí con ellos la amarga sensación del fracaso… Considero que los médicos deberían aprender a hablar en público desde el inicio y durante toda la carrera universitaria. Pero no es así, lo sé por experiencia. Muchos médicos residentes tienen dificultades para hacer la presentación de un caso incluso en un ateneo interno de su propio servicio. Quienes tienen la responsabilidad de formar a los nuevos profesionales deberían incorporar en su programa académico el entrenamiento y la práctica de una presentación sencilla de un caso e incluirla en la evaluación. “El herrero se hace en la forja, el nadador, nadando, y el orador, hablando.” Enséñenles a hacerlo bien. Julián Marías publicó en La Nación un artículo titulado “Una conferencia es probablemente una lata”. Quiero trascribir algunos conceptos que me parece esclarecen la idea que necesito trasmitir.


Dice Marías: “Tengo la impresión de que los oyentes son sensibles al hecho de que los conferenciantes hablen y no lean. Sienten que se dirigen a ellos, no que les están comunicando algo ya hecho de antemano. Suelo decir que una conferencia es probablemente una lata, pero si es leída resulta literalmente una lata de conserva. El conferenciante debe preparar, y mucho, su conferencia, y debe saber de qué va a hablar, pero no exactamente lo que va a decir, porque la forma debe surgir del diálogo silencioso con el público. Si se lee un texto se está cautivo de él, y sobre todo no se mira a los oyentes y es improbable que pase la corriente, que se establezca una comunicación vivaz. Se está perdiendo la costumbre de hablar. Hasta para las intervenciones brevísimas, acaso una simple presentación, se saca del bolsillo un papel. En el caso de las conferencias, no se advierte que la forma oral es, debe ser, bien distinta de la escrita, porque cada una tiene una estructura propia”. El consejo es: no piense en palabras, piense en ideas. Si las ideas las Preparemos todo, estudiemos casi de memoria la introducción. Y repasemos muchas veces el orden de las ideas de la conferencia. Si es posible y se anima, la mejor manera de exponer es sin papeles y sin atril. Si es necesario, tenga una hoja de ruta sencilla para seguir un orden en su disertación. Puede evitarse sabiendo los puntos a tocar tan claramente como el camino de su casa al trabajo. Y, por último, si no puede y no hay otra forma de hacerlo, lea su disertación. Pero aprenda a leer una charla en el apartado correspondiente de este libro. Lo más importante es disfrutar de su compromiso, no sufrirlo.

3. Ajuste del tiempo ¿Cómo procede un profesional responsable cuando se lo invita a intervenir con un tema de su especialidad en un congreso médico, en una conferencia informativa o participativa o como parte de un curso?

Ignacio Di Bártolo

hemos aclarado y puesto en orden, las palabras fluyen con facilidad.

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Agradece la distinción de la que ha sido objeto y comienza a ultimar los detalles: día, hora, lugar, tipo de auditorio, tiempo y tema. Todo es conversable en este primer acercamiento. Se puede casi siempre conciliar la fecha, adaptándola a las posibilidades, y sobre todas las cosas se puede conversar acerca de la factibilidad de desarrollar un tema en el tiempo previsto. Nadie mejor que el experto puede informarnos si debe haber una modificación, un corte o un límite en él. Por ejemplo: tras la sugerencia de las numerosas familias con hijos que habitan en el mismo predio donde tengo mi casa, invité a la médica psiquiatra Mónica Oliver a que nos diera una charla sobre los conflictos emocionales de los niños en las distintas etapas de su infancia. La doctora aceptó complacida la invitación, pero me sugirió limitar el tema a una determinada edad o multiplicar las charlas para abarcar todas las edades del niño. Hasta ese momento, nosotros solo había-

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mos recibido invitados para conferencias unitarias. Pero planteado así el problema entre todos resolvimos preguntarle cuántas charlas serían necesarias para satisfacer nuestras inquietudes. La doctora nos sugirió cuatro pláticas, una por semana, que abarcarían al niño en el primer año de vida, al niño en edad preescolar, al niño en edad escolar y pubertad y adolescencia. Fue entonces un curso, no ya una conferencia, pero la Dra. Oliver, a través de su experiencia, colmó con creces nuestras expectativas, y sus charlas fueron altamente provechosas para los padres de los niños de distintas edades. Para todos fue fácil comprender que hubiera sido un despropósito pretender abarcar todo en una sola sesión. Antes de aceptar su compromiso, usted debe limitar o seleccionar su tema y reducirlo a la extensión conveniente para ajustarse al tiempo de que dispone. No se equivoque. Si pretendió mucho, abarcará poco, y defraudará a quien lo escuche. Por las razones expuestas, aconsejamos en forma de premisa: limite su tema. La conferencia o su bosquejo en ideas deben escribirse según hemos visto en el capítulo de planeamiento. Entonces, viene el momento de practicarla, leyéndola primero en voz alta y repitiéndola después con sus palabras, según el orden establecido. Sincronice en ese


momento si su trabajo se ajusta al tiempo previsto. No olvide calcular los minutos que lleva el uso de los apoyos visuales. Quiero transcribir aquí algunas frases de un libro muy interesante del Dr. Juan Antonio Vallejo Nágera, médico español profesor de oratoria. El libro, que lleva más de treinta reimpresiones, se llama Aprender a hablar en público hoy (editorial Planeta) y dice así: “Repase en su memoria todas las ocasiones en que ha formado parte de un auditorio y ha escuchado hablar a otras personas. Son centenares, quizá miles. Ahora sea sincero, ¿recuerda un solo caso en que un orador le haya hecho mal efecto porque habló menos del tiempo estipulado? Ni uno. Siempre se le habrá agradecido. En cambio, ¿cuántos oradores que hablan bien, incluso muy bien, han provocado su irritación porque prolongaron excesivamente su presentación? Muchos. No sea usted uno de ellos”. Se debe ser muy concreto en relación con el tiempo previsto para su intervención. Como organizador, no conviene ser poco claro o permisivo con los invitados. Si su propuesta es “de diez a quince minutos”, eso larguísimos minutos de diferencia, cada uno con sesenta segundos, uno tras otro. Un minuto en oratoria informativa profesional es, como dice Vallejo Nágera, “un minutazo”. Según hemos apuntado, la conferencia consta de tres partes: introducción, cuerpo y conclusiones. Como veremos, cada una de ellas es igualmente importante, aunque se le destine diferente tiempo cronológico. La introducción y las conclusiones juntas son de corta duración, mucho más breves que el cuerpo. Es necesario tener presente que quien vino a escucharlo cerrará su mente en el tiempo previsto. Todos tenemos mucho que hacer. Nuestro tiempo está casi siempre cronometrado, y si nos hemos dispuesto a escuchar una conferencia de 19 a 20 hs., a las 20:05 empezaremos a preguntarnos a qué hora se callará el disertante o si no será mejor retirarse subrepticiamente del salón. Aunque lo evitemos, estaremos ya mal predispuestos para atender. Y probablemente el orador perderá a su público en el momento de las conclusiones, cuando se dispone a redondear su conferencia, puntualizando las premisas de real y positivo valor, extraídas de las ideas desarrolladas.

Ignacio Di Bártolo

ya evidencia una falta de consideración para con el público. Hay cinco

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Si debe terminar a las 20, cierre su conferencia unos minutos antes, sorprenderá agradablemente a su auditorio y lo encontrará complacido de participar en el tema, aportando su inquietud y su experiencia. Cualquiera de nosotros puede recordar excelentes conferencias que nos dejaron con ganas de seguir escuchando. Y seguramente nos olvidamos otras disertaciones interminables, en las que parece que el orador va a concluir cuando realiza una pausa y resulta que no es así, que continúa sin mirar el reloj, martirizando a los pocos oyentes que no abandonan la sala por un principio elemental de cortesía. Una buena práctica será que el disertante coloque sobre la mesa su reloj para controlar la duración de la conferencia, teniendo cuidado de consultarlo discretamente, para terminar la exposición en el tiempo previsto. También es cierto que hubo oportunidades –las menos– en que

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nuestros invitados ajustaron tan mal su tiempo, que se les acabó el tema a los veinte minutos en una conferencia prevista para una hora. Pocas veces me sentí tan mal como organizador del curso. Me imagino cómo se habrán sentido ellos sin nada más que decir, cuando los más rezagados del público recién llegaban. El ajuste del tiempo significa eso, ni más ni menos. Justamente lo que estaba programado y esperado.

4. Apoyos visuales La empresa 3M informa en una de sus investigaciones que las personas retienen solo un 10% de lo que oyen durante una presentación y alrededor de un 20% de lo que ven, pero aproximadamente un 50% de lo que ven y oyen al mismo tiempo. Es indudable que el uso apropiado de los apoyos visuales ayuda a mantener al público concentrado y aumenta el entendimiento y la retención de lo expuesto. Pero debe usarlos bien. Las demoras y confusiones provocadas por las fallas en los equipos pueden arruinar la conferencia mejor planeada.


El Toastmasters International aconseja para los apoyos visuales: • Evite usarlos demasiado: utilícelos para realzar su discurso y no como sustituto. • Háblele al público, no a la presentación visual. • Deje las luces encendidas: si es necesario, reduzca la intensidad de la luz, pero asegúrese de que puede ver a su público y de que este pueda verlo a usted. • Todos en la sala deben lograr ver sin dificultad las proyecciones: use letras suficientemente grandes como para que todos puedan leerlas. • Haga gráficos sencillos: limítese a puntualizar una cosa importante por gráfico. • Ilustre solamente los puntos clave de su discurso: si se usan demasiados apoyos visuales, pierden impacto. • Practique utilizar apoyos visuales antes de la conferencia: esté ab-

asegura que no habrá fallas en los equipos. Esté preparado para cubrirse si los equipos fallan. Existe una amplia gama de posibilidades para decidir en cada caso qué apoyos visuales serán más convenientes.

Material impreso (Handouts): La entrega previa de una hoja impresa para la ocasión habla del respeto y la dedicación del orador para con su público. Puede ser el resumen de aquello sobre lo cual disertará, un artículo fotocopiado que profundice o afirme otros conceptos, un cuadro sinóptico que simplifique y aclare o cualquier otra forma de apoyo a sus palabras. Su mayor ventaja puede ser la de evitar la pérdida del contacto visual con un auditorio que deba tomar apuntes. Su mayor desventaja es que pueden distraer a los oyentes y desviar la atención directa al orador.

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solutamente seguro de la tecnología a utilizar. • Tenga un plan de emergencia: inclusive la mejor planificación no

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Ese material jamás debe repartirse durante la presentación. Siempre debe hacerse antes de comenzar, o mejor después, y en ese caso aclarando que no es necesario tomar apuntes, ya que se ha previsto su distribución al retirarse. Pizarrón o pizarra con marcadores: Se usan solo para apoyarse en la aclaración de temas o ejemplos que surgen espontáneamente durante la disertación. Sin duda, la mayor ventaja es la sencillez y fácil disponibilidad, y su gran desventaja es la pérdida de contacto con el público mientras se escribe. Tener en una pizarra los ítems que se van desarrollando puede ser muy útil para el orador y para su público. Pizarras interactivas: LA PALABRA DEL MÉDICO

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Las pizarras interactivas (Smart, Star, etc.) son en la actualidad una potente herramienta de trabajo, aunque como es natural no están al alcance de todos los presupuestos. Son especialmente útiles en las presentaciones profesionales y en las actividades grupales: reuniones, talleres, seminarios y ateneos científicos. Algunas pizarras interactivas incluyen un programa de instalación, que genera unísono en el escritorio de la computadora a la cual está conectada, pudiendo así realizar presentaciones a distancia. Rotafolios: Se usan de manera similar a los pizarrones, pero con la ventaja de que pueden guardarse las hojas ya escritas y que no es necesario borrar. Tenga en cuenta que la letra manuscrita es a menudo difícil de leer. Además, el rotafolios solo debe usarse con poco público por la limitación del tamaño de la letra que puede utilizarse.


Multimedia: Con el desarrollo de la informática, podemos contar con software relacionado con presentaciones en computadoras. (por ejemplo, Power Point). Por medio de programas diseñados para tal efecto, se preparan las diferentes diapositivas con las frases, los dibujos –animados o no– y los gráficos que se desean exhibir, y esto se trasmite a través de un cañón de proyección. Sin dudas, esta es la mejor manera de ilustrar una presentación. La preparación de una diapositiva con Power Point es sencilla. Requiere un poco de práctica, pero sus ventajas la hacen poco menos que irremplazable en el momento actual. En el ámbito empresarial, ya no se concibe armar una presentación sin este aporte. Se puede elegir un autodiseño, aceptar una planilla prediseñada o manejarse con un asistente del mismo programa. Prezi ofrece un modelo alternativo al de Windows o Mac, en el cual, en lugar de las sucesivas diapositivas, se puede mover por un paisaje En general, para nuestro objetivo de ilustrar nuestras conferencias médicas, tiene un uso muy limitado. En 2016, cuatro profesores de oratoria hicimos el curso de Prezi. Todos coincidimos en que no tiene aplicación en lo nuestro. Las proyecciones deben tener pocos renglones, pocas palabras por renglón, usarse con moderación y poder interpretarse con rapidez. Esto se conoce mundialmente como la regla del siete.

PROYECCIONES: REGLA DEL No más de: • 7 renglones • 7 palabras por renglón • 7 cada 20 minutos • 7 segundos para interpretarlas

También es importante tener en cuenta el tamaño de las letras aceptadas como apropiadas para la confección de las proyecciones y algunos consejos que nuestra academia propone en las presentaciones profesionales y/o empresariales.

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bidimensional ampliando y alejando lo que se quiere enfocar.

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Legibilidad 12 a 18

Legibilidad 24

(Ilegible)

(Mínima)

Legibilidad 32 a 36 (Recomendada)

Legibilidad 44 (Títulos)

Legibilidad 54 ¡Está gritando! Proyecciones profesionales “Principio KISS”

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• Sintéticas y sobrias • Letra clara sobre fondo oscuro (o al revés) • Use mayúscula y minúscula, pocas veces negrita • Presente los números siempre en gráficos • Genere proyecciones autosustentables • Use titulares, como lo hacen los diarios • Sólo lo imprescindible, sin alarde técnico Principio KISS significa: “keep it short and simple” (que sea breve y simple)

Los colores deben resaltar títulos y subtítulos. La proyección deber ser vista y leída por todo el auditorio. La calidad de la proyección es importante, pero es preferible perder parte de ella y no el diálogo visual establecido con el auditorio. Usted puede atenuar la luz, pero no apagarla. Las imágenes sirven para reforzar la palabra, no para lucirlas. Tampoco deben ser “machetes iluminados” o ayuda memoria, y mucho menos, excusa para escondernos del público.

Las proyecciones tienen códigos internacionales


Objetos o material ilustrativo: Es muy frecuente que, en bien de la claridad de la exposición, acompañemos nuestra plática con elementos visuales para ilustrar la palabra. En una conferencia médica, un aparato moderno; si se trata de historia, un mapa; si nos referimos al arte, la reproducción de un cuadro famoso o de un trabajo arquitectónico; en un informe empresarial, la presentación de un nuevo producto, etcétera. Es necesario en estos casos tener presentes algunas consideraciones que reconocemos positivas y que trataremos de resumir a manera de premisas: • Mantenga el material ilustrativo fuera de la vista hasta presentarlo en el momento oportuno. • No fije la vista en el objeto mientras habla. Usted intenta comunicarse con el auditorio, no con los objetos. • Asegúrese de que el material empleado tenga un tamaño suficiente

ble que no vuelva a recuperar la atención del público. • No abrume al auditorio con exceso de material. • Tenga prevista la posibilidad de que fracase alguno de los recursos ilustrativos (serenidad, comprensión, replanteo).

Lo que vaya a mostrar no debe estar a la vista ni circulando mientras usted habla Para terminar este capítulo, quisiera hacer algunas reflexiones personales: Acabo de releerlo. Está bien. Técnico y frío. Todo lo que está escrito vale. Pero hay muchas cosas propias de la experiencia personal que faltan. Falta mencionar la infinidad de errores que yo mismo cometía antes de estudiar a fondo oratoria y la gran cantidad de horrores que sigo observando en gente preparada, docentes, empresarios y profesionales de reconocida trayectoria.

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para que todos los asistentes puedan distinguirlo con claridad. • Nunca haga circular un objeto mientras está hablando. Es proba-

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Como auditorio, puedo asegurar que son muy pocos los que manejan bien los apoyos visuales. Después de haber leído con prolijidad este capítulo, obsérvelo usted mismo. Están los que no se preocuparon por “visualizar” su conferencia, los que abruman con su exceso, los que las preparan mal y a último momento; están quienes no prueban los dispositivos técnicos ni adoptan recaudos en caso de eventuales contingencias, los que no prevén si podrán ser vistos por todo el auditorio, los que hacen circular objetos “perdiendo” a su público, y muchos horrores más que usted mismo puede ahora reconocer. Naturalmente que para poder reconocer nuestros errores es necesario un poco de humildad y flexibilidad para poder cambiar las costumbres que tenemos, muchas veces tan arraigadas. Con el avance de los elementos técnicos, surge un nuevo riesgo: exceso de confianza en que los medios audiovisuales reemplazarán con ven-

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tajas al orador. Y esto nunca va a ser posible. Sin duda, pueden hacer más agradable o interesante una presentación, pero no debe permitirse que se conviertan en los protagonistas de sus charlas. El orador es –debe ser– el mejor audiovisual de una conferencia.

5.Conclusiones La experiencia de un orador es más notable en el comienzo y en el final de una conferencia. Sin duda, son los momentos más importantes y difíciles y, también, los más descuidados por los inexpertos. Un final debe ser preparado con tiempo. Dejémoslo como premisa: el silencio final también se prepara. Esta frase tan elocuente no me pertenece. Es de uno de los autores consultados. En estos breves minutos de la conclusión, se arriesga todo lo que pudo haberse logrado en la exposición. Lo que suele ocurrir es que el orador inexperto, que realizó un gran esfuerzo de recopilación de datos y experiencia y un correcto planeamiento de la presentación, deja librado a la improvisación el cierre. Y es así como surgen los lugares comunes que deslucen y le restan merecido brillo a la tarea realizada.


“Bueno, creo que no tengo nada más que decir…”; “habría muchas cosas más que decir, pero no tengo más tiempo…”, etc. Otras veces, nos damos cuenta de que el orador terminó por su mirada al director del curso o porque abandona la tribuna sin más. En una conferencia bien elaborada, la conclusión debe llegar cuando el orador no tiene nada más que decir sobre el tema y, por lo tanto, puede enunciarla sin más. La habilidad del orador nos permitirá inferir el final de su exposición sin que deba anunciarlo. La conclusión no debe ser larga. Su valor radica en la sencillez y claridad. Nunca debe dejarse para el final el aporte de un nuevo pensamiento accesorio o complementario. Lo que no se dijo en su momento no se puede decir en la conclusión. Entiéndase. Esta parte tan importante merece especial dedicación y respeto. No hay reglas fijas sobre la forma de elaborar la conclusión. Cuando hayamos terminado la preparación de la conferencia, pensaremos qué final sería apropiado, poniéndonos en el lugar de quien nos escucha, en sus intereses e

a. Resumiendo lo dicho Este principio es puesto en práctica habitualmente por el periodismo escrito o televisivo. Se comienza con el resumen de lo que se va a decir, después se lo desarrolla ampliándolo y explicándolo y finalmente se sintetiza lo dicho. Muchos oradores, habituados a la expresión escrita, recusan la repetición. En la expresión oral es indispensable. Repita sin temor, con fuerza, y se mostrará consciente y responsable, ayudará a fijar en la mente de los oyentes las premisas de valor que usted considera importante recalcar. Este concepto es especialmente significativo en oratoria informativa, que suele ser el objetivo de las presentaciones en medicina. b. Agradeciendo o elogiando con sinceridad Mucho de lo que aquí decimos no es más que un ejercicio de sentido común. Cuando hace casi cuarenta años me tocó viajar por la provincia

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inquietudes. Consideremos algunos ejemplos posibles de conclusiones:

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de San Luis, en un plan de docencia para el tratamiento de la deshidratación, muchos de los médicos ya mayores que fueron a escucharnos viajaron desde puntos muy distantes, por caminos difíciles, y nos dedicaron horas que podían haber aprovechado para descansar de la fatigosa tarea de médico rural. La conclusión de mis charlas fue una emotiva reflexión sobre el valor de su trabajo y un sincero agradecimiento por haberme escuchado con atención y respeto. c. Motivando a la acción Este sería un final elaborado para llamar al público a la acción o lograr que algo determinado suceda: una donación, la firma de un petitorio o el compromiso de colaborar en un proyecto, etc. Por ejemplo, si necesitamos generar alguna acción concreta para promover la detección

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precoz de la toxoplasmosis en mujeres embarazadas. d. Con una cita o un ejemplo Seguramente se elegirá una cita relevante. Puede ser positivo el cierre de un discurso o de una conferencia con una frase vigorosa o una cita elocuente. Como dijo Alberto Agrest, maestro de la medicina argentina, “más vale un instructor al lado que un sabio en el estrado”. Hace poco tiempo, leí con detenimiento el libro del profesor Manuel Couto Rodríguez y reparé en unos esquemas sobre intensidad comunicativa, que me parecieron muy interesantes. Dice Couto Rodríguez: “La intensidad es como una música de fondo oculta en la composición de su discurso, que imprime dinamismo a su intervención”. A continuación, se analizan los distintos tipos posibles de estructura, que podemos sintetizar como sigue:


El primer ejemplo es claramente desaconsejable. Este esquema carece de fuerza. Se desarrolla con monotonía y termina sin entusiasmo. gloria. Nadie lo recordará. En el segundo, se imprime un grado de intensidad medio-alto en la introducción. Frases vivas, cortas, importantes (shock técnico). Se realiza una pausa. Al iniciar el cuerpo de la disertación, la intensidad disminuye. Ya tengo conmigo al público interesado en el tema. Bajo el tono, disminuyo el ritmo. Pretendo la concentración, pero evito el agotamiento de una atención extrema. Observe en el tercer diagrama que en la línea de intensidad en que se desarrolla el cuerpo hay unas cuñas (banderines). Rompen el ritmo y despabilan a los oyentes. Puede ser una anécdota simpática o un dato espectacular, nuevo o revelador. Intente sorprender al público y luego retome el ritmo anterior. En el desenlace, se sube al punto más alto de intensidad, debe ser algo evidente hasta en el tono de voz, los gestos, las frases cortas contundentes y brillantes. Afirma Siegfried: “Hace falta mucho arte para terminar con una fórmula que resuene netamente como una puerta al cerrarse”. Esta es sin duda la manera más profesional y efectiva de comunicar un mensaje. Pero se necesita mucha práctica y experiencia. Es el

Ignacio Di Bártolo

Está en contra de todas las reglas de la oratoria actual. Pasa sin pena ni

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esquema más difícil y requiere ensayo. Es más para una actuación que para la presentación profesional. El esquema número dos es también válido y más sencillo. Se empieza con una introducción de intensidad media-alta y luego continúa con una intensidad media-baja. Finaliza con una intensidad similar a la de la introducción. Este esquema es más fácil, pero también menos espectacular; es recomendable para el principiante. Como se puede observar, va in crescendo. En el esquema siguiente, se muestra cuál debe ser la distribución temporal en relación con la importancia de cada una de las partes de un discurso.

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Parte del discurso

Importancia

Asignación en tiempo

Introducción

1/3

1/10

Cuerpo

1/3

8/10

Conclusiones

1/3

1/10

Como puede verse, la importancia de la introducción, el cuerpo y la conclusión es similar, pero la asignación en tiempo es totalmente distinta. Por lo tanto, la elaboración de la introducción y las conclusiones (solo el 20% del tiempo) debe ser especialmente cuidadosa. Debe aprenderse casi de memoria, concientizando, según hemos visto en los esquemas, la relevancia psicológica que poseen. Módulo III: Auditorio (Público) 1. Impresión general Nada debe quedar librado al azar. En la mayoría de los casos, el orador que causa una pobre impresión al auditorio lo hace por no haberse preocupado, por descuidar detalles que darán forma a la primera impresión que el auditorio adquirirá. Llegue con suficiente anticipación como para tener tiempo de cuidar todos los detalles. Diríjase al organizador. Interésese acerca de quién será el encargado de presentarlo y entréguele por escrito una


breve síntesis de su currículum. La importancia de la presentación es enorme. Es probable que en ese medio no conozcan al invitado e ignoren el valor que tienen sus palabras. En general, el público está dispuesto a otorgar crédito al orador, pero el monto de ese crédito depende de quien lo presente. Resulta increíble la cantidad de veces que a lo largo de mi labor docente he visto errores en la presentación de un orador. Quien piense que hacer una presentación es fácil y puede improvisarse desconoce las más elementales reglas de la oratoria efectiva. Una presentación tendría que interesarnos en el tema, hasta inducirnos a escuchar la exposición. A continuación, debería describirnos las credenciales profesionales del orador que demuestran su competencia para exponer sobre ese tema. El breve lapso de dos minutos que se le conceden a la persona que presenta exige una sencilla aunque cuidadosa preparación. El esquema se basa en tres puntos principales: orador ha dado a su ponencia. 2. Importancia. Para resaltar la importancia que tiene el tema a abordar, conviene relacionarlo con las inquietudes y los intereses del auditorio. 3. Orador. Títulos, trabajos sobresalientes, premios y estudios realizados sobre el tema a desarrollar son las razones por las cuales es digno de fe. Su nombre debe enunciarse sin errores y con la máxima claridad. Si bien es necesario preparar concienzudamente la presentación, esta debe ser espontánea y cordial, evitando el lucimiento personal y las frases hechas, como “es un honor para mí…” o “no hay necesidad de presentar a…”. Sea medido con los halagos y elogios que abruman al orador y predisponen de manera negativa al auditorio. Dale Carnegie propone una regla mnemotécnica para recordar el orden que debe tener una presentación organizada: TIO = Tema, Importancia, Orador

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1. Tema. Un buen comienzo es dejar aclarado el título exacto que el

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Después de ser presentado en tantas charlas, conferencias o cursos, por fin lo aprendí: nunca debo confiar en el presentador. Podría contar infinidad de historias con los errores cometidos, y con seguridad el lector también tendrá su repertorio. Errores en la pronunciación del apellido, falencia en la descripción de los títulos, desconocimiento del tema del que voy a hablar, torpe lectura de los antecedentes docentes, etc. Muchas otras veces la presentación está llena de lugares comunes, es demasiado larga o es a todas luces insuficiente. Consciente de esta realidad, sugiero que puede reducirse el riesgo de una mala presentación controlándola en todo lo que sea posible. Un buen recurso es entregarla por escrito. A continuación, nuestro experimentado invitado pedirá ver el salón donde va a desarrollarse la conferencia. Un rápido examen le permitirá

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imaginar el lugar desde donde va a hablar y calcular con anticipación cuál va a ser su movimiento en la tribuna, para usar el micrófono, escribir en el rotafolios o pizarrón y señalar la pantalla donde se proyectarán sus diapositivas o filminas para que puedan ser vistas con facilidad desde todos los ángulos del salón. Averiguará con el encargado de la proyección el tipo de aparato que se usará, determinará la distancia para que su tamaño no sobrepase la pantalla, establecerá el orden y la iluminación apropiados, las probará en su presencia y se pondrá de acuerdo con esa persona para entenderse en las pausas y los movimientos. Planificar los detalles es sencillo si se tiene algo de experiencia oratoria. Llevarlo a la práctica es muchas veces difícil y complicado: mover una pesada mesa de su lugar, correr una pantalla de proyección, colocar un aparato a suficiente altura para que las imágenes puedan verse en toda la sala, retirar un podio de madera para hablar con todo el cuerpo, etc., no son cosas que puedan hacerse en pocos minutos y sin ayuda. Todo esto debe ser previsto con anticipación. Jamás frente al público o a último momento. Ahora sí. Ya está todo listo. A descansar o a conversar con tranquilidad. El orador ideal, este que intento describir, sabe positivamente que ya está jugado. Faltan sólo detalles que hacen a la impresión general que uno pueda producir en el auditorio, pero es tarde para preparar algo


nuevo o para estudiar su ponencia. A lo sumo, puede hacerse una breve revista del orden de su exposición. Pero la mejor manera de utilizar ese tiempo de espera es descansando para poder presentarse fresco y alerta en el compromiso contraído, favoreciendo su imagen visual. Aunque la imagen no es el aspecto más importante, es la primera impresión que recibe el público del orador. Resulta difícil cambiar las primeras impresiones. Así como la introducción de la exposición puede brindar al auditorio un motivo para seguir escuchando, su aspecto físico, su ropa, adecuadamente sobria y de colores bien combinados, envían señales significativas de su personalidad, que pueden favorecerlo o perjudicarlo. El auditorio tiene tiempo de sobra para examinar el cuello de su camisa, las arrugas de sus pantalones o la prolijidad de su calzado. Es de sentido común que, para elegir la ropa con la cual se vestirá para la presentación, hay que adaptarse a la conducta colectiva dentro del estilo que le es propio. Y casi siempre es así, pero seguramente todos tenemos recuerdos de graves errores de algún orador. Tengo un universitario. Fuimos todos los de la familia íntima a participar del acontecimiento, orgullosos, sonrientes y, como es natural, muy bien vestidos. Una de las personalidades que habló en el acto estaba con pulóver, bufanda y camisa sin corbata. Sumado a eso el discurso fue pésimo, inadecuado y mal ajustado al tiempo. Sin embargo, ahora que lo pienso, creo que todo lo dicho se deslució por la descortesía de su presencia física. El extremo opuesto también es desaconsejable. Actualmente, se haría mal papel en el estrado con un inoportuno alarde de sastrería. Basta con vestirse acorde con los que están mejor vestidos entre el público. Conviene no parecer “que se ha vestido para hablar”. El tema, el auditorio y las condiciones ambientales dictan el código en el vestir. Debe usarse la ropa adecuada también para uno mismo, aquella que le quede lo suficientemente holgada como para sentirse cómodo al abrocharse y gesticular. No se ponga ropa que no haya usado nunca. Claro que recuerdo aquellos oradores cuya brillante conferencia me hizo olvidar una mala impresión inicial. Pero ¿será tan buena la nuestra como para descuidar un punto tan importante? Por las dudas: cuide su imagen personal.

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recuerdo del día en que distinguieron a uno de mis hijos con un premio

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Si su participación es parte de un curso o un simposio donde son varios los oradores, su obligación es escuchar a los demás. Mientras los otros oradores hablan, usted observará la atención del público, aprovechando la detección de los intereses particulares y adecuando a ellos su exposición. Puede apuntar aquellas palabras de los otros oradores que apoyen su presentación y luego relacionar ambos trabajos agregándole su mirada personal. Si logra evitar un estereotipado, impersonal y frío monólogo, la reunión toda ganará en coherencia y armonía.

2. Adecuación Ya conocemos casi todas las herramientas indispensables para la comunicación oral. Ahora debemos seleccionar las que se necesitan en

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cada caso particular. Es igual que salir de pesca. Tengo todos los elementos necesarios y los llevo en mi caja de pesca. Pero elegiré cuáles voy a usar de acuerdo al objetivo que me propongo. No uso las mismas herramientas si quiero pescar dorado que cuando busco pejerreyes. Si así lo hiciera, seguro fracasaría por más precisos y costosos que fueran los elementos incluidos en la caja. Es el pez el que decide lo que quiere picar, y yo debo saberlo. Una estupenda conferencia o una presentación brillante puede fracasar sólo porque al prepararse no se haya pensado con suficiente cuidado en el destinatario del mensaje que se pretende comunicar, por no haber evaluado las características de la audiencia. Cuando más sepa de su público, sabrá más acerca de qué palabras elegir. Su primera fuente de información es la persona que lo invita a hablar. Usted necesita conocer los intereses de su auditorio y saber qué formación tienen todos. Si hay otros oradores, escúchelos con atención. Apóyese en sus palabras y evite innecesarias repeticiones. Si un programa es largo, sea breve y concreto. Si el acto se prolongó más de lo necesario, su discurso será inolvidable si lo reduce de veinte a solo dos minutos. A veces mis amigos se sorprenden cuando no acepto compromisos porque debo “prepararme” para participar o dirigir un curso de oratoria. Saben que hace ya más de veinte años que lo hago y es difícil


comprender para quien no está en el tema. Es que cada grupo es un nuevo desafío, cada presentación debe ser la adecuada para la audiencia. Tengo en mi computadora cerca de mil proyecciones y usaré por ciclo menos de la cuarta parte. Pero deben ser las apropiadas para el interés de los participantes. Puede ser que ninguna de las que tengo sea útil, y deba elaborar las que considere necesarias.

3. “Nociones fecundas” El concepto “nociones fecundas” no es sencillo de comprender y, sin embargo, es un punto clave en nuestro programa de estudio. Necesitamos una explicación de sus fundamentos. En mis épocas de residente, varios médicos jóvenes nos reuníamos en grupo a leer y discutir trabajos recientes de la literatura médica de la especialidad. Uno de nosotros, el Dr. Hugo Cortese, al fin de cada nominaba “nociones fecundas”, esto es, ideas claras, conceptos rescatables, premisas originales o como quiera llamarse, y los resumía en pocas frases que consideraba de valor en el trabajo leído. Así acuñamos el término. A lo largo de los años que pasaron, conservé esa costumbre, y en todos los trabajos que he leído y conferencias que he escuchado, han quedado grabados en mis apuntes sólo las “nociones fecundas” que para mí merecían retenerse. No niego que a veces quedaba mi hoja en blanco: la conferencia o el trabajo no me dejaba nada digno de registrarse. Es natural comprender que cada uno, al compenetrarse de un trabajo oral o escrito, extraiga sus propias conclusiones o “nociones fecundas”, que pueden no ser las mismas para todos. Si se trata de un tema que uno domina, quizá puedan rescatarse uno o dos conceptos de valor. En caso de transitar un camino nuevo, muchas serán las premisas registrables. Y es por eso que los apuntes son siempre algo que conviene hacer uno mismo. A medida que se gana experiencia y aumenta nuestro caudal de conocimientos, nos ponemos cada vez más críticos y exigentes. ¿Qué puede decírsenos que no hayamos leído o escuchado? Sin embargo,

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lectura siempre sintetizaba lo que habíamos escuchado, en lo que él de-

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casi siempre hay algo, un concepto nuevo, un enfoque distinto, una idea original. Y esa será la que quede registrada en nuestros apuntes, para grabarla después en la memoria. Y por la riqueza en “nociones fecundas” valoraremos el trabajo o la conferencia y sentiremos que ganamos o perdimos el tiempo que le dedicamos. Todo esto vale desde el punto de vista del auditorio. Pero yo orador, yo conferenciante, ¿cómo hago para darle a mi tema “nociones fecundas”, para enriquecer mi charla, para valorizar mi trabajo en este punto? Dale Carnegie, experto instructor de mil cursos de oratoria, nos ha dejado escrito: La preparación de una conferencia no consiste solo en extraer ideas de segunda mano de libros o artículos sobre el tema. Consiste por el

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contrario en penetrar en lo más profundo de su mente, y sacar a luz algunas convicciones fundamentales (o “nociones fecundas”) que allí se han acumulado en el curso de su existencia. No dude en ningún momento de que allí se encuentra el material preciso. Allí está: en grandes cantidades esperando que Ud. lo descubra. No menosprecie ese tesoro de su experiencia como algo demasiado personal, falto de interés para el público. Aristóteles, más de dos mil años antes que Carnegie, escribía ya en su célebre Retórica: Atención se presta a las cosas que son importantes y a las que son propias. No hay que perder el tiempo en lo que se está de acuerdo y es conocido. Una vez que las cosas son claras, es preciso que se reiteren. La orden es hacer repeticiones, para que no pasen inadvertidas y sean retenidas.


4. Posibilidad de memorizar Este capítulo tiene especial importancia en elocuencia didáctica, llamada también académica. Su objeto específico es informar, trasmitir conocimientos, enseñar. Hasta ahora nos hemos ocupado de delinear las condiciones requeridas para que el orador sea escuchado con atención y respeto (personalidad, estilo, dicción, movimiento y manejo de situaciones) y para que su conferencia, por su correcto planeamiento, sea entendida en todo su desarrollo (introducción, cuerpo y conclusión). Es necesario tener presente que, aun cumpliendo todos los requisitos enunciados, un brillante orador y una estupenda conferencia pueden fracasar por no cumplirse uno de sus tres objetivos: el auditorio no aprendió. Tiempo perdido. Mal docente. Necesidad de replanteo del tema. Para que el auditorio aprenda, es necesario conocer los alcances y las limitaciones del público. En principio, puede afirmarse que casi siempre, si la presentación está bien llevada, el auditorio llega a entenal público a retener lo aprendido. La curva de la memoria cae de manera muy rápida. En un estudio practicado en la Universidad de Yale, se demostró que aun escuchando con atención a un docente olvidamos el 40% de su conferencia en veinte minutos, el 60% en medio día y el 90% hacia el fin de la semana. Terrible, pero cierto. ¡Cuánto tiempo perdido! ¡Cuánto trabajo inútil! Por eso, para cumplir uno de los objetivos básicos de un docente establezcamos como premisa: mejor transmitir menos información y que perdure que más y que se olvide. La posibilidad de retener lo escuchado por parte del auditorio puede ser facilitada por la habilidad del orador. Existen para ello demostrados y valiosos recursos para que quien planee una conferencia didáctica los tenga muy en cuenta. Uno de ellos, de indudable valor, es el de ilustrar con historias reales la información que queremos trasmitir. Se trata del relato de anécdotas: ese error que cometimos, ese acierto feliz. Tales recuerdos son imborrables, de algún modo volvemos a vivirlos mientras los relatamos y cobran gran valor didáctico.

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der aun cuando las cuestiones sean complejas, pero nada puede ayudar

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Pensemos: ¿quién de nosotros no tiene el amargo recuerdo de un error en su actividad profesional? ¿Cuántos de nosotros conservamos la gratitud y el cariño de un paciente que sostiene que “le salvamos la vida”? Aciertos, muchos. Errores, algunos pero dolorosos. Todos tenemos recuerdos positivos y de los otros. Los debemos rescatar para que nuestra experiencia sea útil a otros, para que no se pierda. Compartamos las historias que constituyen nuestra experiencia actual. Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos tuvo la urgencia de preparar hombres para el combate. Trece millones de civiles tomaron estado militar en breve tiempo, y de la rapidez de su formación dependía la concreción de objetivos previstos. Se contrataron especialistas en Ciencias de la Educación, psicólogos, expertos docentes, y se elaboró un plan de adiestramiento que se llamó finalmente: “Entrenamiento Job de Instrucciones”.

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Probada su eficacia, su resultado fue espectacular. En la actualidad, se considera el mejor método de formación de personal para la industria de la paz. Se trata de un procedimiento que se basa en cuatro pasos sucesivos y escalonados en forma progresiva: a. Decir b. Mostrar c. Participar d. Insistir

a. Decir. Aprende el 2% Poco valor práctico tiene solo la palabra, es necesario afirmarla en imágenes. El docente fácil de escuchar es aquel que pone imágenes ante nuestra vista. El que emplea símbolos confusos, frases eruditas y lugares comunes no es atendido y sus palabras no son retenidas. El medio más seguro de despertar y mantener la atención consiste en expresarse de modo específico, definido, concreto, utilizando al máximo la terminología visual.


b. Mostrar. Aprende hasta el 10% Es inútil que pretenda enseñar cómo operar una incubadora de terapia intensiva sólo con palabras. Si puedo mostrarla, todo se aclara con rapidez. Ya no hay secretos, todo se simplifica. Es fácil de entender. Puedo no recordar, pero ya comprendí lo que se me enseñó.

c. Participar. Aprende hasta el 65% En nuestro ejemplo de la incubadora, muy valioso será que aquel o aquellos a quienes queremos enseñar participen en su desarme y posterior armado, y que personalmente regule la temperatura, la entrada de oxígeno y la humedad. Contando con algo así concreto, es fácil cumplir con los objetivos docentes, que nuestro tema sea escuchado, entendido y aprendido. Cuando no recordamos lo que nos dijo un orador, no siempre es con imágenes visuales o mostraciones concretas? d. Insistir. Aprende hasta el 90% Una vez que el auditorio recibió información teórica y práctica sobre el tema, ya casi todo está hecho. Solo queda un detalle que no nos cuesta esfuerzo, pero que tiene enorme valor para que sea posible memorizar lo aprendido: repetir. Insistir sobre lo dicho. Resumir lo que se ha visto y oído. Furet afirma este concepto estableciendo: “Para que se cumplan los objetivos, ordene su conferencia comenzando por el fin y repitiendo todo al final. Solo así conseguirá que se fije en la mente de los oyentes lo que quiera inculcar”. En el “Entrenamiento Job de Instrucciones”, el porcentaje de los que aprenden indica el grado de eficacia que puede lograrse a medida que se pone en práctica cada uno de los cuatro escalones, alcanzando hasta el 90% de efectividad si se cumplen todas las etapas. Siempre habrá, sin embargo, un 10% de nuestro público que no aprenderá aun con la técnica más depurada y los procedimientos más

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culpa nuestra. ¿Se habrá preocupado él por apuntalar nuestra memoria

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rigurosamente controlados. Por fortuna, son los menos, y aunque existen y son reconocidos, su presencia no impide la conclusión final de nuestro tema de hoy, extraída del ya citado informe Job: “Si el aprendiz no ha aprendido, el maestro no ha enseñado”.

5. Capacidad para entretener Para establecer un diálogo, son necesarios dos interlocutores. Si solo yo hablo, descuido la esencia del diálogo y lo transformo en monólogo; de la misma manera que quien por teléfono se explaya a sus anchas, sin saber si del otro lado de la línea siguen escuchándolo o si hace rato cortaron la comunicación y lo dejaron hablando solo. Es probable que este ejemplo del teléfono nos sirva para desa-

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rrollar la idea central que nos anima en este tema “capacidad para entretener”. Es que no se concibe que una conferencia resulte entretenida si no hay especial preocupación por mantener el diálogo orador-auditorio. No habrá fórmula más sencilla para quien escucha aburrido que cortar subrepticiamente la comunicación y dejar al orador hablando solo, mientras se libera el pensamiento para que vuele por horizontes más divertidos, o por lo menos más importantes (zapping mental). Es evidente que la comunicación entre los humanos se establece a dos niveles: uno visible, el de las palabras pronunciadas; otro secreto, el de las intenciones profundas. Lo intelectual y lo afectivo. “Afectividad” es la palabra que emplean los especialistas para designar los procesos no verbales de la comunicación. Esos extraños y complicados fenómenos son los que acercan o rechazan a la dupla auditorio-orador. Hay una experiencia clásica en psicología que demuestra que lo esencial de la comunicación no está en las palabras que se dicen. Se registra un mismo texto de saludo y bienvenida pronunciado por tres distintos oradores. El primero lo pronuncia con entusiasmo y una amplia sonrisa. El segundo, de la manera más neutra posible. El tercero, en tono seco y monótono.


La experiencia demuestra que este último, aunque dice las mismas palabras amables y corteses que los otros, suscita la antipatía del público encuestado, y no pocas veces su irritación. ¿Qué queremos decir con “simpático”? Pocas palabras hay de uso tan general cuyo significado sea tan impreciso. El Diccionario de la Real Academia Española dice: “Conformidad, inclinación o analogía de una persona, respecto de los afectos o sentimientos de otra. Modo de ser y carácter de una persona, que la hacen atractiva o agradable a los demás”. La Academia define también el vocablo “simpático”: “Que inspira simpatía. Dícese de la cuerda que vibra por sí sola cuando se hace sonar a otra”. Volvamos a lo nuestro. Este es nuestro último ítem del plan propuesto para evaluar a un orador. Hemos analizado todas las condiciones que deben reunir un orador y su conferencia para perfeccionar su elocuencia. En el lugar del público, le pedimos también a ese orador pesada responsabilidad de escuchar, entender y aprender. Del otro lado de la tribuna, formando parte del a veces sacrificado y anónimo conglomerado de individuos que forman el auditorio le aconsejaría al orador: trate de captar la expectativa del público. Trate de ser simpático y de hacernos vibrar con su propia vibración. Piense en quien lo está escuchando, en sus afectos, en sus sentimientos, en sus necesidades. Muéstrele honesta y sincera apreciación. Respételo preocupándose por él. Hay oradores que exigen al auditorio un esfuerzo que deberían hacer ellos mismos. Para ellos, un público distraído es un público culpable, como si tuviera la culpa la oveja que se pierde en el monte, y no su pastor. Una poderosa razón por la que un artista puede entusiasmarnos es la manera de trasmitirnos sus sentimientos. En la vida, sin embargo, luchamos permanentemente contra la posibilidad de trasmitir los nuestros. Es necesario saber que cuando usted hable en público trasmitirá entusiasmo e interés con sus palabras, en proporción al grado de entusiasmo que ponga en pronunciarlas. Si domina el tema, si le entusiasma una idea, muéstrelo sin temor. Dele vida a su conferencia, trasmítale ese

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que nos entretenga, que nos haga llevadera y agradable nuestra a veces

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fuego sagrado que la hace valiosa, importante, interesante. El tiempo vuela para quien escucha a un orador entusiasta. Trasmita honestamente lo que siente. Antonio Battro es un amigo querido de nuestros primeros tiempos como médicos y, hoy, un brillante académico especializado en neurociencias de la educación. En un artículo publicado en el diario La Nación dice textualmente: “Los educadores comenzamos a tomar conciencia de los cambios prodigiosos que provocan los avances de la tecnología de comunicación en el aprendizaje. Ahora sabemos que una de las causas del éxito pedagógico de Internet estriba en el aspecto emocional. En la interacción creciente de alumnos y profesores a través de las redes digitales, las emociones, los sentimientos y los afectos se manifiestan con la mayor naturalidad. Lo primero que pasa por Internet es afecto. Es una forma

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de reconocer que el corazón está en el cerebro”. Las emociones y los sentimientos son esenciales en la comunicación entre los humanos. Lo sabíamos desde siempre, pero ahora hemos comenzado a conocer mejor sus bases biológicas. Algunas veces de las muchas que he sido miembro de un auditorio, he sentido un profundo malestar frente a un orador soberbio y petulante. Recuerdo ahora con mucho respeto la sencillez y la modestia de mi maestro el profesor Juan P. Garrahan. Sus clases científicamente humanas son para mí inolvidables. Un auditorio advierte de inmediato cualquier velada intención de deslumbrar. Los devaneos de superioridad y talento no lo entretienen. Al contrario, nace en el auditorio un rechazo tal por la personalidad del orador, que hace insalvable la conferencia más valiosa. La modestia inspira confianza y buena voluntad. La petulancia y el exhibicionismo dan lugar a irritación y molestia.


Top ten de un mal orador

Top ten de un buen orador

• Lea

• Prepárese

• Ocúltese

• Planifique

• Excúsese

• Adécuese

• Pasee

• Practique

• Prolónguese

• Comuníquese

• Mienta

• Ilustre

• Elógiese

• Enfatice

• Actúe

• Sincérese

• Pontifique

• Relájese

• Aburra

• Sonría

Aprendiendo a escuchar Nos enseñaron a escribir. Nos enseñaron a leer. Hace más de tres décaEn una magnífica conferencia, el Dr. Alberto Bustamante, distinguido odontólogo argentino y profesor de oratoria en APOC, despertó en mí la inquietud de profundizar en ese tema. Me llevó tiempo comprender que la escuchatoria es tanto o más importante que la oratoria. La comunicación eficaz debe ser abierta y receptora, demostrativa del interés en escuchar el punto de vista del interlocutor y no solo en la urgencia por exponer o imponer el propio. Uno de los componentes de la comunicación tratados con mayor negligencia es el arte de escuchar. Tantas décadas de oratoria y apenas hace un par de años que estoy aprendiendo esta “habilidad olvidada”. Precisamente así se llama el libro de Madelyn Burley-Allen, creo que la persona que más escribió y se ocupó del tema. Dice Burley-Allen: “Escuchar puede ser visto como un modelo que tiene tres niveles”. Nivel 1. En este nivel existe conciencia de la atención, de la comprensión y del respeto que merece la persona que tiene la palabra. Al escuchar al interlocutor, hay que asegurarse de ir más allá de la simple

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das que enseño a hablar en público. Nunca nadie nos enseñó a escuchar.

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audición: hay que observar el lenguaje corporal, el tono, la emoción y la necesidad del que habla. La empatía, que consiste básicamente en ponerse en el lugar del otro, no se logra mientras no se ignore el propio ego y el protagonismo. Es un ejercicio muy interesante. Ofrecer el cuerpo de frente, la mirada atenta e interesada, comentarios cortos y significativos, una sonrisa auténtica o una compañía cariñosa y comprensiva. Es fascinante el resultado para el que habla y para mí. Registro sus palabras y sus sentimientos. No pienso en lo que voy a decir, sino en lo que acabo de escuchar. Disfruto el diálogo. Y después pienso en lo que hice. Descubro fácilmente mis errores y reconozco mis aciertos. También puedo juzgar a todos en el grupo, no con el afán de criticar sino de seguir aprendiendo. Se comprende que la mayoría de las veces las conversaciones entre amigos son entretenidas y en muy pocas oca-

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siones, profundas y trascendentes. Pero a veces sí lo son, y en todos los casos nos transmiten experiencia. En la actividad política, frente al público, es muy fácil distinguir al que sabe escuchar. Es importante recordar que, cuando alguien quiere hablar de un problema, a menudo solo necesita un interlocutor silencioso y una mirada atenta, no un sermón, ni una crítica, ni un consejo. Lo mejor sería intentar ponerse en el lugar del otro, tratar de entender cómo se siente, pensar en lo que dice con atención para procurar ver las cosas desde su punto de vista. Y cuando le toca hablar a uno, apoyarse especialmente en aquello en lo que están de acuerdo. De todos modos, conviene tener muy claro que no hay manera de cambiar en un breve diálogo, privado o público, la postura o la opinión del ocasional interlocutor. Nivel 2. Este nivel de escucha se caracteriza por ser parcial y periódico, por lo que no alcanza a comprenderse el sentido del mensaje. Las creencias, los conocimientos y la formación cultural constituyen muchas veces un filtro por el que pasa lo que se acaba de decir. A veces no alcanza con escuchar la palabra; es necesario un esfuerzo para entender lo que quieren decirnos y registrar otros aspectos como el lenguaje gestual, las expresiones faciales, el tono de la voz, la velocidad y la modulación. Repetimos acá que escuchar en forma interactiva requiere


un esfuerzo no sólo en el momento en el que se practica, sino también en la preocupación previa de aprender a hacerlo. Nivel 3. Corresponde a aquellos que ponen la cara y viajan. Sueñan con los ojos abiertos, pensando en otra cosa. Nada de lo que se dice será recordado. No vale la pena hablar ni compartir. A nadie le interesa tampoco escuchar. Madelyn Burley-Allen afirma que un 20% de las personas se maneja en el primer nivel. El 80% restante oscila entre los niveles dos y tres. La autora propone distintos ejercicios para adquirir habilidad de escucha activa. Su programa de mejora supondría eliminar la escucha de nivel 3, reducir el tiempo que pasamos en el nivel 2 y maximizar nuestros esfuerzos para convertirnos en escuchadores de nivel 1. Escuchar es una destreza que puede ser aprendida. A continuación, proponemos algunos pasos sencillos para mejorar

1. No monopolizar la conversación. No temer los silencios. 2. Estar presente con los cinco sentidos. Dejar de hacer cosas y concentrarse en lo que dice el interlocutor. 3. No interrumpir. Evitar el protagonismo y dejar que quien tiene la palabra se tome el tiempo que necesite. 4. Fijar la atención en la comunicación no verbal. Es importante escuchar lo que se dice, pero también tratar de registrar lo que no se dice. 5. Demostrar que se está escuchando con gestos, expresiones o preguntas para clarificar cualquier aspecto. Ismael Cala, uno de los mejores entrevistadores de Estados Unidos, cada noche dice en su programa que “el secreto del buen hablar es saber escuchar”. Esta frase resume la esencia de la escucha inteligente.

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la escucha:

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Oratoria participativa en la comunicación profesional académica La oratoria participativa es un proceso cooperativo en el que un grupo de personas intercambia y valora ideas e información con el objeto de aumentar el conocimiento de un tema determinado o de resolver un problema común. Básicamente se desarrolla, en todas sus formas, el mismo proceso intelectual: participan dos o más miembros, actúan bajo la dirección de uno de ellos, se ajustan a reglas operativas más o menos fijas y se busca arribar a una convergencia de opiniones, a una valiosa normatización o a la solución de un problema. Después de muchos años de docencia universitaria, puedo dar fe de la cantidad de errores que se cometen en la elección y/o denominación

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de las distintas técnicas de oratoria deliberativa. Intentaré delimitar de la manera más clara posible su denominación exacta, sus características y la dinámica que le corresponde a cada una de sus formas.

1. El coloquio: Tiene por objeto reunir a un grupo afín para intercambiar informaciones y experiencias, intentar la solución de algún problema, fijar una línea de acción y decidir o recomendar un orden de prioridades. Cualquiera que sea la naturaleza del coloquio e independientemente del tema que en él se trate, siempre tendrá un determinado objetivo: ponerse de acuerdo, aclarar o informar. Si a lo que se aspira es a dar solución a un problema en la forma más satisfactoria, el conductor de la reunión debe informar a los asistentes de todos los pormenores que rodean el hecho, invitándolos a exponer sus puntos de vista. El conductor de un coloquio debe conocer muy bien su cometido. Su función no es dirigir, sino sólo registrar las distintas tendencias, opiniones y soluciones aportadas por los componentes del grupo y procurar la adecuada disciplina y el orden en la reunión. En todo caso,


tratará de sintetizar las opiniones recogidas y, cuando sea posible, aunar inquietudes similares en una sola idea central para evitar la dispersión y darle coherencia a la reunión. Como puede verse, el coordinador de un coloquio constituye una pieza clave en el éxito de su desarrollo. No necesita una gran versación sobre el tema que se plantea, ya que no es él quien expone sus ideas, sino el público asistente. Su misión se reduce a presentar claramente el problema, precisar los puntos a discutir y ofrecer la información pertinente. Contribuye a mantener el orden y el respeto por las ideas de los participantes. Hacer un resumen final destacando los puntos en que se ha llegado a un acuerdo, sin olvidar los puntos de vista de las minorías. En síntesis: El coloquio es el diálogo cordial de un grupo humano con similares inquietudes, con el fin de encontrar solución a un determinado problema; la dirección del grupo está a cargo de un conductor.

También podría llamarse grupo docente. Un modelo de esta dinámica es la reunión de los médicos residentes con su jefe. Se trata de utilizar el diálogo en el intercambio activo en un grupo reducido de participantes. El grupo de discusión o grupo docente está integrado por los educandos y el instructor. Se debe poner énfasis en la integración de todos los miembros del grupo. Este, en su totalidad, discute o delibera sobre cada tema. En esta dinámica, es imposible marginarse. Todas las preguntas, respuestas o comentarios deben ser dirigidos y resueltos por el grupo, estimulando a cada uno de sus integrantes a expresar libremente su pensamiento. Cada individuo aporta y recibe en un clima permisivo, no autocrático. Es más, en este tipo de actividad oratoria deliberativa docente, el instructor debe trabajar para no ser imprescindible y poder ser reemplazado alternativamente por los miembros del grupo.

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2. Grupo de discusión:

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El grupo de discusión es aquel en que los participantes intercambian información con el fin de aumentar su conocimiento, bajo la supervisión de un instructor.

3. La mesa redonda: Esta forma vigente y actual de docencia se usa cuando, por ser el grupo demasiado numeroso, resulta difícil organizar el intercambio de ideas y experiencias entre todos sus miembros, o cuando los miembros que lo forman carecen de información suficiente para establecer un diálogo provechoso. Por eso, a este tipo de oratoria deliberativa se lo llama también “discusión ante el público”. El coordinador inicia la reunión con una breve presentación de los

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expertos en el tema, con una escueta reseña de sus antecedentes. A continuación, explicará el método con el que deliberará el grupo. Hay dos formas de hacerlo: primero, exposiciones por orden y, luego, discusión libre o directamente discusión. Al final, el coordinador efectuará un breve sumario, resumen o conclusión de lo debatido. Como es fácil advertir, en esta forma de actividad docente el papel del conductor es muy importante. Quien asuma con responsabilidad ese cometido debe conocer muy bien su rol, empezando por entrevistar previamente a los miembros del panel para concertar su tiempo de exposición, la ayuda visual que usarán y el enfoque que piensan darle al tema tratado, así como el punto sobre el que poseen mayor información y experiencia para la formulación ulterior de preguntas a la mesa. Durante el desarrollo de la mesa redonda, debe ser el coordinador quien evite toda violencia verbal, limite la exposición de aquellos que sobrepasan el tiempo establecido y consiga que el tema central de la reunión no se desvíe y se llegue al objetivo previsto. En una mesa redonda, las personas seleccionadas se colocan generalmente en un estrado o escenario, en forma tal que el resto de los asistentes puedan verlos u oírlos sin dificultad. Podemos resumir diciendo:


La mesa redonda consiste en la discusión o deliberación de un tema, ante el público, realizada por un grupo de expertos, bajo la conducción de un coordinador.

4. El simposio: Esta forma de oratoria deliberativa tiene características que le son propias y que no siempre tienen claro sus organizadores. En el simposio hablan expertos sobre distintos aspectos de un mismo tema, en orden sucesivo y durante un mismo lapso de tiempo. Constituye un análisis total o casi total del tema. Si nos tocara presidir un simposio sobre sida, por ejemplo, buscaríamos un experto virólogo para hablar de etiología, un avezado clínico para describir el cuadro clínico, un infectólogo para hablar de epidemiología y profilaxis y a quien estuviera actualizado sobre posibilidades una reunión de dos horas de duración, o extenderse a dos reuniones si le sumáramos anatomía patológica, diagnósticos diferenciales, alteraciones obstétricas y neonatológicas. En general, a los expositores se les pide copia escrita de su relato, ya que al fin de la reunión o las reuniones se habrá actualizado un tema en forma organizada y más o menos completa. Como puede advertirse, las funciones del coordinador del simposio, a quien se llamará presidente, son tan importantes como en la mesa redonda, aunque menos notorias. El presidente abre la sesión, explica la metodología, presenta a los expositores y hace el sumario final de las reuniones. Pero su intervención más valiosa es la previa a la realización del simposio, entrevistando y coordinando el trabajo de los expositores para dar unidad y coherencia a la reunión. La característica más saliente de un simposio es la de permitir la actualización de un tema, en un plazo relativamente corto, por medio de la palabra de autoridades en la materia, sin interrupciones ni polémicas. En síntesis:

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terapéuticas. Quizás el simposio así planeado pudiera desarrollarse en

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El simposio es una serie de breves conferencias, que tienen un orden establecido y que sumadas constituyen la actualización total de un tema. Al director del simposio se lo llama presidente.

5. El debate: En todo debate existen dos oradores o dos grupos de oradores que presentan una tesis y tratan de defenderla argumentando y contraargumentando con todo el peso de sus conocimientos sobre el tema. Cada sector partidario de una tesis combate la de su oponente con todas sus posibilidades oratorias, fundamentándose en su preparación para afianzar su idea y refutar los argumentos del adversario. El debate político es el proceso de discusión óptimo para que un

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público democrático tome conocimiento integral y rápido de un determinado problema comunitario y las razones que sostienen dos grupos de opiniones divergentes. Es indudable que en todo debate público importa tanto la forma como el fondo de lo que se trasmite. Aun cuando en la actividad médica es algo poco común, tuve la oportunidad de presenciar en Estados Unidos debates entre profesionales de diferentes escuelas de medicina. Merece destacarse el nivel de respeto que imperaba en toda la discusión (disentir es contender y alegar razones contra el parecer del otro). La firmeza de las opiniones y la sólida fundamentación de cada parte no atentaban nunca contra el tono respetuoso de la reunión. El debate debe estar sometido a reglas fijas de procedimiento, que puntualicen claramente las obligaciones de las partes, la mecánica del desarrollo y demás detalles. El moderador abre el debate y, alternativamente, cada orador toma la palabra. En algunos casos, terminado el debate, un jurado compuesto por uno a tres miembros evalúa el material presentado, la importancia de los hechos y argumentos aportados por cada una de las partes, los méritos de los participantes y el resultado total del encuentro deliberativo. Resumiendo:


El debate es una discusión ante el público de dos expertos, o dos grupos de expertos, que sostienen tesis antagónicas entre sí, sobre un tema conocido por el auditorio, bajo el control de un moderador.

6. El foro: Se llama foro a cualquier forma de oratoria en que participa el público. Este tipo de oratoria deliberativa se utiliza para complementar cualquiera de las formas analizadas en este capítulo, y también para los casos de conferencias unitarias donde sobre el final se permite la participación del público. La palabra foro colocada después del sustantivo que señala el tipo de reunión indica que al término de la reunión los oyentes podrán participar formulando preguntas, objeciones o exposiciones. El director abre el acto, anuncia el tema, presenta al orador o a los simposio o el debate, el auditorio será invitado a tomar participación. En realidad, sería muy fácil comprenderlo así si todos lo supieran, incorporando el vocablo foro a continuación de las características del acto oratorio: conferencia-foro, mesa redonda-foro, simposio-foro, debate-foro. En el momento de las preguntas, el director del acto debe tomar la palabra y explicar claramente las normas que se aplicarán. Algunas veces, las preguntas se formulan por escrito y, otras, en forma oral y directa a alguno de los participantes. El director debe tener atribución para formular él mismo preguntas aclaratorias, para interrumpir con cortesía los diálogos prolongados y para decidir cuándo informar el número de preguntas que restan para ser respondidas y cuál será el momento oportuno de cerrar el foro. Se llama foro a toda forma de oratoria donde, concluida la exposición, se autoriza la participación del público.

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oradores y explica que después de la conferencia, la mesa redonda, el

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7. Curso. Seminario. Taller Los términos indicados suelen ser utilizados de modo confuso, y probablemente sea debido a que tienen algunas características similares. Pero también tienen diferencias. Para esclarecer el tema, lo mejor será recurrir a la definición de la Real Academia Española. Curso: “En los centros de enseñanza. Tiempo señalado en cada año para asistir a escuchar las lecciones de un maes tro. Estudio sobre una materia, desarrollada como una unidad”. Es evidente que se desarrollará en jornadas sucesivas de duración variable. Seminario: “Organismo docente por el que mediante el trabajo común de maestros y discípulos se adiestran estos en la investigación o en la práctica de alguna disciplina”. Al hablar de seminario, existe la tendencia a considerarlo como una disciplina intensiva en una o po-

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cas jornadas completas, donde los estudiantes participan críticamente pero donde siempre está presente el maestro. Taller: “Escuela o seminario de creencias o de artes. Lugar donde trabaja en conjunto el grupo de colaboradores de un maestro”. Entre seminario y taller existe una sutil diferencia. En el primero, siempre está presente el maestro; en el taller, en cambio, los colaboradores pueden estar solos y se les dará una enseñanza de carácter tutorial bajo la idea de “aprender haciendo”.

e nione eficace Informar. Consultar. Resolver En mi larga vida profesional, he participado en infinidad de reuniones y he dirigido otras tantas. Como jefe del Departamento de Pediatría y presidente del Comité de Bioética Médica, en el Hospital Alemán, lideré muchos encuentros. Fui comodoro del Club Náutico donde vivía y presidente de la Academia de Oratoria. Integré el Consejo de Administración en todos los consorcios de propietarios que habité. Muy lejos de ser un currículum vitae, esto es un verdadero mea culpa.


Muchas veces fueron reuniones improductivas o interminables y, en varias oportunidades, violentas. Casi siempre me quedaba con la sensación de que podrían haberse hecho mejor. En 1998, propuse en apoc que nos ocupáramos del manejo y la conducción de reuniones, un tema que comenzaba a inquietar en el ámbito empresarial. Estudié, escribí e imprimí un pequeño manual que titulé ¡No pierda su valioso tiempo! Que sus reuniones sean útiles y eficaces. Entregué un ejemplar a cada uno de mis amigos y colaboradores del Hospital Alemán. También en mi casa particular lo distribuí a todos los vecinos del edificio, con el afán de mejorar las malísimas reuniones de consorcio. Lo que ocurrió después fue absolutamente inesperado. En todos los ambientes, las reuniones cambiaron para bien. Al principio, con ciertas prevenciones y poca disposición de los participantes. El entusiasmo fue paulatinamente aumentando con el aporte de todos y la evaluación favorable de los resultados.

nes, que sistemáticamente se sintetizaban al final de cada encuentro. La organización de las reuniones eficaces permitió la adopción de un método de trabajo, el desarrollo de un lenguaje común y la toma de conciencia de un objetivo compartido. Los beneficios fueron inmediatos y significativos, brindando una oportunidad para generar soluciones creativas, fomentar el compromiso con las decisiones tomadas en común, fijando un rumbo y proporcionando a los participantes la sensación de estar cumpliendo una función decisiva en un proyecto grupal. Por primera vez teníamos la impresión de no haber perdido el tiempo. Los descreídos y reticentes eran identificados con facilidad por los miembros de la reunión y rápidamente neutralizados. En este trabajo, resumí la experiencia de algunos autores que colaboraron de manera sustancial en la reacción favorable que permitió el mejoramiento de las reuniones. Creo que en este punto sería interesante comentar algunas conclusiones.

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Se controló la preparación de las reuniones, se distribuyeron los roles de los participantes y se comprobó la importancia de las conclusio-

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Stuart Wyat, autor de Reuniones efectivas. Alta gerencia, vol. 2, dice: “Los especialistas en el desempeño personal empresario admiten que se pierde el 20% del tiempo útil de un ejecutivo asistiendo a reuniones que obtienen escasos resultados”. Esto equivale a sesenta y ocho días del año. Generalmente, nos las arreglamos para estirar una reunión de treinta minutos a dos o tres horas. Bernard de Coven, fundador del Institute for Better Meetings (Instituto para el Mejoramiento de las Reuniones), desarrolló un software denominado Meeting Meter, que permite a cualquier empresa calcular cuánto cuestan sus reuniones. “Cuando se usa el metrónomo –dice– lo que se pone en cuestión no es cuánto cuesta una reunión, sino cuánto se pierde en una mala reunión”. La mayor responsabilidad en la ineficacia de muchas reuniones la tienen aquellos aspectos de carácter metodológico. Francisco Aguade-

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ro Fernández, autor del libro Cómo hacer más eficaces las reuniones, de editorial El Dirigente, de Madrid, llevó a cabo una investigación sobre el tema, con las siguientes conclusiones: inadecuada preparación, 19%; ausencia de conclusiones, 14%; asistentes no apropiados y orden del día deficiente, 11%. Luego vienen los aspectos inherentes al responsable de la reunión, como son la falta de objetivos claros o la mala dirección y control. El mundo se ha vuelto cada vez más ágil, preciso y desburocratizado. Sería lógico suponer que la presión competitiva, el alto costo laboral y el indudable apoyo del correo electrónico tenderían a limitar la necesidad de reunirse. Pero en la práctica ocurre todo lo contrario: el trabajo en equipo se incrementa, en lugar de disminuir, las reuniones se multiplican. Estoy seguro de que todos los que están leyendo este libro han gastado muchas horas de su vida en reuniones improductivas. Yo también. Por eso les propongo esta nueva aventura. Propicien o sugieran el cambio con entusiasmo interiorizándose de los detalles de la técnica actual para realizar reuniones eficaces en todos los ambientes. No hay misterio. Es solo concientizar lo que hacemos mal y revertirlo. Los resultados son inmediatos y sorprendentes. Es necesaria una cuota de humildad para admitir nuestros errores. La experiencia vale, pero no es suficiente si no se acompaña de una actualización permanente y de reuniones útiles y eficaces. Hay mucha


gente que estudió a fondo el problema y que con seguridad merece nuestra atención. efinici n Una reunión es un encuentro de varias personas con un propósito común en general y un objetivo compartido circunstancial y variable. Técnica La estructura básica de la técnica para lograr reuniones eficaces se sustenta en la consideración de tres etapas esenciales: 1. Preparación de la reunión 2. Conducción de la reunión 3. Evaluación de la reunión

Esta etapa es la más importante. No debe llamarse a una reunión si no hace falta. Si usted lidera, cuídese de hacerlo solo cuanto es estrictamente necesario. Todos tenemos mucho que hacer y nos sentimos profundamente decepcionados cuando interrumpimos nuestra actividad y/o suspendemos nuestros compromisos para participar de un evento inútil, que pudo haberse evitado con un simple diálogo telefónico o una sencilla comunicación electrónica. La reunión debe convocarse cuando es imprescindible y, en ese caso, debe prepararse con muchísimo cuidado. La primera premisa es fijar el objetivo de la reunión. Este debe ser claro y conciso y estar presentado como una meta, y no como una vaga intención. En general, puede aceptarse que el objetivo de la reunión sea una de las siguientes posibilidades: 1. Proporcionar información 2. Obtener información 3. Resolver problemas

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Preparación de la reunión

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1. Reuniones para proporcionar información Las reuniones para proporcionar información requieren práctica y preparación por parte del líder. Deben ser organizadas, concisas y comprensibles. La reunión debe ceñirse a algunos puntos clave. Las listas de instrucciones o datos complejos se presentan mejor en memos o informes. El líder debe comenzar la reunión tomando la palabra durante el tiempo que insuma su informe, sin aceptar interrupciones ni discusión hasta concluirlo. Las preguntas o aclaraciones sugeridas por los participantes serán cortésmente diferidas, para que no se pierda el hilo de la presentación y no se repitan de manera inútil conceptos que se aclararan en el informe. El líder se valdrá de los principios de la buena oratoria, buscando constantemente la mirada de los participantes para determinar si se está

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entendiendo bien su mensaje. Pero será inútil pretender dialogar a través del contacto visual si se está sujeto a un texto que necesita ser leído. En una reunión para proporcionar información, será siempre una persona (el líder, el moderador o el invitado designado) quien tenga la palabra durante la mayor parte del tiempo. La responsabilidad de los participantes debe ser cuidar que sus preguntas sean cortas y esclarecedoras, sin permitirse desviaciones del objetivo establecido en el comienzo de la presentación. Esta es la característica habitual de las reuniones de información científico-médicas que se denominan ateneos. En esos encuentros entre pares o con invitados especiales, se actualiza un tema específico hasta agotarlo. Luego se realizan preguntas o aportes. No suelen ser reuniones conflictivas.

2. Reuniones para obtener información Las reuniones para obtener información pueden también llamarse consultivas. El líder debe presentar el tema sobre el cual necesita información y luego formular las preguntas buscando datos claros, ideas, hechos y opiniones de los participantes. Es esencial crear una atmósfera cordial


y receptiva, sin interrupciones o comentarios críticos que puedan amedrentar a los miembros del grupo y llamarlos a silencio, desvirtuando el objetivo de la reunión. En este tipo de reuniones para obtener información, el flujo de ideas y comentarios va desde los participantes al líder, al contrario del caso anterior, en que va del líder a los miembros. Esta es la típica “revista de sala”, donde un médico habitualmente residente presenta un enfermo y se discute el diagnóstico y el tratamiento. Es una excelente oportunidad de enseñar a los más jóvenes a hacer presentaciones orales. A veces son presentaciones que dan lástima, pero ese no es el sentimiento que buscamos despertar, sino el promover la responsabilidad de los formadores. Debemos evaluar no solamente el fondo de su actuación como médico, sino también la forma de transmitir lo que sabe. Ya hemos visto que buena parte de sus éxitos profesionales estarán condicionados por su habilidad para comunicarse.

El problema debe presentarlo el líder con toda claridad al comienzo de la reunión. Su meta final será trabajar junto a los participantes para elaborar un plan que intentará resolverlo. Se requiere una discusión abierta para buscar la solución innovadora, pero también el permanente control del líder para que el grupo permanezca concentrado en obtener resultados dentro del tiempo disponible. Estas reuniones precisan un ajustado equilibrio en la comunicación de ida y vuelta entre los participantes y el líder. Frente a este tipo de reuniones estrictamente controladas por un líder (o un moderador por él designado), se puede optar en algunas circunstancias por un método, que se ha dado en llamar tormenta de ideas (brainstorming). Es un procedimiento para generar muchas ideas espontáneas o elaboradas que pueden ayudar a desarrollar alternativas de resolución del problema que se está debatiendo y a tomar una decisión. Las directivas claves para una sesión de tormenta de ideas son:

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3. Reuniones para resolver problemas

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• Elegir una persona para anotar todas las ideas en un rotafolio a la vista de todos. • No criticar ninguna idea presentada. • Aprovechar las ideas sugeridas, mejorarlas y combinarlas. • Todos los presentes deben saber que se aprecia y se respeta su participación. • Después de la sesión, seleccionar y buscar las ideas similares o que tengan puntos de contacto y sintetizarlas en una lista más corta. En el desarrollo de las reuniones es probable que surja un conflicto. Puede suponerse que el conflicto es negativo, pero por el contrario puede resultar positivo a una innovación o un cambio favorable. A veces es preciso un desacuerdo para conducir a una renovación necesaria. Para lograr una solución, es imperioso saber expresarse y sobre todo aprender a escuchar. No hable en público, converse con el grupo. No dialogue, hable sólo lo necesario y para todos. Contribuya para lograr que la reunión sea eficaz. Atienda las directivas del líder y conozca a fondo los objetivos y las técnicas. No entorpezca, facilite las cosas. Aprenda a escuchar. En este libro le dedicamos un apartado. Quien quiera aprender a dirigir o participar de reuniones eficaces debe saber hablar y escuchar. Pero solo esto no garantiza el éxito de una reunión, aunque seguro allana el camino para conseguirlo. En nuestro Departamento de Pediatría, regularmente hacíamos reuniones para resolver los problemas y las necesidades de cada servicio: cirugía, consultorios externos, terapia intensiva, neonatología, psiquiatría, etc. Allí se escuchaba con atención a cada uno de los ponentes y entre todos aportábamos las soluciones posibles. Fue una riquísima experiencia en los últimos años de mi jefatura. Probablemente, mucho le debo a mi estudio sobre reuniones eficaces. Dentro de la preparación de la reunión, la segunda premisa a tener en cuenta, después de haber fijado claramente su objetivo, es elaborar el orden del día o, como suele llamarse, la agenda. Todos los participantes necesitan una información detallada sobre cuándo y dónde se realizará la reunión y deben tener el tiempo para prepararse para la maduración y organización. Una agenda donde no se


aclaran los objetivos de la reunión es absolutamente inútil. Si es posible, deben ofrecerse datos adicionales para estimular a los participantes a contribuir de manera más productiva: minutas de la reunión anterior, artículos vinculados al tema, cifras y estadísticas, comentarios aclaratorios, etcétera. Además de los elementos mencionados, el orden del día debe llegar a los participantes con suficiente antelación como para permitirles elaborar su pensamiento o preparar su planteo sobre el tema. Finalmente, ya con un objetivo claro y una agenda bien organizada, quedan pocos detalles menores a tener en cuenta, pero no por esto menos importantes. Considere los siguientes elementos al prepararse para una reunión (logística): Sala: tamaño apropiado. Asientos: cantidad y disposición adecuadas. Una disposición donde los participantes estén sentados en hileras enfrentando al líder es aceptable en una reunión para proporcionar información, pero funciona menos en una reunión para obtenerla y no funciona en absoluto en una reunión para resolver problemas. En estos dos últimos casos, para que los participantes interactúen, es mejor que se vean y escuchen con claridad. La disposición ideal sería en una mesa redonda (en “O” o en “U”). Medios audiovisuales: el uso apropiado de las ayudas visuales puede mantener la concentración de la reunión y aumentar la comprensión y retención del contenido tratado. Pero deben ser utilizados eficazmente. Las demoras y las imprevisiones de último momento pueden malograr el éxito de la reunión. En general, en las reuniones empresariales el manejo de los medios audiovisuales requiere una agilidad que solo pueden brindar los equipos electrónicos. La computadora y el cañón de proyección están hoy al alcance de todos los presupuestos. No disponer de ellos en una sala de reuniones implica, hoy en día, una importante e injustificable desventaja. Desde ya todo debe ser cuidosamente probado antes de comenzar la reunión. Si hay invitados, se les ofrecerán los elementos que aseguran el correcto funcionamiento de las conexiones y enchufes. No improvise. Prevea. Cuente con los accesorios que puedan necesitarse:


enchufes, adaptadores, pilas, cables de conexión, parlantes, pantallas, puntero laser, mouse inalámbrico y lámparas de repuesto o aparatos alternativos. La videoconferencia es la comunicación simultánea bidireccional de audio y video que permite mantener reuniones en tiempo real con personas situadas en lugares alejados entre sí, con costos mucho menores que los viajes que implicaría su realización. En nuestro país, es fácil acceder a esa tecnología. Los costos en el momento actual son accesibles, y el contacto con cuatrocientas ciudades en setenta países del mundo es muy sencillo. La telepresencia es un tipo de tecnología más compleja. Se trata de un dispositivo que posibilita a una o varias personas “sentirse presente” en una localización distinta a la que se encuentra. Este sistema permite dirigir la voz y la mirada a cada uno de los asistentes. Tiene ultraalta

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definición en imágenes y sonido en dos dimensiones. Para lograr la verdadera telepresencia, tiene que haber dos salas idénticas, una en cada una de las dos ciudades conectadas. En nuestro campo de trabajo, esto se llama telemedicina. Se trata de poder realizar ateneos interhospitalarios y facilitar la capacitación y el intercambio entre los profesionales de distintas zonas del país, favoreciendo la realización de consultas a distancia. Este progreso de la comunicación es el resultado de un radical aumento en la velocidad y calidad de la transmisión, con la instalación de pantallas gigantes donde se puede observar al interlocutor, médico o paciente en tamaño real. Hace poco tiempo (octubre de 2009), el Hospital Garrahan inauguró su conexión con distintos hospitales de todo el país, que a distancia y sin viajar puede recibir consultas profesionales y “examinar” enfermos hasta los más mínimos detalles. Las e-reuniones son la maravilla de la tecnología actual.

Conducción de la reunión La conducción de la reunión no puede improvisarse. En este punto se concentra la mayor cantidad de las publicaciones de los expertos en


el tema. En los trabajos más actuales, hay tendencia a considerar que los roles decisivos a tener en cuenta en el desarrollo de una reunión son cuatro. Presidente (director, líder) Es aquel que convoca a la reunión, el que fija los objetivos y el que, en última instancia, es el responsable de su desarrollo, su éxito o su fracaso. Específicamente sus funciones serán: • Establecer una atmósfera cordial. Debe ser el primero en llegar y verificar que el espacio esté armónicamente dispuesto. Tendrá que atender a los asientos, las luces, las cortinas, la temperatura y las ayudas visuales. A medida que lleguen los participantes, saludará a cada uno individualmente y presentará a los invita-

• Comenzar la reunión a la hora citada. Nunca debe esperarse a los rezagados. A menudo es útil elegir una hora de comienzo y de finalización fuera de la hora en punto, cosa que sugiere buena organización (por ejemplo, 8:15 a 9:45). Subráyelo, colóquelo en negrita y cúmplalo. En general, la duración de una reunión no debe ser mayor de una hora y media. • Distribuir con la mayor anticipación los roles de los miembros del grupo, explicándoles sus funciones y responsabilidades. Los invitados a participar de la reunión deben ser sólo los necesarios. La productividad es inversamente proporcional a la cantidad de asistentes. • Presentar el objetivo de la reunión. Después de una breve bienvenida al grupo, haga una pausa y presente su objetivo con seguridad y lentamente. Si cabe, haga que además de escucharlo los participantes puedan ver impreso el objetivo a través de los medios audiovisuales preparados para el curso de la reunión.

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dos o aquellos que no se conocen.

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• Escuchar activamente a los participantes. Todos deben tener claro que quien preside la reunión los va a escuchar con atención. En las expresiones faciales y la postura se detectan las señales de una escucha activa. El líder debe también escuchar lo que no se dice, identificando asuntos delicados o que quieren evitarse. • Trabajar para un consenso. En general deben evitarse las situaciones en que el voto de la mayoría decide. La votación crea ganadores y perdedores y, a menudo, deja una minoría descontenta. Consenso se define como “solidaridad grupal en concepto y opinión” u “opción colectiva”. El presidente o líder será siempre el mismo mientras permanezca en su cargo directivo. 100 LA PALABRA DEL MÉDICO

Moderador En las publicaciones más modernas sobre el manejo de reuniones, aparece como posible la participación de un ayudante del líder, variable para cada ocasión, que debe llamarse moderador. Esto es novedoso e interesante para tener en cuenta. ¿Por qué dos personas para dirigir una reunión? ¿Cuáles son las diferencias entre el rol del presidente o líder y el del moderador? El líder es quien decide la necesidad de la reunión. Pero en algunas circunstancias designa un moderador para que asuma la tarea de organizarla y coordinarla. Esto implica una manera de lograr una intervención especialmente activa de uno de los integrantes del grupo –como ya dijimos, variable y acorde a sus inquietudes– y de ese modo aliviar la permanente responsabilidad del líder. Richard Chang y Kevin Kehoe, autores de Guía práctica para lograr reuniones más breves y productivas, expertos de consulta internacional sobre conducción de reuniones, afirman que los resultados son mejores cuando los roles del líder y el moderador están separados. Afirman que las reuniones son así 20% más cortas y no necesitan ser repetidas para continuar con los temas.


Quede claro: la designación de un moderador variable para cada reunión se da en el caso de un grupo estable, con un líder fijo y con objetivos distintos a lo largo del tiempo. El moderador debe saber lo que se espera de él. El líder debe instruirlo al respecto. Papel del moderador: 1. Prepara la reunión. Ya hemos visto la importancia de la preparación; señalar claramente los objetivos fijados por el líder y elaborar el orden del día. 2. Concentra al grupo en el tema. Procura que el grupo no desvíe su atención de los temas a tratar. Tal vez deba interrumpir y recordar a los presentes para qué están allí. 3. Regula el tráfico de la discusión. Esta puede ser una de las tareas más duras del moderador; coordinar la conducta verbal de la gente, como pedir a una persona que ceda la palabra, impedir que los

4. Controla el tiempo que se consagra a cada asunto. Es responsabilidad del moderador informar a los participantes cuando se vence el tiempo asignado a uno de los asuntos incluidos en el orden del día. Luego puede preguntar a los participantes si desean agregar más tiempo, ahondar en el tema fuera de la reunión o pasar al tema siguiente. 5. Se ocupa de los participantes problema. Es posible que en alguna reunión usted se haya sentido molesto con el rumbo que tomaban las situaciones que pudieran plantearse con determinadas personas o situaciones enojosas. En esta circunstancia es cuando el moderador puede desempeñar un papel decisivo. Los problemas particulares que generan los participantes de la reunión han sido estudiados por expertos en el tema. De ellos y de nuestra propia experiencia trataremos de elaborar un resumen de sus características, en las que quien sabe nos reconozcamos, y de ofrecerle al moderador las posibles soluciones:

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participantes hablen todos a la vez.

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Participante disperso o dispersante Problema: promueve conversaciones laterales, hace comentarios jocosos con su vecino, utiliza el celular en la reunión, lee mientras otro participante expone. Solución: repita una conclusión a la que se ha llegado y pídale su opinión. Participante excesivamente locuaz Problema: habla demasiado, divaga y conduce a una lamentable pérdida de tiempo. Solución: mire la hora en forma ostensible. En cuanto haga una pausa, resuma y señale la limitación del tiempo. Participante callado o tímido Problema: no pueden escucharse sus opiniones, que pueden ser valiosas e importantes.

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Solución: sugiera que cada participante exponga su opinión por turno. Mírelo a los ojos y agradezca su aporte. Participante incomprensible Problema: tiene una idea, pero es incapaz de comunicarse y necesita ayuda. Solución: repita la idea con lenguaje claro, ordenado y sencillo. Participante agresivo o soberbio Problema: cambia el clima de la reunión tornándolo tenso e incómodo. Solución: responda al contenido de su expresión y no al tono o a la violencia. Someta su opinión al grupo. Si puede hacerlo, evite convocarlo. Como acabamos de explicitar, puede haber una o dos personas responsables de conducir la reunión: el presidente o líder que llama a la reunión y fija sus objetivos, y el moderador que asume la tarea de organizarla y coordinarla. Son los responsables del éxito o el fracaso de la reunión. Ambos, o uno de ellos, la conducirán en forma fuerte, débil o intermedia. Si la conducen en forma fuerte, autocrítica, dictatorial, la reunión se transforma en un monólogo inútil, donde los objetivos ya están resueltos y el encuentro se reduce a una mera formalidad más o menos cordial.


La conducción intermedia es ideal, promueve la integración y productividad del grupo, pero siempre encuadrándola con autoridad hacia los objetivos buscados. La conducción débil o permisiva habitualmente no lleva a resultados satisfactorios. Se divaga, se dispersa, se conversa en grupos aislados y no se obtienen conclusiones claras y definidas. Muchas reuniones fracasan más por falta de control que por demasiada estructura. Si los conductores no acreditan un estado de ánimo activo, vigilante, interesado, no podrán entusiasmar al grupo y obtener una respuesta conveniente para cumplir los objetivos de la reunión. Esta es en definitiva su mayor responsabilidad. Secretario El secretario de la reunión es una pieza clave. Debe ser una persona con gran capacidad de síntesis y facilidad para la expresión escrita. En reaPara eso debe ser seleccionado con especial cuidado. Las actas son ni más ni menos que las conclusiones escritas de este largo proceso de elaboración. Si se malogra esta etapa, se ha perdido lamentablemente el tiempo. Algunos consejos para un buen secretario: • No consigne todo, sino solo las conclusiones. • Transcriba la idea expresada y léala para obtener el visto bueno de todos los participantes. • Entregue a cada uno de los presentes la versión prolija y corregida de las conclusiones elaboradas pocos días después de la reunión y antes de volcarla al libro de actas. • Bríndeles a los ausentes la posibilidad de acceder a lo resuelto en la reunión, proporcionándoles una copia del acta. • El secretario, si cumple bien su cometido, acompaña al presidente o líder durante toda su gestión.

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lidad, su misión es siempre la misma: redactar las actas de la reunión.

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Participantes El éxito de una reunión depende en última instancia del entusiasmo, la creatividad y la animación activa de sus participantes. Toda la organización previa y el esfuerzo es inútil si los participantes no asumen con responsabilidad su compromiso. “Participar implica dos actitudes básicas: escuchar y hablar. La primera es una obligación de todos; la segunda, un derecho en principio de todos, pero en la práctica más justificado para quienes tengan algo que decir. Un participante improvisado termina siendo un grave problema para la tarea común” (Carlos Loprete, El lenguaje oral. Fundamentos, formas y técnica). El participante debe prepararse para la reunión. Estando las cosas bien hechas, debe conocer con tiempo el propósito de la convocatoria

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a la reunión y los asuntos a considerar en ella. Buscará información al respecto y elaborará sus propias conclusiones para volcarlas en el diálogo con amplitud de criterio y disposición para escuchar las opiniones ajenas, aunque no sean coincidentes con las propias. Las conversaciones y los cuchicheos al margen del tema central son contagiosos. Los participantes deben colaborar tratando de evitarlos y concentrarse en los objetivos de la reunión. Aunque haya diferencias de opinión, todos deben buscar el modo de llegar a una coincidencia. En toda reunión o grupo establecido, pueden realizarse invitaciones especiales para actuar como participantes expertos en el tema central. Las funciones de los participantes son: • Prepararse para la reunión (bibliografía, lecturas, etcétera). • Concentrarse en sus objetivos. • Ser puntuales. • Adoptar una actitud abierta a las ideas ajenas. • Contribuir a la búsqueda de consenso.


Evaluación de la reunión Después de una reunión, es natural que nos retiremos pensando: ¿cómo estuvo? ¿Fue útil a los propósitos? ¿Fui claro y oportuno en mis participaciones? El ideal sería alcanzar los objetivos propuestos. Pero a veces es suficiente y eficaz si la reunión logró encaminar el asunto. Luego podrá ser necesario obtener más datos, contar con la colaboración de un especialista. A veces sólo se necesita tiempo para analizar los aportes de cada participante y convocar a un nuevo encuentro. En la práctica, el fracaso de una reunión depende de la actividad de los mismos participantes. El Management Training Group, instituto especializado en la tarea de estudiar en profundidad las causas de las pérdidas de tiempo y dinero en las empresas, aconseja comenzar por evaluar la actitud de cada uno de los presentes en una reunión, y la califica como abierta o cerrada teniendo en cuenta los siguientes temas:

Abierta

Cerrada

• Se preparó

• Improvisó

• Concentrado

• Disperso

• Motivado

• Desanimado

• Confiado

• Desconfiado

• Participó del diálogo

• Acaparó la palabra

• Escuchó opiniones

• Ignoró discrepancias

En algunos casos, es posible identificar la causa exacta del problema que conduce al fracaso de una reunión: Problema: un participante domina. Causas: líder débil. Participante preocupado, apremiado o simplemente imprudente. Problema: participación pobre. Causas: los participantes no fueron debidamente informados sobre los objetivos de la reunión o no se prepararon.

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Evaluación de la actitud de los participantes

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El líder no mantuvo una posición abierta y receptiva. Problema: la discusión se desvió del tema. Causas: el líder no puso suficiente énfasis en el objetivo. El líder fue excesivamente permisivo. Problema: los participantes evitan expresar sus opiniones. Causas: ambiente tenso por autoridad amenazante. Problema: la reunión se atasca. Causas: ausencia de invitados idóneos. Pobre preparación de la reunión. No tendría que haberse realizado.

Conclusiones Mientras se transita el camino para lograr reuniones más breves y efi-

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caces, es necesario invertir en capacitación. Es preciso conocer los distintos roles y responsabilidades de quien preside, del moderador, del secretario y de los participantes. También es importante evaluar regularmente los resultados de las reuniones para determinar su eficacia a lo largo del tiempo. Poco a poco iremos identificando los errores intentando corregirlos. No es bueno que nos domine la ansiedad por resolver un tema que puede esperar y que merece una reunión correctamente preparada. Calma. El beneficio de hacerlo bien casi siempre será mayor que el de hacerlo rápido. La improvisación puede resultar muy cara y las decisiones apresuradas pueden ser irreversibles. Que la reunión sea eficaz. No solo el que la convoca se sentirá gratificado, sino que además todos los participantes dejarán su asiento con la sensación de que han cumplido su misión y de haber sido respetados.


Top ten de una mala reunión • Objetivos mal definidos • Orden del día telegráfico • Temario demasiado extenso • Citación tardía para prepararse • Demora para quienes llegan tarde • Participantes innecesarios o numerosos • Líder débil • Moderador inexperto • Secretario que fracasa con las actas • Reunión que se pasa de la hora prevista

Top ten de na e ni n efica • Convocatoria estrictamente necesaria • Orden del día elaborado y completo • Comienzo puntual a la hora señalada • Objetivos claros y bien definidos • Líder con autoridad • Moderador experto • Secretario responsable • Participantes preparados • Cierre puntual a la hora prevista

Ignacio Di Bártolo

• Citación con tiempo suficiente

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La palabra del mĂŠdico en la vida social



Durante el tiempo dedicado a escribir este libro, recibí del Dr. Eugenio Henry2 un artículo de la revista de la Asociación Odontológica sobre comunicación profesional. El artículo tiene un preámbulo tan claro y acertado que quiero reproducirlo, con su autorización: Durante el siglo pasado, el ser humano alcanzó el mayor progreso científico y tecnológico de toda la historia en el campo de lo experimental en las ciencias de la naturaleza, aunque no puede decirse lo mismo respecto a las ciencias del espíritu. Si el siglo xx ha sido el siglo de la tecnificación, el actual debería ser necesariamente el de la humanización: el hombre ha perdido algo, se ha vuelto menos humano, por lo tanto es preciso aceptar que quien tiene que humanizarse es el hombre y no los instrumentos, aunque estos indudablemente colaboren con una mejor calidad de atención. La comunicación es un elemento esencial en el funcionamiento social humano, ya que les permite a los individuos y a los grupos relacionarse entre sí conformando, de este modo, la sociedad misma.

2 Odontólogo. Trainer de Dale Carnegie. Expresidente de APOC. Director de la revista de la Asociación Odontológica Argentina.


Los medios de comunicación constituyen una parte esencial de la realidad actual, son parte de ella, nada escapa a su cotidiana presencia. Por eso se dice que lo que no está en los medios no existe. Y además, se piensa que todo lo ofrecido allí “es serio” y “es bueno”. Si está en los diarios, la radio, la televisión o Internet, debe ser verdad. Hoy en día, la medicina, la odontología y todo lo relativo a la salud humana son publicitados por estos medios de comunicación a los que la gente les presta gran atención. En este contexto, la medicina es una de las disciplinas de mayor presencia en los medios, y esto es algo natural. La salud es un hecho esencial en la vida y, por lo tanto, prioritario. La atención que el público presta a la información que tiene que ver con su salud es enorme. Esto es algo para lo que, en general, el médico no está

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preparado lo suficiente. En el programa de nuestra formación profesional no existe. Por eso es que incluimos en nuestro libro este capítulo sobre la palabra del médico en la vida social. Debemos aprender a adecuar la palabra del médico al auditorio que la recibe. Concretamente, cuando soy invitado a hablar tengo muy claras las preguntas que debo hacer. Comienzo con las conocidas como “las cinco W” del idioma inglés, que se utilizan para solicitar información sobre un evento o una investigación: Who? What? When? Where? Why? En castellano, diría: ¿quién me invita? ¿Qué es lo que espera? ¿Cuándo está previsto? ¿Dónde será? ¿Cuál es el objetivo? Con saber quién, veré si acepto. Preguntando cuándo, veré si puedo. Con la respuesta de qué es lo que esperan y para qué, adecuaré el discurso al objetivo del auditorio. La mayoría de los discursos pueden ser clasificados dentro de tres grupos importantes: informativo, persuasivo y social. Es cierto que no en todos los casos el objetivo es tan claro y definido. Hay discursos informativos que también tienen un componente de persuación, y otros especialmente persuasivos que son también informativos. Y en todos los casos se pretende también entretener


socialmente. Pero cada uno de ellos tiene principios y características que conviene destacar. También es necesario conocer las circunstancias en las que se va a hablar, para resolver el tipo de exposición que se deberá utilizar. Hay discursos que, según el protocolo, deben ser leídos; otros, programados; algunos, previsibles; y, por último, merece también consideración el caso más difícil: la improvisación total frente al público. Todo esto tiene una técnica, y no debe faltar en nuestro estudio de la oratoria contemporánea. Son herramientas especiales que debemos incluir en nuestra caja de pesca, como vimos en el capítulo 2. Pero hay todavía más: a través de estudios de psicología, se estima que existe una diferencia fundamental en el receptor según sea el número de miembros que lo componen. Hay números críticos, más allá y más acá de los cuales las relaciones y expectativas del público son variables, independientemente de sus catacterísticas sociales o culturales, y deben ser tenidas en cuenta por el orador para adecuar su plática.

made). Nos referiremos a todas las posibilidades en las que el profesional debe hablar en público. Teniendo en cuenta que algunas de ellas han sido tratadas en otros capítulos, haremos una breve síntesis en esos casos, pero no podemos ignorarlas en el cuadro general.

Tipos de discurso Según el número de participantes • Grupo: hasta de 10 participantes • Auditorio: más de 10 individuos • Multitud: más de 1.000 personas • TV: más de 100.000 televidentes (por punto de rating) Según sus objetivos • Informativo • Persuasivo • Social

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A continuación, veremos entonces los tipos de discurso, y de esta forma llegará a su auditorio con un mensaje hecho a medida (taylor

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Según su exposición • Escrito • Programado • Previsible • Improvisado

Según el número de participantes ¿Cuántas personas habrá en el salón? Esta pregunta no debe faltar nunca en la investigación previa al compromiso de hablar en público. Seguro no hablamos de cálculos exactos, pero es preferible que no nos llevemos la sorpresa de tener que adecuar nuestra presentación o discurso a un número de asistentes muy distinto al que esperábamos.

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En general, puede decirse que hay tres tipos de público según su número: el grupo de hasta diez participantes; el auditorio, de más de diez individuos; y la multitud de más de mil personas. Capítulo aparte merecen los televidentes, cuando el compromiso de hablar es ante una cámara. No es lo mismo hablar a un grupo que a un auditorio o a una multitud. Son distintos el tono y el lenguaje gestual, pero sin embargo la “calidad conversacional” debe tratar de mantenerse en oratoria contemporánea. Cuanto más tiempo retrocedemos, mayor es la diferencia en la exposición con relación al número de personas que escuchan. El estilo encendido, vibrante y enardecido de los antiguos oradores pertenece al pasado. Los medios técnicos de amplificación de sonido e imágenes ya no hacen necesaria la sobreactuación. Y, sobre todas las cosas, la televisión prácticamente limita la congregación de multitudes. Considerando solo la Capital y el gran Buenos Aires, un punto de rating corresponde a 96.782 televidentes (casi dos veces el estadio de River Plate).

Cómo se habla a un grupo A veces pasa. Uno espera hablar ante un auditorio y se prepara como para hacerlo tal cual se explica en el segundo capítulo de este libro. Pero no hay un auditorio, sino un grupo reducido de personas muy bien


dispuestas para hablar, escuchar, aprender y compartir. En otras circunstancias, ya estaba previsto que serían muy pocos (hasta diez personas). En ambos casos, es muy importante que el orador reconozca la diferencia y adecue la técnica de su discurso. Por empezar, debe adaptar el salón. Una disposición de salón de conferencias, donde los participantes estén alineados en hileras, es aceptable en un auditorio, pero no funciona cuando se trata de un grupo. En este caso, es mejor que los miembros interactúen y puedan verse y oírse con facilidad. La disposición ideal sería sentarse en O o en U. Contrariamente a lo habitual en un auditorio, es conveniente que el orador permanezca sentado y cambie su actitud de hablar en público por la de conversar con unos amigos. Su plática debe estar, como siempre, muy bien planeada, pero el tono, el volumen de la voz, la postura y los gestos deben ser cuidadosamente cercanos y amistosos. El orador o líder del grupo tiene que crear una atmósfera cordial disposición para escuchar e intercambiar opiniones y comentarios, aprovechando el aporte de los miembros del grupo. Las conclusiones deben ser preparadas, como la introducción y el cuerpo, pero sería conveniente que fueran consensuadas con los presentes, dándoles de esta forma intervención activa en la reunión. Síntesis • Adapte el salón a sus necesidades. • No hable en público, sólo converse con el grupo. • Organícese, pero hábleles como a sus amigos. • Escuche sus inquietudes. • Aprecie sus aportes. • Mantenga un ambiente serio y respetuoso. • Resuman las conclusiones entre todos.

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y receptiva, permitiendo las interrupciones y el diálogo, con una gran

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Cómo se habla a un auditorio Este es el caso habitual en los medios profesionales o empresariales. En general, cuando se planifica una presentación, no una reunión ejecutiva donde los invitados son muy limitados, el auditorio está compuesto por un número variable que casi siempre supera a lo que constituye un grupo. Lo mismo pasa en las conferencias culturales, artísticas o sociales en la vida moderna. En todos estos casos, las técnicas de expresión se rigen por los principios ya expuestos en el segundo capítulo de este libro. Para evitar repeticiones, sólo consignaremos la síntesis. Síntesis

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• El mejor audiovisual es el presentador. • Prohibido tener motivos para excusarse. • La gracia debe ser original, inofensiva e inocente. • Los gestos no deben ser estudiados. • No interponga una barrera con el auditorio. • Mire al público como se mira a un amigo. • Respete los silencios (evite las pausas sonoras).

Cómo se habla a una multitud El estudio de las características de la multitud tuvo un pionero en el psicólogo social francés Gustave Le Bon, quien hace casi un siglo escribió La psicología de las masas. Es probable que las teorías fascistas del liderazgo, que emergieron en la década de 1920, recibieran mucha influencia de esa obra. Dice Le Bon en su libro: En determinadas circunstancias la aglomeración de hombres posee características nuevas, muy distintas de las de cada individuo. La personalidad consciente se esfuma, los sentimientos y las ideas de los individuos se orientan en una misma dirección.


A la luz del freudismo y de investigaciones posteriores actuales, se ha visto que en el seno de una multitud cada individuo vive afectivamente a nivel de un sentimiento colectivo secreto que lo une a las personas que están cerca, y no se manifiesta como un individuo. Las diferencias personales quedan diluídas entre los parecidos y las coincidencias, y los comportamientos se reducen a un denominador común. Todos los individuos son dominados por un mismo sentimiento, tienden a arrastrarse hacia un mismo lugar, a proferir los mismos gritos y, lo que es más curioso, a manifestarse con gestos parecidos. La emoción provoca el automatismo. Los músculos del rostro son la expresión más viva del automatismo emotivo. Son como autómatas con la misma cara, impulsados por la misma emoción (Edouard Cuyer, Expressions de la Physionomie). Esta comunión, en sí misma, puede conducir a un comportamiento activo absolutamente inesperado o incongruente muchas veces con el tador o un líder. Si la multitud ve frustradas sus expectativas, lo manifiesta sin pudor y con violencia. Así también, si ve satisfechas sus expectativas, el líder tendrá al público “en el bolsillo”. Hoy, las condiciones del liderazgo se estudian en múltiples escuelas. El viejo adagio que afirmaba “el orador se hace y el líder nace” ha perdido vigencia en la vida empresarial actual. Sin embargo, es evidente que no ocurre en la vida política. Los verdaderos líderes políticos, si bien pueden mejorar y mucho su condición de tales, es indudable que tienen una notable predisposición genética. En nuestro medio, el profesor de oratoria Juan Carlos Igareta afirma que los estudios psicológicos sobre la multitud han permitido descubrir algunas leyes que describe en una apretada síntesis.

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proceder normal de un individuo, a veces desencadenado por un agi-

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Síntesis • Ley de la unidad psicológica. Los miembros de una multitud tienden a unificar sus ideas y sentimientos. • Ley de la disminución intelectual. El gran público es poco propenso a razonar sutilezas o a comprender argumentos intelectuales. • Ley del predominio emocional. Los integrantes de un público grande reaccionan más con la emoción que con la inteligencia y el sentimiento. No quiero incursionar demasiado en las técnicas de la oratoria hacia las multitudes. El interés en el tema es tan limitado, que excede los propósitos de esta obra. Solo unos pocos políticos de la vida moderna tienen contadas posibilidades de hablar a multitudes. Sería conveniente, para ello,

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acudir a expertos asesores de oratoria e imagen, y la mayoría con seguridad así lo hace. Pero el común de la gente activa y digna de ser escuchada habla en auditorios y no a multitudes. La televisión abre un enorme panorama a aquellos que tienen algo que decir para llegar al gran público, y esto sí es corriente común y posible en algunos momentos de nuestra vida. Probablemente, la televisión es en nuestra época el principal medio de comunicación del conocimiento.

Cómo se habla por televisión Hablar ante una cámara de TV no es lo mismo que hacerlo ante un público congregado en un salón. La televisión tiene carácter íntimo, donde la inflexión de la voz, las mínimas alteraciones de la expresión y las características fisonómicas de la persona que habla están más próximas que la conversación privada entre dos amigos. El tono de nuestra elocución debe ser cuidadosamente coloquial, como si nos encontráramos en una reducida reunión social. Cuando nos reunimos y charlamos sobre un tema, no es habitual entusiasmarse


hasta el punto de elevar la voz y gesticular. Esto que bien puede ocurrir frente a un auditorio, resultaría ridículo ante un grupo reducido, y ahí está el secreto. Trate de ser entretenido, cordial y natural. Es probable que nunca su auditorio, como orador, haya sido tan numeroso como cuando habla por televisión, pero debe proceder como lo haría ante un grupo de tres o cuatro personas que pueden ser los interlocutores del otro lado de la pantalla. Haga de cuenta que usted está sentado entre ellos. Si participa con otras personas, concéntrese en ellas, con quienes está hablando. Mírelas a los ojos y olvídese de la cámara. Si está frente a ella, mírela como a un amigo. Es mucho más fácil hablar con naturalidad si se hace abstracción de la lente que nos escruta insensible, como un cíclope impertinente. Como siempre antes de afrontar un compromiso, prepárese, pero no piense en palabras: piense en ideas. Recuerde que si lo invitaron es porque usted sabe mucho del tema. guntas esclarecedoras, pero siempre darle total libertad para usarlas o cambiarlas. La televisión es un capítulo nuevo y distinto en oratoria. Es diferente el ritmo, el lenguaje, el tiempo. Treinta o cuarenta segundos frente a la cámara es ya una larga sesión. Breve y conciso, ese es el ritmo. Y de las cualidades del estilo, es la verdad la que netamente se impone. Aunque no hable con precisión, el triunfo es de quien nos transmite confianza en su mensaje. En la televisión nunca intente lucirse, sólo trate de ser claro. Utilice las formas más sencillas de expresión, evitando cuidadosamente la terminología técnica. Sonría, distiéndase, está conversando con un amigo que no lo apremia con definiciones y sentencias categóricas, sino que sólo espera la respuesta a un diálogo íntimo e informal. Si hay una pregunta, responda y punto. No repita los conceptos en otras palabras. Déjelos con ganas de seguir escuchando, no de que se calle. Induzca en todo caso a otra pregunta. Acepte el maquillaje previo. En televisión no se nota y es necesario. Que no se humedezca su frente, que no se note el granito imprudente

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Con sus conocimientos, puede sugerir al entrevistador algunas pre-

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de su cara, que no brille su nariz. Y desmaquíllese cuando sale del estudio de televisión, que en la calle sí se nota. Comparta la calidez y la alegría que habitualmente se disfruta en el estudio. El compromiso es grande, la tensión es mucha, y la buena onda es muy importante para mantener el equilibrio. En APOC contamos entre los profesores con un periodista avezado en los temas de Media training, Norberto Malatesta3, quien nos enseñó algunas técnicas prácticas y valiosas a tener en cuenta: Puente. Muchos entrevistados ruegan que el periodista no les pregunte por algún tema conflictivo que prefieren no abordar. En situaciones difíciles frente a preguntas complicadas, Malatesta aconseja aplicar la técnica puente, que consiste en lo siguiente: primero, reconocer la pregunta y no huir de la respuesta. Aceptar que el problema existe y es tenido en cuenta. Sin embargo, referirse a los esfuerzos realizados para

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solucionarlo y/o evitarlo. Explayarse especialmente sobre lo realizado, trazando un puente sobre los aspectos positivos que se consiguieron o esperan lograrse y, en lo posible, finalizar con un mensaje positivo. Gancho. Esta técnica permite al entrevistado dar más información de la que en un principio se le requirió. Bandera. Una bandera es tener una frase que avisa al periodista y al público que lo que se va a decir es muy importante. Por ejemplo: “Ha tocado usted el punto más importante de la cuestión”, y después bajar la velocidad de las palabras y colocarlas entre un breve silencio. En ese momento clave se atrae la atención y se resume su mensaje. La entrevista televisiva debe ser vista como una oportunidad para transmitir nuestro mensaje de un tema en el que somos expertos. En algunos casos, se trata de un deber ante la necesidad del público de obtener información directa de la mejor fuente. Síntesis • Mire a su interlocutor o a la cámara como a un amigo. • Prepárese, pero no piense en palabras, piense en ideas. 3 Presidente de la Academia Privada de Oratoria Contemporánea (APOC).


• Puede sugerir algunas preguntas claves al entrevistador. • El mensaje debe ser breve, conciso y veraz. • Nunca intente lucirse, solo trate de ser claro. • No hable off the record. • Aunque el conductor sea su amigo, no espere favoritismo. • Sonría, distiéndase, mantenga el equilibrio y la buena onda.

Según sus objetivos La mayoría de los discursos puede ser clasificada dentro de estos tres grupos importantes: informativo, persuasivo y social, teniendo en cuenta que, algunas veces, los objetivos son más de uno.

Principios de la oratoria informativa El orador que presenta un informe en la empresa, en la profesión o en jetivo específico, donde no se involucre su inclinación personal, sino el análisis concreto de su investigación. Su propósito no es persuadir, sino informar, pero en forma clara, eficaz y atractiva. Es cierto que, en algunos casos, su plática puede tener un doble objetivo: informar y persuadir. En ese caso, es lícito y ético hacerlo abierta y francamente cuando la información lleva a una conclusión que puede ser también persuasiva.

Despierte el interés del auditorio Ya hemos señalado la importancia que la primera impresión genera en el auditorio. Nada debe improvisarse: elegir el lugar desde donde se va a disertar, cuidar la postura, la mirada, los silencios, el micrófono. Nada teatral pero dueño de sí, seguro y aplomado. Desde que comienza a hablar, vale la pena escucharlo y la gente está atenta. Las primeras palabras serán para despertar el interés del auditorio. Cuidadosamente deben registrarse los aspectos más llamativos de su

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su actividad habitual debe manejarse dentro de los márgenes de su ob-

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mensaje, los que serán más importantes para su público. Resuma en pocas palabras y elabore con ellas la introducción. A eso lo llamamos, en un capítulo correspondiente, “shock técnico”. En oratoria narrativa, casi siempre, lo más importante está al final: la resolución de un misterio, la clave que permite comprender la trama, la identificación del asesino, etcétera. A eso, Ana María Bovo, directora de la Escuela del Relato, lo llama el “as en la manga”, y aconseja guardarlo para el final. En oratoria informativa debe estar al principio, en la introducción, para de esta manera evitar el esfuerzo adicional que implica descifrar adónde nos lleva la información que se recibe. Lo más importante no tiene que ser vital para ser relevante, pero siempre trate de que sea útil a quien lo escucha, que lo considere, que lo registre y eventualmente le sirva para su actividad laboral, social o

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intelectual. En cualquier plática que pronuncie, depende de usted mostrar la manera en que se relacione con las necesidades o los intereses del público (adecuación al auditorio).

Organice la información Una presentación bien organizada debe procurar que el auditorio interesado la recuerde. Para lograrlo, el presentador debe considerar sólo tres, cuatro o como máximo cinco temas centrales. Eventualmente, en cada uno de ellos hay que tomar otros tantos subtemas. Debe tenerse en cuenta que cuantos más sean los tópicos que se analicen, menos probabilidades habrá de recordarlos. La información puede ser escuchada y entendida, pero no retenida, y en oratoria informativa es especialmente donde se pretende que la audiencia escuche, entienda y aprenda. • No basta hablar para ser escuchado. • No basta escuchar para entender. • No basta entender para aprender.


Los apoyos visuales deben respetar las reglas La preocupación en la preparación de los apoyos visuales debe ser personal, cuidadosa y creativa. La capacidad de síntesis va a ser lo más necesario en la elaboración. Deben ser como un resumen destinado a trasmitir un mensaje que necesita pocos comentarios. Estos comentarios le permitirán hacer más ligera la proyección. La explicación verbal, quizá con algún ejemplo, hará más valiosas y recordables las premisas establecidas en el texto.

Cumpla estrictamente el tiempo asignado En oratoria profesional o empresarial, el tiempo es de indudable valor y debe ser respetado. Sin embargo, estoy seguro de que con solo detenerse a pensar, tanto usted como yo tendríamos muchos ejemplos del lo mismo diez minutos que doce o catorce. En jornadas profesionales, que es donde tengo mayor experiencia, se acumulan así demoras que conducen no pocas veces a violencias que deslucen la programación mejor planeada. En todos los casos, si nota que se atrasó, respete el ritmo planeado. Si es necesario, suprima una secuencia. No acelere ni se lamente. El presentador inteligente anticipa la solución a su retraso y hace los ajustes necesarios. Aprenda a quedarse callado.

Concluya dando por demostrada la introducción Escuche esta receta. Es más simple y eficaz en oratoria informativa: • Dígales lo que les va a decir. Dígaselo. • Dígales lo que les dijo. • Creo que no necesita aclaración. • La conclusión no debe ser otra cosa que dar por demostrado lo que usted propuso en la introducción.

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increíble desatino con que suele manejarse ese tema. Parecería que es

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Genere handouts fáciles de leer y retener Es de buena práctica utilizar sus proyecciones para realizar una impresión de su computadora. Si los apoyos visuales están bien hechos, fáciles de entender y retener, son la apretada síntesis de su mensaje. Ofrecer su entrega al final de su mensaje a cada uno de los presentes proporciona un excelente medio para reflexionar sobre lo escuchado y recordarlo. Habla de su preocupación y su respeto por el auditorio. Síntesis • En la introducción despierte el interés del auditorio. • Organice la información en tres, cuatro o cinco temas.

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• Las proyecciones deben respetar las reglas. • Cumpla estrictamente el tiempo asignado. • Concluya dando por demostrada la introducción. • Genere handouts fáciles de entender y retener.

Principios de la oratoria persuasiva Por más de dos mil años, la retórica –el estudio de la oratoria– ha sido igualada con la persuasión. En la oratoria contemporánea, donde cobra especial importancia la comunicación dentro de grupos humanos con similares inquietudes (empresa, profesión), se impone en forma cada vez más necesaria la actividad informativa. Ya Aristóteles, quien escribió el primer tratado sobre retórica, llamó pathos a la emoción y logos a la información, diferenciándolos según los objetivos. También, y en ambos casos, privilegió el ethos (ética, credibilidad o confianza) como un factor incuestionable. Los discursos persuasivos están orientados a despertar y fortalecer la afiliación del auditorio con una idea o una creencia.


Establezca sus objetivos con transparencia Usted tiene mayores probabilidades de persuadir a los miembros de su auditorio cuando ellos interpretan que usted cree en su objetivo, y que este está orientado hacia sus mejores intereses.

Preocúpese por las necesidades del público Piense en lo que esperan de usted. Se puede suponer que una persona que piensa en sus inquietudes espirituales tiene, aunque sea parcialmente, resueltas las necesidades materiales. Abraham Maslow, prestigioso doctor en Psicología de la Universidad de Wisconsin, señaló, en 1943, la jerarquía de las necesidades humanas, ordenándolas en cinco categorías o niveles. 1. Las necesidades fisiológicas (alimento, higiene). 3. Las necesidades sociales (amor, pertenencia). 4. Las necesidades de estima (respeto, prestigio). 5. Las necesidades de autorrealización (plenitud, paz). Al colocarlas dentro de una jerarquía, Maslow estableció que se debe satisfacer las necesidades en ese orden. Es inútil pretender ocuparse de la pertenencia, la fe y el amor si se tiene hambre y miedo. ¿Cuál es el valor de este análisis en oratoria persuasiva? Sugiere la clase de necesidades a las que puede apelar en sus discursos. Hace posible comprender por qué su discurso funciona con un público y fracasa con otro.

Sustente sus razones con opiniones de valor Aunque algunas razones tienen un efecto persuasivo sin soporte adicional, la mayoría del público busca opiniones calificadas para sustentarlas o para motivar a la acción.

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2. Las necesidades de seguridad (protección y trabajo).

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El mejor soporte es la experiencia verificable, los testimonios de quienes merecen crédito o son pares con vivencias posibles de compartir y/o escuchar. Así como algunas personas son más confiables que otras, también los materiales impresos, diarios, libros o publicaciones pueden no ser dignos del respeto y la consideración del auditorio. Si la opinión proviene de una fuente deficiente, poco confiable o parcial, sería conveniente omitirla en su discurso. En cambio, considere como muy valioso y destacable un testimonio positivo y respetable.

Motive emocionalmente a su auditorio En la medida que prepare sus discursos, usted verá la conveniencia de determinar qué emociones desea despertar, la clase de información

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necesaria y la manera en que puede pronunciarse para un máximo efecto en el público. Las emociones que desea despertar diferirán de un discurso a otro. Si usted está haciendo un llamado para motivar la lucha contra la droga en la juventud, tratará de informar con objetividad las alarmantes cifras que demuestran las estadísticas confiables en el tema, pero al mismo tiempo describirá emotivamente la indefensión, el deterioro y la desesperación del drogadicto. Puede propiciar con pasión el despertar del interés por ayudar, consolar o simplemente acompañar a esa familia en crisis, mostrándole el camino para hacerlo. En la introducción y en la conclusión de su charla estarán los mejores momentos para motivar emocionalmente a su auditorio.

Respete la ética. Sólo así será respetado Sus posibilidades de persuasión tendrán siempre una relación directa con su credibilidad. La confianza que despierta el orador en su auditorio cobra especialmente importancia en oratoria persuasiva. En cierta manera, esto me recuerda mi actividad profesional como médico. La confianza que me prodigaban esos padres al entregarme


el cuidado de la salud de sus hijos despertó en mí una enorme y emocionante responsabilidad. Ese galardón fue mayor que cualquier título académico. No podía fallarles, y ellos lo percibían. El fracaso no era el error humano, siempre posible. El fracaso que ellos ni yo hubiéramos perdonado era el error ético. El público es capaz de perdonar el error. Nunca la mentira. Todos los estudios confirman que la credibilidad de un orador actúa persuadiendo en forma positiva en las creencias y en las actitudes del público. En situaciones ideales, el orador, como el médico, debería ser una persona conocedora digna de confianza y atractiva. El médico debe ser un hombre bueno, que sabe curar. El orador persuasivo, un hombre bueno que sabe convencer.

Pronuncie su discurso en un estilo contemporáneo

rrolla su discurso en un estilo contemporáneo. En el capítulo correspondiente hemos establecido cuatro pilares que lo fundamentan: naturalidad, verdad, brevedad y entrega. Rescato un párrafo textual que lo sintetiza: Es fácil distinguir a un orador contemporáneo. La grandilocuencia, el espectáculo, las palabras rebuscadas, los gestos estudiados, la gracia programada, los silencios teatrales y la articulación vocal exagerada están perimidos en forma definitiva. Atención, que aquí no dice que no demuestre su entusiasmo. Si le entusiasma una idea, si lo motiva una creencia, si tiene puesta su fe en un proyecto, demuéstrelo sin temor. El orador inexpresivo genera públicos inertes. Demuestre su entusiasmo, pero no lo invente. Transmita su vibración, pero no la actúe. Sea sobrio, medido, inteligente en su palabra. Un estilo que no sea verdadero no tiene ninguna probabilidad de persuadir, porque no tiene el fuego de la convicción ni el vigor de lo auténtico.

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Usted tendrá mayores probabilidades de persuadir a su público si desa-

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Síntesis • Establezca sus objetivos con transparencia. • Preocúpese por las necesidades del público. • Sustente sus razones con opiniones de valor. • Motive emocionalmente a su auditorio. • Respete la ética. Solo así será respetado. • Pronuncie su discurso en un estilo contemporáneo.

Principios de la oratoria social Es una realidad comprobada que, en todos los órdenes de la vida laboral, se necesita una cara visible representativa y eficaz. Pero la vida no es solo trabajo. Cada uno de nosotros tiene también

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en su vida de relación compromisos sociales que nos conducen a la necesidad de expresarnos muchas veces ante distintos tipos de auditorio. Puede ser un brindis, un homenaje, una despedida, un cumpleaños, una boda, una festividad o cualquier actividad en la empresa, en su club o en su propia familia. Es más, si usted está leyendo este libro, se debe a que tuvo que hablar en público, o debió hacerlo y no se animó, y no quiere que esto vuelva a ocurrirle. Está en la buena senda. Para cualquier actividad humana, es necesario aprender y practicar. “El herrero se hace en la forja, el nadador nadando y el orador hablando”. Pero se acorta mucho el trabajo si alguien con experiencia nos enseña cómo hacerlo. Hay algunos principios generales que debemos puntualizar y que es necesario tener en cuenta en toda circunstancia o evento social donde tengamos que dirigirnos a un público.

Prevea la posibilidad de tener que hablar Digámoslo desde ya: es muy poco probable que lo llamen a hablar en forma absolutamente imprevisible. O lo llaman por ser el más importante, o por ser el más antiguo en una empresa, o por ser el más


amigo de un homenajeado, o por ser el padre o el hijo, o porque de todos los presentes es el que mejor habla o el que “hizo un curso de oratoria”. Mi consejo es que lo prevea, que piense lo que diría si le pidieran que hable. Es un magnífico ejercicio. Es preferible preparar cien veces un discurso y no usarlo que necesitarlo una vez y no haberlo preparado. Es fácil, solo piense. Son unos pocos minutos de concentración. Mire a su alrededor, observe cuál sería el tono apropiado (festivo, alegre, formal, serio). No hable de usted ni de sus intereses. Hable refiriéndose a la persona que quiere homenajear o a la circunstancia. Busque en sus pensamientos o en sus sentimientos y las palabras fluirán sin dificultad, sorprendiéndolo.

Párese donde todos puedan verlo Busque el lugar más iluminado y central del salón. Sonría. Mire a todos

Espere. Nunca pida silencio El silencio de un orador no puede soportarse por mucho tiempo. Deje pasar unos segundos. Pruebe en un segundero cuánto son 10 segundos frente al público sin hablar. Si no hay silencio total, espere un poco más. Veinte segundos es una eternidad. Comience a hablar despacio. El público aguzará el oído. Si es necesario, repita la frase inicial. Ya nadie se resistirá a escuchar.

Evite las excusas y los lugares comunes Muéstrese agradado de tener que hablar. Agradezca la distinción si ha sido elegido para hacerlo. Y ahora sí, hable. Evite los lugares comunes. Diga lo que imaginó que podría decir con el pensamiento puesto en los intereses de las personas que lo escuchan y en la circunstancia que los reúne. Sea sincero, cordial y respetuoso. Nunca critique, ni siquiera veladamente, a alguien.

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con cariño, sin temor, con alegría y serenidad.

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Resalte lo bueno, lo grato, lo rescatable. Descarte los malos recuerdos, las viejas inquinas, la ironía, la doble intención. Trate de que lo escuchen con una sonrisa.

La brevedad siempre es recomendable Sea breve. La gente no vino para escucharlo. No se enamore de su voz. En APOC decimos que el secreto de un buen discurso es tener un buen comienzo y un buen final, y luego tratar de que ambos estén lo más cerca posible. Busco en mis experiencias y descubro mis errores. Nunca fueron por defecto, algunos tuve por exceso. A veces no nos salen las palabras y otras son un torrente difícil de detener. Con solo pensar si debe decirlo, ya está resuelto: no lo diga.

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Jamás escuché a nadie quejarse porque un discurso fue demasiado corto.

Es un fracaso no hablar si cree que debe hacerlo Este último principio de la oratoria social que quiero destacar es para mí especialmente importante. Levante la vista de este libro y piense cuántas veces en su vida se lamentó de no haber sido capaz de expresar su pensamiento o sus sentimientos: qué pena. Por qué no lo dije. Qué fue lo que me detuvo. El miedo oratorio. El temor al bloqueo mental. Que no me comprendieran. Que se rieran de mí. Ser inoportuno. Que se me quebrara la voz. Que se me escapara una lágrima. No sé, algo pasó. Pero ya no puedo volver atrás. No puedo decirle a un amigo cuánto lo quiero y cuánto lo respeto. A mi mujer, cuánto la amo. A mi adversario, no estoy de acuerdo. Estuve tan cerca. Me palpitaba el corazón con fuerza. Pero no lo hice. Fracasé. Pasó el momento. Ya es tarde. Está tan mal hablar sin tener nada que decir como no hablar si tiene algo que decir.


Síntesis • Prevea la posibilidad de tener que hablar. • Párese donde todos puedan verlo y escucharlo. • Espere: nunca pida silencio ni golpee una copa. • Evite las excusas y los lugares comunes. • No hable de usted si no es el protagonista. • La brevedad siempre es recomendable. • Es un fracaso no hablar si cree que debe hacerlo.

Según su exposición Siguiendo el hilo de la lectura, ya está casi todo preparado para comenzar a escribir a mano o sobre el teclado el bosquejo de mi plática adecuado al auditorio. Ya sé cuándo y dónde va a desarrollarse, de cuánto tiempo dispongo, quiénes forman el auditorio y cuál es su objetivo. Ahora debo resolver qué tipo de exposición voy a utilizar. Concrediscurso, si voy a programarlo con mi “hoja de ruta” a la vista, si voy a desarrollarlo como si fuera espontáneo, sin guion, o si voy a dejarlo librado a la posibilidad de improvisarlo en el momento, llegado el caso de que me pidan que hable.

El discurso leído En este mismo libro, cuando hablamos de planeamiento, incluimos una premisa establecida que dice: “Nunca lea ni aprenda de memoria”. No es mi intención refutarla, pero sí atenuarla. Hoy diría: “Trate de no tener que leer su discurso”. En general, la lectura debe ser reservada para aquellas circunstancias en que sea de rigor e inevitable escribir y ajustarse estrictamente al texto de su discurso. Por ejemplo: jefes de gobierno, ministros, embajadores, militares y, en algunos casos, dirigentes políticos y sindicales deben entregar su exposición escrita para ser revisada, de modo que se atengan a normas establecidas por las autoridades presentes en el acto.

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tamente, debo decidir, de acuerdo a todo lo enunciado, si voy a leer el

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De esta manera, se evita “la interpretación” de las ideas por parte del auditorio y se acepta que su texto es la legítima opinión del grupo humano a quien representa el orador. Entonces sí, escríbalo, entréguelo para ser revisado y, una vez aprobado, léalo. Pero bien. A eso vamos… La redacción final de su manuscrito debe ser impecable, pero utilizando el estilo oral en vez de hacerlo sobre la base del estilo escrito, demasiado cuidadoso, técnico y formal. Quizás, de nuevo, la excepción sea la imposición del protocolo diplomático, que sí requiere el máximo de precaución con las palabras. El orador debe conocer muy bien su texto, practicando y practicando, familiarizándose con él, a fin de no tener que centrar su atención plena y su mirada fija en los papeles durante su lectura. De ese modo, podrá tener contacto visual con el público y mantener viva su atención.

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El texto debe ser mecanografiado en tamaño amigable para su lectura sin esfuerzos. Se aconseja utilizar un tipo clásico de letra legible, con espacios dobles. Marque en el texto las partes en que quiera dar más énfasis, señale con marcador las pausas que estime convenientes. La oración final de cada página debe ser completa, para evitar silencios innecesarios. Tenga en cuenta que, leyendo a ciento veinte palabras por minuto, recorrer una página de tamaño A4 con letra tipo Arial 14 a doble espacio le va a llevar dos minutos. Ajuste entonces el texto con esas características al tiempo que dispone para su lectura. Numere y doble ligeramente la esquina superior derecha de cada página, para ayudar a pasarlas con facilidad y evitar saltearse algunas de ellas con la nerviosidad del momento. Verifique el atril donde va a apoyar su discurso y trate de que no se note el número de páginas que contiene su mensaje. Si son muchas, predispone negativamente al público. Lo más importante: lea como si no leyera. Libérese del papel durante algunas frases. Le dará espontaneidad y romperá la muralla invisible que le impide la comunicación directa y emotiva con el auditorio.


Síntesis4 • Escríbalo con pulido estilo oral. • Utilice letra tipo Arial 14, con espacios dobles. • Marque en negrita las “nociones fecundas”. • Familiarícese con el texto. • Numere y doble las hojas arriba a la derecha. • No exponga su texto a la vista del público. • Mire al público y lea como si no leyera.

El discurso programado En realidad, todo este libro está escrito para aquellos que necesitan aprender a elaborar un discurso programado. En cualquier actividad laboral (profesionales, empresarios, profesores, dirigentes, políticos, religiosos, etc.), puede ser necesario tener que hacer presentaciones orales informativas y/o persuasivas. En togramado con hoja de ruta. En realidad, la hoja de ruta no es otra cosa que las proyecciones sobre la pantalla realizadas con la única técnica valiosa en el momento actual, que es con una computadora y un cañón de proyección. Está claro que, de no hacerlo así, también puede escribirse una hoja de ruta muy sintética con notas al alcance y a la vista del orador. No estoy propiciando hacer su presentación leyendo sus proyecciones, pero es innegable que con ellas como apoyo visual podemos desarrollar nuestra plática con una excelente guía para nosotros y para nuestro auditorio. En mi práctica, acostumbro a imprimir mis proyecciones y entregarlas como handout a todos mis oyentes. Para ellos, mi hoja de ruta resulta de gran valor para memorizar su aprendizaje. Quizá, para no tener que volver hacia atrás las páginas de este libro, sirva un pequeño resumen que nos recuerde como se planifica una conferencia programada.

4 Este trabajo ha sido presentado en APOC por su presidenta, Noemí Dora Keselman (11 de abril de 2007).

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dos estos casos, se utiliza la técnica de elaboración de un discurso pro-

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Síntesis • Defina su objetivo. • Ocúpese de su presentación. • Preocúpese de que pueda entenderse y retenerse. • Puede tener un guion y/o las propias proyecciones. • Elabore la introducción y las conclusiones. • Practique ajustando el tiempo. • Pruebe la tecnología antes de comenzar.

El discurso previsible Veamos. Si soy el gerente de una empresa y despedimos a un antiguo empleado que se jubila, se supone que debo ser yo el que hable, o por lo menos uno de los que lo hagan. Igual si se trata del cumplea-

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ños de un gran amigo, de la boda de mi hija o mi propio retiro de la profesión. En todos estos casos, se impone un tipo de discurso previsible, sin hoja de ruta ni guion a la vista, pero cuidadosamente preparado. No es necesario escribirlo, y mucho menos memorizarlo palabra por palabra, pero la dedicación que ponga en su preparación resultará directamente proporcional al cariño o al respeto que le merezca la ocasión. El discurso previsible resulta apropiado en muchos contextos, desde los más relajados y divertidos hasta los más serios, siempre y cuando se desee un cierto grado de informalidad. No está “programado”, pero no es “improvisado”. Es previsible y adaptable al ambiente en que se desarrolla el acontecimiento. Un último consejo: tenga cuidado. Usted no es el protagonista de ese evento. Hay otro, que es en general a quien usted se dirige. No hable de usted, sino de él. No trate de lucirse, sino de lucirlo. Espontáneo será si es sincero, breve, claro, y la vista del auditorio no está puesta en usted, sino en aquel a quien se dirige su mensaje.


Síntesis • Decida el tono y la longitud. • Ilustre el discurso con anécdotas. • Piense en ideas, no en palabras. • No use notas ni hoja de ruta. • Adáptese al entorno: divertido o formal. • Sea cordial y sonriente.

El discurso improvisado La verdadera improvisación frente al público tiene características que le son propias, y su técnica, si bien es sencilla, requiere prolongados esfuerzos de formación y de práctica. Solo los que no saben nada de oratoria llaman improvisación a la palabra deshilvanada sin estructura. No basta llenar los minutos con excusas, lugares comunes o frases do de hablar…”; “esto me toma por sorpresa…”. Esto último tampoco es demasiado cierto. En la mayoría de los casos, la persona señalada tiene sobrados motivos para sospechar que va a ser la indicada para hablar, y en ese caso debió haber pensado qué decir transformando el discurso improvisado en previsible, mucho más fácil de elaborar con tiempo. Pero es cierto. A veces pasa que uno no espera tener que hablar. Y en ese caso, ¿qué hago? ¿Cómo me organizo? ¿De qué manera afronto el compromiso? Siéntase usted mismo señalado. Alguien con la mejor intención de distinguirlo lo llama por su nombre. Una rápida descarga de adrenalina y neurotransmisores lo pone alerta. Su cerebro trabaja con todo su potencial. Debe afrontar la emergencia. Es un verdadero desafío. De pie, usamos el silencio inicial para lograr atención y serenarnos. Miramos al público con una sonrisa. Reconoceremos seguro muchas caras amigas que nos comprenden y nos animan.

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sin sentido: “No estoy preparado…”; “no pensé que sería yo el encarga-

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En nuestra mente, se instala la idea central sobre la que se quieren fundamentar las palabras. No hay secreto, siempre son las mismas: amor, familia, amistad, vocación, lugar de trabajo. Me cuesta mucho buscar otros temas posibles. Pienso en las veces que he tenido que improvisar frente al público, y creo que no hay más. Puede ser en un cumpleaños (amistad), en una festividad particular (familia), en una boda (amor), en la jubilación de un colega (vocación), en un aniversario de la empresa (lugar de trabajo). Al tema de improvisación le sigue entre paréntesis la idea central. Con la idea central en nuestra mente, sigamos un consejo de Dale Carnegie: comience contando una vivencia cierta, propia y pertinente al tema. De ese modo, se verá libre de pensar en su próximo paso, ya que las experiencias se relatan con facilidad. Cuándo me di cuenta de que amaba a mi mujer; cómo se desarrolló

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mi vocación profesional; de qué manera recuerdo el ingreso a mi lugar de trabajo; dónde nos conocimos con mi amigo. Superará de ese modo su natural nerviosismo y atraerá la atención del auditorio, siempre receptivo frente a un relato real. La comunicación, de esta forma, estará establecida. Su público lo escuchará con atención, y ese será su mejor estímulo para dar a sus palabras ánimo y vigor. Después del relato, deje hablar a su corazón. El tiempo será corto para expresar lo que durante toda su vida pensó en el amor, en la amistad, en la familia y en la vocación. No necesita guion. No reprima sus sentimientos. Solo contrólelos. No se preocupe si se le corta la voz, si se humedecen sus ojos, si se le nota la emoción que lo invade. Una pequeña pausa, quizá una palabra liviana y cómplice con su auditorio, alivia la tensión. Ya está. Ahora cierre, relacione sus palabras lo más estrechamente posible con los asistentes. Es natural que el auditorio se interese por sí mismo y por el motivo o el lugar que los reúne. Si cabe, involucre a alguno de ellos mencionándolo por su nombre. Su sencillo discurso será recordado con cariño. La que habla es una persona sincera y emotiva, que no pretende lucirse, sino cumplir con su compromiso interior. Tenía algo que decir y lo dije. Será recibido como el mejor regalo.


Ahora sí puedo establecer la definición que considero más ajustada de un discurso improvisado: es el arte de expresar vivencias y sentimientos con palabras no previstas.

Síntesis • Póngase de pie y, si hay, diríjase al micrófono. • Mire al público sonriendo y agradezca la distinción. • No diga que no se preparó, todos lo saben. • Cuente una vivencia propia, cierta y pertinente. • Deje hablar a su corazón, pero contrólelo. • Involucre a alguno o algunos de los presentes. • Sea humilde, sincero y cuidadosamente breve. 137 Ignacio Di Bártolo



La palabra del médico al final del camino Con la colaboración del Dr. Fermín García Marcos y del Dr. Cándido Emilio García

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5 Médico cirujano. Exprofesor titular de Bioética en la Universidad del Salvador. Decano de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Católica de La Plata. 6 Abogado. Exprofesor de Derecho Administrativo de la Universidad del Salvador. Asesor de Bioética Médica del Hospital Alemán de Buenos Aires.



En los temas de la vida y de la muerte, es esencial la palabra del médico bien formado en su doble e indisoluble menester clínico y ético. En el prefacio de un libro –de los tantos dedicados a la muerte–, se narra la historia de un paciente al que la enfermera encontró muerto en la Unidad de Terapia Intensiva, después de que él mismo se hubiese desintubado y arrancado las venoclisis y los monitores. Había dejado una nota escrita que decía: “Doctor, el enemigo no es la muerte; el enemigo es la inhumanidad”. El gran reto de la cultura actual es reintroducir con naturalidad el pensamiento de la muerte. Traerlo a nuestro diálogo en el momento oportuno, a las conversaciones de la familia, de nuestros más queridos amigos, de nuestra actividad profesional y de nuestras meditaciones más íntimas. Es necesario vencer el primer impulso de rechazar el tema. Invariablemente, cuando surge, alguien dice “hablemos de otra cosa”, y con rapidez todos se pliegan y desvían el diálogo. De “eso” no se habla. Pero no siempre fue así. Philippe Ariès es un investigador francés que ha estudiado la historia de la muerte en nuestra cultura occidental a partir de la Edad Media. Para el hombre medieval, la muerte no era un acontecimiento individual, sino que tenía un marcado carácter social. La muerte era un gran acontecimiento de la vida y se celebraba con un solemne ceremonial.


Dentro de este ceremonial, había tres momentos claves: la aceptación del papel activo, protagónico, del enfermo muriente; el gran relieve concedido a la despedida de los seres queridos –“ceremonia de los adioses”–, y finalmente la gran importancia de las manifestaciones de dolor. Esta aceptación natural de la muerte se traducía, hasta hace relativamente pocos años en la historia de la humanidad, en algunas costumbres que contrastan con el rechazo manifiesto y casi unánime con que se enfrenta esta realidad en el momento actual. La habitación del paciente muriente se convertía en un lugar público, en el que podían entrar no sólo las personas más íntimas. Se consideraba que los niños deberían estar presentes y ver morir a sus padres. El enfermo llamaba uno a uno a sus familiares y amigos para despedirse y darles sus últimos consejos. También sus enemigos estaban presentes para la reconciliación y el perdón.

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Cuando el hombre medieval pedía a Dios que lo librase de la muerte súbita, no lo hacía solo por consideraciones religiosas de tener bien preparada su conciencia, sino también porque la partida imprevista le impedía vivenciar su propia muerte. El enfermo muriente era consciente de la situación, ya sea porque él mismo la presentía y nadie trataba de ocultarla, ya sea porque estaba prevista, en caso necesario, la figura del nuntius mortis, el mensajero de la muerte. Habitualmente, era el amigo más íntimo el encargado de anunciarle la proximidad del fin de su vida. Otro rasgo característico era la manifestación del duelo ante la muerte del ser querido, que podía expresarse con toda libertad aun en hombres muy viriles que se jugaban a diario su propia vida en la guerra. Con el devenir de los años, fue cambiando la manera de vivir y también de morir. Pero es en este siglo que la comunidad, cada vez más anónima en las grandes aglomeraciones urbanas, se siente progresivamente menos implicada en la muerte de cada uno de sus miembros. Por otra parte, comienza a “protegerse” al enfermo evitándole el conocimiendo de la verdad de su situación. El mismo muriente, al adivinar o intuir este juego piadoso, se hace cómplice del engaño. La mentira del amor.


La muerte no debe mencionarse cerca del enfermo terminal. Tampoco la familia cercana concientiza en forma clara el fin próximo e inevitable o intenta asumirlo con pretendida indiferencia. La sociedad occidental actual oculta la muerte como si fuera un hecho licencioso que no debe trascender en la vida de los que quedan y deben continuar en lo suyo, sin detenerse, para que pase cuanto antes y lo más desapercibido posible. En Estados Unidos, Jeesica Mitford (El estilo de muerte americano) critica especialmente a los llamados Funeral Homes, velatorios equiparables a salones de fiesta donde se realiza una reunión en la que participa el cadáver, muchas veces embalsamado y hasta con los anteojos puestos, enmascarando a la muerte en una especie de acontecimiento social. El estilo actual en nuestro medio –no es una crítica, sino una realidad– para enfrentar el momento de la muerte del enfermo responde a los estereotipos de las sociedades urbanas más desabúsqueda de la intermediación médica y tecnológica para poner distancia, alejamiento de los niños, muerte y velatorio fuera del hogar. El modelo “moderno” responde a la necesidad psicológica, propia de la sociedad del bienestar, de eliminar el dramatismo de la muerte transformándola en una apacible continuidad o tránsito, donde deben estar ausentes el dolor, el sufrimiento y la expresión vital de estos, el luto. En la primera mitad del siglo xx, se fue produciendo un cambio sucesivo en torno a las tradiciones que acompañaban a la muerte. Dicho cambio alcanza también al concepto de enfermedad y de la relación médico-paciente. La concepción biologicista consolida la medicina como una ciencia natural; una medicina clasificadora donde la enfermedad es una entidad nosológica ajena a la persona sobre la cual se instala. Habrá enfermedades, no enfermos. El hombre es un mamífero que adquiere una determinada enfermedad, no una persona integral, cuerpo y espíritu, que la padece. La tecnología, durante los últimos cincuenta años, ha llevado a la consideración del enfermo como un objeto.

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rrolladas: negación, ocultamiento, rechazo, silencio ante el tema,

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Precisamente la pérdida de su dignidad de sujeto es la que provoca la reacción social y médica y la crisis de la medicina, que desemboca en la revalorización de la ética médica y el desarrollo de la bioética. La concepción de la muerte derivada de una cultura biologicista, que dicotomiza la unidad e integridad del hombre, hacía ver su deceso como un hecho normal de la biología, despojándolo del otro aspecto no menos importante: una circunstancia trascendental que padece él y su grupo familiar. El traslado del paciente crítico al centro asistencial puede deberse a la necesidad insoslayable del tipo de tratamiento a establecer, al requerimiento terapéutico específico y a las pautas de tratamiento eficiente y activo que no pueden implementarse en el hogar. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que la internación desarraiga al paciente, lo despoja de todo lo que es habitual para él y lo separa de

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la cercanía permanente de sus seres queridos, tema que se agrava en las salas de terapia intensiva y quita al enfermo la posibilidad de decidir u opinar. Es así que, impelido por una necesidad de medicación, la habitación del moribundo ha pasado de la casa al hospital, que se transforma en el lugar de la muerte solitaria. El hospital ya no es solo un lugar donde se cura o donde se muere a causa de un fracaso terapéutico, es el lugar de la muerte normal. Por otra parte, la eficiencia asistencial alarga estos tiempos que muchas veces no serán de prolongación de la vida, sino el simple proceso de fallecer. La sociedad y el médico no pueden suprimir la muerte, pero sí prolongar o acortar el final de la vida. Del ensañamiento o la obstinación terapéutica, o de su extremo opuesto, la eutanasia misericorde (merci killing), proviene la pérdida de la dignidad del momento de la muerte. Por otra parte, el médico asume la tremenda responsabilidad de ser brazo ejecutor omnipotente en la prórroga o no del fin, pero no ya en un diálogo fraterno e individual con el paciente y su familia, sujeto a criterios humanitarios y científicos propios de su profesión, sino como parte del equipo hospitalario, anónimo y burocrático, dependiente de una disciplina, una organización vertical, diluido y despersonalizado en medio de la eficiencia técnica.


Recordar aquello de que, para la medicina clásica, “médico es el que cuida, no el que solo cura”, así como aquel aforismo que fija las obligaciones médicas: “Curar a veces, aliviar frecuentemente, consolar siempre”. La muerte, entonces, no pertenece más ni al propio sujeto muriente ni a su familia, persuadida de su incapacidad. Es regulada y organizada por una burocracia y una sociedad que maneja el tema como una cosa más que debe molestar lo menos posible. Una manifestación evidente es la negación del duelo o el luto, considerado peyorativamente como morboso o anticuado. Es necesario encubrir o reprimir el dolor, o al menos ignorarlo. Para la psiquiatría, en cambio, la muerte es un suceso dramático cuyas angustia y desazón pasan y mejoran naturalmente, siempre y cuando no se lo reprima o no se pretenda ignorarlo. El grupo social al cual pertenecen los deudos tiene un papel terapéutico en torno al recuerdo compartido, el ceremonial y los ritos. Es el espontáneo y natural sufrimiento Hace pocos años pronuncié una conferencia en la Academia Nacional de Medicina con el tema “El hombre ante la enfermedad y la muerte”. Entre otros conceptos, expresábamos allí: ¿Por qué la medicina y el mundo social actual niegan y huyen del enfermo terminal y de la muerte? Esta etapa crucial y decisiva está tan subconscientemente negada por las personas, que ni siquiera pueden definirla con una palabra; no existe. ¿Cómo se llama a ese enfermo, a quien se le diagnostica una enfermedad incurable, durante el lapso desde el diagnóstico hasta su muerte? ¿Se llama moribundo? No, de ningún modo. Este término implica un fin muy próximo, inmediato diría, y ese no es el caso. Es tal nuestra negación del tremendo enfrentamiento con la muerte, que no sabemos siquiera definirlo en un término. Debemos inventarlo. Alguien lo hizo ya en la literatura reciente, y a ese enfermo se lo llamó muriente. Los médicos y las enfermeras estamos ya tan familiarizados con la muerte, que muchas veces, acongojados pero siempre firmes y serenos, presenciamos los últimos momentos de un paciente moribundo.

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por el “ausente presente”, de esa “presencia ausente” que es la muerte.

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Pero el muriente no. De aquel que intuye o sabe a ciencia cierta que va a morir, pero que está lúcido, con toda su energía vital y emocional activa y agudizada por la circunstancia, de ese paciente solo sabemos huir. Cierro los ojos. No quiero escucharlo. No quiero saberlo. Si es posible, que busque otro médico. Y si es un ser querido, ya no soy médico. Soy un hombre que huye. Invento ocupaciones para no visitarlo, para no acompañarlo, para no comprender. Es tal el temor a la muerte, que ni siquiera queremos escuchar hablar del tema. Yo sé que es duro, pero debemos prepararnos. Es inútil esconder la cabeza. Es inútil ignorar la realidad que nos golpea. Debemos abrir el corazón y aprender a reconocer y a acompañar al enfermo muriente que nos necesita a nosotros tanto o más que a nuestra ciencia.

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La muerte es la crisis más severa que el hombre debe enfrentar. Yo sé que voy a morir. ¿Qué va a pasarme cuando sepa cuándo? Sin duda, el estudio más serio sobre la muerte y el morir se debe a la Dra. Elisabeth Kübler Ross, psiquiatra suiza radicada en Estados Unidos. Su obra, realizada en la Dirección del Servicio de Salud Mental y Familia de Chicago, tuvo rápida difusión internacional por su artículo aparecido en la revista Life; un resumen popular de su trabajo de toda la vida. El trabajo de la Dra. Kübler Ross comenzó cuando un grupo de estudiantes de teología la consultó sobre la crisis más importante de la vida humana: el hombre ante la enfermedad terminal y la muerte. Nadie tenía experiencia. Nunca se había relatado la experiencia de quien va a morir. Solo quien la vive podría describirla. Pero ¿querría hacerlo? Durante largos años, la Dra. Kübler Ross entrevistó a miles de enfermos murientes, y de allí surgió su trabajo. Todos ellos sabían que iban a morir, se les hubiera dicho o no su realidad. Esto que ahora relataremos está escrito con las palabras más puras que pueden surgir del corazón humano, absolutamente desprovistas de intereses e inquietudes terrenales. Describen su última experiencia aquellos que quizá nunca podrán leerla.


Cinco son los estadios que pueden observarse en los pacientes desde el diagnóstico de una enfermedad terminal hasta su muerte.

Estadio 1: Shock. Negación. “No puede ser” La mayoría de los pacientes responden con shock y negación cuando se les informa que padecen una seria enfermedad. La duración de este estadio es variable desde muy poco tiempo hasta varios meses. El enfermo comienza a intuir la verdadera magnitud de su mal en el comportamiento de sus familiares y amigos, que no saben de qué hablar y están distintos, sonríen más de lo normal y tocan temas triviales. El médico y la enfermera deberán ser cuidadosos en el manejo de la información. Se le reiterará la real importancia de su problema de salud, pero siempre se dejará encendida una llama de esperanza. Si no puede ser esperanza de vida, será de posibilidad de nuevos medios diagnóscómo y cuándo decirlo surgirán a partir de esta conducta honesta y valiente que permitirá al enfermo muriente continuar adelante en las distintas etapas de su duelo, hasta la digna aceptación de su destino.

Estadio 2: Ira. Hostilidad. Culpa. “¿Por qué a mí” Cuando el paciente no puede seguir manteniendo la negación de su enfermedad, se torna difícil: irritable, crítico, hostil. La familia y los amigos lo evitan. El personal se resiste a atenderlo. En California, se midió el lapso que una enfermera tarda desde que el paciente la llama hasta que acude a atenderlo: el tiempo de respuesta era exactamente el doble cuando el timbre sonaba desde la habitación de un enfermo terminal. La enfermera no era consciente de ese hecho. Es fácil comprender que no es sencillo atender las preguntas, las críticas y muchas veces la hostilidad de un enfermo muriente. La familia también deberá soportar con entereza y comprensión la injusta y permanente agresión del paciente en ese estadio de la elaboración

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ticos o terapéuticos, o simplemente de alivio a su dolor. Qué decir y

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de su duelo. Cuando se acercan a su cama, será muy temprano o muy tarde, o pocos o demasiados. Cualquier cosa que uno haga será criticada. Es importante comprender que estos pacientes no están en realidad enojados con la enfermera o con la familia. Si uno puede ayudarlo a expresar su pregunta “¿por qué yo?” y a manifestar su ira y su enojo, el enfermo se calma, se torna sereno, dócil, comprensivo. Nuestra participación será más útil y eficaz. Podremos acompañarlo en su dolor. Como médico, recuerdo haber cargado sobre mi espalda la crítica injusta de algún padre ofuscado en su impotencia. Es muy difícil reprimir la respuesta que surge espontánea: “Yo no tengo la culpa de su dolor”. Cuánto más valioso será en ese momento el silencio solidario que contiene y acompaña. También recuerdo ahora las veces que no supe comprender.

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Estadio 3: Magia. Misticismo. Regateo. “A mí sí, pero...” Después de esta segunda etapa del duelo, se abre paso una tercera signada por una palabra peligrosa, muchas veces tentadora pero, las más, esquiva y desalentadora: la esperanza. El paciente terminal recapacita, acepta la realidad, reconoce su destino, pero... allá en la oscuridad del túnel que le falta recorrer brilla una lucecita que lo anima. Alguien le avisó que en un país lejano, a veces insólito, este tipo de cáncer es curable. Otro amigo, con la mejor intención, le contó que un sacerdote, tocando su cabeza durante varias madrugadas, destruiría lentamente sus células malignas. Muchas veces es a un médico milagroso a quien se recurre, no importa el sacrificio que implique trasladarse a donde fuere. José era uno de los médicos más queridos de mi servicio. A los 33 años, tuvo su primera convulsión por una metástasis cerebral de un cáncer cuyo origen nunca pudo definirse. Conocedor del tema, no fue posible atenuar el impacto que le produjo el planteo terapéutico: quimioterapia y radioterapia. José conversó conmigo con conciencia total de su próxima muerte. Pero... en los últimos meses deambuló


por sacerdotes, monjes en México y curanderos en el Chaco. Desde allí escuché sus últimas palabras con un tono de sorprendente esperanza, que cuidé muy bien de respetar. Esa debe ser la postura: respetar, pero no alimentar. Esperar lo improbable, pero posible, es un motor que ayuda a vivir. Alentar falsas esperanzas es pernicioso. Destruye el camino elaborado y obliga a recomenzarlo. Si en el primer estadio del duelo, ante la enfermedad y la muerte, el paciente dice “no puede ser”, en el segundo dice “¿por qué a mí?”, en el tercero acepta “a mí sí, pero...”, en el cuarto ya no hay peros y entonces se entrega con un “sí, a mí”. Entonces el enfermo entra en una profunda depresión.

Estadio 4: Tristeza. Depresión. Llanto. “Sí, a mí” Debemos comprender que esta depresión es normal. Sería absurdo perdió a una persona amada. El enfermo muriente enfrenta la realidad de perder a todos aquellos a quienes ama, a todo aquello que quiso en esta vida. En el dolor preparatorio, no se necesitan palabras, o se necesitan muy pocas. Son muchos los sentimientos que pueden expresarse con los gestos. Toco su mano, acaricio su cabeza, le doy un beso o simplemente me siento a su lado, en silencio. El morir en el momento actual se ha convertido en algo solitario, mecánico y deshumanizado. En una sala de terapia intensiva o en una unidad coronaria la persona que enfrenta la crisis más importante de su vida está rodeada de enfermeras asépticas, médicos desconocidos y aparatos electrónicos incomprensibles. Ya no es Antonio. Es una cosa. Ya no es un hombre. Es un muñeco sin pudor al que se le estiran los brazos y se le encogen las piernas, y de quien se espera una sonrisa automática ante el comentario pueril, pero expresado en voz autoritaria y fuerte. No importa lo que Antonio quiere. Puede pedir a gritos respeto, paz, dignidad, pero solo recibirá sedantes, transfusiones o una traqueotomía si es necesario. Nadie se detendrá ni un minuto a mirarlo de frente o a tomar su mano, pero muchos ojos gastarán muchas horas

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pretender que no esté triste. Es fácil comprender la depresión de quien

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en la observación de los monitores, las ecografías y la evaluación del medio interno del paciente. Seguro que es más fácil mirar a la máquina que encontrar esos ojos que nos miran y esperan. Hubiera bastado a veces hacerse tiempo, buscar una silla, tomar esa mano y escuchar en silencio. Nunca habríamos sido en nuestra profesión tan elocuentes. Y así, despacio y normalmente, termina la vida. Así sereno ya después de la tormenta, el barco se desliza hacia la inmensidad. Ya no tiene contra qué luchar. Se entrega mansamente a esa paz que no conocía. Acepta su destino, se va en silencio. Sobran las palabras. Ya no tiene miedo.

Estadio 5: Aceptación. Paz. Silencio. “Así sea”

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La pequeña verdad tiene palabras claras, la gran verdad tiene un gran silencio. Rabindranath Tagore

Naturalmente, no deben entenderse estas fases como compartimientos estancos por los que se pasa uno por uno en forma automática, en la elaboración del duelo por la pérdida definitiva de la salud. Hay retrocesos, yuxtaposiciones, estancamientos y, en algunos casos, rápidos deslizamientos por los distintos períodos, hasta llegar a la serena entrega hacia el fin inevitable. Todas las personas deberíamos dedicar a la muerte un capítulo importante de reflexión en nuestra vida. Pensar, conversar, prever, proponerse aceptar y asumir la propia muerte. Pero si alguien es inexcusable en la ignorancia o en la indiferencia frente a la importancia de este gran acontecimiento de la vida, es precisamente el médico. Sin saber qué es lo natural que ocurra, no puede acompañar a su paciente. Tendrá que aceptar su rechazo, su hostilidad, su desconcierto y su desconfianza.


Tendrá que compartir su depresión y alentarlo en su abandono. Tendrá que escuchar su silencio y su entrega. El médico debe aprender a ayudar a morir a sus pacientes enfermos terminales. Y este tema no se estudia nunca, ni en la facultad, ni en el hospital, ni en la docencia universitaria. Por eso se improvisa la actitud del profesional, por eso no se comprende al enfermo. Por eso se huye frente a este momento crítico. Aquellos que acompañamos a Kübler Ross en sus investigaciones hemos descubierto que en las etapas finales de su vida sus trabajos estaban teñidos de una espiritualidad que estaba aún por encima de la religión y de la fe. Transcribo textuales sus palabras del libro La muerte: un amanecer: “La muerte es solo un paso hacia la forma de vida en otra frecuencia”. Allí relata historias que hacen sospechar de su sano juicio. Pero, en síntesis, propone que acompañemos al enfermo terminal en el tercer estadio de su duelo: “Yo sí, pero...”. Independientemente de la opinión que le merezca a quien lea su permitir y hasta, en algunos casos, alentar la esperanza que le ayude al enfermo terminal sobrellevar su drama. Juan Antonio Vallejo Nágera fue un distinguido médico español que describió las etapas de su propio camino hacia la muerte en un libro maravilloso que se llama La puerta de la esperanza. Dice allí: “Por favor, aunque se lo pidan, nunca digan basta; acompáñenlo en esa luz de esperanza”. Estudios realizados en Estados Unidos muestran que entre los estudiantes de medicina es estadísticamente significativo el porcentaje de los que tienen importantes niveles de angustia ante la muerte, lo cual puede haberles influido en la elección de sus estudios. De la misma forma que no puede ser un buen educador sexual aquel que tiene mal integrada su sexualidad, tampoco puede normalmente ayudar a bien morir el que tiene mal asumida la realidad de su propia muerte. Hay una forma de evitar el compromiso diario y permanente que exige el enfermo terminal: diluir la responsabilidad internándolo cuando el fin está próximo. El médico, por no estar solo, deja solo a su paciente recluyéndolo en terapia intensiva. Se desvirtúa de esta forma también la razón de ser

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libro, creo que es dable considerar que en esta etapa debe subrayarse,

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una terapia intensiva. Terapia de qué, si ya nada puede ser útil. Pero –lo decimos con pena y con culpa– es una forma de alejarse y no enfrentar la dolorosa realidad que también le toca vivir al médico. Existe en el mundo una creciente crítica hacia la muerte intubada. La tendencia comprensible y natural es volver a transferir la muerte a los hogares, en donde puede ser menor la asistencia técnico-médica pero en donde el enfermo muriente puede vivir su última etapa en su propio y habitual entorno, rodeado por los suyos. Pero este procedimiento es muy difícil. Es necesario contar con una familia serena y firme, condiciones casi imposibles de lograr cuando un ser querido sufre sin esperanza. Es allí donde se hace necesario a veces recurrir a los cuidados paliativos. El movimiento paliativo moderno es relativamente joven. Comenzó en la década de 1990 con el apoyo de la Organización Mundial de la Salud. Los cuidados paliativos constituyen una manera de proporcionar

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atención a los pacientes con una enfermedad avanzada y progresiva, potencialmente mortal a corto plazo y que ya no responde al tratamiento curativo. Son sus objetivos mantener o mejorar la calidad de vida al final del camino y dar apoyo a la familia en esta fase, y en algunos casos también durante el duelo. Los cuidados paliativos se pueden ofrecer en el hospital, con el enfermo internado o mediante apoyo especializado para la asistencia domiciliaria. Ayudar a morir significa asimismo saber estar cerca de los familiares del enfermo. Ellos también deben conocer las etapas normales del duelo y así comprender y ayudar mejor a la persona que aman. Pero además ellos necesitan la ayuda del médico que los guíe, los ubique en la realidad y los comprenda en su desesperación. El médico que no sepa hacerlo es inexcusable.

ec o

ico en el final de la ida

Es aceptada en forma universal la existencia de derechos del enfermo terminal. Se centran en la posibilidad de vivir, valga la paradoja, una muerte digna de paz.


Dichos derechos son: • No sufrir inútilmente. • Conocer la verdad de su situación. • Que se respete la capacidad de decidir por sí mismo. • Recibir asistencia espiritual y religiosa. • Renunciar a remedios o prácticas desproporcionadas que no pueden resolver su enfermedad de fondo. También puede renunciar en forma voluntaria a empecinamientos terapéuticos en la Unidad de Terapia Intensiva y a indicaciones de cirugía o quimioterapia ante perspectivas ciertas y estadísticas de sobrevida muy escasas. Cabe recordar las palabras del profesor Mario Brea en el Instituto de Clínica Quirúrgica del antiguo Hospital de Clínicas, escuchadas (y no bien interpretadas o comprendidas en ese entonces por los residentes) un paciente terminal: “Sepan respetar la muerte, pónganle un suerito barato”. Conociendo la solvencia científica del Dr. Brea, su calidad técnica, humana y ética con los enfermos, esto es un ejemplo de realismo médico y de juicio ético recto que conlleva resposabilidad y valentía respecto de la muerte y la muerte en paz, justa apreciación de la relación costo- beneficio en su doble aspecto: económico y de sufrimiento, así como de los límites de la posibilidad terapéutica. El paciente, si está en condiciones de hacerlo, en el curso de sus últimas etapas de enfermedad y de vida puede aceptar, previa información correcta, que se usen medicamentos y técnicas en fase experimental, que no estén libres de riesgo. A su vez puede rechazar terapéuticas sin posibilidad curativa integral, ya sea porque toma una decisión personal, racional o no, o porque resulten onerosas para su familia. Es un derecho personal a respetar, amparado por la ley. Estas actitudes de rechazo no son equivalentes a suicidio, sino a una prudente actitud frente a la inevitabilidad de la muerte. El paciente está en su derecho de rechazar un tratamiento que únicamente va a producir una prolongación precaria y penosa de su vida.

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ante el espectáculo de un encarnizamiento terapéutico efectuado con

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La muerte y el derecho La muerte es un hecho con importantes y diversas consecuencias jurídicas, que el derecho positivo regula en múltiples normas. La muerte es causa de transmisión de derechos, de responsabilidades, de penas en ciertos casos, de registraciones administrativas, etcétera. Hasta no hace mucho, la muerte no necesitaba ser definida; era un hecho relativamente cierto para el médico, el sacerdote, el jurista. Obsérvese, por ejemplo, que el Código Civil –evidentemente el más importante en estos temas– menciona en muchísimas disposiciones la muerte, pero en ninguna la define o caracteriza. Y este silencio no es caprichoso, refleja la certeza sobre su existencia. Sin embargo, por curiosa consecuencia con el desarrollo de los conocimientos, se ha entrado en una nebulosa donde el concepto de muerte

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resulta dudoso y opinable para la medicina, la teología y el derecho. Esta incertidumbre es dramática para el derecho, ya que entre sus principales valores a preservar está la seguridad. Urge entonces saber cuándo se produce la muerte para, a partir de ahí, aplicar sus numerosas consecuencias jurídicas. La ley 24193 de transplantes de órganos, de 1993, adoptó el criterio de la “muerte cerebral” caracterizándola con estos términos: El fallecimiento de una persona se considerará tal cuando se verifiquen de modo acumulativo los siguientes signos, que deberán persistir ininterrupidamente 6 (seis) horas después de su constatación conjunta: a) ausencia irreversible de respuesta cerebral, con pérdida absoluta de conciencia; b) ausencia de respiración espontánea; c) ausencia de reflejos cefálicos y constatación de pupilas fijas no reactivas; d) inactividad encefálica corroborada por medios técnicos y/o instrumentales adecuados a las diversas situaciones clínicas, cuya nómina será periódicamente actualizada por el Ministerio de Salud y Acción Social, con el asesoramiento del Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante (incucai). La verificación de los signos referidos en el inciso d) no será necesaria en caso de paro cardiorrespiratorio total e irreversible.


Los proyectos de ley –de mayoría y minoría– de régimen de los derechos de los enfermos terminales a consideración de la Cámara de Diputados de la Nación (orden del día N° 931 de 1996) tampoco definen la muerte, por lo que su aprobación no solucionará el problema que aquí se expone. Algunos autores piensan –y compartimos esta opinión– que la muerte cerebral de la ley de transplantes es el único concepto de muerte que debe aceptarse a los efectos jurídicos. Ello ocurre principalmente por dos razones: 1) que el texto del artículo 21 de la ley 21541, primera ley de transplantes, definía la muerte cerebral “exclusivamente a los fines de la presente ley”. La ley 24193 modificó el artículo suprimiendo esta aclaración final, que limitaba su alcance, y 2) en todo caso, se aplicaría por ser un principio de una ley análoga, conforme al artículo 16 del Código Civil. Esto trae una infinidad de consecuencias y otorga certeza. Mencionaremos algunas a título de ejemplo:

situación, aunque haya sido hecho con ánimo de matar o lesionar. • Se puede abrir el juicio sucesorio. • La desconexión de los aparatos externos no puede ser considerada eutanasia, puesto que se está en presencia de un muerto. • En una causa por lesiones, una vez certificada la muerte cerebral corresponde modificar la calificación del hecho imputado por homicidio. • Quienes tengan derecho a ello podrán solicitar la pensión correspondiente. • Queda disuelta la sociedad conyugal. Es sabido que nuestra legislación no permite eutanasia activa, y quien la practique, en principio, incurre en el delito de homicidio simple reprimido por el artículo 79 del Código penal vigente. Pero existen otras situaciones no tan definidas que merecen una breve consideración. Si un médico se encuentra con un paciente plenamente capaz (en el sentido de capacidad de hecho), mayor de edad, que no desea seguir

Ignacio Di Bártolo

• No configura homicidio disparar sobre quien se encuentra en esa

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sometiéndose a una terapia determinada o no quiere iniciarla, de abstenerse de asistirlo, ¿podría ser condenado por abandono de personas o ayuda al suicidio, o inclusive por homicido simple? Recordemos que a) el delito de “abandono de personas” consiste, entre otras cosas, en dejar desamparada a una persona incapaz de valerse por causa de enfermedad; b) el delito de “ayuda al suicidio” se caracteriza, en lo que aquí interesa, por el aporte que se le presta a otro a hacerlo, aporte que puede ser de la más variada índole; y c) entre los delitos contra la vida se incluye al que por inobservancia de los reglamentos o deberes de su cargo causare a otro la muerte. Sin entrar en un análisis minucioso desde el punto de vista del derecho penal, hay que vincular esas conductas mencionadas con la obligación impuesta a los médicos por la ley 17132 de respetar la voluntad del paciente de no tratarse o internarse. No hay delito cuando en estos ca-

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sos se respeta esa voluntad, precisamente porque ese respeto está impuesto al médico por una ley particular que se le aplica específicamente. Una persona, por sus propias convicciones, puede oponerse a recibir determinado tratamiento médico. Asimismo, siguiendo su propia escala de valores puede adoptar comportamientos demasiado riesgosos para una conciencia media o para otra escala de valores. El caso más común en nuestro medio es el de los testigos de Jehová, que se resisten a recibir transfusiones de sangre aun frente al peligro de muerte. La Constitución Nacional garantiza la libertad de cultos (artículo 14), que es uno de los derechos humanos fundamentales reconocidos internacionalmente. Los actos de los hombres conformes a su culto, en tanto no afecten a terceros ni a la moral pública, deben ser respetados. La mencionada ley 17132, vigente desde 1967 para la Ciudad de Buenos Aires y Tierra del Fuego, dispone expresamente que los médicos están obligados a “respetar la voluntad del paciente en cuanto sea negativa a tratarse o internarse, salvo los casos de inconsciencia, alienación mental, lesionados graves por causa de accidentes, tentativas de suicidio o delitos...” (artículo 19, inciso 3). Frente a normas tan claras, creemos que no existe duda de que como principio general deben respetarse las convicciones del paciente y su negativa a determinado tratamiento.


Este respeto a la voluntad del paciente tiene como límite que no afecte a terceros. Por ejemplo, si por razones de necesidad pública (como epidemias) fuere imperioso adoptar determinadas terapias o conductas médicas, su imposición no sería violatoria de ninguna norma constitucional. También se afecta a terceros, en nuestra opinión, cuando se pretende extender esa negativa al tratamiento de menores de edad, incapaces o familiares. Yo puedo morir por mis convicciones, pero no puedo obligar a que muera otro por ellas. Otra aclaración importante es que se debe garantizar también la libertad del médico, ya que, si bien debe respetar la negativa del paciente, este no puede imponerle determinada conducta. Ambas convicciones y libertades merecen el mismo respeto y el médico podrá negarse a proseguir la asistencia en estos casos, salvo que la gravedad de su estado no lo permita (artículo 19, inciso 2, ley 17132). 157

Desde el punto de vista bioético, es interesante transcribir un párrafo muy didáctico y concreto de la Organización Mundial de la Salud (OMS): Es siempre lícito contentarse con los medios normales que la medicina puede ofrecer. No se puede, por lo tanto, imponer a nadie recurrir a un tipo de cura que, aunque ya esté en uso, todavía no esté libre de peligro o sea demasiado costosa. Su rechazo no equivale a suicidio; significa más bien simple aceptación a la condición humana, o deseo de evitar la puesta en práctica de un dispositivo médico desproporcionado a los resultados que se podrían esperar, o bien una voluntad de no imponer gastos excesivamente pesados a la familia o a la colectividad.

El trabajo de la OMS define el “principio de proporcionalidad”, que consiste en que el tratamiento que prolonga la vida es contraindicado cuando produce más padecimiento que beneficio. Dentro de estas

Ignacio Di Bártolo

Encarnizamiento terapéutico. Eutanasia


pautas generales, cabe citar también el “principio de equivalencia”, que clarifica que es más simple no iniciar un tratamiento que suprimirlo después de haberlo comenzado. La bioética hoy hace suyas las reflexiones antropológicas y religiosas ante la muerte. Pío XII decía, en 1957: “El hombre tiene el derecho y el deber, en caso de enfermedad grave, de tomar medidas necesarias para conservar la vida y la salud. Pero obliga sólo al empleo de medios ordinarios, según las circunstancias de personas, de lugares, de época, de culturas, es decir, a medios que no impongan una carga extraordinaria para sí mismo o para otro”. Hoy se prefiere hablar de medios proporcionados o desproporcionados ante la situación singular de cada enfermo. Se entiende así por distanasia el retrasar la muerte por todos los

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medios, proporcionados o no, aunque no exista la posibilidad o esperanza de remisión o cura de la enfermedad de fondo. El respetar el curso natural de la muerte, con alivio del dolor e hidratación parenteral básicos, es definido como ortotanasia, es decir, muerte correcta, muerte en paz, que intencionalmente no es acelerada ni detenida. Eutanasia, etimológicamente, es “buena muerte”. Sin embargo, con el uso la palabra pierde su sentido etimológico y comienza a significar la acción médica por la que se acelera el proceso de la muerte de un enfermo terminal, o se le quita la vida. Muerte piadosa, mercy killing en el ámbito anglosajón. Es clásico hablar de eutanasia activa y pasiva. En el primer caso, se trata de la puesta en práctica de una acción médica con la que se acelera la muerte de un enfermo terminal o se pone término a su vida. En la eutanasia pasiva, por el contrario, lo que se hace es dejar de aplicar una terapia o una acción que podría prolongar la vida del enfermo. La situación es, sin embargo, más complicada en la práctica. Ante un enfermo terminal que sufre graves dolores, es frecuente la aplicación de calmantes en dosis elevadas, que conllevan por sí mismos una cuota de riesgo para el paciente que puede acortar su vida.


El médico solo busca aliviar el dolor. Estaríamos ante una indicación terapéutica con dos efectos diferentes, uno de ellos no buscado. Estos casos han sido calificados como de eutanasia activa indirecta, en relación con el principio moral del doble efecto. Es activa porque el médico ejerce una acción que puede abreviar la vida del enfermo, pero es indirecta, ya que lo que se pretende es que el enfermo deje de sufrir. No hay intención de matar. La publicación de la OMS, titulada Alivio del dolor y tratamiento paliativo del cáncer, contiene un capítulo dedicado a “consideraciones éticas”. En dicho texto, después de estipular que los principios del tratamiento médico son hacer el bien, minimizar el daño, respetar la vida, respetar la autonomía del paciente, actuar con equidad en el uso de los recursos, se refiere a que, en situaciones terminales, “uno de los elementos esenciales de una buena muerte es la ausencia del dolor que domina la mente del enfermo, y lo puede incapacitar física y mentalmente para lograr los objetivos que se haya propuesto alanzar antes de lante, dice: “Si el empleo de dosis adecuadas de analgésicos da como resultado el acortamiento de la vida, esto no es lo mismo que poner fin a la vida con sobredosificación”. Y agrega: “Cualquier medida que apresure el advenimiento de la muerte y que esté relacionada con un tratamiento adecuado del dolor simplemente significa que el paciente no puede tolerar el tratamiento necesario” (las cursivas en cita son mías). La implementación de nuevas técnicas de perfusión continua, la aplicación rigurosa del régimen horario y la dosificación correcta permiten en la actualidad un eficiente control del dolor, incluso ambulatorio, con analgésicos poderosos, sin llegar a narcosis. Esto hace que el comité de expertos en dolor y cáncer de la OMS pueda expresar que “con el desarrollo de métodos de tratamiento paliativo no es necesaria la legislación sobre eutanasia”. Dicha reunión de expertos recomendó al Parlamento Europeo que “la eutanasia (para acelerar la muerte mediante el empleo de drogas) no debe ser legalizada. [...] Debieran concentrarse los esfuerzos en la implementación de programas de tratamiento paliativo, antes de ceder ante presiones que tienden a legalizar la eutanasia”.

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morir” (objetivos familiares, espirituales, patrimoniales, etc.). Más ade-

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Por otra parte, un aspecto posible de ser considerado como eutanasia pasiva es la omisión del tratamiento básico de sostén vital, hidratación y alimentación, o su retiro en caso de estar aplicándolo. La hidratación es un medio ordinario y nada oneroso. El médico no puede ni debe renunciar a su técnica, aun cuando se hayan dado instrucciones de no reanimación y se hayan retirado otras medicaciones. Como síntesis del tema eutanasia, podemos puntualizar: 1. No es lícita la acción intencional que provoca en forma directa la muerte del enfermo. 2. No es lícito éticamente omitir una prestación básica de soporte, como puede ser la hidratación o la alimentación parenteral. 3. Puede ser interrumpido un tratamiento medicamentoso o un apoyo tecnológico en un enfermo terminal en coma, si ha demos-

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trado su ineficacia. 4. No es lícito ayudar al suicidio de un paciente. Se atenta contra la ley civil que defiende la vida y se vulnera la ética médica violando su objetivo mayor, que es defender y preservar la vida. 5. Es lícito y ético administrar analgésicos que alivien el dolor, aunque atenúen la conciencia y puedan acortar la vida. Quién sabe si ahora, al llegar al final, se comprenda mejor por qué incluimos este capítulo sobre la palabra del médico en el final de la vida. Quiero terminar con el mail que recibí el 11 de junio de 2010, y que transcribo con autorización de su remitente: Hola, Dr., soy Cynthia Caravetta. No soy una alumna, soy la mamá de Agustina Caravetta, una paciente suya de hace varios años, pero encontré esta dirección y me fue imposible resistirme a la oportunidad de escribirle y agradecerle todo lo que hizo como profesional y persona. A pesar de que ya no estaba ejerciendo, igual venía a vernos a esas largas estadías de internación, no sabe cuánto se lo agradezco porque para mí era de mucha contención saber que usted se acordaba de Agus.


Gracias, doctor. Aunque la enfermedad le ganó a mi gorda, solo tengo palabras de agradecimiento y el mejor de los recuerdos. Usted es una de esas personas que aunque pasen mil años nunca se pueden olvidar. Con mi mayor respeto, ¡¡¡¡¡GRACIAS!!!!! Cynthia

Guardé esta carta con más cariño y respeto que cualquier otro premio recibido por mi actividad profesional.

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Esta edición de 100 ejemplares se terminó de imprimir en el mes de octubre en atingráfica ocamora Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


La palabra del médico ha sido -y sigue siéndolo- el instrumento más poderoso para el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades. Muchas veces puede curar, pero siempre alivia, consuela y acompaña al enfermo en su camino. Porque la palabra es siempre compartida entre quién la dice y quién la escucha, Ignacio Di Bártolo propone en este li ro na re e i n so re modos más eneficiosos de interloc ci n entre médico y paciente en los distintos ámbitos y momentos.

COLECCIÓN MODOS DEL BUEN VIVIR



La palabra del mĂŠdico Ignacio Di BĂĄrtolo



La palabra del médico Ignacio Di Bártolo

COLECCIÓN MODOS DEL BUEN VIVIR Dirigida por Equipo Editorial FME


Di Bártolo, Ignacio La palabra del médico / Ignacio Di Bártolo. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Fundación Medifé Edita, 2018. 162 p. ; 20 x 14 cm. - (Modos del Buen Vivir ; 2) ISBN 978-987-46843-2-5 1.Oratoria. 2. Comunicación. 3. Médicos. I. Título. CDD 808.51

©2018, Fundación Medifé Edita Fundación Medifé Edita Dirección editorial Fundación Medifé Editora Daniela Gutierrez Equipo editorial Mario Almirón Lorena Tenuta Laura Adi Diseño colección Estudio ZkySky Diseño interior y diagramación Silvina Simondet www.fundacionmedife.com.ar info@fundacionmedife.com.ar

Impreso en Argentina. Hecho el depósito que establece la ley 11.723. No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopia u otros métodos, sin el permiso previo del editor. Esta tirada de 100 ejemplares se terminó de imprimir en el mes de oct re de en atingráfica Rocamora 4161, CABA.


Índice

Prólogo Ignacio Di Bártolo____________________________________________________ 9

La palabra del médico en la intimidad del consultorio__________ 13 La palabra del médico en la actividad docente__________________ 27 La palabra del médico en la vida social_________________________ 109 a ala a del m dico al final del camino_______________________ 139



Prólogo Ignacio Di Bártolo

Es la primera vez que escribo lo que voy a contar. Alguna vez lo hice en mis cursos de grupos reducidos, pero no figura en ninguno de mis libros anteriores. Diría que recién ahora comprendo cómo ese episodio cambió mi vida. Hace muchos muchos años, yo era un chico de once como cualquier otro del barrio de Caballito. Mi casa (Pedro Goyena 1438) estaba solo a media cuadra de la farmacia de mi padre, en la esquina de Pedro Goyena y Puan. Haciendo cruz con la farmacia estaba, y sigue estando, el colegio de Puan, primaria del Estado adonde concurríamos todos o casi todos los chicos del barrio. Yo era un buen alumno, aunque no el mejor, porque ese siempre fue Carlos Cambiano. Pero yo tenía algunas ventajas sobre él; la más importante era que mi padre fue durante muchos años el presidente de la Cooperadora. Quizá como una manera de homenajearlo, siempre elegían a su hijo –yo mismo– para hablar o recitar poesía en las fiestas patrias. Limpito, prolijo, estudioso y con esa ventaja, era el caballo del comisario. Pero nadie se dio cuenta de que en quinto grado no era el mismo. Ni limpito, ni prolijo, ni responsable como antes. Me dieron igual el primer papel en una fiesta patria. No me preparé lo suficiente. ¡Qué papelón! El más grande de mi vida. Unos quinientos alumnos formados frente a las gradas, todos los maestros rodeando a mi padre, el único vestido de civil sin guardapolvo. La sonrisa de todos ellos se congeló al primer titubeo en la poesía. No podía


continuar. Era inútil que un amigo intentara soplarme. Un murmullo que se transformó en carcajadas invadió a la multitud. Miré a mi padre. Estaba todo colorado. Apenas pude bajar la escalera temblando. No fui a mi formación, me escapé del colegio y me encerré en mi cuarto de mi casa de enfrente. No salí en todo el día. Nadie tocó a mi puerta. Fue una experiencia muy dura para un preadolescente. Sin embargo, jamás pensé que cambiaría mi vida. Nunca más alguien me pidió que hablara en público. En el segundo año de residencia médica en el Hospital de Clínicas, cuyo jefe era el profesor Juan P. Garrahan –presidente de la Sociedad Argentina de Pediatría y autor del libro Medicina infantil, texto universitario en toda América Latina–, me tocó desarrollar un tema vinculado a la deshidratación del lactante, que en esa época era novedoso y complicado. Como es de suponer, después de mi lejana y triste experiencia mi preparación de la charla fue óptima. No me imaginé que, a poco de comenzar, se iba a sentar en primera fila el Dr. Garrahan. La clase salió magnífica. Mi experiencia era la de muchos días con sus noches de la residencia. El temor (¿o el respeto?) al auditorio estaba dominado por la responsabilidad extrema de mi preparación. Hoy sé muy bien que el 70% del éxito de una conferencia depende de la preparación. Según los comentarios, fue excelente. Al Dr. Augusto Giussani, mi maestro y amigo personal, el Dr. Garrahan le pidió mi nombre y la manera de contactarme. Así fue la historia. Un año después, en una de esas siestas imprescindibles después de una guardia tremenda, mi esposa me despertó diciendo: “Te llama Garrahan”. Convencido de que era una broma, se me encendieron todas las neuronas. ¡Era él! Me citó en un lujoso hotel de Buenos Aires y me ofreció ser su único acompañante en el cargo de jefe del Departamento de Pediatría del Hospital Alemán. Estábamos en 1962, y mi vida cambió desde entonces. Durante tres inolvidables años, compartimos con los pediatras del Alemán, el Dr. Enrique Rottman y el Dr. Federico Velten, la inquietud de formar un Servicio de Pediatría nuevo e independiente del poderoso Servicio de Obstetricia y Ginecología.


El único objeto de contar esta historia es el de entrar en el detalle de por qué me llamó Garrahan. Mi formación no era distinta a la de los otros residentes, pero ¡hablaba mejor! Él venía a romper estructuras. Necesitábamos entrar a la sala de partos, tener una nursery independiente, habilitar un sector de internación pediátrica, convertirnos en un centro de difusión académica de la pediatría. Para todo había que convocar, discutir, conseguir la atención, buscar sponsors, recibir a los mejores de cada especialidad dentro de la pediatría, escribir artículos de difusión científica, etcétera. Tres años después, murió Garrahan. Conservo como una reliquia su felicitación con signos de admiración después de un debate con los obstetras para hacernos cargo de la reanimación de los recién nacidos en la sala de partos. El Hospital Alemán fue mi segundo hogar. A veces, el único. Y fue lo mejor que pudo pasarme en mi vida profesional, que me permitió gozar de una actividad médica honesta, digna y gratificante. Pero lo que quiero rescatar aquí es que saber hablar en público me cambió la vida. Mucho tiempo después, en 1980, comencé a enseñarles a mis colegas lo que había aprendido de esta actividad en la vida y en los pocos libros de entonces. Tampoco imaginé que la oratoria se convertiría en una segunda vocación. Los cursos se multiplicaron inesperadamente: sociedades científicas, empresas, universidades, políticos, militares, religiosos, oradores sociales. Todos querían aprender a hablar en público. Algunos también nos acompañaron en la tarea de enseñar; destaco al Dr. Carlos Llabrés, que de manera desinteresada abordó el tema del lenguaje gestual en nuestros cursos. Con él creamos la Academia Privada de Oratoria Contemporánea (APOC), que cuenta con catorce profesores. En forma personal, comencé a escribir sobre oratoria en la década de 1990. Llevo cinco libros publicados y este es el segundo dedicado a los profesionales de la salud, con la actualización imprescindible que debe hacerse del tema. Este libro será viejo dentro de siete años.



La palabra del mĂŠdico en la intimidad del consultorio



Estoy escribiendo estas páginas en julio de 2017. Este año viví con relación a mi salud un cimbronazo que superó todas las veces –que fueron varias– en que encaré de cerca la posibilidad de morir. Hoy estoy sano. El 18 de mayo festejé con un brindis esta inesperada e indescriptible sensación de bienestar y felicidad. Quiero transcribir textuales las palabras que pronuncié en esa oportunidad en el Centro de Radioterapia del Hospital Alemán: En una Navidad de hace diez años, Dorita y yo solos, tomados de la mano, mirábamos el río y la luna. Llorábamos en silencio. Acababan de darme el diagnóstico de mi biopsia: cáncer de próstata. Desde entonces, después de un tratamiento fallido en una institución médica de primer nivel en el país, pagué año tras año la dolorosa hipoteca de controlar su evolución, que fue agravándose. Llegó el límite. La sentencia es fácil de imaginar. Pero en ese momento supe de este nuevo y revolucionario adelanto científico: SBRT (Stereotactic Body Radiation Therapy). Hace diecisiete años que me retiré del Hospital Alemán, después de cinco décadas de trabajo. Fue mi segundo hogar. Y aquí salió el sol. Entramos en el país de las maravillas. Todo el mundo sonriente, hasta los pacientes en la sala de espera. Me dieron hora con Carmen Castro; me sentí su padre, su hermano. Le conté mi angustia, mi abandono, mi desorientación, y encontré en su palabra la posibilidad de cambiar mi pronóstico. Me sentí protegido, seguro, feliz. Vinimos contentos al tratamiento. Ariadna Ledesma y todo el servicio –Victoria, Pablo, Matías, David y Nahuel– fueron y serán nuestros amigos. Aquí se cumple el postulado del viejo maestro de la medicina del mundo: “Curar cuando se puede. Si no se puede, aliviar. Si no se puede, consolar. Si no se puede, acompañar”. Conmigo dieron vuelta las palabras... Me acompañaron, me consolaron, me aliviaron y me curaron. Reconforta saber que la medicina puede ser la manifestación más pura del amor humano. No quiero abundar en detalles, porque está muy lejos de mí y del Hospital Alemán transformar este trabajo escrito con el corazón en una herramienta de marketing promocional.


En realidad, este episodio de mi vida es el responsable de mi inquietud por escribir sobre la importancia de la palabra del médico en las distintas manifestaciones de su actividad profesional. Tengo ante mí una copiosa bibliografía sobre el tema. Sin embargo, prefiero dejar que fluya con libertad mi pensamiento. No sé si esos textos merecen atención; lo que es indudable es mi experiencia: cinco décadas pasé en la intimidad de mi consultorio recibiendo y compartiendo con miles de pacientes sus inquietudes y sus desvelos. Calculo, sin posibilidad de error, que atendí entre ocho mil y diez mil pacientes, lo que da un número de cuatrocientos mil a quinientos mil consultas, sin tener en cuenta mi actividad hospitalaria. Hoy puedo repasar mi vida, registrar mis aciertos y mis errores, y hasta puede servir para compartirlos con los del lector. Siempre estuvo en primera línea de mis objetivos obtener la con-

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fianza de mis pacientes y transmitir la credibilidad de mis intenciones para con ellos. Los padres de mis pequeños pacientes –soy pediatra– sabían que mi comunicación con ellos se hacía a través de una total honestidad. Jamás vi a un paciente si no era necesario, ni siquiera cuando tenía pocos o ninguno en toda la tarde. El teléfono bastaba para aconsejar y tranquilizar. Siempre y a cualquier hora, en forma personal o después con ayuda de asistentes; jamás abandoné a un enfermo a su suerte. También, sin ningún reparo ni temor, fui capaz de decir “no sé”. Si podía, lo resolvía estudiando el tema, pero, con más frecuencia, derivando al enfermo hacia quien fuera un especialista. No creo que por todo esto tenga mérito o merezca especial respeto. Tengo fe en mis colegas al asumir que la gran mayoría cumple con estos elementales principios de la medicina. Lo que quiero transmitir es que esa confianza y esa credibilidad han sido siempre mi carta de triunfo. Asimismo, puedo afirmar que jamás atendí a pacientes irrespetuosos o desconfiados. Y si recuerdo a algunos de ellos, es porque fui yo el que decidió no continuar atendiéndolos. Considero que la comunicación médico-paciente es un elemento clave para su relación. Los gestos y las palabras correctamente empleadas y atentamente escuchadas adquieren valor terapéutico y se convierten en un factor clave en la estrategia asistencial. Nadie da lo que


no tiene. Si sé, transmito seguridad. Si soy sincero, genero confianza. Si merezco respeto, brindo tranquilidad. Por eso contrasta la importancia vital que tiene el tema con la poca atención que habitualmente se le dispensa en los ámbitos académicos en nuestro país. Conscientes de que el éxito de cualquier entrevista clínica depende de la calidad de la comunicación médico-paciente, en muchos países es una de las competencias básicas de la formación médica. Con el uso de habilidades de comunicación efectiva, se busca aumentar la precisión diagnóstica, la eficiencia en términos de adherencia al tratamiento y la construcción de un apoyo para el paciente. El foco de la entrevista no está centrado en el médico ni en el paciente, sino en la relación entre ambos. No se trata únicamente de mejorar los aspectos psicológicos de la atención. Existen estudios que demuestran con claridad que mejorando la comunicación también mejoran los resultados fisiológicos. Un estudio cual se demostró que el factor más importante en la mejoría de la cefalea crónica no es un diagnóstico claro ni la indicación de medicamentos eficaces, sino la percepción del paciente de que ha tenido oportunidad de contar su historia y de discutir en profundidad sus preocupaciones y creencias (estudio prospectivo de un año, Universidad de Ontario). La revisión sistemática realizada concluyó que un mayor acuerdo y comprensión de la importancia de la comunicación con el médico mejoraba en forma notable la adherencia de los pacientes al tratamiento. En realidad, para los médicos que nos hemos dedicado a la docencia universitaria resulta sencillo actualizar un tema con la bibliografía disponible. El aporte de Internet ha sido de gran utilidad cuando se saben elegir los trabajos disponibles cuyo origen ha sido cuidadosamente seleccionado. Ya no hacen falta las largas y dificultosas jornadas en la biblioteca de la facultad. Por eso no quiero abusar de aquello que está con facilidad a nuestro alcance. Me parece que es más importante recibir y transmitir experiencia. Mi vida profesional está dividida en dos etapas fáciles de reconocer: antes y después de la aparición en Argentina de los seguros prepagos.

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clásico es el headache study, realizado en neurología ambulatoria, en el

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En la primera etapa, fui creciendo despacio, pero firme. Los pacientes llegaban por conocimiento (amigos, compañeros de estudio) o por recomendación “boca a boca”, como suele llamarse ahora en las empresas. En esa época, tocaba el timbre de mi consultorio aquel que buscaba un médico con nombre y apellido. El profesional se sentía distinguido y apreciado por la elección. La comunicación se establecía con una base de respeto y consideración mutua que se prolongaba mucho más allá del tiempo que duraba una consulta. El compromiso del médico era una responsabilidad irrenunciable y a tiempo completo. Yo, como pediatra, asumía el cuidado de la salud de los niños de esa familia. Al comenzar la década de 1980, empezó el cambio: al principio despacio, pero cada vez más notable. Ya no se elegía un médico con nombre y apellido, sino que se escogía entre los que figuraban en la “cartilla” de la institución que los protegía. Esa misma intitución ofrecía la posibilidad

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de una visita a domicilio o a una sede propia a su alcance todas las horas del día. Se desvirtuaba de esta forma aquel contrato o acuerdo que se sellaba en el consultorio privado con un apretón de manos, mirándose a los ojos. Ahora ese contrato empezaba al entrar y terminaba al salir. Añoro aquella primera época que muchos jóvenes nunca conocieron. Está claro que no todo es tan así. Hay médicos muy reconocidos cuyo nombre y apellido no figura “en cartilla” y son buscados por su prestigio. Además, en muchos casos, nuestro compromiso trasciende nuestra obligación y asumimos la atención de los pacientes más allá de lo obligatorio. En la actualidad, la mayoría de las veces los médicos están condenados a respetar la tiranía del tiempo. Quizá el principal escollo que debe superarse para privilegiar la comunicación del médico con su paciente es el factor tiempo, que siempre apremia. Si queremos mejorar la comunicación en medicina, tenemos que resolver el problema de cómo disponer de un sistema que permita que los clínicos cuenten con el tiempo necesario para aprender, manejar y mantener la habilidad de interactuar con sus pacientes. Es preocupante considerar que el sistema presiona para lograr mayor eficiencia numérica. Las consultas son habitualmente demasiado cortas para efectuar bien el trabajo desde la perspectiva de la comunicación médica.


De esta manera, tenemos que afrontar situaciones conflictivas debido a que la racionalidad ética ha sido desbordada por la racionalidad material. Ante esta realidad, la medicina no tiene soluciones definitivas. Por ahora, los médicos tenemos más preguntas que respuestas. Se nos hace necesario conciliar la más humana de las ciencias, la medicina, con la más fría e impersonal de las ciencias sociales, la economía. Actualmente, la comunicación eficaz es considerada como una de las competencias básicas de la educación médica. Recién en las últimas décadas los trabajos sobre el tema han configurado una sólida base de evidencia científica, gracias a la cual se han determinado las habilidades indispensables para una comunicación efectiva y se ha establecido de manera fehaciente que pueden ser enseñadas y, por lo tanto, aprendidas. La mayoría de las escuelas de medicina en Estados Unidos y Europa incluye, dentro de la formación de pre y posgrado, un entrenamiento formal de las habilidades de comunicación. En América Latina, los mejoNo hay un camino rápido para mejorar la comunicación con los pacientes. Abrumados como estamos casi todos los médicos por la necesidad de administrar el tiempo para actualizarnos en nuestra especialidad, descuidamos la responsabilidad de no haber profundizado el estudio de la comunicación eficaz con los pacientes. Siempre se consideró que podría lograrse con la naturalidad espontánea con que se consigue en la vida social. En realidad, recién en el año 2000 la Asociación Americana de Escuelas de medicina publicó un informe especial sobre la comunicación médico-paciente. En ese trabajo, concluyó que toda facultad de medicina debería realizar una evaluación formal de la calidad de la comunicación de sus estudiantes. Registrarla, mantenerla y mejorarla debería ser una tarea de posgrado. Las técnicas y los instrumentos que han demostrado ser más eficaces en el aprendizaje son el feedback docente, el rol playing sin y con pacientes simulados y la observación y videograbación de la consulta con pacientes reales.

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res trabajos publicados sobre el tema son de las universidades de Chile.

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En nuestras universidades, debería enfatizarse la necesidad de una enseñanza formal y sistematizada en comunicación. De esa manera, se lograría en el alumno la inquietud que sobre el tema puede concretarse cuando le toque en la práctica la asistencia directa con los pacientes. Todos conocemos el valor que tiene la residencia en los primeros años de la vida profesional. En esta época, cobra una importancia primordial la tutoría escalonada año a año por sus pares y sus jefes. Para el éxito de esta tarea educativa, se requiere más que una simple capacitación técnica; es necesaria también toda una filosofía desde diversas perspectivas del saber humano para obtener un comportamiento más responsable del médico con su paciente. Nadie comprende mejor a un enfermo grave que otro enfermo grave. Considero que nadie mejor que ellos puede transmitir su experiencia positiva o negativa a los médicos jóvenes y, también, a muchos de los ma-

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yores, ayudándolos a comprender el valor de su palabra en la intimidad del consultorio. Un médico seguro, sonriente, empático y comprensivo tiene un valor incalculable en la compañía, el consuelo, el alivio y, muchas veces, la curación del paciente grave. Que su palabra tiene propiedades terapéuticas ha sido repetidamente probado en la bibliografía profesional. Es quizá por mi doble condición de médico y de paciente que fui espectador, a lo largo de mi vida, del cambio en la comunicación entre ambos experimentado en los últimos años. El paso del modelo paternalista al autonomista se hizo cada vez más notorio y universal. La evolución de este fenómeno fue muy bien estudiada y eficazmente propiciada por Pedro Lain Entraigo, médico, historiador y filósofo, en numerosas publicaciones. El cambio en la comunicación médico-paciente afectó a los tres elementos involucrados: 1. El enfermo, que tradicionalmente había sido considerado como receptor pasivo de las decisiones que el médico tomaba en su nombre y por su bien, se fue transformando en un ser humano con derechos bien definidos y capacidad de decisión autónoma sobre los procedimientos diagnósticos y terapéuticos que se le ofrecen y que ya no se le imponen.


2. El médico paternalista y protector inobjetable se fue transformando en un asesor digno de respeto que pone a consideración de sus pacientes sus conocimientos y consejos, pero que no asume las decisiones que estos toman. 3. La relación clínica pasó de ser bipolar y vertical a horizontalizarse y adaptarse a las relaciones propias de sujetos adultos en sociedades democráticas. El médico propone, pero es el enfermo el que dispone. Al hacerse posible disponer de su propia salud, el paciente asume una responsabilidad que está por encima de sus conocimientos. Busca entonces información urgente y descontrolada que puede llevarlo por caminos equivocados y, a veces, peligrosos. La salud de una persona es un hecho esencial en su vida y, por lo tanto, prioritario. El volumen informativo que puede manejar desde su casa es enorme. Internet, los diarios, las revistas y la televisión generan espacios dedicados a temas médicos complejos en general con simplique con frecuencia el paciente se presenta ante su médico haciendo preguntas específicas sobre los métodos de diagnóstico y las conductas terapéuticas. En muchas oportunidades, cuestiona las decisiones de un profesional competente. El argumento es: “Si está en los medios, debe ser cierto”. En nuestro país, ha habido casos trístemente célebres de conductas inducidas por informes falsos, en el mejor de los casos sin reales intenciones. El Dr. Nelson Castro (conocido médico y periodista) afirmó textualmente en la Academia de Medicina: “Es de fundamental importancia que las instituciones médicas dediquen tiempo y estructura para atender el tema de la comunicación masiva en medicina” (Boletín del Consejo Académico de Ética en Medicina, año 3, núm. 1, 2004). En esa reunión, en la que tuve la oportunidad de participar, se insistió en que el profesional se preocupe por lograr la máxima credibilidad y confianza por parte de sus pacientes. La palabra del médico en la intimidad del consultorio debe tener mucho más valor que la que se escucha en los medios masivos de comunicación irresponsable. En este momento, paseo la mirada sobre mi escritorio y veo la cantidad de libros y artículos que me apoyan en este trabajo. Naturalmente,

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ficaciones adecuadas a su público y, muchas veces, peligrosas. Es así

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también están mi notebook y mi tablet, que son más veloces para todas las búsquedas vinculadas al mismo tema: la comunicación médico - paciente. Hace ya muchos años que me retiré de la práctica clínica que ocupó toda mi vida de adulto. Obsesionado por la bibliografía actualizada, muy pocas veces me detuve para estudiar la comunicación interpersonal. Desde hace ya décadas conozco los trabajos de Howard Gardner y sé qué es una de sus llamadas inteligencias múltiples. También sé que si de alguna de ellas dispongo, sin duda es esta la que se destaca. Siempre me tocó, muchas veces sin desearlo ni buscarlo, liderar los grupos humanos de similares inquietudes religiosas, sociales, profesionales o deportivas. Como un buen pintor sin escuela alguna, descubrí que me relacionaba bien con mis primeros pacientes. Les ofrecía a ellos mi natural sinceridad y respeto y recibía de ellos credibilidad y confianza. Esto mismo aumentaba mi responsabilidad asistencial.

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Pintaba bien, como aquel artista sin escuela. En mi currículum ya dice que enseñé durante muchos años el valor de la palabra. Me distinguieron con el título de presidente honorario de la Academia de Oratoria. Pero recién ahora que escribo sobre la palabra del médico reconozco que su buen uso es una habilidad que puede aprenderse y que tiene una enorme significación en la comunicación con los pacientes. Creo que no puede haber entre los humanos una actividad más profunda, intensa e importante que el diálogo de un paciente con su médico. No será siempre así, pero sin duda, en algunos momentos importantes de su vida, usted lo percibió. De allí lo relevante de reflexionar sobre los medios y modos de la comunicación íntima en el consultorio, tanto en su vertiente verbal como no verbal, que siempre está sustentada sobre otros componentes: sentimientos, emociones, creencias, esperanza o desaliento, temores, expectativas, inseguridad o confianza respecto a la persona del médico. No importa solo lo que se dice, sino también cómo se lo dice. Está claro que esto se aplica tanto a uno como al otro de los dos partícipes del diálogo en lo que va más allá de lo verbal. Es mucho lo que podemos aprender. Este mensaje está sobre todo dirigido a los médicos jóvenes que no aprecian la trascendencia de la comunicación verbal y gestual, mirando al paciente a los ojos y


escuchándolo con la máxima atención exponer sus inquietudes y el motivo de su consulta. El consultorio debe ser un recinto inviolable, un diálogo íntimo y personal que no debe ser perturbado ni interrumpido. Es un ideal difícil de cumplir, pero posible de mejorar. Si se fortalecen las habilidades en la comunicación médico-paciente, los resultados son fáciles de reconocer: se logran entrevistas más eficaces respecto a la precisión diagnóstica y mejora la satisfacción del enfermo, de la adherencia terapéutica, del alivio de los síntomas y de los resultados clínicos. Suzanne Kurtz, autora de un trabajo muy bien documentado (Revista Médica de Chile, núm. 138, 2016) sobre el tema de la comunicación, relata que a lo largo de los años la gente le ha preguntado a menudo: “Si usted tiene que decidir entre un doctor con habilidades de comunicación efectiva y uno con competencia clínica, ¿a quién elegiría?”. La respuesta es: “No tendríamos que elegir, deberíamos exigir ambas competencias en un solo médico”.

Para establecer una rutina de trabajo en el consultorio, es necesaria una compenetración de todos los participantes: pacientes, familiares, profesional y asistentes. Con rapidez, el paciente comprende cuál es esa rutina y, con total libertad, la comparte o cambia de médico. Veamos el ideal de un equipo que cumple con las metas y principios básicos de una comunicación efectiva. Estructura de la consulta1 • • • • •

Inicio de la sesión Interrogación del médico (anamnesis) Examen físico Explicación y planificación Cierre de la sesión

1 Adaptación de la guía Calgari-Cambridge, citada por Philips Moore et al. en Revista Médica Chilena, 2010, pp. 1017-1054.

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La consulta clínica en la práctica

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Al iniciar la sesión, el médico se presenta y saluda al paciente, escuchando con atención su nombre. La primera impresión de ambos es muy importante. Estudios muy serios (Ambady, Gladwell) demuestran que bastan de 5 a 10 segundos para llevarse una impresión de una persona, que no varía cualquiera sea el tiempo que se prolongue. Y no existe una segunda primera impresión. De la parte que nos toca a los médicos, son la sonrisa y la pulcritud las que se destacan. Un profesional seco y descuidado no tiene posibilidad de respeto solo por su ciencia. El saludo (apretón de manos, beso) y la vestimenta ya dependen de sus características personales, lo mismo que el tuteo, cada vez más frecuente. La anamnesis debe realizarse sentados uno frente al otro, mirándose a los ojos (cuidado con prestar más atención a la computadora) y dando muestras claras de escucha interactiva. Que no se hable de otra cosa que no sea la inquietud del paciente y el motivo de su consulta. Las

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reuniones de amigos se hacen fuera del consultorio. Las preguntas necesarias y pertinentes las hace el profesional después de escuchar al enfermo. Es conveniente que antes de examinarlo haga un breve resumen de lo que registró e interpretó. Los estudios consultados dan como resultado que esta tarea se realiza con eficiencia y se utilizan entre siete y once minutos según su complejidad. En el trabajo de Kurtz, citado antes, se demuestra que mientras se van aprendiendo las habilidades de comunicación con la práctica, va disminuyendo el tiempo invertido en este diálogo. Dice textualmente: “Cuando se está aprendiendo a esquiar, es probable que uno se demore cuarenta y cinco minutos en bajar una pendiente que al dominar la técnica se esquiará en tres. La pendiente no ha cambiado, pero el dominio de las habilidades sí lo ha hecho”. El examen clínico habitual y prolijo de un paciente, en general, se realiza en unos diez minutos. Por supuesto que depende del motivo de la consulta. A un paciente complicado por sus propias características o las de su afección, es conveniente citarlo fuera del horario de atención habitual. En esos casos, no es posible hacerlo en un turno medido regular. Es fácil comprenderlo. Volviendo al escritorio, el médico brinda al paciente y/o a sus familiares la información de su impresión diagnóstica; se piden, si es


necesario, exámenes complementarios y se hacen las indicaciones terapéuticas correspondientes. Se escuchan y aclaran todas las dudas, y de ese modo se logra un entendimiento planificado de la conducta a seguir. Se cierra la sesión cuando el lenguaje oral y gestual nos indica que el paciente encontró en la palabra del médico la credibilidad y la confianza que fue a buscar. Es muy importante consignar aquí que en el tiempo que dura la consulta se debe mantener la atención en el nivel 1 (Burley-Allen, ver capítulo 2) evitando distracciones y prohibiendo interrupciones. En este último aspecto, cobra especial trascendencia el asistente del profesional: de él depende el orden en toda la estructura de la consulta. Cordial pero firme, debe hacer respetar las consignas. Para esto también se necesita formación: mantener la calma, reconocer una urgencia, registrar los mensajes y ofrecer siempre una respuesta considerada y cordial. Pido licencia para dedicar un párrafo de este libro a Sandra Lynn, familia como una hija más, y mis pacientes la tomaron como una entrañable consejera y amiga. Por supuesto que sé que cada consultorio –como el hogar es un mundo. Cada médico le imprime su carácter. Basándose en las estadísticas, se concluye que la primera razón por la cual los pacientes se declaran satisfechos respecto a la atención recibida es el trato humano de parte del profesional que los atiende. Los elementos que destacan son: la comunicación, la empatía, el tiempo y la posibilidad de expresarse que le brindan al paciente. Cierro este capítulo con un abrazo para todos aquellos que me brindaron su confianza y que son la razón por la cual, sin ninguna duda, volvería a ser médico.

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que me acompañó durante treinta años y la incorporamos a nuestra

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La palabra del mĂŠdico en la actividad docente



Introducción

En 1998, la editorial Corregidor publicó la primera edición de mi libro Oratoria contemporánea, que se reeditó actualizado tres veces y se reimprimió en una no registrada cantidad de oportunidades. Conservo y respeto mi amistad con Manuel Pampín, director de la editorial e incansable promotor de mi obra. Quiero dejar claramente establecido que este capítulo es una síntesis actualizada de esas ediciones. Me copio a mí mismo en esta parte del libro, que ahora está dirigido especialmente a los médicos y al valor de su palabra. Ya no nos referimos a esta actividad como oratoria o retórica, sino de una manera más simple, sencilla y actual: comunicación oral eficaz. También multiplicamos los capítulos al referirnos a la comunicación personal en el consultorio, en la actividad participativa académica, y a la importante e indeclinable necesidad de acompañar al paciente en las etapas finales de su vida. Pero este capítulo que estudia la forma de hablar en público en todas las ocasiones no puede faltar. Solo me cabe releerlo y actualizarlo e incorporarle un ítem que cobra cada vez más importancia: aprender a escuchar. La buena noticia es que todas esas técnicas pueden estudiarse y enseñarse. En APOC, registramos ya catorce profesores que se desempeñan en todo el país.


Creo que nuestra técnica para aprender a hablar en público nunca va a cambiar. La mayor prueba de esto es su resistencia al tiempo: dividir el acto oratorio en tres módulos –orador, conferencia, auditorio– pertenece a Aristóteles en su célebre Retórica, libro que atesoro en mi biblioteca. En cada módulo, desarrollamos cinco ítems; eso ya es nuestro. Veamos:

Módulo I Orador (Presentador)

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Módulo II Conferencia (Presentación)

Módulo III Auditorio (Público)

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Personalidad Estilo Dicción Movimiento Manejo de imprevistos Introducción Planeamiento Ajuste del tiempo Apoyos visuales Conclusiones Impresión general Adecuación “Nociones fecundas” Posibilidad de memorizar Capacidad para entretener

Sobre la base de este esquema, durante mucho tiempo aprendíamos a evaluar la práctica de los alumnos en nuestros cursos. Hoy ya no lo haría. Como en muchas otras cosas en la vida, aprendí a no ser tan rígido y esquemático. He comprendido, a través de mis propios alumnos, que no hay una regla o una estructura que debe cumplirse. No existe una única manera de hablar en público, sino más bien un conjunto de herramientas que pueden ser útiles para ese fin. En realidad, el único requisito indispensable es tener algo valioso que decir y transmitirlo con autenticidad, a su manera, que es singular.


Módulo I: Orador (Presentador) 1. Personalidad Establezcamos claramente la primera premisa: el mejor audiovisual es el orador. Antes de iniciar su presentación, usted debe hacer una cuidadosa inspección del salón y resolver cuál es el mejor lugar para hablar. El público quiere ver al orador y, si es posible, de cuerpo entero. Sin lugar a dudas, la parte más visible de su mensaje es por lo menos tan importante como lo que se escuche. La vista y el oído están integrados con el mensaje que se quiera transmitir. Mi amigo el doctor Carlos Llabrés dice, en su libro El lenguaje corporal en la comunicación, que “la imagen personal transmite rápidamente potentes mensajes al auditorio. Impactan a nivel no consciente generando en pocos segundos aceptación o rechazo, credibilidad o desconfianza, buena o mala predisposición, aun antes de una valorisionalismo, por lo tanto, es anterior a la exposición. La calificación de lo expresado oralmente refuerza –o descalifica– esa expresión inconsciente, primaria del primer impacto corporal”. El orador tiene que ser el centro de atención. Es muy frecuente ver que el temor al auditorio lo lleve inicialmente a esconderse detrás de una mesa, un atril o una lámpara. ¿Se da cuenta de todo lo que se pierde? No solo debemos estar bien iluminados, de pie y sin nada que nos oculte, sino que en lo posible la atención del público no debe compartirse con nada ni con nadie. Tratemos de estar solos frente al auditorio. La suerte ya está echada. Porque quise, porque me lo propuse, acepté el desafío. Ahora no me oculto. Francamente me juego. El público así lo entiende. Y comienza por respetarnos. Ese respeto que ganamos inicialmente se pierde ante la primera palabra de excusa por parte del orador. Prohibido tener motivos para excusarse. Si usted y yo, que estamos tan ocupados, hemos arreglado nuestros compromisos, hemos pospuesto otros planes para ir a escuchar esa conferencia, no estamos dispuestos a disculpar a un orador que

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zación de lo expresado oralmente. La apariencia de seguridad y profe-

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presenta sus excusas, sean las que fuesen. Si aceptó el compromiso, no tiene perdón no haber sabido asumirlo. Uno de los médicos de mi servicio se excusó una vez frente al calificado público de un curso de posgrado diciendo: “Lo siento mucho, el libro más importante sobre este tema me llegó tarde. No tuve tiempo de preparar diapositivas, ni de armar una conferencia más prolija”. Decir esto, lisa y llanamente, es una falta de respeto al público y a su tiempo. El orador ya perdió. Como público, quisiera retirarme. Ya no me interesa lo que nos diga. Muy diferente es si algo sucede en el curso de una conferencia bien planeada, preparada a conciencia. Si se equivoca o se olvida, no intente disimularlo u ocultarlo. En ese caso, es lícito excusarse sin miedo, consultar sus notas sin pudor. El público es humano e inteligente. Seguramente, lo comprende, se identifica con usted y lo apoya

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de manera empática. Dos cuestiones condicionan la personalidad del orador, y es preciso tenerlas en consideración: la mirada y el silencio. El comportamiento ocular es quizá la forma más sutil del lenguaje corporal. Se trata de un idioma mudo que posee sus propias reglas gramaticales, innatas y adquiridas; un código descifrable incluso por los niños antes de tener la posibilidad de hablar. Los pediatras bien sabemos de la importancia que tiene la mirada de una madre a su hijo prematuro en la incubadora, de una madre a su niño durante la lactancia. Allí se juega mucho más que un momento de encuentro íntimo. De la relación madre-hijo depende muchas veces la salud física y el equilibrio emocional futuro del adulto. Desde nuestra primera infancia, aprendemos inconscientemente a emitir y recibir mensajes con la vista. A través de los ojos, el individuo puede trasmitir actitudes y sentimientos. Su mirada forma parte del vocabulario expresivo por medio del cual revela su propia personalidad y su vida interior. En la relación social es bien sabida la poca confianza que inspira la persona que no mira a los ojos. La mirada huidiza y evasiva es sinónimo de mentira e inseguridad. Una mirada franca y directa, por el contrario, es la señal más clara para expresar que se ha establecido contacto con el interlocutor y que


complace el encuentro. Para el que habla en público, es imprescindible que la mirada juegue el mismo papel que en la vida social. Cuando formamos parte de un auditorio, nos sentimos ofendidos y casi insultados cuando el orador no levanta los ojos de sus papeles o mira obstinadamente las cosas, el techo, el pizarrón, etc., en lugar del auditorio. Hay que mirar al público sin cesar. Mirarlo a los ojos, con sencillez y normalidad, cambiando de interlocutor, nunca en forma demasiado fija, atemorizada o poco natural. Mirarlo como a un amigo. No existe la “comunicación en grupo”. Cuando esté frente a una audiencia, debe dirigirse a cada persona en forma individual, cualquiera sea el número de las personas que lo escuchen. Tome conciencia: su disertación no es un monólogo, es un diálogo en el que una de las partes no habla pero participa activamente con su mirada y sus gestos. A esto se lo ha dado en llamar precisamente “escucha activa”. Si se logra este diálogo visual, cada persona del auditorio intentará comprender su por su palabra, escuchando con empatía, tomando notas y preguntando. Donde se enseña oratoria, nunca se descuida la mirada. Una vez, en un viaje de estudios a Estados Unidos, participé de un ateneo médico en el que un orador presentaba un caso y luego lo discutía con el auditorio, en presencia de un moderador. Hubo un intercambio de opiniones y, luego de las conclusiones muy prolijas del moderador, me sorprendió un comentario insólito en nuestro medio: “Ahora vamos a evaluar su speech”. Mayor aún fue mi sorpresa cuando una señorita del público, a un costado del salón, dijo en voz clara y alta, en franco tono de crítica: “A mí no me miró”. Después, averiguando, supe que en todas las universidades de Estados Unidos se estudia una materia que se llama precisamente así: Speech, y en ella, es evidente, hay un capítulo sobre la mirada. En un auditorio grande, el contacto visual se logra mirando de frente a distintos grupos. Hable durante cuatro a seis segundos a cada grupo (Patrón Z). Considero que nuestras universidades deberían contar en algún momento con una materia similar. Lástima que no exista un vocablo que

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mensaje, realizará un esfuerzo de atención y será fácil advertir el interés

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minimice o atenúe el impacto, a mi modo de ver negativo, o por lo menos atemorizador, de la palabra “oratoria”, que nos remonta a un pasado ampuloso o grandilocuente. Los “grandes oradores” están pasados de moda, pero cada vez más en todas las profesiones se siente la imperativa necesidad de expresarse con propiedad ante cualquier auditorio. Y los que saben hacerlo son los que triunfan. Y ahora hablemos del silencio. Primer silencio: el del comienzo. Nunca debemos comenzar enseguida después de que se nos da la palabra. Esta es quizá la premisa que distingue de inmediato a un principiante de un orador experimentado. Si hay algún ruido o movimiento, espere que cese. La sala, en silencio total. Observe a su público durante unos diez segundos. Mírelo a los ojos con actitud amable. Comience a hablar en voz baja. En el curso de una conferencia, es por el silencio y en el silencio que

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el orador es más expresivo. Cuando le preguntaron al virtuoso del violín Isaac Stern por qué no todos los músicos profesionales son brillantes, siendo que sí todos saben ejecutar las notas correctas en el orden correcto, él respondió: “Lo importante no son las notas, sino los intervalos que hay entre ellas”. Los mejores oradores, como los mejores músicos, son los que conocen el valor del silencio. En el lenguaje escrito, cuando se quiere resaltar una idea, se subraya, se utiliza negrita o se usan las cursivas. En el lenguaje oral se usa el silencio antes y después de la idea que se expresa. Jamás deben llenarse los silencios con muletillas o palabras sin sentido: esteee, bueno, etc. Es precisamente este silencio respetado con serenidad frente al auditorio lo que le dará densidad, peso y valor a su palabra.

2. Estilo El estilo es un concepto difícil de precisar. Transcribo la definición del diccionario de la Real Academia Española: “Modo, manera, forma, uso, costumbre, moda. Manera de hablar peculiar de un orador”. En la definición, es evidente que la condición del estilo es algo variable. Cambia el modo, la manera, la forma, de acuerdo al uso, la


costumbre o la moda. El etilo es la bisagra sobre la que se articulan las características de la expresión oral en las distintas épocas. Por eso considero que el adjetivo “contemporáneo” que califica a nuestra Academia de Oratoria ofrece una idea clara de nuestro propósito de estar al día permanentemente. Lo que es actual o moderno deja de serlo en poco tiempo, y es por eso que en cada reedición de nuestro libro el capítulo sobre las cualidades esenciales en el estilo de la oratoria contemporánea es cuidadosamente revisado. Trataremos a continuación de describir los cuatro pilares que definen la oratoria hoy: naturalidad, verdad, brevedad y entrega. Naturalidad: El Toastmaster International lo dice con toda claridad: “El estilo de la disertación actual se puede describir como una conversación extendida”.

oratoria. Es curioso lo que ocurre. Un artista de cualquier disciplina (pintura, canto, música, etc.) se pasa su vida entera esperando ser reconocido como tal. El buen orador hoy, por el contrario, debe esforzarse por ser natural, espontáneo, como si conversara de la misma forma, con el mismo idioma y con los mismos gestos que en un diálogo con amigos. Solo hablará más alto para que todos lo escuchen y se ampliarán los gestos para que todos lo vean. Pero no hay motivo alguno para cambiar la personalidad al hablar en público o al usar un micrófono. En la reunión de APOC donde desarrollé este tema, lo establecí en una premisa que se proyectó en el salón: “Si lo operaron de la nariz, y se nota, lo operaron mal. Si lo prepararon para ser orador, y se nota, lo prepararon mal”. Creo que se entiende, en ambos casos, que lo que se busca es la naturalidad. Nuestro curso trata simplemente de sacarle al orador todo lo que no es él, aquello que no sirve y desluce las características de su propia personalidad.

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Aunque pueda parecer extraño, es necesario practicar la naturalidad. La premisa es precisamente que no se note la preparación en

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Esto es precisamente lo que debe lograrse: sacar todo lo que no sea usted mismo cuando esté al frente de un auditorio. No debe buscar que lo admiren, sino que lo escuchen. No hay nada más distinto de un actor que un orador. No estoy actuando un personaje. Soy yo. La mirada y el silencio, tan importantes en una tribuna, son solo armas de las que dispone un orador contemporáneo. No debe usarlas si no es imprescindible. Miremos, si es posible, a cada uno de los que nos escuchan, pero no en forma ostensible o artificial como si estuviéramos actuando. La mirada debe ser la misma que usamos al hablar con nuestros amigos, que eso y no otra cosa pretendemos que sea el auditorio. El silencio puede ser muy útil al comienzo para atraer la atención del público, pero no tiene razón de ser si ya la obtuvimos. Lo mismo ocurre con las frases y premisas: para resaltarlas es común ponerlas

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entre silencios y, sin embargo, para destacarlas basta con disminuir apenas la velocidad con que hablamos. Por último, al referirme a la naturalidad, quisiera dejar en claro que nada está prohibido si favorece la comunicación con el auditorio. Podemos apelar a expresiones idiomáticas que no usaríamos en el lenguaje escrito, pero sí en la conversación diaria, gestos cordiales y amistosos como tocar el hombro de un amigo, sentarse o apoyarse en la mesa o escritorio para darle a nuestra participación un tono íntimo, poner una mano en el bolsillo o cualquier otra ocurrencia espontánea, si lo hacemos respetando el decoro y el buen gusto. Quien en oratoria ha llegado a maestro sabe cuándo usar o prescindir de las reglas tradicionales. Esto es ni más ni menos lo que ocurre en cualquier manifestación del arte y de la ciencia. Las reglas pueden romperse, pero para hacerlo es necesario previamente conocerlas. Verdad: Rudolf Verderberg es uno de los autores más respetados internacionalmente en nuestra disciplina. En un capítulo de su libro Comunicación oral efectiva, habla de la responsabilidad ética del orador y le otorga gran importancia. Resumo su pensamiento en cuatro puntos.


1. Diga siempre la verdad. Es más que evitar mentiras, también es omitir verdades. 2. No distorsione la información. Ejemplo: manejar solo estadísticas favorables. 3. Evite enojarse con quien se opone a sus ideas. No abuse de su condición de privilegio. 4. Mencione la fuente de su información. De otra forma, es plagio o robo. El orador no es un actor que por su trabajo debe interpretar pena, ira, amor, fe o entusiasmo. Debe transmitir con mayor o menor habilidad su pensamiento, pero siempre, en todos los casos, debe hacerlo con absoluta sinceridad. Por eso no debe fingir que sabe si no sabe; que tiene entusiasmo o interés si no lo tiene; que existe acuerdo entre lo que piensa y lo que dice si esta no es la estricta verdad. Un estilo que no sea verdadero no tiene ninguna probabilidad de la fuerza interior ni el vigor de lo auténtico. Si no es cierto lo que decimos, tarde o temprano el auditorio se va a dar cuenta. Abraham Lincoln, un hombre honesto e intuitivo, aclaraba este concepto a los políticos estadounidenses que lo acompañaban en su gestión presidencial diciéndoles: “Se puede engañar a todos poco tiempo y a algunos mucho tiempo. Pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”. Por mi parte, elaboré en mis cursos la siguiente premisa que sometí al juicio de mis pares en la Academia de Oratoria: “Está tan mal hablar cuando no se tiene nada que decir como no hablar si se tiene algo que decir”. No ser capaces de expresar, por temor o por pudor, lo que pensamos que deberíamos decir es también un fracaso. Brevedad: Por fin ha comenzado una corriente de concientización internacional acerca del cuidado del tiempo ajeno. Pero muchos no lo saben y continúan con la vieja práctica de hablar demasiado, repetir conceptos, salirse del tema y descuidar la síntesis. Escucharse con deleite, pero

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imponerse, porque no tiene el fuego de la convicción, porque no tiene

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siendo escuchados con impaciencia. Dan ganas de interrumpirlos y decirles simplemente: “Por favor, sean breves”. Con el concepto claro de que breve quiere decir corto, no superficial. Después de tantos años de vivir entre palabras, sé que cuando abundan es porque faltan ideas, aunque a veces también es por pereza o descuido. Más fácil es decir algo si se dispone de tiempo que si se está muy acotado; la brevedad insume dedicación y esfuerzo. Entrega: Este es el pilar más importante de la oratoria contemporánea: la entrega que merece nuestro auditorio. No existe un público sin importancia. Si acepté el compromiso de hablarles, les debo a ellos todo mi respeto. En algún momento de mis cursos afirmo esta premisa: “De una cosa

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pueden estar seguros, aquí se los considera y se los respeta”. Recuerde bien esto el día que asuma un compromiso de hablar en público. Las personas presentes han dejado su familia, su trabajo, sus horas de descanso, para ir a escucharlo. El compromiso es muy grande. No escatime esfuerzo y dedicación. Para eso está hoy leyendo este libro, para entregar de mejor manera lo que puede brindarles. El público, sin duda, sabe leer este mensaje secreto y transformarse entonces en un reconocido cómplice de su éxito. Se han realizado estudios sobre la composición normal de una audiencia, y se han obtenido los siguientes resultados. El 20% del público es amistoso y cordial. Se muestra sonriente, atento y mueve la cabeza con gestos afirmativos, animándonos a continuar hablando. Otro 20% es frío y hostil, parece que no lo convencen sus palabras y que tiene ganas de irse. El restante 60% está justamente en el medio de esos dos polos opuestos. Son personas educadas y correctas, que no manifiestan sus sentimientos o que aún no terminan de resolver si serán positivos o negativos. Mi propia experiencia en estos estudios los confirma. Es habitual que al comenzar a hablar delante de un auditorio se tenga la sensación de que la cosa no va muy bien. Hemos visto que solo el 20% del público es frío o indiferente. Sin embargo, estos son los que más se notan cuando


uno está frente a ellos. La duda cabe. ¿Seré yo? ¿Los estaré aburriendo? ¿Estoy diciendo algo que ya tienen bien sabido? ¿Qué puedo hacer para despertar más interés? Ahora aprendí. Todas esas preguntas se disipan en pocos minutos. La práctica enseña a leer las reacciones de la audiencia. Si encuentran lo que vinieron a buscar, si captan su preocupación y su respeto, es muy rápido el cambio de actitud, entrando en el 60% de los más, y muchas veces aumentando el 20% de los que más nos alientan a continuar. Estos son mis consejos: 1. Dele tiempo al auditorio. 2. Nunca se aisle ni se enoje. 3. No ignore a la gente difícil. 4. ¡Entréguese! Usted quiere serles útil.

chas veces, recordado con afecto.

3. Dicción Si nuestra intención fuera dedicarnos al teatro, este capítulo tendría una importancia primordial. Es bien sabido que en las escuelas de actores una de las preocupaciones de los profesores y alumnos es tratar de conseguir una buena pronunciación. Este preciosismo en la articulación de las palabras es la base por la que el actor llega a su público, hasta las últimas filas del salón, sin necesidad de gritar desde el escenario. Para ellos, vale. En lo nuestro, si bien es importante, hay solo algunos puntos de la dicción que conviene recalcar. La articulación demasiado cuidadosa de un actor puede resultar chocante desde una tribuna o en un salón de conferencias. Entre el exceso y el defecto, hay que encontrar un justo medio no siempre fácil de lograr.

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Si se entregó con responsabilidad, será recibido con respeto y, mu-

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En general, en nuestros cursos, si la falla en más o en menos no es muy importante, tratamos de respetar las diferencias individuales, que finalmente ayudan a configurar la identidad propia de cada orador. Pero en repetidas ocasiones hemos escuchado conferencias cuyo motivo de fracaso ha sido la falla en la dicción. Recuerdo en este instante la sorpresa que tuvimos al invitar a participar en uno de nuestros cursos de posgrado al neonatólogo más brillante de la actualidad. Este hombre genial, a quien se deben importantes adelantos asistenciales en su especialidad, tenía una dicción tan pobre que resultó imposible seguir el hilo de su conferencia. Al recibir la versión transcripta de lo dicho, sus palabras superaban cualitativamente lo que esperábamos de él. En la práctica, muchos de nuestros alumnos tienen severos problemas en la articulación de sus palabras. El defecto principal es que hablan con los labios casi cerrados. A estos sí hay que insistirles en la

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necesidad de “articular”. Solemos decirles: no olviden que ustedes van a pronunciar una presentación, un discurso, una conferencia. Pronuncien, abran la boca, proyecten su voz. Para algunos, aprender a articular significa un esfuerzo y un entrenamiento. Cuando en el auditorio hay más de treinta personas, no dude en usar micrófono y, si es posible, corbatero, para tener las manos libres. En estos casos, es aconsejable utilizar un grabador que certifique si ha sido clara y nítida nuestra exposición. La mayor parte de los que hablan con excesiva velocidad fatiga a quienes quieren escucharlo y acaba por perder el interés del público. Otros, en cambio, hablan con desesperante lentitud. ¿A qué velocidad debe hablarse? En su mayoría, las personas hablan a una velocidad de ciento veinte-ciento ochenta palabras por minuto, pero no es aconsejable hacerlo de manera uniforme. Lo correcto es ajustar la velocidad al tipo de pensamiento o sentimiento que el orador quiere trasmitir. Las variaciones en el ritmo, al igual que los contrastes en la modulación de la voz y del acento, tienen gran importancia para dar expresividad y sentido a nuestra palabra y para retener la atención del que escucha. En general, la oratoria contemporánea exige mayor velocidad. Todo se desplaza más rápido. Está demostrado que el cerebro puede absorber


el significado de una frase cuando se pronuncia al ritmo de hasta cuatrocientas ochenta palabras por minuto. La rapidez uniforme en el hablar es un obstáculo para mejorar la dicción y corregir sus defectos, pero la lentitud por sí sola no los resuelve. La buena pronunciación es la de un argentino culto medio. La Real Academia Española considera que el seseo equivalente de la s, la c y la z y el yeísmo, pronunciación similar de la ll y la y, son solo modalidades de pronunciación, y no vicios. Pero hay ciertos errores de dicción que perturban de forma involuntaria la atención del auditorio. Uno no puede dejar de pensar si escuchó mal o es realmente cierto que algunos oradores dicen “ocserbar”, “ginnasia”, “esamen” o cualquier otro insólito exabrupto. En este caso, se trata de errores groseros que perturban la atención. Diferente es el enfoque para referirse a los oradores con acento regional o extranjero. Los acentos regionales nos recuerdan en forma placentera que cada uno de nosotros es un individuo, con un origen y manera de hablar. Hemos escuchado conferencias de invitados extranjeros que, en un esfuerzo encomiable, han tratado de traducir su pensamiento a nuestra lengua. También hay en nuestro medio excelentes profesionales de origen extranjero que tendrían mucho que ofrecer de su propia experiencia, pero se sienten limitados a manifestarse en público a causa de su acento y sus naturales errores de dicción y de pronunciación. Nosotros insistimos en que el acento regional o extranjero es identificatorio y que no hay motivos para negar nuestra propia identidad frente al público. Su acento puede resultar extraño, pero también agradable. De hecho puede ayudar en su comunicación con el auditorio, pues el acento personal puede resultar un modo de dar a conocer un aspecto de sí mismo. Por último, están quienes ya tienen una falla fija y definitiva en su dicción (ceceosos, los que cambian la rr por la g, o fracasan al pronunciarla). Estos oradores tienen sin duda un handicap. Lo mejor será aceptarlo así, sin más, como un hecho, y no pretender ocultarlo. El

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una formación que se manifiesta, al menos parcialmente, en nuestra

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auditorio suele aceptar e incorporar esa particularidad del orador en los primeros momentos y luego la olvida.

4. Movimiento Lo primero que debe hacer el orador al llegar al salón donde le toca intervenir debe ser planear su desplazamiento. Aun en la participación aparentemente más simple de una mesa redonda, quien expone debe haber previsto cada detalle. Observe dónde está el pizarrón o rotafolios, si dispone de todos los elementos para su uso; fíjese en qué lugar se proyectarán sus diapositivas; lleve puntero láser para apoyar sus palabras; ubique el micrófono móvil y el rígido. Verifique dónde se encuentra la llave de luz, por si debe apagarla para iluminar una diapositiva.

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Tenga una idea muy clara de cuál será el mejor lugar del estrado para dirigirse al público y recorra con la vista sus posibilidades de desplazamiento. Pida con anticipación lo que pudiera ser necesario durante el curso de su exposición. No improvise situaciones que pueden resultar incómodas para el organizador. Para el orador con experiencia, bastan unos pocos minutos para organizar su movimiento en el estrado. Pero esos minutos no pueden faltarle. Solo, a un costado del lugar que se ha asignado para hablar, debe pensar: “Me pararé allí, donde la luz le da a mi cuerpo y desde donde todos puedan verme. Podré desplazarme hacia aquí y hacia allá. Para escribir en el pizarrón, me bastará este simple movimiento. Para mostrar mis proyecciones, solo debo girar de esta forma. Hay tiza, borrador, puntero. Quizás corriendo la mesa y retirando la silla, disponga de mayor comodidad de desplazamiento. Ya está. Unas pocas indicaciones al organizador, y no necesito nada más. Todo está bajo control. Esperemos confiados que nos llamen al estrado”. No hay regla universal que nos diga cómo se debe permanecer mientras se pronuncia un discurso, pero sí pueden señalarse algunas prácticas que deben desterrarse. Conviene estar de pie, a la vista del público, de cuerpo entero. Personalmente, me ocupo de que en mis conferencias no exista nada en la


tribuna que pueda ocultarme: mesa, atril, sillas. Si la mesa no puede ser retirada, es conveniente desplazarla hacia el costado del estrado para no tentarse de utilizarla como apoyo, y mucho menos como escondite frente al público. Permanezca quieto en la tribuna, lo que no quiere decir estático o inmóvil. Usted puede desplazarse cuando su exposición así lo requiera, para llegar al pizarrón, para tomar el puntero o simplemente para cambiar el momento por el que atraviesa su charla: introducción, cuerpo o conclusiones. Los psicólogos especialistas en el tema aseveran que pasear frente al auditorio continuamente mostrando el perfil, y no el frente de nuestro rostro, no es más que una forma de evasión abortada. Más fácil aún de comprender es el afán de evadirse de quien habla a espaldas del auditorio, ya sea con el pretexto de escribir en el pizarrón o de mirar sus propias diapositivas, que debería conocer de memoria. El cuerpo, con sus movimientos, interviene de una manera decisiva ferencia en la que no pueda verse al orador y debamos limitarnos solo a escuchar el tema. Con seguridad buscaremos el momento oportuno para huir del lugar donde no podemos ver ni ser vistos. Pero normalmente los oyentes ven al orador mientras lo escuchan, y su movimiento en el estrado es de suma importancia en el mensaje. El auditorio aprecia el significado de la expresión facial del orador, el modo en que se sitúa y se desplaza, el gesto de la cabeza, los brazos y las manos. El acto oratorio ideal se realiza de pie y sin guías escritas. Siempre que pueda, hágalo así. Solo si el protocolo lo exige se usará un texto escrito, y si la circunstancia lo impone (por ejemplo, en una mesa redonda), diríjase al público sentado. En este último caso, es necesario hacerlo con naturalidad, pero cuidadosamente. No se derrumbe escondiéndose tras el escritorio o el micrófono ni permanezca rígido en posición forzada. Cuando le toque hablar, deje un espacio de unos veinte centímetros entre su pecho y la mesa, e igual espacio entre la espalda y el respaldo de su asiento. Así podrá avanzar y retroceder, dándole relativa movilidad a su cuerpo. Recuerde, por

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en la comunicación oral, de tal forma que no es fácil concebir una con-

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último, que sus pies están en exposición, evitando el cruce y descruce continuado de las piernas. Nosotros hemos reunido una importante biblioteca con libros de oratoria de todas las épocas. De todos ellos, hemos consignado premisas de valor, que de un modo u otro filtramos con la experiencia y volcamos en nuestros cursos y escritos. Pero invariablemente desechamos de los textos, sobre todo de los más antiguos, el capítulo correspondiente a los gestos y los ademanes del orador. Consideramos que si nuestra palabra debe brotar con naturalidad con nuestro estilo personal, mal haríamos en someter nuestros gestos a normas aprendidas en manuales. El gesto está animado por el mundo afectivo de quien habla. El ademán debe nacer de un impulso interior, no aprendido, sino espontáneo y natural de un estado de ánimo. A veces, inconscientemente pretendemos esconder nuestras

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emociones, tan expuestas a la observación no verbal, ocupando nuestras manos en actos que nada tienen que ver con lo que estamos hablando. Algunos oradores se frotan de manera continua las manos como si se lavaran; otros se entregan a una actividad automática: jugar con la tiza, destornillar la lapicera, hacer girar el cenicero. No puedo dejar de recordar que una vez invitamos a dos psiquiatras a exponer sobre un tema difícil: el niño gravemente enfermo. Quizás fuera este el motivo por el cual el primer orador, con el afán de ocultar sus sentimientos, disertó con los ojos clavados en un clip que enderezó y curvó repetidas veces a lo largo de su charla. Pero lo más curioso fue que, al ceder la palabra a un compañero de la tribuna, le pasó también el ganchito. El segundo orador jugueteó con el clip, sin levantar la vista durante toda la hora de su conferencia... ¿Qué hacer con nuestras manos? La respuesta es simple, olvidarnos de ellas. Déjelas que cuelguen con naturalidad al costado del cuerpo, crúcelas por detrás, y hasta en algunos casos no estaría mal ponerlas en los bolsillos. Un bolsillo, nunca los dos. A medida que avanzamos en el tema, si sentimos lo que decimos, ya necesitaremos nuestras manos y nuestros brazos para apoyar y acompañar la palabra. El mejor maestro es el corazón, o la mente, o el


interés que pongamos en el tema; el deseo de hacer comprender lo que nosotros ya comprendimos. Los ademanes son algo tan personal como la risa. Sea usted mismo y usará los gestos correctos, sin temor a equivocarse. Solo recuerde que no hay movimientos neutrales y que todo ademán que no enriquezca nuestra presentación la empobrecerá.

5. Manejo de imprevistos Todo orador ha tenido que enfrentarse con situaciones inesperadas o anormales alguna vez. Es necesario saber afrontarlas con altura, estar preparado para que cuando ocurran no desluzcan o destruyan el esfuerzo que representó la preparación de una conferencia. Personalmente, como organizador de numerosos cursos de posgratancias. Quisiera rescatar de mis recuerdos la actitud de mi amigo el Dr. Eduardo de la Riega, invitado a hablarnos de cardiopatías congénitas. En un momento de su disertación, se cayó el pizarrón sobre su pie mientras escribía. La charla continuó, sin que él manifestara el malestar que sin duda lo acompañó, hasta que más tarde pudimos aliviarlo al inmovilizar el pie por una fisura de un hueso del metatarso. En otra oportunidad, recuerdo que invitamos al Dr. Marcelo Arias, de Córdoba, a participar en nuestros cursos con un tema en el que se le reconocía la máxima experiencia. El orador llegó a las 10.30 hs. en avión para hablarnos a las 11 y regresar a las 13. Su clase estaba perfectamente armada sobre la base de diapositivas aclaratorias. Falló mi proyector. Serenamente, el Dr. Arias comprendió la situación inesperada y replanteó su clase, que fue de todos modos brillante. Pero más brillante aún fue su actitud frente al imprevisto. Por supuesto, también recuerdo airadas reacciones del orador de turno frente a circunstancias imprevisibles. Pero ¿para qué traerlas si es mejor olvidarlas? El consejo que vale y debe quedar impreso en nuestro espíritu es: frente al imprevisto, serenidad, comprensión y replanteo.

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do en mi especialidad, me acuerdo de muchas de esas ingratas circuns-

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De ese modo, nadie va a desesperar y todos agradecerán su paciencia. Sobre todo cuando, como en estos casos, nadie tiene la culpa. Reorganicemos la charla, y puede llegar a sorprendernos la aprobación con que el público agradece nuestro esfuerzo. Otras veces, es alguien del público el inocente responsable de una inoportuna interrupción: un radiomensaje que suena con fuerza, una persona que busca a alguno de los presentes en el auditorio, una crisis de estornudos o de tos, un niño que llora o corre por el pasillo, un fotógrafo imprudente, etcétera. En estos casos, la premisa es: nunca compita con ruidos ni interrupciones. Es natural que, si sus nervios lo traicionan y muestra su impaciencia, el público vuelque su simpatía hacia aquel que involuntariamente lo interrumpió. No saber manejar la situación puede llevar al fracaso

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su conferencia. En la mayoría de los casos, un orador experimentado simplemente hará una pausa hasta que termine la interrupción. Nunca continuará su charla cuando haya perdido la atención del público. Otra circunstancia frecuente en la actividad docente y académica es encontrarse con individuos que piensan diferente o enfocan de otra manera el problema que el orador plantea. Hemos vivido o presenciado muchas veces esta situación. Y hemos vivido también distintas formas de reaccionar frente a ello. Todos sabemos que la discusión violenta no conduce a nada y solo crea resentimientos. También genera violencia la aplastante superioridad de uno de los que se enfrentan en sus opiniones sobre otro. En general, por un fenómeno típico de la conducta humana, el auditorio se sitúa de parte del que pertenece a su grupo. El sujeto que interpela la posición del orador se trasforma en una suerte de “delegado” que debe ser atendido. Según sea el comportamiento del orador, así será la reacción del público. Se pondrá de su parte o quedará predispuesto para la controversia. En este caso, cada nueva interrupción resultará más agresiva y hará más difícil el desarrollo de la reunión. Cuando la interrupción se produce, debe ser atendida con aplomo, con expresión atenta. La respuesta debe ser franca, pero considerada con el interlocutor. Cabe analizar con cuidado la postura de quien disiente, buscando algo positivo en su aporte o comentario. Y después


expresarse con sinceridad, “amortiguando” la posibilidad de una violencia, manifestando los puntos de acuerdo y desacuerdo, pero siempre con respeto y consideración por el pensamiento ajeno. Quizás ayude a manejar la situación una frase tan simple como “sí, pero” o “estoy de acuerdo en parte”. Invariablemente, el público sabe leer esta actitud y responde sin preconceptos apoyando a uno o a otro de acuerdo con sus conocimientos o sentimientos. Y todos, usted, su interlocutor ocasional y el público, podrán capitalizar una situación potencialmente comprometida. En algunas circunstancias, felizmente las menos, pueden surgir interrupciones o preguntas en las que se pone de manifiesto una franca hostilidad con el orador. Por si alguna vez nos toca enfrentar esa violencia, quisiera trasmitirles mis consejos, muchos de ellos aprendidos con mis propios errores y aciertos, y otros recogidos de la experiencia de distintos autores.

• Sea capaz de decir “no sé”. No invente y no mienta. • Anticípese a las preguntas difíciles. • Cuente con apoyos bibliográficos concretos. • Trate de ser empático con quien interrumpe. • Pídale ayuda. Es probable que quiera decir algo. Por fin, si la actitud de su interlocutor es abiertamente agresiva, póngalo en evidencia. • Pregunte por qué lo dice o lo pregunta. • Someta la opinión hostil a juicio del auditorio.

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• No suponga que todas las interrupciones son hostiles.

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Módulo II: Conferencia (Presentación) 1. Introducción La atención de la audiencia deberá mantenerse a lo largo de toda una conferencia, pero es esencial que se logre desde el comienzo. No es este, sin embargo, el único objetivo de una buena introducción. Además, es el momento de plantear el tema en forma clara y atractiva de modo que inmediatamente después de comenzada la exposición el auditorio sepa cuáles van a ser las líneas generales de la exposición y las intenciones del orador. Comencemos por lo que no debe hacerse en la introducción de una conferencia. No se apure para comenzar. Llegue al estrado caminando con sen-

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cillez, con el cuerpo erguido, sin afectación. Cuando llegue, levante la vista y no hable enseguida. Observe a su público, contemple sus rostros mirándolos con actitud amable, con afecto, como si ya fueran sus amigos. Entréguese, usted quiere serles útil. No comience con excusas banales más o menos sinceras, que no sirven sino para perder el tiempo y en el fondo quieren ser solo defensas anticipadas del orador por si las cosas le salen mal. Si aceptó el compromiso, es el responsable del tiempo y de las expectativas de su auditorio. No puede tener motivos para excusarse. Piense que si no le tuvo a su público debido respeto como para asumir su compromiso responsablemente, no debe esperar de ellos el respeto que usted no les tuvo. No es necesario ser tremendamente imaginativo ni especialmente creativo para atraer al auditorio con las primeras palabras. Pero requiere un poco de concentración y una buena dosis de preocupación. Hay muchas formas estudiadas para elaborar el exordio en los textos de oratoria. Mencionemos solo algunas. Por ejemplo, con una cita. Si se tiene buen cuidado al elegirla, puede constituir un buen método para presentar una conferencia. Otra posibilidad es formulando un interrogante. Es un método sencillo para predisponer al auditorio a escuchar la respuesta. También, refiriéndose a su propia persona. Si se hace con modestia y sinceridad, puede captar la atención del público. Otra


alternativa es referirse a la ocasión. En todo caso, la referencia será breve, explícita y práctica. El método más apropiado, según mi punto de vista, para elaborar la introducción es despertando el interés sobre el tema. Este método, que alguien ha llamado “shock técnico”, consiste en sorprender al auditorio con un enunciado que sintetice los puntos más importantes de su exposición. Todo lo que se dice debe ser cierto, pero debe enunciarse en forma audaz, breve y con seguridad. Pondré un ejemplo real que, como es natural, tiene que ver con mi profesión. Uno de los temas que abordo con frecuencia en medicina, y del cual poseo una vasta experiencia que data de hace ya muchos años, es la toxoplasmosis. Si voy a hablar a un público no muy informado al respecto, haría mal si comenzara mi charla describiendo el parásito (toxoplasma gondii). Seguramente, lo atinado será primero despertar el interés por conocerlo. Bastarán para ello pocas frases.

de las epilepsias, la mayor parte de los casos de ceguera en la infancia, muchos trastornos endocrinos y, ahora ya se sabe, puede ser la causa de alteraciones de la inteligencia y del comportamiento que aparecen tarde en la vida. La frecuencia de la toxoplasmosis en nuestro país está entre las mayores del mundo. En el Hospital Alemán, llevamos ya más de treinta años ocupándonos del tema. Trataré en esta hora de sintetizar nuestra experiencia”. Les aseguro que esta introducción, absolutamente veraz, despierta en el auditorio el interés por saber qué es la toxoplasmosis. Cualquiera sea su tema, busque los puntos de mayor interés, sintetícelos y enúncielos. Esta es la forma. No lo dude. El estilo del exordio debe ser claro, sencillo, sobrio, sin excesos retóricos. Eventualmente, si el tema de la conferencia nos llega con fuerza, el tono irá estimulando de manera progresiva nuestra elocuencia, y el público podrá ir acompañándonos durante el desarrollo. Porque en el primer momento la actitud hacia el auditorio es clave, conviene que la presentación se haga con humildad y autoridad; sin

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“El toxoplasma gondii es el parásito de mayor difusión en el mundo. La enfermedad que produce podría explicar la causa de más de la mitad

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ostentación, pero con seguridad, y al mismo tiempo mostrando nuestro sincero interés cordial por quienes nos escuchan.

2. Planeamiento Conocer las técnicas de oratoria ha sido importante para mi actividad docente y académica. La tarea asistencial era mucha, pero nunca rechacé un compromiso docente dentro de mi especialidad, porque creo que la mejor manera de aprender es enseñando. Esta obligación me impuso la necesidad de actualizarme permanentemente en diversos temas. Muchas veces, cuando el trabajo en el consultorio ocupaba toda mi jornada, robaba horas al sueño o a los fines de semana en familia para planificar mis presentaciones.

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Nunca voy a arrepentirme de haberlo hecho. Estudiar para enseñar, para publicar, para participar en cursos y congresos médicos era la base de mi seguridad frente al paciente. No es que lo supiera todo, nadie puede estar seguro de eso, pero sí tenía certeza de que con solo proponérmelo podía actualizar cualquier tema de pediatría. En ese tiempo, Internet no era tan accesible como ahora, pero si bien hoy tengo acceso a la red, no considero que sea allí donde puede obtenerse la mejor formación profesional. Wikipedia, family doctor y otros sitios sirven solamente para que los pacientes accedan a un tipo de información que no siempre están en condiciones de comprender. Naturalmente que la tecnología sirve, nadie puede ponerlo en duda, pero lo que más importa para quien enseña y aprende es siempre la experiencia personal. Cuando un profesional tiene que elaborar una presentación para un auditorio de pares, lo que necesita no es la bibliografía que existe sobre el tema, sino la síntesis de su experiencia personal, vivencias y conclusiones de lo aprendido a lo largo del tiempo. Ese bosquejo original, sujeto naturalmente a modificaciones, será el núcleo alrededor del cual se desarrollará la plática. Esto no significa que no debe leer e investigar sobre la materia. Son necesarios el aporte de conocimientos, el estímulo de la memoria y el desarrollo de las


ideas. Solo que –está claro– este trabajo viene después. Si no soy capaz, primero, de poner en claro mis pensamientos y conclusiones, ese tema no es para mí. Aun en los trabajos más técnicos, el bosquejo inicial debe ser siempre suyo. Por lo tanto, lo primero es fijar la idea central, el objetivo claro y preciso del mensaje que quiere trasmitir. Una vez que haya plasmado sus propios conocimientos y convicciones y que haya registrado lo que sobre ese tema le dice su experiencia, recién entonces comience a sumarle la investigación bibliográfica de alta calidad. Usted necesita saber dónde buscar la información, qué clase de información buscar y cómo registrar y citar sus fuentes. Busque su material en libros y revistas especializadas, en bases de datos electrónicas y en Internet. No, no me estoy arrepintiendo de lo que afirmé más arriba. Tengo en claro que un investigador que se rehúsa a utilizar los nuevos medios para buscar información o que no sabe cómo hacerlo eficazmente se coloca en una posición de seria desventaja. Pero en general en la web es necesaria, pero más necesario es saber seleccionar lo que nos conviene. ¿Conoce la fuente? ¿De cuándo data la información? ¿Los datos son primarios o secundarios? Son primarios cuando provienen de una fuente original; los secundarios proceden de una fuente que cita a otra fuente. Es importante saber que aun en publicaciones recientes es posible encontrar datos ya perimidos, especialmente estadísticas, por eso es imprescindible conocer la fecha de todos los datos recogidos. También sugiero desconfiar de los documentos web que han sido creados bajo el patrocinio de una firma con intereses comerciales. Si no puede comprobar las credenciales del autor del material, no es una buena decisión utilizarlo para elaborar su presentación, ya que en su trabajo debe incluir necesariamente los datos de las fuentes de la información que presenta. Insisto, bucear en la red sobre temas médicos, cuando no se está capacitado para evaluar la fiabilidad de lo que se encuentra, puede conducir a equívocos e imprudencias con graves consecuencias. No conviene que el paciente estudie su propia enfermedad y mucho menos monitorear la actuación profesional de su médico a través de este medio.

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suele pecarse por exceso y no por defecto. La información disponible

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Cuando se elabora un mensaje para presentar oralmente en público, la organización responde a sus objetivos. En general, los objetivos suelen ser tres: informativo, persuasivo y social. En oratoria informativa, la mayoría de los casos de las presentaciones médicas, es necesario que el auditorio pueda escuchar, entender y aprender sin necesidad de ningún esfuerzo especial, solamente con la atención normal media. La mente humana puede recordar con facilidad tres variables sobre un tópico. A medida que el número de variables aumenta, disminuye la habilidad para recordar todas o cualquiera de ellas. De Bennett y Corrigan, recogemos la siguiente información: “Cinco factores serán retenidos por aproximadamente un cincuenta por ciento de las personas; seis, por un veinticinco por ciento, y por encima de eso usted necesitará un auditorio de expertos en memoria”.

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La mente del orador y la de su auditorio son esencialmente similares en lo que concierne a la retención. La conferencia debe ser planeada como para que retener sea fácil para ambos. Es comprensible que si un orador necesita notas para hablar, es porque la retención de su plática es difícil. Mucho más difícil será para el auditorio que escucha quizá por primera vez algo sobre el tema. Si el orador elabora una lista de doce puntos a cubrir en una charla, seguramente no podrá recordarla y necesitará valerse de una guía. Pero, por favor piense, quien lo escucha no podrá recordar lo que dijo. El método a emplear queda entonces muy claro. Sintetice su plática, sobre la base de unos pocos puntos principales –tres o cuatro es lo ideal– para trasmitirlos con precisión y sin notas. Como los puntos principales, esqueleto del guion, necesitarán casi siempre un mayor desarrollo, pueden establecerse puntos secundarios o variables para cada uno, que tampoco deben excederse de cinco.

Tema central

A 123

B 123

C 123


De esta forma, con un poco de esfuerzo, podré retener el plan de la conferencia de modo organizado, y su desarrollo no requerirá notas. Los puntos principales son tres y los secundarios no pasan de cinco, que es el límite que nos habíamos propuesto. En este encuadre, tenemos la seguridad de que podremos lograr que el auditorio escuche, entienda y aprenda. Volveremos sobre esto en el apartado de adecuación. Estructurar el discurso adecuadamente le permitirá organizar su esquema de manera clara y sencilla, fácil de recordar, permitiéndole introducir las variaciones oportunas de acuerdo con la circunstancia. Atención: esta premisa es muy importante para evitar el razonable temor de “quedarse en blanco” y no saber cómo continuar. Si usted tiene un mapa trazado para realizar un viaje, no hay posibilidad alguna de detenerse y no saber “de dónde vengo y a dónde voy”. Permítame que le cuente acerca de mi último viaje a España e Italia, que fue muy elaborado previamente por las tres parejas que participaron de él. Llegamos a Madrid, sabiendo que disponíamos de itinerario perfectamente trazado en sus puntos principales: Barcelona, la Costa Azul, Florencia y Roma. Sabíamos de dónde salíamos, hacia dónde íbamos y de cuánto tiempo disponíamos. ¿Cómo era posible perderse? Si nos gustaba el lugar, nos quedábamos, en Benidorm o en Saint Tropez. Es más, llegamos con suficiente tiempo a Roma como para permitirnos continuar y detenernos en el lugar que más nos gustó de todo el viaje: Positano. Exactamente igual que la hoja de ruta de un viaje, se elabora el esquema de una conferencia. Esto le dará seguridad y, entonces, podrá detenerse en una playa que le guste, o en un tema que despierte el interés del auditorio; y también podrá apurar en una zona poco atractiva si va atrasado, tal cual en un discurso para ajustarse al tiempo. Pero nunca perderse. Basta saber sin lugar a dudas de dónde viene y a dónde va. Hace tiempo, resolvimos invitar a dos expertos docentes extranjeros a que nos dieran un curso breve de su especialidad, en nuestros departamentos de Pediatría y Obstetricia del Hospital Alemán. Se trataba de los doctores Enrique Ostrea y Federico Mariona, este último de origen argentino, pero hace ya muchos años radicado en Estados

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veintiún días para nuestra excursión; retiramos nuestros autos con un

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Unidos. Cuando establecí contacto con ellos, aceptaron de buen grado la invitación, pero pidieron un año para prepararse. Tiempo después, conversando con ellos, les pregunté por qué demoraron tanto su viaje, si lo que le pedíamos era sólo que nos trasmitieran su experiencia en temas de su especialidad. Ambos coincidieron. No era por el fondo de lo que querían decirnos que necesitaban tiempo, sino por la forma de hacerlo. No era por el tema en sí, que seguramente dominaban por su ciencia y experiencia. Preparar la mejor exposición para llegar al nuevo auditorio les demandó ese lapso. Sus presentaciones fueron brillantes, útiles, fáciles de seguir. El planeamiento era perfecto; la colección de diapositivas estaba preparada con infinito cuidado. Nunca leyeron, pero las conferencias tenían un orden y una claridad tal que permitieron ser grabadas y trascriptas y su lectura resultó tan fácil y sencilla como la de un libro pulido y corregido

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hasta el detalle. Eso es respeto y consideración por el auditorio. A veces, como organizador de cursos y conferencias me sorprende comprobar con cuánta facilidad se aceptan, y muchas veces se descuidan, compromisos docentes que aparentemente no preocupan al orador. Yo diría, en general, que cuanto más joven es el invitado, menos importancia parece otorgarle a la responsabilidad de desarrollar un tema. Y es así como tantas veces compartí con ellos la amarga sensación del fracaso… Considero que los médicos deberían aprender a hablar en público desde el inicio y durante toda la carrera universitaria. Pero no es así, lo sé por experiencia. Muchos médicos residentes tienen dificultades para hacer la presentación de un caso incluso en un ateneo interno de su propio servicio. Quienes tienen la responsabilidad de formar a los nuevos profesionales deberían incorporar en su programa académico el entrenamiento y la práctica de una presentación sencilla de un caso e incluirla en la evaluación. “El herrero se hace en la forja, el nadador, nadando, y el orador, hablando.” Enséñenles a hacerlo bien. Julián Marías publicó en La Nación un artículo titulado “Una conferencia es probablemente una lata”. Quiero trascribir algunos conceptos que me parece esclarecen la idea que necesito trasmitir.


Dice Marías: “Tengo la impresión de que los oyentes son sensibles al hecho de que los conferenciantes hablen y no lean. Sienten que se dirigen a ellos, no que les están comunicando algo ya hecho de antemano. Suelo decir que una conferencia es probablemente una lata, pero si es leída resulta literalmente una lata de conserva. El conferenciante debe preparar, y mucho, su conferencia, y debe saber de qué va a hablar, pero no exactamente lo que va a decir, porque la forma debe surgir del diálogo silencioso con el público. Si se lee un texto se está cautivo de él, y sobre todo no se mira a los oyentes y es improbable que pase la corriente, que se establezca una comunicación vivaz. Se está perdiendo la costumbre de hablar. Hasta para las intervenciones brevísimas, acaso una simple presentación, se saca del bolsillo un papel. En el caso de las conferencias, no se advierte que la forma oral es, debe ser, bien distinta de la escrita, porque cada una tiene una estructura propia”. El consejo es: no piense en palabras, piense en ideas. Si las ideas las Preparemos todo, estudiemos casi de memoria la introducción. Y repasemos muchas veces el orden de las ideas de la conferencia. Si es posible y se anima, la mejor manera de exponer es sin papeles y sin atril. Si es necesario, tenga una hoja de ruta sencilla para seguir un orden en su disertación. Puede evitarse sabiendo los puntos a tocar tan claramente como el camino de su casa al trabajo. Y, por último, si no puede y no hay otra forma de hacerlo, lea su disertación. Pero aprenda a leer una charla en el apartado correspondiente de este libro. Lo más importante es disfrutar de su compromiso, no sufrirlo.

3. Ajuste del tiempo ¿Cómo procede un profesional responsable cuando se lo invita a intervenir con un tema de su especialidad en un congreso médico, en una conferencia informativa o participativa o como parte de un curso?

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hemos aclarado y puesto en orden, las palabras fluyen con facilidad.

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Agradece la distinción de la que ha sido objeto y comienza a ultimar los detalles: día, hora, lugar, tipo de auditorio, tiempo y tema. Todo es conversable en este primer acercamiento. Se puede casi siempre conciliar la fecha, adaptándola a las posibilidades, y sobre todas las cosas se puede conversar acerca de la factibilidad de desarrollar un tema en el tiempo previsto. Nadie mejor que el experto puede informarnos si debe haber una modificación, un corte o un límite en él. Por ejemplo: tras la sugerencia de las numerosas familias con hijos que habitan en el mismo predio donde tengo mi casa, invité a la médica psiquiatra Mónica Oliver a que nos diera una charla sobre los conflictos emocionales de los niños en las distintas etapas de su infancia. La doctora aceptó complacida la invitación, pero me sugirió limitar el tema a una determinada edad o multiplicar las charlas para abarcar todas las edades del niño. Hasta ese momento, nosotros solo había-

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mos recibido invitados para conferencias unitarias. Pero planteado así el problema entre todos resolvimos preguntarle cuántas charlas serían necesarias para satisfacer nuestras inquietudes. La doctora nos sugirió cuatro pláticas, una por semana, que abarcarían al niño en el primer año de vida, al niño en edad preescolar, al niño en edad escolar y pubertad y adolescencia. Fue entonces un curso, no ya una conferencia, pero la Dra. Oliver, a través de su experiencia, colmó con creces nuestras expectativas, y sus charlas fueron altamente provechosas para los padres de los niños de distintas edades. Para todos fue fácil comprender que hubiera sido un despropósito pretender abarcar todo en una sola sesión. Antes de aceptar su compromiso, usted debe limitar o seleccionar su tema y reducirlo a la extensión conveniente para ajustarse al tiempo de que dispone. No se equivoque. Si pretendió mucho, abarcará poco, y defraudará a quien lo escuche. Por las razones expuestas, aconsejamos en forma de premisa: limite su tema. La conferencia o su bosquejo en ideas deben escribirse según hemos visto en el capítulo de planeamiento. Entonces, viene el momento de practicarla, leyéndola primero en voz alta y repitiéndola después con sus palabras, según el orden establecido. Sincronice en ese


momento si su trabajo se ajusta al tiempo previsto. No olvide calcular los minutos que lleva el uso de los apoyos visuales. Quiero transcribir aquí algunas frases de un libro muy interesante del Dr. Juan Antonio Vallejo Nágera, médico español profesor de oratoria. El libro, que lleva más de treinta reimpresiones, se llama Aprender a hablar en público hoy (editorial Planeta) y dice así: “Repase en su memoria todas las ocasiones en que ha formado parte de un auditorio y ha escuchado hablar a otras personas. Son centenares, quizá miles. Ahora sea sincero, ¿recuerda un solo caso en que un orador le haya hecho mal efecto porque habló menos del tiempo estipulado? Ni uno. Siempre se le habrá agradecido. En cambio, ¿cuántos oradores que hablan bien, incluso muy bien, han provocado su irritación porque prolongaron excesivamente su presentación? Muchos. No sea usted uno de ellos”. Se debe ser muy concreto en relación con el tiempo previsto para su intervención. Como organizador, no conviene ser poco claro o permisivo con los invitados. Si su propuesta es “de diez a quince minutos”, eso larguísimos minutos de diferencia, cada uno con sesenta segundos, uno tras otro. Un minuto en oratoria informativa profesional es, como dice Vallejo Nágera, “un minutazo”. Según hemos apuntado, la conferencia consta de tres partes: introducción, cuerpo y conclusiones. Como veremos, cada una de ellas es igualmente importante, aunque se le destine diferente tiempo cronológico. La introducción y las conclusiones juntas son de corta duración, mucho más breves que el cuerpo. Es necesario tener presente que quien vino a escucharlo cerrará su mente en el tiempo previsto. Todos tenemos mucho que hacer. Nuestro tiempo está casi siempre cronometrado, y si nos hemos dispuesto a escuchar una conferencia de 19 a 20 hs., a las 20:05 empezaremos a preguntarnos a qué hora se callará el disertante o si no será mejor retirarse subrepticiamente del salón. Aunque lo evitemos, estaremos ya mal predispuestos para atender. Y probablemente el orador perderá a su público en el momento de las conclusiones, cuando se dispone a redondear su conferencia, puntualizando las premisas de real y positivo valor, extraídas de las ideas desarrolladas.

Ignacio Di Bártolo

ya evidencia una falta de consideración para con el público. Hay cinco

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Si debe terminar a las 20, cierre su conferencia unos minutos antes, sorprenderá agradablemente a su auditorio y lo encontrará complacido de participar en el tema, aportando su inquietud y su experiencia. Cualquiera de nosotros puede recordar excelentes conferencias que nos dejaron con ganas de seguir escuchando. Y seguramente nos olvidamos otras disertaciones interminables, en las que parece que el orador va a concluir cuando realiza una pausa y resulta que no es así, que continúa sin mirar el reloj, martirizando a los pocos oyentes que no abandonan la sala por un principio elemental de cortesía. Una buena práctica será que el disertante coloque sobre la mesa su reloj para controlar la duración de la conferencia, teniendo cuidado de consultarlo discretamente, para terminar la exposición en el tiempo previsto. También es cierto que hubo oportunidades –las menos– en que

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nuestros invitados ajustaron tan mal su tiempo, que se les acabó el tema a los veinte minutos en una conferencia prevista para una hora. Pocas veces me sentí tan mal como organizador del curso. Me imagino cómo se habrán sentido ellos sin nada más que decir, cuando los más rezagados del público recién llegaban. El ajuste del tiempo significa eso, ni más ni menos. Justamente lo que estaba programado y esperado.

4. Apoyos visuales La empresa 3M informa en una de sus investigaciones que las personas retienen solo un 10% de lo que oyen durante una presentación y alrededor de un 20% de lo que ven, pero aproximadamente un 50% de lo que ven y oyen al mismo tiempo. Es indudable que el uso apropiado de los apoyos visuales ayuda a mantener al público concentrado y aumenta el entendimiento y la retención de lo expuesto. Pero debe usarlos bien. Las demoras y confusiones provocadas por las fallas en los equipos pueden arruinar la conferencia mejor planeada.


El Toastmasters International aconseja para los apoyos visuales: • Evite usarlos demasiado: utilícelos para realzar su discurso y no como sustituto. • Háblele al público, no a la presentación visual. • Deje las luces encendidas: si es necesario, reduzca la intensidad de la luz, pero asegúrese de que puede ver a su público y de que este pueda verlo a usted. • Todos en la sala deben lograr ver sin dificultad las proyecciones: use letras suficientemente grandes como para que todos puedan leerlas. • Haga gráficos sencillos: limítese a puntualizar una cosa importante por gráfico. • Ilustre solamente los puntos clave de su discurso: si se usan demasiados apoyos visuales, pierden impacto. • Practique utilizar apoyos visuales antes de la conferencia: esté ab-

asegura que no habrá fallas en los equipos. Esté preparado para cubrirse si los equipos fallan. Existe una amplia gama de posibilidades para decidir en cada caso qué apoyos visuales serán más convenientes.

Material impreso (Handouts): La entrega previa de una hoja impresa para la ocasión habla del respeto y la dedicación del orador para con su público. Puede ser el resumen de aquello sobre lo cual disertará, un artículo fotocopiado que profundice o afirme otros conceptos, un cuadro sinóptico que simplifique y aclare o cualquier otra forma de apoyo a sus palabras. Su mayor ventaja puede ser la de evitar la pérdida del contacto visual con un auditorio que deba tomar apuntes. Su mayor desventaja es que pueden distraer a los oyentes y desviar la atención directa al orador.

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solutamente seguro de la tecnología a utilizar. • Tenga un plan de emergencia: inclusive la mejor planificación no

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Ese material jamás debe repartirse durante la presentación. Siempre debe hacerse antes de comenzar, o mejor después, y en ese caso aclarando que no es necesario tomar apuntes, ya que se ha previsto su distribución al retirarse. Pizarrón o pizarra con marcadores: Se usan solo para apoyarse en la aclaración de temas o ejemplos que surgen espontáneamente durante la disertación. Sin duda, la mayor ventaja es la sencillez y fácil disponibilidad, y su gran desventaja es la pérdida de contacto con el público mientras se escribe. Tener en una pizarra los ítems que se van desarrollando puede ser muy útil para el orador y para su público. Pizarras interactivas: LA PALABRA DEL MÉDICO

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Las pizarras interactivas (Smart, Star, etc.) son en la actualidad una potente herramienta de trabajo, aunque como es natural no están al alcance de todos los presupuestos. Son especialmente útiles en las presentaciones profesionales y en las actividades grupales: reuniones, talleres, seminarios y ateneos científicos. Algunas pizarras interactivas incluyen un programa de instalación, que genera unísono en el escritorio de la computadora a la cual está conectada, pudiendo así realizar presentaciones a distancia. Rotafolios: Se usan de manera similar a los pizarrones, pero con la ventaja de que pueden guardarse las hojas ya escritas y que no es necesario borrar. Tenga en cuenta que la letra manuscrita es a menudo difícil de leer. Además, el rotafolios solo debe usarse con poco público por la limitación del tamaño de la letra que puede utilizarse.


Multimedia: Con el desarrollo de la informática, podemos contar con software relacionado con presentaciones en computadoras. (por ejemplo, Power Point). Por medio de programas diseñados para tal efecto, se preparan las diferentes diapositivas con las frases, los dibujos –animados o no– y los gráficos que se desean exhibir, y esto se trasmite a través de un cañón de proyección. Sin dudas, esta es la mejor manera de ilustrar una presentación. La preparación de una diapositiva con Power Point es sencilla. Requiere un poco de práctica, pero sus ventajas la hacen poco menos que irremplazable en el momento actual. En el ámbito empresarial, ya no se concibe armar una presentación sin este aporte. Se puede elegir un autodiseño, aceptar una planilla prediseñada o manejarse con un asistente del mismo programa. Prezi ofrece un modelo alternativo al de Windows o Mac, en el cual, en lugar de las sucesivas diapositivas, se puede mover por un paisaje En general, para nuestro objetivo de ilustrar nuestras conferencias médicas, tiene un uso muy limitado. En 2016, cuatro profesores de oratoria hicimos el curso de Prezi. Todos coincidimos en que no tiene aplicación en lo nuestro. Las proyecciones deben tener pocos renglones, pocas palabras por renglón, usarse con moderación y poder interpretarse con rapidez. Esto se conoce mundialmente como la regla del siete.

PROYECCIONES: REGLA DEL No más de: • 7 renglones • 7 palabras por renglón • 7 cada 20 minutos • 7 segundos para interpretarlas

También es importante tener en cuenta el tamaño de las letras aceptadas como apropiadas para la confección de las proyecciones y algunos consejos que nuestra academia propone en las presentaciones profesionales y/o empresariales.

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bidimensional ampliando y alejando lo que se quiere enfocar.

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Legibilidad 12 a 18

Legibilidad 24

(Ilegible)

(Mínima)

Legibilidad 32 a 36 (Recomendada)

Legibilidad 44 (Títulos)

Legibilidad 54 ¡Está gritando! Proyecciones profesionales “Principio KISS”

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• Sintéticas y sobrias • Letra clara sobre fondo oscuro (o al revés) • Use mayúscula y minúscula, pocas veces negrita • Presente los números siempre en gráficos • Genere proyecciones autosustentables • Use titulares, como lo hacen los diarios • Sólo lo imprescindible, sin alarde técnico Principio KISS significa: “keep it short and simple” (que sea breve y simple)

Los colores deben resaltar títulos y subtítulos. La proyección deber ser vista y leída por todo el auditorio. La calidad de la proyección es importante, pero es preferible perder parte de ella y no el diálogo visual establecido con el auditorio. Usted puede atenuar la luz, pero no apagarla. Las imágenes sirven para reforzar la palabra, no para lucirlas. Tampoco deben ser “machetes iluminados” o ayuda memoria, y mucho menos, excusa para escondernos del público.

Las proyecciones tienen códigos internacionales


Objetos o material ilustrativo: Es muy frecuente que, en bien de la claridad de la exposición, acompañemos nuestra plática con elementos visuales para ilustrar la palabra. En una conferencia médica, un aparato moderno; si se trata de historia, un mapa; si nos referimos al arte, la reproducción de un cuadro famoso o de un trabajo arquitectónico; en un informe empresarial, la presentación de un nuevo producto, etcétera. Es necesario en estos casos tener presentes algunas consideraciones que reconocemos positivas y que trataremos de resumir a manera de premisas: • Mantenga el material ilustrativo fuera de la vista hasta presentarlo en el momento oportuno. • No fije la vista en el objeto mientras habla. Usted intenta comunicarse con el auditorio, no con los objetos. • Asegúrese de que el material empleado tenga un tamaño suficiente

ble que no vuelva a recuperar la atención del público. • No abrume al auditorio con exceso de material. • Tenga prevista la posibilidad de que fracase alguno de los recursos ilustrativos (serenidad, comprensión, replanteo).

Lo que vaya a mostrar no debe estar a la vista ni circulando mientras usted habla Para terminar este capítulo, quisiera hacer algunas reflexiones personales: Acabo de releerlo. Está bien. Técnico y frío. Todo lo que está escrito vale. Pero hay muchas cosas propias de la experiencia personal que faltan. Falta mencionar la infinidad de errores que yo mismo cometía antes de estudiar a fondo oratoria y la gran cantidad de horrores que sigo observando en gente preparada, docentes, empresarios y profesionales de reconocida trayectoria.

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para que todos los asistentes puedan distinguirlo con claridad. • Nunca haga circular un objeto mientras está hablando. Es proba-

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Como auditorio, puedo asegurar que son muy pocos los que manejan bien los apoyos visuales. Después de haber leído con prolijidad este capítulo, obsérvelo usted mismo. Están los que no se preocuparon por “visualizar” su conferencia, los que abruman con su exceso, los que las preparan mal y a último momento; están quienes no prueban los dispositivos técnicos ni adoptan recaudos en caso de eventuales contingencias, los que no prevén si podrán ser vistos por todo el auditorio, los que hacen circular objetos “perdiendo” a su público, y muchos horrores más que usted mismo puede ahora reconocer. Naturalmente que para poder reconocer nuestros errores es necesario un poco de humildad y flexibilidad para poder cambiar las costumbres que tenemos, muchas veces tan arraigadas. Con el avance de los elementos técnicos, surge un nuevo riesgo: exceso de confianza en que los medios audiovisuales reemplazarán con ven-

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tajas al orador. Y esto nunca va a ser posible. Sin duda, pueden hacer más agradable o interesante una presentación, pero no debe permitirse que se conviertan en los protagonistas de sus charlas. El orador es –debe ser– el mejor audiovisual de una conferencia.

5.Conclusiones La experiencia de un orador es más notable en el comienzo y en el final de una conferencia. Sin duda, son los momentos más importantes y difíciles y, también, los más descuidados por los inexpertos. Un final debe ser preparado con tiempo. Dejémoslo como premisa: el silencio final también se prepara. Esta frase tan elocuente no me pertenece. Es de uno de los autores consultados. En estos breves minutos de la conclusión, se arriesga todo lo que pudo haberse logrado en la exposición. Lo que suele ocurrir es que el orador inexperto, que realizó un gran esfuerzo de recopilación de datos y experiencia y un correcto planeamiento de la presentación, deja librado a la improvisación el cierre. Y es así como surgen los lugares comunes que deslucen y le restan merecido brillo a la tarea realizada.


“Bueno, creo que no tengo nada más que decir…”; “habría muchas cosas más que decir, pero no tengo más tiempo…”, etc. Otras veces, nos damos cuenta de que el orador terminó por su mirada al director del curso o porque abandona la tribuna sin más. En una conferencia bien elaborada, la conclusión debe llegar cuando el orador no tiene nada más que decir sobre el tema y, por lo tanto, puede enunciarla sin más. La habilidad del orador nos permitirá inferir el final de su exposición sin que deba anunciarlo. La conclusión no debe ser larga. Su valor radica en la sencillez y claridad. Nunca debe dejarse para el final el aporte de un nuevo pensamiento accesorio o complementario. Lo que no se dijo en su momento no se puede decir en la conclusión. Entiéndase. Esta parte tan importante merece especial dedicación y respeto. No hay reglas fijas sobre la forma de elaborar la conclusión. Cuando hayamos terminado la preparación de la conferencia, pensaremos qué final sería apropiado, poniéndonos en el lugar de quien nos escucha, en sus intereses e

a. Resumiendo lo dicho Este principio es puesto en práctica habitualmente por el periodismo escrito o televisivo. Se comienza con el resumen de lo que se va a decir, después se lo desarrolla ampliándolo y explicándolo y finalmente se sintetiza lo dicho. Muchos oradores, habituados a la expresión escrita, recusan la repetición. En la expresión oral es indispensable. Repita sin temor, con fuerza, y se mostrará consciente y responsable, ayudará a fijar en la mente de los oyentes las premisas de valor que usted considera importante recalcar. Este concepto es especialmente significativo en oratoria informativa, que suele ser el objetivo de las presentaciones en medicina. b. Agradeciendo o elogiando con sinceridad Mucho de lo que aquí decimos no es más que un ejercicio de sentido común. Cuando hace casi cuarenta años me tocó viajar por la provincia

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inquietudes. Consideremos algunos ejemplos posibles de conclusiones:

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de San Luis, en un plan de docencia para el tratamiento de la deshidratación, muchos de los médicos ya mayores que fueron a escucharnos viajaron desde puntos muy distantes, por caminos difíciles, y nos dedicaron horas que podían haber aprovechado para descansar de la fatigosa tarea de médico rural. La conclusión de mis charlas fue una emotiva reflexión sobre el valor de su trabajo y un sincero agradecimiento por haberme escuchado con atención y respeto. c. Motivando a la acción Este sería un final elaborado para llamar al público a la acción o lograr que algo determinado suceda: una donación, la firma de un petitorio o el compromiso de colaborar en un proyecto, etc. Por ejemplo, si necesitamos generar alguna acción concreta para promover la detección

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precoz de la toxoplasmosis en mujeres embarazadas. d. Con una cita o un ejemplo Seguramente se elegirá una cita relevante. Puede ser positivo el cierre de un discurso o de una conferencia con una frase vigorosa o una cita elocuente. Como dijo Alberto Agrest, maestro de la medicina argentina, “más vale un instructor al lado que un sabio en el estrado”. Hace poco tiempo, leí con detenimiento el libro del profesor Manuel Couto Rodríguez y reparé en unos esquemas sobre intensidad comunicativa, que me parecieron muy interesantes. Dice Couto Rodríguez: “La intensidad es como una música de fondo oculta en la composición de su discurso, que imprime dinamismo a su intervención”. A continuación, se analizan los distintos tipos posibles de estructura, que podemos sintetizar como sigue:


El primer ejemplo es claramente desaconsejable. Este esquema carece de fuerza. Se desarrolla con monotonía y termina sin entusiasmo. gloria. Nadie lo recordará. En el segundo, se imprime un grado de intensidad medio-alto en la introducción. Frases vivas, cortas, importantes (shock técnico). Se realiza una pausa. Al iniciar el cuerpo de la disertación, la intensidad disminuye. Ya tengo conmigo al público interesado en el tema. Bajo el tono, disminuyo el ritmo. Pretendo la concentración, pero evito el agotamiento de una atención extrema. Observe en el tercer diagrama que en la línea de intensidad en que se desarrolla el cuerpo hay unas cuñas (banderines). Rompen el ritmo y despabilan a los oyentes. Puede ser una anécdota simpática o un dato espectacular, nuevo o revelador. Intente sorprender al público y luego retome el ritmo anterior. En el desenlace, se sube al punto más alto de intensidad, debe ser algo evidente hasta en el tono de voz, los gestos, las frases cortas contundentes y brillantes. Afirma Siegfried: “Hace falta mucho arte para terminar con una fórmula que resuene netamente como una puerta al cerrarse”. Esta es sin duda la manera más profesional y efectiva de comunicar un mensaje. Pero se necesita mucha práctica y experiencia. Es el

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Está en contra de todas las reglas de la oratoria actual. Pasa sin pena ni

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esquema más difícil y requiere ensayo. Es más para una actuación que para la presentación profesional. El esquema número dos es también válido y más sencillo. Se empieza con una introducción de intensidad media-alta y luego continúa con una intensidad media-baja. Finaliza con una intensidad similar a la de la introducción. Este esquema es más fácil, pero también menos espectacular; es recomendable para el principiante. Como se puede observar, va in crescendo. En el esquema siguiente, se muestra cuál debe ser la distribución temporal en relación con la importancia de cada una de las partes de un discurso.

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Parte del discurso

Importancia

Asignación en tiempo

Introducción

1/3

1/10

Cuerpo

1/3

8/10

Conclusiones

1/3

1/10

Como puede verse, la importancia de la introducción, el cuerpo y la conclusión es similar, pero la asignación en tiempo es totalmente distinta. Por lo tanto, la elaboración de la introducción y las conclusiones (solo el 20% del tiempo) debe ser especialmente cuidadosa. Debe aprenderse casi de memoria, concientizando, según hemos visto en los esquemas, la relevancia psicológica que poseen. Módulo III: Auditorio (Público) 1. Impresión general Nada debe quedar librado al azar. En la mayoría de los casos, el orador que causa una pobre impresión al auditorio lo hace por no haberse preocupado, por descuidar detalles que darán forma a la primera impresión que el auditorio adquirirá. Llegue con suficiente anticipación como para tener tiempo de cuidar todos los detalles. Diríjase al organizador. Interésese acerca de quién será el encargado de presentarlo y entréguele por escrito una


breve síntesis de su currículum. La importancia de la presentación es enorme. Es probable que en ese medio no conozcan al invitado e ignoren el valor que tienen sus palabras. En general, el público está dispuesto a otorgar crédito al orador, pero el monto de ese crédito depende de quien lo presente. Resulta increíble la cantidad de veces que a lo largo de mi labor docente he visto errores en la presentación de un orador. Quien piense que hacer una presentación es fácil y puede improvisarse desconoce las más elementales reglas de la oratoria efectiva. Una presentación tendría que interesarnos en el tema, hasta inducirnos a escuchar la exposición. A continuación, debería describirnos las credenciales profesionales del orador que demuestran su competencia para exponer sobre ese tema. El breve lapso de dos minutos que se le conceden a la persona que presenta exige una sencilla aunque cuidadosa preparación. El esquema se basa en tres puntos principales: orador ha dado a su ponencia. 2. Importancia. Para resaltar la importancia que tiene el tema a abordar, conviene relacionarlo con las inquietudes y los intereses del auditorio. 3. Orador. Títulos, trabajos sobresalientes, premios y estudios realizados sobre el tema a desarrollar son las razones por las cuales es digno de fe. Su nombre debe enunciarse sin errores y con la máxima claridad. Si bien es necesario preparar concienzudamente la presentación, esta debe ser espontánea y cordial, evitando el lucimiento personal y las frases hechas, como “es un honor para mí…” o “no hay necesidad de presentar a…”. Sea medido con los halagos y elogios que abruman al orador y predisponen de manera negativa al auditorio. Dale Carnegie propone una regla mnemotécnica para recordar el orden que debe tener una presentación organizada: TIO = Tema, Importancia, Orador

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1. Tema. Un buen comienzo es dejar aclarado el título exacto que el

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Después de ser presentado en tantas charlas, conferencias o cursos, por fin lo aprendí: nunca debo confiar en el presentador. Podría contar infinidad de historias con los errores cometidos, y con seguridad el lector también tendrá su repertorio. Errores en la pronunciación del apellido, falencia en la descripción de los títulos, desconocimiento del tema del que voy a hablar, torpe lectura de los antecedentes docentes, etc. Muchas otras veces la presentación está llena de lugares comunes, es demasiado larga o es a todas luces insuficiente. Consciente de esta realidad, sugiero que puede reducirse el riesgo de una mala presentación controlándola en todo lo que sea posible. Un buen recurso es entregarla por escrito. A continuación, nuestro experimentado invitado pedirá ver el salón donde va a desarrollarse la conferencia. Un rápido examen le permitirá

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imaginar el lugar desde donde va a hablar y calcular con anticipación cuál va a ser su movimiento en la tribuna, para usar el micrófono, escribir en el rotafolios o pizarrón y señalar la pantalla donde se proyectarán sus diapositivas o filminas para que puedan ser vistas con facilidad desde todos los ángulos del salón. Averiguará con el encargado de la proyección el tipo de aparato que se usará, determinará la distancia para que su tamaño no sobrepase la pantalla, establecerá el orden y la iluminación apropiados, las probará en su presencia y se pondrá de acuerdo con esa persona para entenderse en las pausas y los movimientos. Planificar los detalles es sencillo si se tiene algo de experiencia oratoria. Llevarlo a la práctica es muchas veces difícil y complicado: mover una pesada mesa de su lugar, correr una pantalla de proyección, colocar un aparato a suficiente altura para que las imágenes puedan verse en toda la sala, retirar un podio de madera para hablar con todo el cuerpo, etc., no son cosas que puedan hacerse en pocos minutos y sin ayuda. Todo esto debe ser previsto con anticipación. Jamás frente al público o a último momento. Ahora sí. Ya está todo listo. A descansar o a conversar con tranquilidad. El orador ideal, este que intento describir, sabe positivamente que ya está jugado. Faltan sólo detalles que hacen a la impresión general que uno pueda producir en el auditorio, pero es tarde para preparar algo


nuevo o para estudiar su ponencia. A lo sumo, puede hacerse una breve revista del orden de su exposición. Pero la mejor manera de utilizar ese tiempo de espera es descansando para poder presentarse fresco y alerta en el compromiso contraído, favoreciendo su imagen visual. Aunque la imagen no es el aspecto más importante, es la primera impresión que recibe el público del orador. Resulta difícil cambiar las primeras impresiones. Así como la introducción de la exposición puede brindar al auditorio un motivo para seguir escuchando, su aspecto físico, su ropa, adecuadamente sobria y de colores bien combinados, envían señales significativas de su personalidad, que pueden favorecerlo o perjudicarlo. El auditorio tiene tiempo de sobra para examinar el cuello de su camisa, las arrugas de sus pantalones o la prolijidad de su calzado. Es de sentido común que, para elegir la ropa con la cual se vestirá para la presentación, hay que adaptarse a la conducta colectiva dentro del estilo que le es propio. Y casi siempre es así, pero seguramente todos tenemos recuerdos de graves errores de algún orador. Tengo un universitario. Fuimos todos los de la familia íntima a participar del acontecimiento, orgullosos, sonrientes y, como es natural, muy bien vestidos. Una de las personalidades que habló en el acto estaba con pulóver, bufanda y camisa sin corbata. Sumado a eso el discurso fue pésimo, inadecuado y mal ajustado al tiempo. Sin embargo, ahora que lo pienso, creo que todo lo dicho se deslució por la descortesía de su presencia física. El extremo opuesto también es desaconsejable. Actualmente, se haría mal papel en el estrado con un inoportuno alarde de sastrería. Basta con vestirse acorde con los que están mejor vestidos entre el público. Conviene no parecer “que se ha vestido para hablar”. El tema, el auditorio y las condiciones ambientales dictan el código en el vestir. Debe usarse la ropa adecuada también para uno mismo, aquella que le quede lo suficientemente holgada como para sentirse cómodo al abrocharse y gesticular. No se ponga ropa que no haya usado nunca. Claro que recuerdo aquellos oradores cuya brillante conferencia me hizo olvidar una mala impresión inicial. Pero ¿será tan buena la nuestra como para descuidar un punto tan importante? Por las dudas: cuide su imagen personal.

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recuerdo del día en que distinguieron a uno de mis hijos con un premio

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Si su participación es parte de un curso o un simposio donde son varios los oradores, su obligación es escuchar a los demás. Mientras los otros oradores hablan, usted observará la atención del público, aprovechando la detección de los intereses particulares y adecuando a ellos su exposición. Puede apuntar aquellas palabras de los otros oradores que apoyen su presentación y luego relacionar ambos trabajos agregándole su mirada personal. Si logra evitar un estereotipado, impersonal y frío monólogo, la reunión toda ganará en coherencia y armonía.

2. Adecuación Ya conocemos casi todas las herramientas indispensables para la comunicación oral. Ahora debemos seleccionar las que se necesitan en

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cada caso particular. Es igual que salir de pesca. Tengo todos los elementos necesarios y los llevo en mi caja de pesca. Pero elegiré cuáles voy a usar de acuerdo al objetivo que me propongo. No uso las mismas herramientas si quiero pescar dorado que cuando busco pejerreyes. Si así lo hiciera, seguro fracasaría por más precisos y costosos que fueran los elementos incluidos en la caja. Es el pez el que decide lo que quiere picar, y yo debo saberlo. Una estupenda conferencia o una presentación brillante puede fracasar sólo porque al prepararse no se haya pensado con suficiente cuidado en el destinatario del mensaje que se pretende comunicar, por no haber evaluado las características de la audiencia. Cuando más sepa de su público, sabrá más acerca de qué palabras elegir. Su primera fuente de información es la persona que lo invita a hablar. Usted necesita conocer los intereses de su auditorio y saber qué formación tienen todos. Si hay otros oradores, escúchelos con atención. Apóyese en sus palabras y evite innecesarias repeticiones. Si un programa es largo, sea breve y concreto. Si el acto se prolongó más de lo necesario, su discurso será inolvidable si lo reduce de veinte a solo dos minutos. A veces mis amigos se sorprenden cuando no acepto compromisos porque debo “prepararme” para participar o dirigir un curso de oratoria. Saben que hace ya más de veinte años que lo hago y es difícil


comprender para quien no está en el tema. Es que cada grupo es un nuevo desafío, cada presentación debe ser la adecuada para la audiencia. Tengo en mi computadora cerca de mil proyecciones y usaré por ciclo menos de la cuarta parte. Pero deben ser las apropiadas para el interés de los participantes. Puede ser que ninguna de las que tengo sea útil, y deba elaborar las que considere necesarias.

3. “Nociones fecundas” El concepto “nociones fecundas” no es sencillo de comprender y, sin embargo, es un punto clave en nuestro programa de estudio. Necesitamos una explicación de sus fundamentos. En mis épocas de residente, varios médicos jóvenes nos reuníamos en grupo a leer y discutir trabajos recientes de la literatura médica de la especialidad. Uno de nosotros, el Dr. Hugo Cortese, al fin de cada nominaba “nociones fecundas”, esto es, ideas claras, conceptos rescatables, premisas originales o como quiera llamarse, y los resumía en pocas frases que consideraba de valor en el trabajo leído. Así acuñamos el término. A lo largo de los años que pasaron, conservé esa costumbre, y en todos los trabajos que he leído y conferencias que he escuchado, han quedado grabados en mis apuntes sólo las “nociones fecundas” que para mí merecían retenerse. No niego que a veces quedaba mi hoja en blanco: la conferencia o el trabajo no me dejaba nada digno de registrarse. Es natural comprender que cada uno, al compenetrarse de un trabajo oral o escrito, extraiga sus propias conclusiones o “nociones fecundas”, que pueden no ser las mismas para todos. Si se trata de un tema que uno domina, quizá puedan rescatarse uno o dos conceptos de valor. En caso de transitar un camino nuevo, muchas serán las premisas registrables. Y es por eso que los apuntes son siempre algo que conviene hacer uno mismo. A medida que se gana experiencia y aumenta nuestro caudal de conocimientos, nos ponemos cada vez más críticos y exigentes. ¿Qué puede decírsenos que no hayamos leído o escuchado? Sin embargo,

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lectura siempre sintetizaba lo que habíamos escuchado, en lo que él de-

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casi siempre hay algo, un concepto nuevo, un enfoque distinto, una idea original. Y esa será la que quede registrada en nuestros apuntes, para grabarla después en la memoria. Y por la riqueza en “nociones fecundas” valoraremos el trabajo o la conferencia y sentiremos que ganamos o perdimos el tiempo que le dedicamos. Todo esto vale desde el punto de vista del auditorio. Pero yo orador, yo conferenciante, ¿cómo hago para darle a mi tema “nociones fecundas”, para enriquecer mi charla, para valorizar mi trabajo en este punto? Dale Carnegie, experto instructor de mil cursos de oratoria, nos ha dejado escrito: La preparación de una conferencia no consiste solo en extraer ideas de segunda mano de libros o artículos sobre el tema. Consiste por el

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contrario en penetrar en lo más profundo de su mente, y sacar a luz algunas convicciones fundamentales (o “nociones fecundas”) que allí se han acumulado en el curso de su existencia. No dude en ningún momento de que allí se encuentra el material preciso. Allí está: en grandes cantidades esperando que Ud. lo descubra. No menosprecie ese tesoro de su experiencia como algo demasiado personal, falto de interés para el público. Aristóteles, más de dos mil años antes que Carnegie, escribía ya en su célebre Retórica: Atención se presta a las cosas que son importantes y a las que son propias. No hay que perder el tiempo en lo que se está de acuerdo y es conocido. Una vez que las cosas son claras, es preciso que se reiteren. La orden es hacer repeticiones, para que no pasen inadvertidas y sean retenidas.


4. Posibilidad de memorizar Este capítulo tiene especial importancia en elocuencia didáctica, llamada también académica. Su objeto específico es informar, trasmitir conocimientos, enseñar. Hasta ahora nos hemos ocupado de delinear las condiciones requeridas para que el orador sea escuchado con atención y respeto (personalidad, estilo, dicción, movimiento y manejo de situaciones) y para que su conferencia, por su correcto planeamiento, sea entendida en todo su desarrollo (introducción, cuerpo y conclusión). Es necesario tener presente que, aun cumpliendo todos los requisitos enunciados, un brillante orador y una estupenda conferencia pueden fracasar por no cumplirse uno de sus tres objetivos: el auditorio no aprendió. Tiempo perdido. Mal docente. Necesidad de replanteo del tema. Para que el auditorio aprenda, es necesario conocer los alcances y las limitaciones del público. En principio, puede afirmarse que casi siempre, si la presentación está bien llevada, el auditorio llega a entenal público a retener lo aprendido. La curva de la memoria cae de manera muy rápida. En un estudio practicado en la Universidad de Yale, se demostró que aun escuchando con atención a un docente olvidamos el 40% de su conferencia en veinte minutos, el 60% en medio día y el 90% hacia el fin de la semana. Terrible, pero cierto. ¡Cuánto tiempo perdido! ¡Cuánto trabajo inútil! Por eso, para cumplir uno de los objetivos básicos de un docente establezcamos como premisa: mejor transmitir menos información y que perdure que más y que se olvide. La posibilidad de retener lo escuchado por parte del auditorio puede ser facilitada por la habilidad del orador. Existen para ello demostrados y valiosos recursos para que quien planee una conferencia didáctica los tenga muy en cuenta. Uno de ellos, de indudable valor, es el de ilustrar con historias reales la información que queremos trasmitir. Se trata del relato de anécdotas: ese error que cometimos, ese acierto feliz. Tales recuerdos son imborrables, de algún modo volvemos a vivirlos mientras los relatamos y cobran gran valor didáctico.

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der aun cuando las cuestiones sean complejas, pero nada puede ayudar

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Pensemos: ¿quién de nosotros no tiene el amargo recuerdo de un error en su actividad profesional? ¿Cuántos de nosotros conservamos la gratitud y el cariño de un paciente que sostiene que “le salvamos la vida”? Aciertos, muchos. Errores, algunos pero dolorosos. Todos tenemos recuerdos positivos y de los otros. Los debemos rescatar para que nuestra experiencia sea útil a otros, para que no se pierda. Compartamos las historias que constituyen nuestra experiencia actual. Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos tuvo la urgencia de preparar hombres para el combate. Trece millones de civiles tomaron estado militar en breve tiempo, y de la rapidez de su formación dependía la concreción de objetivos previstos. Se contrataron especialistas en Ciencias de la Educación, psicólogos, expertos docentes, y se elaboró un plan de adiestramiento que se llamó finalmente: “Entrenamiento Job de Instrucciones”.

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Probada su eficacia, su resultado fue espectacular. En la actualidad, se considera el mejor método de formación de personal para la industria de la paz. Se trata de un procedimiento que se basa en cuatro pasos sucesivos y escalonados en forma progresiva: a. Decir b. Mostrar c. Participar d. Insistir

a. Decir. Aprende el 2% Poco valor práctico tiene solo la palabra, es necesario afirmarla en imágenes. El docente fácil de escuchar es aquel que pone imágenes ante nuestra vista. El que emplea símbolos confusos, frases eruditas y lugares comunes no es atendido y sus palabras no son retenidas. El medio más seguro de despertar y mantener la atención consiste en expresarse de modo específico, definido, concreto, utilizando al máximo la terminología visual.


b. Mostrar. Aprende hasta el 10% Es inútil que pretenda enseñar cómo operar una incubadora de terapia intensiva sólo con palabras. Si puedo mostrarla, todo se aclara con rapidez. Ya no hay secretos, todo se simplifica. Es fácil de entender. Puedo no recordar, pero ya comprendí lo que se me enseñó.

c. Participar. Aprende hasta el 65% En nuestro ejemplo de la incubadora, muy valioso será que aquel o aquellos a quienes queremos enseñar participen en su desarme y posterior armado, y que personalmente regule la temperatura, la entrada de oxígeno y la humedad. Contando con algo así concreto, es fácil cumplir con los objetivos docentes, que nuestro tema sea escuchado, entendido y aprendido. Cuando no recordamos lo que nos dijo un orador, no siempre es con imágenes visuales o mostraciones concretas? d. Insistir. Aprende hasta el 90% Una vez que el auditorio recibió información teórica y práctica sobre el tema, ya casi todo está hecho. Solo queda un detalle que no nos cuesta esfuerzo, pero que tiene enorme valor para que sea posible memorizar lo aprendido: repetir. Insistir sobre lo dicho. Resumir lo que se ha visto y oído. Furet afirma este concepto estableciendo: “Para que se cumplan los objetivos, ordene su conferencia comenzando por el fin y repitiendo todo al final. Solo así conseguirá que se fije en la mente de los oyentes lo que quiera inculcar”. En el “Entrenamiento Job de Instrucciones”, el porcentaje de los que aprenden indica el grado de eficacia que puede lograrse a medida que se pone en práctica cada uno de los cuatro escalones, alcanzando hasta el 90% de efectividad si se cumplen todas las etapas. Siempre habrá, sin embargo, un 10% de nuestro público que no aprenderá aun con la técnica más depurada y los procedimientos más

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culpa nuestra. ¿Se habrá preocupado él por apuntalar nuestra memoria

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rigurosamente controlados. Por fortuna, son los menos, y aunque existen y son reconocidos, su presencia no impide la conclusión final de nuestro tema de hoy, extraída del ya citado informe Job: “Si el aprendiz no ha aprendido, el maestro no ha enseñado”.

5. Capacidad para entretener Para establecer un diálogo, son necesarios dos interlocutores. Si solo yo hablo, descuido la esencia del diálogo y lo transformo en monólogo; de la misma manera que quien por teléfono se explaya a sus anchas, sin saber si del otro lado de la línea siguen escuchándolo o si hace rato cortaron la comunicación y lo dejaron hablando solo. Es probable que este ejemplo del teléfono nos sirva para desa-

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rrollar la idea central que nos anima en este tema “capacidad para entretener”. Es que no se concibe que una conferencia resulte entretenida si no hay especial preocupación por mantener el diálogo orador-auditorio. No habrá fórmula más sencilla para quien escucha aburrido que cortar subrepticiamente la comunicación y dejar al orador hablando solo, mientras se libera el pensamiento para que vuele por horizontes más divertidos, o por lo menos más importantes (zapping mental). Es evidente que la comunicación entre los humanos se establece a dos niveles: uno visible, el de las palabras pronunciadas; otro secreto, el de las intenciones profundas. Lo intelectual y lo afectivo. “Afectividad” es la palabra que emplean los especialistas para designar los procesos no verbales de la comunicación. Esos extraños y complicados fenómenos son los que acercan o rechazan a la dupla auditorio-orador. Hay una experiencia clásica en psicología que demuestra que lo esencial de la comunicación no está en las palabras que se dicen. Se registra un mismo texto de saludo y bienvenida pronunciado por tres distintos oradores. El primero lo pronuncia con entusiasmo y una amplia sonrisa. El segundo, de la manera más neutra posible. El tercero, en tono seco y monótono.


La experiencia demuestra que este último, aunque dice las mismas palabras amables y corteses que los otros, suscita la antipatía del público encuestado, y no pocas veces su irritación. ¿Qué queremos decir con “simpático”? Pocas palabras hay de uso tan general cuyo significado sea tan impreciso. El Diccionario de la Real Academia Española dice: “Conformidad, inclinación o analogía de una persona, respecto de los afectos o sentimientos de otra. Modo de ser y carácter de una persona, que la hacen atractiva o agradable a los demás”. La Academia define también el vocablo “simpático”: “Que inspira simpatía. Dícese de la cuerda que vibra por sí sola cuando se hace sonar a otra”. Volvamos a lo nuestro. Este es nuestro último ítem del plan propuesto para evaluar a un orador. Hemos analizado todas las condiciones que deben reunir un orador y su conferencia para perfeccionar su elocuencia. En el lugar del público, le pedimos también a ese orador pesada responsabilidad de escuchar, entender y aprender. Del otro lado de la tribuna, formando parte del a veces sacrificado y anónimo conglomerado de individuos que forman el auditorio le aconsejaría al orador: trate de captar la expectativa del público. Trate de ser simpático y de hacernos vibrar con su propia vibración. Piense en quien lo está escuchando, en sus afectos, en sus sentimientos, en sus necesidades. Muéstrele honesta y sincera apreciación. Respételo preocupándose por él. Hay oradores que exigen al auditorio un esfuerzo que deberían hacer ellos mismos. Para ellos, un público distraído es un público culpable, como si tuviera la culpa la oveja que se pierde en el monte, y no su pastor. Una poderosa razón por la que un artista puede entusiasmarnos es la manera de trasmitirnos sus sentimientos. En la vida, sin embargo, luchamos permanentemente contra la posibilidad de trasmitir los nuestros. Es necesario saber que cuando usted hable en público trasmitirá entusiasmo e interés con sus palabras, en proporción al grado de entusiasmo que ponga en pronunciarlas. Si domina el tema, si le entusiasma una idea, muéstrelo sin temor. Dele vida a su conferencia, trasmítale ese

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que nos entretenga, que nos haga llevadera y agradable nuestra a veces

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fuego sagrado que la hace valiosa, importante, interesante. El tiempo vuela para quien escucha a un orador entusiasta. Trasmita honestamente lo que siente. Antonio Battro es un amigo querido de nuestros primeros tiempos como médicos y, hoy, un brillante académico especializado en neurociencias de la educación. En un artículo publicado en el diario La Nación dice textualmente: “Los educadores comenzamos a tomar conciencia de los cambios prodigiosos que provocan los avances de la tecnología de comunicación en el aprendizaje. Ahora sabemos que una de las causas del éxito pedagógico de Internet estriba en el aspecto emocional. En la interacción creciente de alumnos y profesores a través de las redes digitales, las emociones, los sentimientos y los afectos se manifiestan con la mayor naturalidad. Lo primero que pasa por Internet es afecto. Es una forma

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de reconocer que el corazón está en el cerebro”. Las emociones y los sentimientos son esenciales en la comunicación entre los humanos. Lo sabíamos desde siempre, pero ahora hemos comenzado a conocer mejor sus bases biológicas. Algunas veces de las muchas que he sido miembro de un auditorio, he sentido un profundo malestar frente a un orador soberbio y petulante. Recuerdo ahora con mucho respeto la sencillez y la modestia de mi maestro el profesor Juan P. Garrahan. Sus clases científicamente humanas son para mí inolvidables. Un auditorio advierte de inmediato cualquier velada intención de deslumbrar. Los devaneos de superioridad y talento no lo entretienen. Al contrario, nace en el auditorio un rechazo tal por la personalidad del orador, que hace insalvable la conferencia más valiosa. La modestia inspira confianza y buena voluntad. La petulancia y el exhibicionismo dan lugar a irritación y molestia.


Top ten de un mal orador

Top ten de un buen orador

• Lea

• Prepárese

• Ocúltese

• Planifique

• Excúsese

• Adécuese

• Pasee

• Practique

• Prolónguese

• Comuníquese

• Mienta

• Ilustre

• Elógiese

• Enfatice

• Actúe

• Sincérese

• Pontifique

• Relájese

• Aburra

• Sonría

Aprendiendo a escuchar Nos enseñaron a escribir. Nos enseñaron a leer. Hace más de tres décaEn una magnífica conferencia, el Dr. Alberto Bustamante, distinguido odontólogo argentino y profesor de oratoria en APOC, despertó en mí la inquietud de profundizar en ese tema. Me llevó tiempo comprender que la escuchatoria es tanto o más importante que la oratoria. La comunicación eficaz debe ser abierta y receptora, demostrativa del interés en escuchar el punto de vista del interlocutor y no solo en la urgencia por exponer o imponer el propio. Uno de los componentes de la comunicación tratados con mayor negligencia es el arte de escuchar. Tantas décadas de oratoria y apenas hace un par de años que estoy aprendiendo esta “habilidad olvidada”. Precisamente así se llama el libro de Madelyn Burley-Allen, creo que la persona que más escribió y se ocupó del tema. Dice Burley-Allen: “Escuchar puede ser visto como un modelo que tiene tres niveles”. Nivel 1. En este nivel existe conciencia de la atención, de la comprensión y del respeto que merece la persona que tiene la palabra. Al escuchar al interlocutor, hay que asegurarse de ir más allá de la simple

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das que enseño a hablar en público. Nunca nadie nos enseñó a escuchar.

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audición: hay que observar el lenguaje corporal, el tono, la emoción y la necesidad del que habla. La empatía, que consiste básicamente en ponerse en el lugar del otro, no se logra mientras no se ignore el propio ego y el protagonismo. Es un ejercicio muy interesante. Ofrecer el cuerpo de frente, la mirada atenta e interesada, comentarios cortos y significativos, una sonrisa auténtica o una compañía cariñosa y comprensiva. Es fascinante el resultado para el que habla y para mí. Registro sus palabras y sus sentimientos. No pienso en lo que voy a decir, sino en lo que acabo de escuchar. Disfruto el diálogo. Y después pienso en lo que hice. Descubro fácilmente mis errores y reconozco mis aciertos. También puedo juzgar a todos en el grupo, no con el afán de criticar sino de seguir aprendiendo. Se comprende que la mayoría de las veces las conversaciones entre amigos son entretenidas y en muy pocas oca-

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siones, profundas y trascendentes. Pero a veces sí lo son, y en todos los casos nos transmiten experiencia. En la actividad política, frente al público, es muy fácil distinguir al que sabe escuchar. Es importante recordar que, cuando alguien quiere hablar de un problema, a menudo solo necesita un interlocutor silencioso y una mirada atenta, no un sermón, ni una crítica, ni un consejo. Lo mejor sería intentar ponerse en el lugar del otro, tratar de entender cómo se siente, pensar en lo que dice con atención para procurar ver las cosas desde su punto de vista. Y cuando le toca hablar a uno, apoyarse especialmente en aquello en lo que están de acuerdo. De todos modos, conviene tener muy claro que no hay manera de cambiar en un breve diálogo, privado o público, la postura o la opinión del ocasional interlocutor. Nivel 2. Este nivel de escucha se caracteriza por ser parcial y periódico, por lo que no alcanza a comprenderse el sentido del mensaje. Las creencias, los conocimientos y la formación cultural constituyen muchas veces un filtro por el que pasa lo que se acaba de decir. A veces no alcanza con escuchar la palabra; es necesario un esfuerzo para entender lo que quieren decirnos y registrar otros aspectos como el lenguaje gestual, las expresiones faciales, el tono de la voz, la velocidad y la modulación. Repetimos acá que escuchar en forma interactiva requiere


un esfuerzo no sólo en el momento en el que se practica, sino también en la preocupación previa de aprender a hacerlo. Nivel 3. Corresponde a aquellos que ponen la cara y viajan. Sueñan con los ojos abiertos, pensando en otra cosa. Nada de lo que se dice será recordado. No vale la pena hablar ni compartir. A nadie le interesa tampoco escuchar. Madelyn Burley-Allen afirma que un 20% de las personas se maneja en el primer nivel. El 80% restante oscila entre los niveles dos y tres. La autora propone distintos ejercicios para adquirir habilidad de escucha activa. Su programa de mejora supondría eliminar la escucha de nivel 3, reducir el tiempo que pasamos en el nivel 2 y maximizar nuestros esfuerzos para convertirnos en escuchadores de nivel 1. Escuchar es una destreza que puede ser aprendida. A continuación, proponemos algunos pasos sencillos para mejorar

1. No monopolizar la conversación. No temer los silencios. 2. Estar presente con los cinco sentidos. Dejar de hacer cosas y concentrarse en lo que dice el interlocutor. 3. No interrumpir. Evitar el protagonismo y dejar que quien tiene la palabra se tome el tiempo que necesite. 4. Fijar la atención en la comunicación no verbal. Es importante escuchar lo que se dice, pero también tratar de registrar lo que no se dice. 5. Demostrar que se está escuchando con gestos, expresiones o preguntas para clarificar cualquier aspecto. Ismael Cala, uno de los mejores entrevistadores de Estados Unidos, cada noche dice en su programa que “el secreto del buen hablar es saber escuchar”. Esta frase resume la esencia de la escucha inteligente.

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la escucha:

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Oratoria participativa en la comunicación profesional académica La oratoria participativa es un proceso cooperativo en el que un grupo de personas intercambia y valora ideas e información con el objeto de aumentar el conocimiento de un tema determinado o de resolver un problema común. Básicamente se desarrolla, en todas sus formas, el mismo proceso intelectual: participan dos o más miembros, actúan bajo la dirección de uno de ellos, se ajustan a reglas operativas más o menos fijas y se busca arribar a una convergencia de opiniones, a una valiosa normatización o a la solución de un problema. Después de muchos años de docencia universitaria, puedo dar fe de la cantidad de errores que se cometen en la elección y/o denominación

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de las distintas técnicas de oratoria deliberativa. Intentaré delimitar de la manera más clara posible su denominación exacta, sus características y la dinámica que le corresponde a cada una de sus formas.

1. El coloquio: Tiene por objeto reunir a un grupo afín para intercambiar informaciones y experiencias, intentar la solución de algún problema, fijar una línea de acción y decidir o recomendar un orden de prioridades. Cualquiera que sea la naturaleza del coloquio e independientemente del tema que en él se trate, siempre tendrá un determinado objetivo: ponerse de acuerdo, aclarar o informar. Si a lo que se aspira es a dar solución a un problema en la forma más satisfactoria, el conductor de la reunión debe informar a los asistentes de todos los pormenores que rodean el hecho, invitándolos a exponer sus puntos de vista. El conductor de un coloquio debe conocer muy bien su cometido. Su función no es dirigir, sino sólo registrar las distintas tendencias, opiniones y soluciones aportadas por los componentes del grupo y procurar la adecuada disciplina y el orden en la reunión. En todo caso,


tratará de sintetizar las opiniones recogidas y, cuando sea posible, aunar inquietudes similares en una sola idea central para evitar la dispersión y darle coherencia a la reunión. Como puede verse, el coordinador de un coloquio constituye una pieza clave en el éxito de su desarrollo. No necesita una gran versación sobre el tema que se plantea, ya que no es él quien expone sus ideas, sino el público asistente. Su misión se reduce a presentar claramente el problema, precisar los puntos a discutir y ofrecer la información pertinente. Contribuye a mantener el orden y el respeto por las ideas de los participantes. Hacer un resumen final destacando los puntos en que se ha llegado a un acuerdo, sin olvidar los puntos de vista de las minorías. En síntesis: El coloquio es el diálogo cordial de un grupo humano con similares inquietudes, con el fin de encontrar solución a un determinado problema; la dirección del grupo está a cargo de un conductor.

También podría llamarse grupo docente. Un modelo de esta dinámica es la reunión de los médicos residentes con su jefe. Se trata de utilizar el diálogo en el intercambio activo en un grupo reducido de participantes. El grupo de discusión o grupo docente está integrado por los educandos y el instructor. Se debe poner énfasis en la integración de todos los miembros del grupo. Este, en su totalidad, discute o delibera sobre cada tema. En esta dinámica, es imposible marginarse. Todas las preguntas, respuestas o comentarios deben ser dirigidos y resueltos por el grupo, estimulando a cada uno de sus integrantes a expresar libremente su pensamiento. Cada individuo aporta y recibe en un clima permisivo, no autocrático. Es más, en este tipo de actividad oratoria deliberativa docente, el instructor debe trabajar para no ser imprescindible y poder ser reemplazado alternativamente por los miembros del grupo.

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2. Grupo de discusión:

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El grupo de discusión es aquel en que los participantes intercambian información con el fin de aumentar su conocimiento, bajo la supervisión de un instructor.

3. La mesa redonda: Esta forma vigente y actual de docencia se usa cuando, por ser el grupo demasiado numeroso, resulta difícil organizar el intercambio de ideas y experiencias entre todos sus miembros, o cuando los miembros que lo forman carecen de información suficiente para establecer un diálogo provechoso. Por eso, a este tipo de oratoria deliberativa se lo llama también “discusión ante el público”. El coordinador inicia la reunión con una breve presentación de los

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expertos en el tema, con una escueta reseña de sus antecedentes. A continuación, explicará el método con el que deliberará el grupo. Hay dos formas de hacerlo: primero, exposiciones por orden y, luego, discusión libre o directamente discusión. Al final, el coordinador efectuará un breve sumario, resumen o conclusión de lo debatido. Como es fácil advertir, en esta forma de actividad docente el papel del conductor es muy importante. Quien asuma con responsabilidad ese cometido debe conocer muy bien su rol, empezando por entrevistar previamente a los miembros del panel para concertar su tiempo de exposición, la ayuda visual que usarán y el enfoque que piensan darle al tema tratado, así como el punto sobre el que poseen mayor información y experiencia para la formulación ulterior de preguntas a la mesa. Durante el desarrollo de la mesa redonda, debe ser el coordinador quien evite toda violencia verbal, limite la exposición de aquellos que sobrepasan el tiempo establecido y consiga que el tema central de la reunión no se desvíe y se llegue al objetivo previsto. En una mesa redonda, las personas seleccionadas se colocan generalmente en un estrado o escenario, en forma tal que el resto de los asistentes puedan verlos u oírlos sin dificultad. Podemos resumir diciendo:


La mesa redonda consiste en la discusión o deliberación de un tema, ante el público, realizada por un grupo de expertos, bajo la conducción de un coordinador.

4. El simposio: Esta forma de oratoria deliberativa tiene características que le son propias y que no siempre tienen claro sus organizadores. En el simposio hablan expertos sobre distintos aspectos de un mismo tema, en orden sucesivo y durante un mismo lapso de tiempo. Constituye un análisis total o casi total del tema. Si nos tocara presidir un simposio sobre sida, por ejemplo, buscaríamos un experto virólogo para hablar de etiología, un avezado clínico para describir el cuadro clínico, un infectólogo para hablar de epidemiología y profilaxis y a quien estuviera actualizado sobre posibilidades una reunión de dos horas de duración, o extenderse a dos reuniones si le sumáramos anatomía patológica, diagnósticos diferenciales, alteraciones obstétricas y neonatológicas. En general, a los expositores se les pide copia escrita de su relato, ya que al fin de la reunión o las reuniones se habrá actualizado un tema en forma organizada y más o menos completa. Como puede advertirse, las funciones del coordinador del simposio, a quien se llamará presidente, son tan importantes como en la mesa redonda, aunque menos notorias. El presidente abre la sesión, explica la metodología, presenta a los expositores y hace el sumario final de las reuniones. Pero su intervención más valiosa es la previa a la realización del simposio, entrevistando y coordinando el trabajo de los expositores para dar unidad y coherencia a la reunión. La característica más saliente de un simposio es la de permitir la actualización de un tema, en un plazo relativamente corto, por medio de la palabra de autoridades en la materia, sin interrupciones ni polémicas. En síntesis:

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terapéuticas. Quizás el simposio así planeado pudiera desarrollarse en

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El simposio es una serie de breves conferencias, que tienen un orden establecido y que sumadas constituyen la actualización total de un tema. Al director del simposio se lo llama presidente.

5. El debate: En todo debate existen dos oradores o dos grupos de oradores que presentan una tesis y tratan de defenderla argumentando y contraargumentando con todo el peso de sus conocimientos sobre el tema. Cada sector partidario de una tesis combate la de su oponente con todas sus posibilidades oratorias, fundamentándose en su preparación para afianzar su idea y refutar los argumentos del adversario. El debate político es el proceso de discusión óptimo para que un

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público democrático tome conocimiento integral y rápido de un determinado problema comunitario y las razones que sostienen dos grupos de opiniones divergentes. Es indudable que en todo debate público importa tanto la forma como el fondo de lo que se trasmite. Aun cuando en la actividad médica es algo poco común, tuve la oportunidad de presenciar en Estados Unidos debates entre profesionales de diferentes escuelas de medicina. Merece destacarse el nivel de respeto que imperaba en toda la discusión (disentir es contender y alegar razones contra el parecer del otro). La firmeza de las opiniones y la sólida fundamentación de cada parte no atentaban nunca contra el tono respetuoso de la reunión. El debate debe estar sometido a reglas fijas de procedimiento, que puntualicen claramente las obligaciones de las partes, la mecánica del desarrollo y demás detalles. El moderador abre el debate y, alternativamente, cada orador toma la palabra. En algunos casos, terminado el debate, un jurado compuesto por uno a tres miembros evalúa el material presentado, la importancia de los hechos y argumentos aportados por cada una de las partes, los méritos de los participantes y el resultado total del encuentro deliberativo. Resumiendo:


El debate es una discusión ante el público de dos expertos, o dos grupos de expertos, que sostienen tesis antagónicas entre sí, sobre un tema conocido por el auditorio, bajo el control de un moderador.

6. El foro: Se llama foro a cualquier forma de oratoria en que participa el público. Este tipo de oratoria deliberativa se utiliza para complementar cualquiera de las formas analizadas en este capítulo, y también para los casos de conferencias unitarias donde sobre el final se permite la participación del público. La palabra foro colocada después del sustantivo que señala el tipo de reunión indica que al término de la reunión los oyentes podrán participar formulando preguntas, objeciones o exposiciones. El director abre el acto, anuncia el tema, presenta al orador o a los simposio o el debate, el auditorio será invitado a tomar participación. En realidad, sería muy fácil comprenderlo así si todos lo supieran, incorporando el vocablo foro a continuación de las características del acto oratorio: conferencia-foro, mesa redonda-foro, simposio-foro, debate-foro. En el momento de las preguntas, el director del acto debe tomar la palabra y explicar claramente las normas que se aplicarán. Algunas veces, las preguntas se formulan por escrito y, otras, en forma oral y directa a alguno de los participantes. El director debe tener atribución para formular él mismo preguntas aclaratorias, para interrumpir con cortesía los diálogos prolongados y para decidir cuándo informar el número de preguntas que restan para ser respondidas y cuál será el momento oportuno de cerrar el foro. Se llama foro a toda forma de oratoria donde, concluida la exposición, se autoriza la participación del público.

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oradores y explica que después de la conferencia, la mesa redonda, el

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7. Curso. Seminario. Taller Los términos indicados suelen ser utilizados de modo confuso, y probablemente sea debido a que tienen algunas características similares. Pero también tienen diferencias. Para esclarecer el tema, lo mejor será recurrir a la definición de la Real Academia Española. Curso: “En los centros de enseñanza. Tiempo señalado en cada año para asistir a escuchar las lecciones de un maes tro. Estudio sobre una materia, desarrollada como una unidad”. Es evidente que se desarrollará en jornadas sucesivas de duración variable. Seminario: “Organismo docente por el que mediante el trabajo común de maestros y discípulos se adiestran estos en la investigación o en la práctica de alguna disciplina”. Al hablar de seminario, existe la tendencia a considerarlo como una disciplina intensiva en una o po-

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cas jornadas completas, donde los estudiantes participan críticamente pero donde siempre está presente el maestro. Taller: “Escuela o seminario de creencias o de artes. Lugar donde trabaja en conjunto el grupo de colaboradores de un maestro”. Entre seminario y taller existe una sutil diferencia. En el primero, siempre está presente el maestro; en el taller, en cambio, los colaboradores pueden estar solos y se les dará una enseñanza de carácter tutorial bajo la idea de “aprender haciendo”.

e nione eficace Informar. Consultar. Resolver En mi larga vida profesional, he participado en infinidad de reuniones y he dirigido otras tantas. Como jefe del Departamento de Pediatría y presidente del Comité de Bioética Médica, en el Hospital Alemán, lideré muchos encuentros. Fui comodoro del Club Náutico donde vivía y presidente de la Academia de Oratoria. Integré el Consejo de Administración en todos los consorcios de propietarios que habité. Muy lejos de ser un currículum vitae, esto es un verdadero mea culpa.


Muchas veces fueron reuniones improductivas o interminables y, en varias oportunidades, violentas. Casi siempre me quedaba con la sensación de que podrían haberse hecho mejor. En 1998, propuse en apoc que nos ocupáramos del manejo y la conducción de reuniones, un tema que comenzaba a inquietar en el ámbito empresarial. Estudié, escribí e imprimí un pequeño manual que titulé ¡No pierda su valioso tiempo! Que sus reuniones sean útiles y eficaces. Entregué un ejemplar a cada uno de mis amigos y colaboradores del Hospital Alemán. También en mi casa particular lo distribuí a todos los vecinos del edificio, con el afán de mejorar las malísimas reuniones de consorcio. Lo que ocurrió después fue absolutamente inesperado. En todos los ambientes, las reuniones cambiaron para bien. Al principio, con ciertas prevenciones y poca disposición de los participantes. El entusiasmo fue paulatinamente aumentando con el aporte de todos y la evaluación favorable de los resultados.

nes, que sistemáticamente se sintetizaban al final de cada encuentro. La organización de las reuniones eficaces permitió la adopción de un método de trabajo, el desarrollo de un lenguaje común y la toma de conciencia de un objetivo compartido. Los beneficios fueron inmediatos y significativos, brindando una oportunidad para generar soluciones creativas, fomentar el compromiso con las decisiones tomadas en común, fijando un rumbo y proporcionando a los participantes la sensación de estar cumpliendo una función decisiva en un proyecto grupal. Por primera vez teníamos la impresión de no haber perdido el tiempo. Los descreídos y reticentes eran identificados con facilidad por los miembros de la reunión y rápidamente neutralizados. En este trabajo, resumí la experiencia de algunos autores que colaboraron de manera sustancial en la reacción favorable que permitió el mejoramiento de las reuniones. Creo que en este punto sería interesante comentar algunas conclusiones.

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Se controló la preparación de las reuniones, se distribuyeron los roles de los participantes y se comprobó la importancia de las conclusio-

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Stuart Wyat, autor de Reuniones efectivas. Alta gerencia, vol. 2, dice: “Los especialistas en el desempeño personal empresario admiten que se pierde el 20% del tiempo útil de un ejecutivo asistiendo a reuniones que obtienen escasos resultados”. Esto equivale a sesenta y ocho días del año. Generalmente, nos las arreglamos para estirar una reunión de treinta minutos a dos o tres horas. Bernard de Coven, fundador del Institute for Better Meetings (Instituto para el Mejoramiento de las Reuniones), desarrolló un software denominado Meeting Meter, que permite a cualquier empresa calcular cuánto cuestan sus reuniones. “Cuando se usa el metrónomo –dice– lo que se pone en cuestión no es cuánto cuesta una reunión, sino cuánto se pierde en una mala reunión”. La mayor responsabilidad en la ineficacia de muchas reuniones la tienen aquellos aspectos de carácter metodológico. Francisco Aguade-

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ro Fernández, autor del libro Cómo hacer más eficaces las reuniones, de editorial El Dirigente, de Madrid, llevó a cabo una investigación sobre el tema, con las siguientes conclusiones: inadecuada preparación, 19%; ausencia de conclusiones, 14%; asistentes no apropiados y orden del día deficiente, 11%. Luego vienen los aspectos inherentes al responsable de la reunión, como son la falta de objetivos claros o la mala dirección y control. El mundo se ha vuelto cada vez más ágil, preciso y desburocratizado. Sería lógico suponer que la presión competitiva, el alto costo laboral y el indudable apoyo del correo electrónico tenderían a limitar la necesidad de reunirse. Pero en la práctica ocurre todo lo contrario: el trabajo en equipo se incrementa, en lugar de disminuir, las reuniones se multiplican. Estoy seguro de que todos los que están leyendo este libro han gastado muchas horas de su vida en reuniones improductivas. Yo también. Por eso les propongo esta nueva aventura. Propicien o sugieran el cambio con entusiasmo interiorizándose de los detalles de la técnica actual para realizar reuniones eficaces en todos los ambientes. No hay misterio. Es solo concientizar lo que hacemos mal y revertirlo. Los resultados son inmediatos y sorprendentes. Es necesaria una cuota de humildad para admitir nuestros errores. La experiencia vale, pero no es suficiente si no se acompaña de una actualización permanente y de reuniones útiles y eficaces. Hay mucha


gente que estudió a fondo el problema y que con seguridad merece nuestra atención. efinici n Una reunión es un encuentro de varias personas con un propósito común en general y un objetivo compartido circunstancial y variable. Técnica La estructura básica de la técnica para lograr reuniones eficaces se sustenta en la consideración de tres etapas esenciales: 1. Preparación de la reunión 2. Conducción de la reunión 3. Evaluación de la reunión

Esta etapa es la más importante. No debe llamarse a una reunión si no hace falta. Si usted lidera, cuídese de hacerlo solo cuanto es estrictamente necesario. Todos tenemos mucho que hacer y nos sentimos profundamente decepcionados cuando interrumpimos nuestra actividad y/o suspendemos nuestros compromisos para participar de un evento inútil, que pudo haberse evitado con un simple diálogo telefónico o una sencilla comunicación electrónica. La reunión debe convocarse cuando es imprescindible y, en ese caso, debe prepararse con muchísimo cuidado. La primera premisa es fijar el objetivo de la reunión. Este debe ser claro y conciso y estar presentado como una meta, y no como una vaga intención. En general, puede aceptarse que el objetivo de la reunión sea una de las siguientes posibilidades: 1. Proporcionar información 2. Obtener información 3. Resolver problemas

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Preparación de la reunión

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1. Reuniones para proporcionar información Las reuniones para proporcionar información requieren práctica y preparación por parte del líder. Deben ser organizadas, concisas y comprensibles. La reunión debe ceñirse a algunos puntos clave. Las listas de instrucciones o datos complejos se presentan mejor en memos o informes. El líder debe comenzar la reunión tomando la palabra durante el tiempo que insuma su informe, sin aceptar interrupciones ni discusión hasta concluirlo. Las preguntas o aclaraciones sugeridas por los participantes serán cortésmente diferidas, para que no se pierda el hilo de la presentación y no se repitan de manera inútil conceptos que se aclararan en el informe. El líder se valdrá de los principios de la buena oratoria, buscando constantemente la mirada de los participantes para determinar si se está

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entendiendo bien su mensaje. Pero será inútil pretender dialogar a través del contacto visual si se está sujeto a un texto que necesita ser leído. En una reunión para proporcionar información, será siempre una persona (el líder, el moderador o el invitado designado) quien tenga la palabra durante la mayor parte del tiempo. La responsabilidad de los participantes debe ser cuidar que sus preguntas sean cortas y esclarecedoras, sin permitirse desviaciones del objetivo establecido en el comienzo de la presentación. Esta es la característica habitual de las reuniones de información científico-médicas que se denominan ateneos. En esos encuentros entre pares o con invitados especiales, se actualiza un tema específico hasta agotarlo. Luego se realizan preguntas o aportes. No suelen ser reuniones conflictivas.

2. Reuniones para obtener información Las reuniones para obtener información pueden también llamarse consultivas. El líder debe presentar el tema sobre el cual necesita información y luego formular las preguntas buscando datos claros, ideas, hechos y opiniones de los participantes. Es esencial crear una atmósfera cordial


y receptiva, sin interrupciones o comentarios críticos que puedan amedrentar a los miembros del grupo y llamarlos a silencio, desvirtuando el objetivo de la reunión. En este tipo de reuniones para obtener información, el flujo de ideas y comentarios va desde los participantes al líder, al contrario del caso anterior, en que va del líder a los miembros. Esta es la típica “revista de sala”, donde un médico habitualmente residente presenta un enfermo y se discute el diagnóstico y el tratamiento. Es una excelente oportunidad de enseñar a los más jóvenes a hacer presentaciones orales. A veces son presentaciones que dan lástima, pero ese no es el sentimiento que buscamos despertar, sino el promover la responsabilidad de los formadores. Debemos evaluar no solamente el fondo de su actuación como médico, sino también la forma de transmitir lo que sabe. Ya hemos visto que buena parte de sus éxitos profesionales estarán condicionados por su habilidad para comunicarse.

El problema debe presentarlo el líder con toda claridad al comienzo de la reunión. Su meta final será trabajar junto a los participantes para elaborar un plan que intentará resolverlo. Se requiere una discusión abierta para buscar la solución innovadora, pero también el permanente control del líder para que el grupo permanezca concentrado en obtener resultados dentro del tiempo disponible. Estas reuniones precisan un ajustado equilibrio en la comunicación de ida y vuelta entre los participantes y el líder. Frente a este tipo de reuniones estrictamente controladas por un líder (o un moderador por él designado), se puede optar en algunas circunstancias por un método, que se ha dado en llamar tormenta de ideas (brainstorming). Es un procedimiento para generar muchas ideas espontáneas o elaboradas que pueden ayudar a desarrollar alternativas de resolución del problema que se está debatiendo y a tomar una decisión. Las directivas claves para una sesión de tormenta de ideas son:

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3. Reuniones para resolver problemas

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• Elegir una persona para anotar todas las ideas en un rotafolio a la vista de todos. • No criticar ninguna idea presentada. • Aprovechar las ideas sugeridas, mejorarlas y combinarlas. • Todos los presentes deben saber que se aprecia y se respeta su participación. • Después de la sesión, seleccionar y buscar las ideas similares o que tengan puntos de contacto y sintetizarlas en una lista más corta. En el desarrollo de las reuniones es probable que surja un conflicto. Puede suponerse que el conflicto es negativo, pero por el contrario puede resultar positivo a una innovación o un cambio favorable. A veces es preciso un desacuerdo para conducir a una renovación necesaria. Para lograr una solución, es imperioso saber expresarse y sobre todo aprender a escuchar. No hable en público, converse con el grupo. No dialogue, hable sólo lo necesario y para todos. Contribuya para lograr que la reunión sea eficaz. Atienda las directivas del líder y conozca a fondo los objetivos y las técnicas. No entorpezca, facilite las cosas. Aprenda a escuchar. En este libro le dedicamos un apartado. Quien quiera aprender a dirigir o participar de reuniones eficaces debe saber hablar y escuchar. Pero solo esto no garantiza el éxito de una reunión, aunque seguro allana el camino para conseguirlo. En nuestro Departamento de Pediatría, regularmente hacíamos reuniones para resolver los problemas y las necesidades de cada servicio: cirugía, consultorios externos, terapia intensiva, neonatología, psiquiatría, etc. Allí se escuchaba con atención a cada uno de los ponentes y entre todos aportábamos las soluciones posibles. Fue una riquísima experiencia en los últimos años de mi jefatura. Probablemente, mucho le debo a mi estudio sobre reuniones eficaces. Dentro de la preparación de la reunión, la segunda premisa a tener en cuenta, después de haber fijado claramente su objetivo, es elaborar el orden del día o, como suele llamarse, la agenda. Todos los participantes necesitan una información detallada sobre cuándo y dónde se realizará la reunión y deben tener el tiempo para prepararse para la maduración y organización. Una agenda donde no se


aclaran los objetivos de la reunión es absolutamente inútil. Si es posible, deben ofrecerse datos adicionales para estimular a los participantes a contribuir de manera más productiva: minutas de la reunión anterior, artículos vinculados al tema, cifras y estadísticas, comentarios aclaratorios, etcétera. Además de los elementos mencionados, el orden del día debe llegar a los participantes con suficiente antelación como para permitirles elaborar su pensamiento o preparar su planteo sobre el tema. Finalmente, ya con un objetivo claro y una agenda bien organizada, quedan pocos detalles menores a tener en cuenta, pero no por esto menos importantes. Considere los siguientes elementos al prepararse para una reunión (logística): Sala: tamaño apropiado. Asientos: cantidad y disposición adecuadas. Una disposición donde los participantes estén sentados en hileras enfrentando al líder es aceptable en una reunión para proporcionar información, pero funciona menos en una reunión para obtenerla y no funciona en absoluto en una reunión para resolver problemas. En estos dos últimos casos, para que los participantes interactúen, es mejor que se vean y escuchen con claridad. La disposición ideal sería en una mesa redonda (en “O” o en “U”). Medios audiovisuales: el uso apropiado de las ayudas visuales puede mantener la concentración de la reunión y aumentar la comprensión y retención del contenido tratado. Pero deben ser utilizados eficazmente. Las demoras y las imprevisiones de último momento pueden malograr el éxito de la reunión. En general, en las reuniones empresariales el manejo de los medios audiovisuales requiere una agilidad que solo pueden brindar los equipos electrónicos. La computadora y el cañón de proyección están hoy al alcance de todos los presupuestos. No disponer de ellos en una sala de reuniones implica, hoy en día, una importante e injustificable desventaja. Desde ya todo debe ser cuidosamente probado antes de comenzar la reunión. Si hay invitados, se les ofrecerán los elementos que aseguran el correcto funcionamiento de las conexiones y enchufes. No improvise. Prevea. Cuente con los accesorios que puedan necesitarse:


enchufes, adaptadores, pilas, cables de conexión, parlantes, pantallas, puntero laser, mouse inalámbrico y lámparas de repuesto o aparatos alternativos. La videoconferencia es la comunicación simultánea bidireccional de audio y video que permite mantener reuniones en tiempo real con personas situadas en lugares alejados entre sí, con costos mucho menores que los viajes que implicaría su realización. En nuestro país, es fácil acceder a esa tecnología. Los costos en el momento actual son accesibles, y el contacto con cuatrocientas ciudades en setenta países del mundo es muy sencillo. La telepresencia es un tipo de tecnología más compleja. Se trata de un dispositivo que posibilita a una o varias personas “sentirse presente” en una localización distinta a la que se encuentra. Este sistema permite dirigir la voz y la mirada a cada uno de los asistentes. Tiene ultraalta

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definición en imágenes y sonido en dos dimensiones. Para lograr la verdadera telepresencia, tiene que haber dos salas idénticas, una en cada una de las dos ciudades conectadas. En nuestro campo de trabajo, esto se llama telemedicina. Se trata de poder realizar ateneos interhospitalarios y facilitar la capacitación y el intercambio entre los profesionales de distintas zonas del país, favoreciendo la realización de consultas a distancia. Este progreso de la comunicación es el resultado de un radical aumento en la velocidad y calidad de la transmisión, con la instalación de pantallas gigantes donde se puede observar al interlocutor, médico o paciente en tamaño real. Hace poco tiempo (octubre de 2009), el Hospital Garrahan inauguró su conexión con distintos hospitales de todo el país, que a distancia y sin viajar puede recibir consultas profesionales y “examinar” enfermos hasta los más mínimos detalles. Las e-reuniones son la maravilla de la tecnología actual.

Conducción de la reunión La conducción de la reunión no puede improvisarse. En este punto se concentra la mayor cantidad de las publicaciones de los expertos en


el tema. En los trabajos más actuales, hay tendencia a considerar que los roles decisivos a tener en cuenta en el desarrollo de una reunión son cuatro. Presidente (director, líder) Es aquel que convoca a la reunión, el que fija los objetivos y el que, en última instancia, es el responsable de su desarrollo, su éxito o su fracaso. Específicamente sus funciones serán: • Establecer una atmósfera cordial. Debe ser el primero en llegar y verificar que el espacio esté armónicamente dispuesto. Tendrá que atender a los asientos, las luces, las cortinas, la temperatura y las ayudas visuales. A medida que lleguen los participantes, saludará a cada uno individualmente y presentará a los invita-

• Comenzar la reunión a la hora citada. Nunca debe esperarse a los rezagados. A menudo es útil elegir una hora de comienzo y de finalización fuera de la hora en punto, cosa que sugiere buena organización (por ejemplo, 8:15 a 9:45). Subráyelo, colóquelo en negrita y cúmplalo. En general, la duración de una reunión no debe ser mayor de una hora y media. • Distribuir con la mayor anticipación los roles de los miembros del grupo, explicándoles sus funciones y responsabilidades. Los invitados a participar de la reunión deben ser sólo los necesarios. La productividad es inversamente proporcional a la cantidad de asistentes. • Presentar el objetivo de la reunión. Después de una breve bienvenida al grupo, haga una pausa y presente su objetivo con seguridad y lentamente. Si cabe, haga que además de escucharlo los participantes puedan ver impreso el objetivo a través de los medios audiovisuales preparados para el curso de la reunión.

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dos o aquellos que no se conocen.

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• Escuchar activamente a los participantes. Todos deben tener claro que quien preside la reunión los va a escuchar con atención. En las expresiones faciales y la postura se detectan las señales de una escucha activa. El líder debe también escuchar lo que no se dice, identificando asuntos delicados o que quieren evitarse. • Trabajar para un consenso. En general deben evitarse las situaciones en que el voto de la mayoría decide. La votación crea ganadores y perdedores y, a menudo, deja una minoría descontenta. Consenso se define como “solidaridad grupal en concepto y opinión” u “opción colectiva”. El presidente o líder será siempre el mismo mientras permanezca en su cargo directivo. 100 LA PALABRA DEL MÉDICO

Moderador En las publicaciones más modernas sobre el manejo de reuniones, aparece como posible la participación de un ayudante del líder, variable para cada ocasión, que debe llamarse moderador. Esto es novedoso e interesante para tener en cuenta. ¿Por qué dos personas para dirigir una reunión? ¿Cuáles son las diferencias entre el rol del presidente o líder y el del moderador? El líder es quien decide la necesidad de la reunión. Pero en algunas circunstancias designa un moderador para que asuma la tarea de organizarla y coordinarla. Esto implica una manera de lograr una intervención especialmente activa de uno de los integrantes del grupo –como ya dijimos, variable y acorde a sus inquietudes– y de ese modo aliviar la permanente responsabilidad del líder. Richard Chang y Kevin Kehoe, autores de Guía práctica para lograr reuniones más breves y productivas, expertos de consulta internacional sobre conducción de reuniones, afirman que los resultados son mejores cuando los roles del líder y el moderador están separados. Afirman que las reuniones son así 20% más cortas y no necesitan ser repetidas para continuar con los temas.


Quede claro: la designación de un moderador variable para cada reunión se da en el caso de un grupo estable, con un líder fijo y con objetivos distintos a lo largo del tiempo. El moderador debe saber lo que se espera de él. El líder debe instruirlo al respecto. Papel del moderador: 1. Prepara la reunión. Ya hemos visto la importancia de la preparación; señalar claramente los objetivos fijados por el líder y elaborar el orden del día. 2. Concentra al grupo en el tema. Procura que el grupo no desvíe su atención de los temas a tratar. Tal vez deba interrumpir y recordar a los presentes para qué están allí. 3. Regula el tráfico de la discusión. Esta puede ser una de las tareas más duras del moderador; coordinar la conducta verbal de la gente, como pedir a una persona que ceda la palabra, impedir que los

4. Controla el tiempo que se consagra a cada asunto. Es responsabilidad del moderador informar a los participantes cuando se vence el tiempo asignado a uno de los asuntos incluidos en el orden del día. Luego puede preguntar a los participantes si desean agregar más tiempo, ahondar en el tema fuera de la reunión o pasar al tema siguiente. 5. Se ocupa de los participantes problema. Es posible que en alguna reunión usted se haya sentido molesto con el rumbo que tomaban las situaciones que pudieran plantearse con determinadas personas o situaciones enojosas. En esta circunstancia es cuando el moderador puede desempeñar un papel decisivo. Los problemas particulares que generan los participantes de la reunión han sido estudiados por expertos en el tema. De ellos y de nuestra propia experiencia trataremos de elaborar un resumen de sus características, en las que quien sabe nos reconozcamos, y de ofrecerle al moderador las posibles soluciones:

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participantes hablen todos a la vez.

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Participante disperso o dispersante Problema: promueve conversaciones laterales, hace comentarios jocosos con su vecino, utiliza el celular en la reunión, lee mientras otro participante expone. Solución: repita una conclusión a la que se ha llegado y pídale su opinión. Participante excesivamente locuaz Problema: habla demasiado, divaga y conduce a una lamentable pérdida de tiempo. Solución: mire la hora en forma ostensible. En cuanto haga una pausa, resuma y señale la limitación del tiempo. Participante callado o tímido Problema: no pueden escucharse sus opiniones, que pueden ser valiosas e importantes.

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Solución: sugiera que cada participante exponga su opinión por turno. Mírelo a los ojos y agradezca su aporte. Participante incomprensible Problema: tiene una idea, pero es incapaz de comunicarse y necesita ayuda. Solución: repita la idea con lenguaje claro, ordenado y sencillo. Participante agresivo o soberbio Problema: cambia el clima de la reunión tornándolo tenso e incómodo. Solución: responda al contenido de su expresión y no al tono o a la violencia. Someta su opinión al grupo. Si puede hacerlo, evite convocarlo. Como acabamos de explicitar, puede haber una o dos personas responsables de conducir la reunión: el presidente o líder que llama a la reunión y fija sus objetivos, y el moderador que asume la tarea de organizarla y coordinarla. Son los responsables del éxito o el fracaso de la reunión. Ambos, o uno de ellos, la conducirán en forma fuerte, débil o intermedia. Si la conducen en forma fuerte, autocrítica, dictatorial, la reunión se transforma en un monólogo inútil, donde los objetivos ya están resueltos y el encuentro se reduce a una mera formalidad más o menos cordial.


La conducción intermedia es ideal, promueve la integración y productividad del grupo, pero siempre encuadrándola con autoridad hacia los objetivos buscados. La conducción débil o permisiva habitualmente no lleva a resultados satisfactorios. Se divaga, se dispersa, se conversa en grupos aislados y no se obtienen conclusiones claras y definidas. Muchas reuniones fracasan más por falta de control que por demasiada estructura. Si los conductores no acreditan un estado de ánimo activo, vigilante, interesado, no podrán entusiasmar al grupo y obtener una respuesta conveniente para cumplir los objetivos de la reunión. Esta es en definitiva su mayor responsabilidad. Secretario El secretario de la reunión es una pieza clave. Debe ser una persona con gran capacidad de síntesis y facilidad para la expresión escrita. En reaPara eso debe ser seleccionado con especial cuidado. Las actas son ni más ni menos que las conclusiones escritas de este largo proceso de elaboración. Si se malogra esta etapa, se ha perdido lamentablemente el tiempo. Algunos consejos para un buen secretario: • No consigne todo, sino solo las conclusiones. • Transcriba la idea expresada y léala para obtener el visto bueno de todos los participantes. • Entregue a cada uno de los presentes la versión prolija y corregida de las conclusiones elaboradas pocos días después de la reunión y antes de volcarla al libro de actas. • Bríndeles a los ausentes la posibilidad de acceder a lo resuelto en la reunión, proporcionándoles una copia del acta. • El secretario, si cumple bien su cometido, acompaña al presidente o líder durante toda su gestión.

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lidad, su misión es siempre la misma: redactar las actas de la reunión.

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Participantes El éxito de una reunión depende en última instancia del entusiasmo, la creatividad y la animación activa de sus participantes. Toda la organización previa y el esfuerzo es inútil si los participantes no asumen con responsabilidad su compromiso. “Participar implica dos actitudes básicas: escuchar y hablar. La primera es una obligación de todos; la segunda, un derecho en principio de todos, pero en la práctica más justificado para quienes tengan algo que decir. Un participante improvisado termina siendo un grave problema para la tarea común” (Carlos Loprete, El lenguaje oral. Fundamentos, formas y técnica). El participante debe prepararse para la reunión. Estando las cosas bien hechas, debe conocer con tiempo el propósito de la convocatoria

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a la reunión y los asuntos a considerar en ella. Buscará información al respecto y elaborará sus propias conclusiones para volcarlas en el diálogo con amplitud de criterio y disposición para escuchar las opiniones ajenas, aunque no sean coincidentes con las propias. Las conversaciones y los cuchicheos al margen del tema central son contagiosos. Los participantes deben colaborar tratando de evitarlos y concentrarse en los objetivos de la reunión. Aunque haya diferencias de opinión, todos deben buscar el modo de llegar a una coincidencia. En toda reunión o grupo establecido, pueden realizarse invitaciones especiales para actuar como participantes expertos en el tema central. Las funciones de los participantes son: • Prepararse para la reunión (bibliografía, lecturas, etcétera). • Concentrarse en sus objetivos. • Ser puntuales. • Adoptar una actitud abierta a las ideas ajenas. • Contribuir a la búsqueda de consenso.


Evaluación de la reunión Después de una reunión, es natural que nos retiremos pensando: ¿cómo estuvo? ¿Fue útil a los propósitos? ¿Fui claro y oportuno en mis participaciones? El ideal sería alcanzar los objetivos propuestos. Pero a veces es suficiente y eficaz si la reunión logró encaminar el asunto. Luego podrá ser necesario obtener más datos, contar con la colaboración de un especialista. A veces sólo se necesita tiempo para analizar los aportes de cada participante y convocar a un nuevo encuentro. En la práctica, el fracaso de una reunión depende de la actividad de los mismos participantes. El Management Training Group, instituto especializado en la tarea de estudiar en profundidad las causas de las pérdidas de tiempo y dinero en las empresas, aconseja comenzar por evaluar la actitud de cada uno de los presentes en una reunión, y la califica como abierta o cerrada teniendo en cuenta los siguientes temas:

Abierta

Cerrada

• Se preparó

• Improvisó

• Concentrado

• Disperso

• Motivado

• Desanimado

• Confiado

• Desconfiado

• Participó del diálogo

• Acaparó la palabra

• Escuchó opiniones

• Ignoró discrepancias

En algunos casos, es posible identificar la causa exacta del problema que conduce al fracaso de una reunión: Problema: un participante domina. Causas: líder débil. Participante preocupado, apremiado o simplemente imprudente. Problema: participación pobre. Causas: los participantes no fueron debidamente informados sobre los objetivos de la reunión o no se prepararon.

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Evaluación de la actitud de los participantes

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El líder no mantuvo una posición abierta y receptiva. Problema: la discusión se desvió del tema. Causas: el líder no puso suficiente énfasis en el objetivo. El líder fue excesivamente permisivo. Problema: los participantes evitan expresar sus opiniones. Causas: ambiente tenso por autoridad amenazante. Problema: la reunión se atasca. Causas: ausencia de invitados idóneos. Pobre preparación de la reunión. No tendría que haberse realizado.

Conclusiones Mientras se transita el camino para lograr reuniones más breves y efi-

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caces, es necesario invertir en capacitación. Es preciso conocer los distintos roles y responsabilidades de quien preside, del moderador, del secretario y de los participantes. También es importante evaluar regularmente los resultados de las reuniones para determinar su eficacia a lo largo del tiempo. Poco a poco iremos identificando los errores intentando corregirlos. No es bueno que nos domine la ansiedad por resolver un tema que puede esperar y que merece una reunión correctamente preparada. Calma. El beneficio de hacerlo bien casi siempre será mayor que el de hacerlo rápido. La improvisación puede resultar muy cara y las decisiones apresuradas pueden ser irreversibles. Que la reunión sea eficaz. No solo el que la convoca se sentirá gratificado, sino que además todos los participantes dejarán su asiento con la sensación de que han cumplido su misión y de haber sido respetados.


Top ten de una mala reunión • Objetivos mal definidos • Orden del día telegráfico • Temario demasiado extenso • Citación tardía para prepararse • Demora para quienes llegan tarde • Participantes innecesarios o numerosos • Líder débil • Moderador inexperto • Secretario que fracasa con las actas • Reunión que se pasa de la hora prevista

Top ten de na e ni n efica • Convocatoria estrictamente necesaria • Orden del día elaborado y completo • Comienzo puntual a la hora señalada • Objetivos claros y bien definidos • Líder con autoridad • Moderador experto • Secretario responsable • Participantes preparados • Cierre puntual a la hora prevista

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• Citación con tiempo suficiente

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La palabra del mĂŠdico en la vida social



Durante el tiempo dedicado a escribir este libro, recibí del Dr. Eugenio Henry2 un artículo de la revista de la Asociación Odontológica sobre comunicación profesional. El artículo tiene un preámbulo tan claro y acertado que quiero reproducirlo, con su autorización: Durante el siglo pasado, el ser humano alcanzó el mayor progreso científico y tecnológico de toda la historia en el campo de lo experimental en las ciencias de la naturaleza, aunque no puede decirse lo mismo respecto a las ciencias del espíritu. Si el siglo xx ha sido el siglo de la tecnificación, el actual debería ser necesariamente el de la humanización: el hombre ha perdido algo, se ha vuelto menos humano, por lo tanto es preciso aceptar que quien tiene que humanizarse es el hombre y no los instrumentos, aunque estos indudablemente colaboren con una mejor calidad de atención. La comunicación es un elemento esencial en el funcionamiento social humano, ya que les permite a los individuos y a los grupos relacionarse entre sí conformando, de este modo, la sociedad misma.

2 Odontólogo. Trainer de Dale Carnegie. Expresidente de APOC. Director de la revista de la Asociación Odontológica Argentina.


Los medios de comunicación constituyen una parte esencial de la realidad actual, son parte de ella, nada escapa a su cotidiana presencia. Por eso se dice que lo que no está en los medios no existe. Y además, se piensa que todo lo ofrecido allí “es serio” y “es bueno”. Si está en los diarios, la radio, la televisión o Internet, debe ser verdad. Hoy en día, la medicina, la odontología y todo lo relativo a la salud humana son publicitados por estos medios de comunicación a los que la gente les presta gran atención. En este contexto, la medicina es una de las disciplinas de mayor presencia en los medios, y esto es algo natural. La salud es un hecho esencial en la vida y, por lo tanto, prioritario. La atención que el público presta a la información que tiene que ver con su salud es enorme. Esto es algo para lo que, en general, el médico no está

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preparado lo suficiente. En el programa de nuestra formación profesional no existe. Por eso es que incluimos en nuestro libro este capítulo sobre la palabra del médico en la vida social. Debemos aprender a adecuar la palabra del médico al auditorio que la recibe. Concretamente, cuando soy invitado a hablar tengo muy claras las preguntas que debo hacer. Comienzo con las conocidas como “las cinco W” del idioma inglés, que se utilizan para solicitar información sobre un evento o una investigación: Who? What? When? Where? Why? En castellano, diría: ¿quién me invita? ¿Qué es lo que espera? ¿Cuándo está previsto? ¿Dónde será? ¿Cuál es el objetivo? Con saber quién, veré si acepto. Preguntando cuándo, veré si puedo. Con la respuesta de qué es lo que esperan y para qué, adecuaré el discurso al objetivo del auditorio. La mayoría de los discursos pueden ser clasificados dentro de tres grupos importantes: informativo, persuasivo y social. Es cierto que no en todos los casos el objetivo es tan claro y definido. Hay discursos informativos que también tienen un componente de persuación, y otros especialmente persuasivos que son también informativos. Y en todos los casos se pretende también entretener


socialmente. Pero cada uno de ellos tiene principios y características que conviene destacar. También es necesario conocer las circunstancias en las que se va a hablar, para resolver el tipo de exposición que se deberá utilizar. Hay discursos que, según el protocolo, deben ser leídos; otros, programados; algunos, previsibles; y, por último, merece también consideración el caso más difícil: la improvisación total frente al público. Todo esto tiene una técnica, y no debe faltar en nuestro estudio de la oratoria contemporánea. Son herramientas especiales que debemos incluir en nuestra caja de pesca, como vimos en el capítulo 2. Pero hay todavía más: a través de estudios de psicología, se estima que existe una diferencia fundamental en el receptor según sea el número de miembros que lo componen. Hay números críticos, más allá y más acá de los cuales las relaciones y expectativas del público son variables, independientemente de sus catacterísticas sociales o culturales, y deben ser tenidas en cuenta por el orador para adecuar su plática.

made). Nos referiremos a todas las posibilidades en las que el profesional debe hablar en público. Teniendo en cuenta que algunas de ellas han sido tratadas en otros capítulos, haremos una breve síntesis en esos casos, pero no podemos ignorarlas en el cuadro general.

Tipos de discurso Según el número de participantes • Grupo: hasta de 10 participantes • Auditorio: más de 10 individuos • Multitud: más de 1.000 personas • TV: más de 100.000 televidentes (por punto de rating) Según sus objetivos • Informativo • Persuasivo • Social

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A continuación, veremos entonces los tipos de discurso, y de esta forma llegará a su auditorio con un mensaje hecho a medida (taylor

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Según su exposición • Escrito • Programado • Previsible • Improvisado

Según el número de participantes ¿Cuántas personas habrá en el salón? Esta pregunta no debe faltar nunca en la investigación previa al compromiso de hablar en público. Seguro no hablamos de cálculos exactos, pero es preferible que no nos llevemos la sorpresa de tener que adecuar nuestra presentación o discurso a un número de asistentes muy distinto al que esperábamos.

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En general, puede decirse que hay tres tipos de público según su número: el grupo de hasta diez participantes; el auditorio, de más de diez individuos; y la multitud de más de mil personas. Capítulo aparte merecen los televidentes, cuando el compromiso de hablar es ante una cámara. No es lo mismo hablar a un grupo que a un auditorio o a una multitud. Son distintos el tono y el lenguaje gestual, pero sin embargo la “calidad conversacional” debe tratar de mantenerse en oratoria contemporánea. Cuanto más tiempo retrocedemos, mayor es la diferencia en la exposición con relación al número de personas que escuchan. El estilo encendido, vibrante y enardecido de los antiguos oradores pertenece al pasado. Los medios técnicos de amplificación de sonido e imágenes ya no hacen necesaria la sobreactuación. Y, sobre todas las cosas, la televisión prácticamente limita la congregación de multitudes. Considerando solo la Capital y el gran Buenos Aires, un punto de rating corresponde a 96.782 televidentes (casi dos veces el estadio de River Plate).

Cómo se habla a un grupo A veces pasa. Uno espera hablar ante un auditorio y se prepara como para hacerlo tal cual se explica en el segundo capítulo de este libro. Pero no hay un auditorio, sino un grupo reducido de personas muy bien


dispuestas para hablar, escuchar, aprender y compartir. En otras circunstancias, ya estaba previsto que serían muy pocos (hasta diez personas). En ambos casos, es muy importante que el orador reconozca la diferencia y adecue la técnica de su discurso. Por empezar, debe adaptar el salón. Una disposición de salón de conferencias, donde los participantes estén alineados en hileras, es aceptable en un auditorio, pero no funciona cuando se trata de un grupo. En este caso, es mejor que los miembros interactúen y puedan verse y oírse con facilidad. La disposición ideal sería sentarse en O o en U. Contrariamente a lo habitual en un auditorio, es conveniente que el orador permanezca sentado y cambie su actitud de hablar en público por la de conversar con unos amigos. Su plática debe estar, como siempre, muy bien planeada, pero el tono, el volumen de la voz, la postura y los gestos deben ser cuidadosamente cercanos y amistosos. El orador o líder del grupo tiene que crear una atmósfera cordial disposición para escuchar e intercambiar opiniones y comentarios, aprovechando el aporte de los miembros del grupo. Las conclusiones deben ser preparadas, como la introducción y el cuerpo, pero sería conveniente que fueran consensuadas con los presentes, dándoles de esta forma intervención activa en la reunión. Síntesis • Adapte el salón a sus necesidades. • No hable en público, sólo converse con el grupo. • Organícese, pero hábleles como a sus amigos. • Escuche sus inquietudes. • Aprecie sus aportes. • Mantenga un ambiente serio y respetuoso. • Resuman las conclusiones entre todos.

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y receptiva, permitiendo las interrupciones y el diálogo, con una gran

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Cómo se habla a un auditorio Este es el caso habitual en los medios profesionales o empresariales. En general, cuando se planifica una presentación, no una reunión ejecutiva donde los invitados son muy limitados, el auditorio está compuesto por un número variable que casi siempre supera a lo que constituye un grupo. Lo mismo pasa en las conferencias culturales, artísticas o sociales en la vida moderna. En todos estos casos, las técnicas de expresión se rigen por los principios ya expuestos en el segundo capítulo de este libro. Para evitar repeticiones, sólo consignaremos la síntesis. Síntesis

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• El mejor audiovisual es el presentador. • Prohibido tener motivos para excusarse. • La gracia debe ser original, inofensiva e inocente. • Los gestos no deben ser estudiados. • No interponga una barrera con el auditorio. • Mire al público como se mira a un amigo. • Respete los silencios (evite las pausas sonoras).

Cómo se habla a una multitud El estudio de las características de la multitud tuvo un pionero en el psicólogo social francés Gustave Le Bon, quien hace casi un siglo escribió La psicología de las masas. Es probable que las teorías fascistas del liderazgo, que emergieron en la década de 1920, recibieran mucha influencia de esa obra. Dice Le Bon en su libro: En determinadas circunstancias la aglomeración de hombres posee características nuevas, muy distintas de las de cada individuo. La personalidad consciente se esfuma, los sentimientos y las ideas de los individuos se orientan en una misma dirección.


A la luz del freudismo y de investigaciones posteriores actuales, se ha visto que en el seno de una multitud cada individuo vive afectivamente a nivel de un sentimiento colectivo secreto que lo une a las personas que están cerca, y no se manifiesta como un individuo. Las diferencias personales quedan diluídas entre los parecidos y las coincidencias, y los comportamientos se reducen a un denominador común. Todos los individuos son dominados por un mismo sentimiento, tienden a arrastrarse hacia un mismo lugar, a proferir los mismos gritos y, lo que es más curioso, a manifestarse con gestos parecidos. La emoción provoca el automatismo. Los músculos del rostro son la expresión más viva del automatismo emotivo. Son como autómatas con la misma cara, impulsados por la misma emoción (Edouard Cuyer, Expressions de la Physionomie). Esta comunión, en sí misma, puede conducir a un comportamiento activo absolutamente inesperado o incongruente muchas veces con el tador o un líder. Si la multitud ve frustradas sus expectativas, lo manifiesta sin pudor y con violencia. Así también, si ve satisfechas sus expectativas, el líder tendrá al público “en el bolsillo”. Hoy, las condiciones del liderazgo se estudian en múltiples escuelas. El viejo adagio que afirmaba “el orador se hace y el líder nace” ha perdido vigencia en la vida empresarial actual. Sin embargo, es evidente que no ocurre en la vida política. Los verdaderos líderes políticos, si bien pueden mejorar y mucho su condición de tales, es indudable que tienen una notable predisposición genética. En nuestro medio, el profesor de oratoria Juan Carlos Igareta afirma que los estudios psicológicos sobre la multitud han permitido descubrir algunas leyes que describe en una apretada síntesis.

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proceder normal de un individuo, a veces desencadenado por un agi-

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Síntesis • Ley de la unidad psicológica. Los miembros de una multitud tienden a unificar sus ideas y sentimientos. • Ley de la disminución intelectual. El gran público es poco propenso a razonar sutilezas o a comprender argumentos intelectuales. • Ley del predominio emocional. Los integrantes de un público grande reaccionan más con la emoción que con la inteligencia y el sentimiento. No quiero incursionar demasiado en las técnicas de la oratoria hacia las multitudes. El interés en el tema es tan limitado, que excede los propósitos de esta obra. Solo unos pocos políticos de la vida moderna tienen contadas posibilidades de hablar a multitudes. Sería conveniente, para ello,

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acudir a expertos asesores de oratoria e imagen, y la mayoría con seguridad así lo hace. Pero el común de la gente activa y digna de ser escuchada habla en auditorios y no a multitudes. La televisión abre un enorme panorama a aquellos que tienen algo que decir para llegar al gran público, y esto sí es corriente común y posible en algunos momentos de nuestra vida. Probablemente, la televisión es en nuestra época el principal medio de comunicación del conocimiento.

Cómo se habla por televisión Hablar ante una cámara de TV no es lo mismo que hacerlo ante un público congregado en un salón. La televisión tiene carácter íntimo, donde la inflexión de la voz, las mínimas alteraciones de la expresión y las características fisonómicas de la persona que habla están más próximas que la conversación privada entre dos amigos. El tono de nuestra elocución debe ser cuidadosamente coloquial, como si nos encontráramos en una reducida reunión social. Cuando nos reunimos y charlamos sobre un tema, no es habitual entusiasmarse


hasta el punto de elevar la voz y gesticular. Esto que bien puede ocurrir frente a un auditorio, resultaría ridículo ante un grupo reducido, y ahí está el secreto. Trate de ser entretenido, cordial y natural. Es probable que nunca su auditorio, como orador, haya sido tan numeroso como cuando habla por televisión, pero debe proceder como lo haría ante un grupo de tres o cuatro personas que pueden ser los interlocutores del otro lado de la pantalla. Haga de cuenta que usted está sentado entre ellos. Si participa con otras personas, concéntrese en ellas, con quienes está hablando. Mírelas a los ojos y olvídese de la cámara. Si está frente a ella, mírela como a un amigo. Es mucho más fácil hablar con naturalidad si se hace abstracción de la lente que nos escruta insensible, como un cíclope impertinente. Como siempre antes de afrontar un compromiso, prepárese, pero no piense en palabras: piense en ideas. Recuerde que si lo invitaron es porque usted sabe mucho del tema. guntas esclarecedoras, pero siempre darle total libertad para usarlas o cambiarlas. La televisión es un capítulo nuevo y distinto en oratoria. Es diferente el ritmo, el lenguaje, el tiempo. Treinta o cuarenta segundos frente a la cámara es ya una larga sesión. Breve y conciso, ese es el ritmo. Y de las cualidades del estilo, es la verdad la que netamente se impone. Aunque no hable con precisión, el triunfo es de quien nos transmite confianza en su mensaje. En la televisión nunca intente lucirse, sólo trate de ser claro. Utilice las formas más sencillas de expresión, evitando cuidadosamente la terminología técnica. Sonría, distiéndase, está conversando con un amigo que no lo apremia con definiciones y sentencias categóricas, sino que sólo espera la respuesta a un diálogo íntimo e informal. Si hay una pregunta, responda y punto. No repita los conceptos en otras palabras. Déjelos con ganas de seguir escuchando, no de que se calle. Induzca en todo caso a otra pregunta. Acepte el maquillaje previo. En televisión no se nota y es necesario. Que no se humedezca su frente, que no se note el granito imprudente

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Con sus conocimientos, puede sugerir al entrevistador algunas pre-

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de su cara, que no brille su nariz. Y desmaquíllese cuando sale del estudio de televisión, que en la calle sí se nota. Comparta la calidez y la alegría que habitualmente se disfruta en el estudio. El compromiso es grande, la tensión es mucha, y la buena onda es muy importante para mantener el equilibrio. En APOC contamos entre los profesores con un periodista avezado en los temas de Media training, Norberto Malatesta3, quien nos enseñó algunas técnicas prácticas y valiosas a tener en cuenta: Puente. Muchos entrevistados ruegan que el periodista no les pregunte por algún tema conflictivo que prefieren no abordar. En situaciones difíciles frente a preguntas complicadas, Malatesta aconseja aplicar la técnica puente, que consiste en lo siguiente: primero, reconocer la pregunta y no huir de la respuesta. Aceptar que el problema existe y es tenido en cuenta. Sin embargo, referirse a los esfuerzos realizados para

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solucionarlo y/o evitarlo. Explayarse especialmente sobre lo realizado, trazando un puente sobre los aspectos positivos que se consiguieron o esperan lograrse y, en lo posible, finalizar con un mensaje positivo. Gancho. Esta técnica permite al entrevistado dar más información de la que en un principio se le requirió. Bandera. Una bandera es tener una frase que avisa al periodista y al público que lo que se va a decir es muy importante. Por ejemplo: “Ha tocado usted el punto más importante de la cuestión”, y después bajar la velocidad de las palabras y colocarlas entre un breve silencio. En ese momento clave se atrae la atención y se resume su mensaje. La entrevista televisiva debe ser vista como una oportunidad para transmitir nuestro mensaje de un tema en el que somos expertos. En algunos casos, se trata de un deber ante la necesidad del público de obtener información directa de la mejor fuente. Síntesis • Mire a su interlocutor o a la cámara como a un amigo. • Prepárese, pero no piense en palabras, piense en ideas. 3 Presidente de la Academia Privada de Oratoria Contemporánea (APOC).


• Puede sugerir algunas preguntas claves al entrevistador. • El mensaje debe ser breve, conciso y veraz. • Nunca intente lucirse, solo trate de ser claro. • No hable off the record. • Aunque el conductor sea su amigo, no espere favoritismo. • Sonría, distiéndase, mantenga el equilibrio y la buena onda.

Según sus objetivos La mayoría de los discursos puede ser clasificada dentro de estos tres grupos importantes: informativo, persuasivo y social, teniendo en cuenta que, algunas veces, los objetivos son más de uno.

Principios de la oratoria informativa El orador que presenta un informe en la empresa, en la profesión o en jetivo específico, donde no se involucre su inclinación personal, sino el análisis concreto de su investigación. Su propósito no es persuadir, sino informar, pero en forma clara, eficaz y atractiva. Es cierto que, en algunos casos, su plática puede tener un doble objetivo: informar y persuadir. En ese caso, es lícito y ético hacerlo abierta y francamente cuando la información lleva a una conclusión que puede ser también persuasiva.

Despierte el interés del auditorio Ya hemos señalado la importancia que la primera impresión genera en el auditorio. Nada debe improvisarse: elegir el lugar desde donde se va a disertar, cuidar la postura, la mirada, los silencios, el micrófono. Nada teatral pero dueño de sí, seguro y aplomado. Desde que comienza a hablar, vale la pena escucharlo y la gente está atenta. Las primeras palabras serán para despertar el interés del auditorio. Cuidadosamente deben registrarse los aspectos más llamativos de su

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su actividad habitual debe manejarse dentro de los márgenes de su ob-

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mensaje, los que serán más importantes para su público. Resuma en pocas palabras y elabore con ellas la introducción. A eso lo llamamos, en un capítulo correspondiente, “shock técnico”. En oratoria narrativa, casi siempre, lo más importante está al final: la resolución de un misterio, la clave que permite comprender la trama, la identificación del asesino, etcétera. A eso, Ana María Bovo, directora de la Escuela del Relato, lo llama el “as en la manga”, y aconseja guardarlo para el final. En oratoria informativa debe estar al principio, en la introducción, para de esta manera evitar el esfuerzo adicional que implica descifrar adónde nos lleva la información que se recibe. Lo más importante no tiene que ser vital para ser relevante, pero siempre trate de que sea útil a quien lo escucha, que lo considere, que lo registre y eventualmente le sirva para su actividad laboral, social o

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intelectual. En cualquier plática que pronuncie, depende de usted mostrar la manera en que se relacione con las necesidades o los intereses del público (adecuación al auditorio).

Organice la información Una presentación bien organizada debe procurar que el auditorio interesado la recuerde. Para lograrlo, el presentador debe considerar sólo tres, cuatro o como máximo cinco temas centrales. Eventualmente, en cada uno de ellos hay que tomar otros tantos subtemas. Debe tenerse en cuenta que cuantos más sean los tópicos que se analicen, menos probabilidades habrá de recordarlos. La información puede ser escuchada y entendida, pero no retenida, y en oratoria informativa es especialmente donde se pretende que la audiencia escuche, entienda y aprenda. • No basta hablar para ser escuchado. • No basta escuchar para entender. • No basta entender para aprender.


Los apoyos visuales deben respetar las reglas La preocupación en la preparación de los apoyos visuales debe ser personal, cuidadosa y creativa. La capacidad de síntesis va a ser lo más necesario en la elaboración. Deben ser como un resumen destinado a trasmitir un mensaje que necesita pocos comentarios. Estos comentarios le permitirán hacer más ligera la proyección. La explicación verbal, quizá con algún ejemplo, hará más valiosas y recordables las premisas establecidas en el texto.

Cumpla estrictamente el tiempo asignado En oratoria profesional o empresarial, el tiempo es de indudable valor y debe ser respetado. Sin embargo, estoy seguro de que con solo detenerse a pensar, tanto usted como yo tendríamos muchos ejemplos del lo mismo diez minutos que doce o catorce. En jornadas profesionales, que es donde tengo mayor experiencia, se acumulan así demoras que conducen no pocas veces a violencias que deslucen la programación mejor planeada. En todos los casos, si nota que se atrasó, respete el ritmo planeado. Si es necesario, suprima una secuencia. No acelere ni se lamente. El presentador inteligente anticipa la solución a su retraso y hace los ajustes necesarios. Aprenda a quedarse callado.

Concluya dando por demostrada la introducción Escuche esta receta. Es más simple y eficaz en oratoria informativa: • Dígales lo que les va a decir. Dígaselo. • Dígales lo que les dijo. • Creo que no necesita aclaración. • La conclusión no debe ser otra cosa que dar por demostrado lo que usted propuso en la introducción.

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increíble desatino con que suele manejarse ese tema. Parecería que es

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Genere handouts fáciles de leer y retener Es de buena práctica utilizar sus proyecciones para realizar una impresión de su computadora. Si los apoyos visuales están bien hechos, fáciles de entender y retener, son la apretada síntesis de su mensaje. Ofrecer su entrega al final de su mensaje a cada uno de los presentes proporciona un excelente medio para reflexionar sobre lo escuchado y recordarlo. Habla de su preocupación y su respeto por el auditorio. Síntesis • En la introducción despierte el interés del auditorio. • Organice la información en tres, cuatro o cinco temas.

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• Las proyecciones deben respetar las reglas. • Cumpla estrictamente el tiempo asignado. • Concluya dando por demostrada la introducción. • Genere handouts fáciles de entender y retener.

Principios de la oratoria persuasiva Por más de dos mil años, la retórica –el estudio de la oratoria– ha sido igualada con la persuasión. En la oratoria contemporánea, donde cobra especial importancia la comunicación dentro de grupos humanos con similares inquietudes (empresa, profesión), se impone en forma cada vez más necesaria la actividad informativa. Ya Aristóteles, quien escribió el primer tratado sobre retórica, llamó pathos a la emoción y logos a la información, diferenciándolos según los objetivos. También, y en ambos casos, privilegió el ethos (ética, credibilidad o confianza) como un factor incuestionable. Los discursos persuasivos están orientados a despertar y fortalecer la afiliación del auditorio con una idea o una creencia.


Establezca sus objetivos con transparencia Usted tiene mayores probabilidades de persuadir a los miembros de su auditorio cuando ellos interpretan que usted cree en su objetivo, y que este está orientado hacia sus mejores intereses.

Preocúpese por las necesidades del público Piense en lo que esperan de usted. Se puede suponer que una persona que piensa en sus inquietudes espirituales tiene, aunque sea parcialmente, resueltas las necesidades materiales. Abraham Maslow, prestigioso doctor en Psicología de la Universidad de Wisconsin, señaló, en 1943, la jerarquía de las necesidades humanas, ordenándolas en cinco categorías o niveles. 1. Las necesidades fisiológicas (alimento, higiene). 3. Las necesidades sociales (amor, pertenencia). 4. Las necesidades de estima (respeto, prestigio). 5. Las necesidades de autorrealización (plenitud, paz). Al colocarlas dentro de una jerarquía, Maslow estableció que se debe satisfacer las necesidades en ese orden. Es inútil pretender ocuparse de la pertenencia, la fe y el amor si se tiene hambre y miedo. ¿Cuál es el valor de este análisis en oratoria persuasiva? Sugiere la clase de necesidades a las que puede apelar en sus discursos. Hace posible comprender por qué su discurso funciona con un público y fracasa con otro.

Sustente sus razones con opiniones de valor Aunque algunas razones tienen un efecto persuasivo sin soporte adicional, la mayoría del público busca opiniones calificadas para sustentarlas o para motivar a la acción.

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2. Las necesidades de seguridad (protección y trabajo).

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El mejor soporte es la experiencia verificable, los testimonios de quienes merecen crédito o son pares con vivencias posibles de compartir y/o escuchar. Así como algunas personas son más confiables que otras, también los materiales impresos, diarios, libros o publicaciones pueden no ser dignos del respeto y la consideración del auditorio. Si la opinión proviene de una fuente deficiente, poco confiable o parcial, sería conveniente omitirla en su discurso. En cambio, considere como muy valioso y destacable un testimonio positivo y respetable.

Motive emocionalmente a su auditorio En la medida que prepare sus discursos, usted verá la conveniencia de determinar qué emociones desea despertar, la clase de información

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necesaria y la manera en que puede pronunciarse para un máximo efecto en el público. Las emociones que desea despertar diferirán de un discurso a otro. Si usted está haciendo un llamado para motivar la lucha contra la droga en la juventud, tratará de informar con objetividad las alarmantes cifras que demuestran las estadísticas confiables en el tema, pero al mismo tiempo describirá emotivamente la indefensión, el deterioro y la desesperación del drogadicto. Puede propiciar con pasión el despertar del interés por ayudar, consolar o simplemente acompañar a esa familia en crisis, mostrándole el camino para hacerlo. En la introducción y en la conclusión de su charla estarán los mejores momentos para motivar emocionalmente a su auditorio.

Respete la ética. Sólo así será respetado Sus posibilidades de persuasión tendrán siempre una relación directa con su credibilidad. La confianza que despierta el orador en su auditorio cobra especialmente importancia en oratoria persuasiva. En cierta manera, esto me recuerda mi actividad profesional como médico. La confianza que me prodigaban esos padres al entregarme


el cuidado de la salud de sus hijos despertó en mí una enorme y emocionante responsabilidad. Ese galardón fue mayor que cualquier título académico. No podía fallarles, y ellos lo percibían. El fracaso no era el error humano, siempre posible. El fracaso que ellos ni yo hubiéramos perdonado era el error ético. El público es capaz de perdonar el error. Nunca la mentira. Todos los estudios confirman que la credibilidad de un orador actúa persuadiendo en forma positiva en las creencias y en las actitudes del público. En situaciones ideales, el orador, como el médico, debería ser una persona conocedora digna de confianza y atractiva. El médico debe ser un hombre bueno, que sabe curar. El orador persuasivo, un hombre bueno que sabe convencer.

Pronuncie su discurso en un estilo contemporáneo

rrolla su discurso en un estilo contemporáneo. En el capítulo correspondiente hemos establecido cuatro pilares que lo fundamentan: naturalidad, verdad, brevedad y entrega. Rescato un párrafo textual que lo sintetiza: Es fácil distinguir a un orador contemporáneo. La grandilocuencia, el espectáculo, las palabras rebuscadas, los gestos estudiados, la gracia programada, los silencios teatrales y la articulación vocal exagerada están perimidos en forma definitiva. Atención, que aquí no dice que no demuestre su entusiasmo. Si le entusiasma una idea, si lo motiva una creencia, si tiene puesta su fe en un proyecto, demuéstrelo sin temor. El orador inexpresivo genera públicos inertes. Demuestre su entusiasmo, pero no lo invente. Transmita su vibración, pero no la actúe. Sea sobrio, medido, inteligente en su palabra. Un estilo que no sea verdadero no tiene ninguna probabilidad de persuadir, porque no tiene el fuego de la convicción ni el vigor de lo auténtico.

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Usted tendrá mayores probabilidades de persuadir a su público si desa-

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Síntesis • Establezca sus objetivos con transparencia. • Preocúpese por las necesidades del público. • Sustente sus razones con opiniones de valor. • Motive emocionalmente a su auditorio. • Respete la ética. Solo así será respetado. • Pronuncie su discurso en un estilo contemporáneo.

Principios de la oratoria social Es una realidad comprobada que, en todos los órdenes de la vida laboral, se necesita una cara visible representativa y eficaz. Pero la vida no es solo trabajo. Cada uno de nosotros tiene también

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en su vida de relación compromisos sociales que nos conducen a la necesidad de expresarnos muchas veces ante distintos tipos de auditorio. Puede ser un brindis, un homenaje, una despedida, un cumpleaños, una boda, una festividad o cualquier actividad en la empresa, en su club o en su propia familia. Es más, si usted está leyendo este libro, se debe a que tuvo que hablar en público, o debió hacerlo y no se animó, y no quiere que esto vuelva a ocurrirle. Está en la buena senda. Para cualquier actividad humana, es necesario aprender y practicar. “El herrero se hace en la forja, el nadador nadando y el orador hablando”. Pero se acorta mucho el trabajo si alguien con experiencia nos enseña cómo hacerlo. Hay algunos principios generales que debemos puntualizar y que es necesario tener en cuenta en toda circunstancia o evento social donde tengamos que dirigirnos a un público.

Prevea la posibilidad de tener que hablar Digámoslo desde ya: es muy poco probable que lo llamen a hablar en forma absolutamente imprevisible. O lo llaman por ser el más importante, o por ser el más antiguo en una empresa, o por ser el más


amigo de un homenajeado, o por ser el padre o el hijo, o porque de todos los presentes es el que mejor habla o el que “hizo un curso de oratoria”. Mi consejo es que lo prevea, que piense lo que diría si le pidieran que hable. Es un magnífico ejercicio. Es preferible preparar cien veces un discurso y no usarlo que necesitarlo una vez y no haberlo preparado. Es fácil, solo piense. Son unos pocos minutos de concentración. Mire a su alrededor, observe cuál sería el tono apropiado (festivo, alegre, formal, serio). No hable de usted ni de sus intereses. Hable refiriéndose a la persona que quiere homenajear o a la circunstancia. Busque en sus pensamientos o en sus sentimientos y las palabras fluirán sin dificultad, sorprendiéndolo.

Párese donde todos puedan verlo Busque el lugar más iluminado y central del salón. Sonría. Mire a todos

Espere. Nunca pida silencio El silencio de un orador no puede soportarse por mucho tiempo. Deje pasar unos segundos. Pruebe en un segundero cuánto son 10 segundos frente al público sin hablar. Si no hay silencio total, espere un poco más. Veinte segundos es una eternidad. Comience a hablar despacio. El público aguzará el oído. Si es necesario, repita la frase inicial. Ya nadie se resistirá a escuchar.

Evite las excusas y los lugares comunes Muéstrese agradado de tener que hablar. Agradezca la distinción si ha sido elegido para hacerlo. Y ahora sí, hable. Evite los lugares comunes. Diga lo que imaginó que podría decir con el pensamiento puesto en los intereses de las personas que lo escuchan y en la circunstancia que los reúne. Sea sincero, cordial y respetuoso. Nunca critique, ni siquiera veladamente, a alguien.

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con cariño, sin temor, con alegría y serenidad.

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Resalte lo bueno, lo grato, lo rescatable. Descarte los malos recuerdos, las viejas inquinas, la ironía, la doble intención. Trate de que lo escuchen con una sonrisa.

La brevedad siempre es recomendable Sea breve. La gente no vino para escucharlo. No se enamore de su voz. En APOC decimos que el secreto de un buen discurso es tener un buen comienzo y un buen final, y luego tratar de que ambos estén lo más cerca posible. Busco en mis experiencias y descubro mis errores. Nunca fueron por defecto, algunos tuve por exceso. A veces no nos salen las palabras y otras son un torrente difícil de detener. Con solo pensar si debe decirlo, ya está resuelto: no lo diga.

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Jamás escuché a nadie quejarse porque un discurso fue demasiado corto.

Es un fracaso no hablar si cree que debe hacerlo Este último principio de la oratoria social que quiero destacar es para mí especialmente importante. Levante la vista de este libro y piense cuántas veces en su vida se lamentó de no haber sido capaz de expresar su pensamiento o sus sentimientos: qué pena. Por qué no lo dije. Qué fue lo que me detuvo. El miedo oratorio. El temor al bloqueo mental. Que no me comprendieran. Que se rieran de mí. Ser inoportuno. Que se me quebrara la voz. Que se me escapara una lágrima. No sé, algo pasó. Pero ya no puedo volver atrás. No puedo decirle a un amigo cuánto lo quiero y cuánto lo respeto. A mi mujer, cuánto la amo. A mi adversario, no estoy de acuerdo. Estuve tan cerca. Me palpitaba el corazón con fuerza. Pero no lo hice. Fracasé. Pasó el momento. Ya es tarde. Está tan mal hablar sin tener nada que decir como no hablar si tiene algo que decir.


Síntesis • Prevea la posibilidad de tener que hablar. • Párese donde todos puedan verlo y escucharlo. • Espere: nunca pida silencio ni golpee una copa. • Evite las excusas y los lugares comunes. • No hable de usted si no es el protagonista. • La brevedad siempre es recomendable. • Es un fracaso no hablar si cree que debe hacerlo.

Según su exposición Siguiendo el hilo de la lectura, ya está casi todo preparado para comenzar a escribir a mano o sobre el teclado el bosquejo de mi plática adecuado al auditorio. Ya sé cuándo y dónde va a desarrollarse, de cuánto tiempo dispongo, quiénes forman el auditorio y cuál es su objetivo. Ahora debo resolver qué tipo de exposición voy a utilizar. Concrediscurso, si voy a programarlo con mi “hoja de ruta” a la vista, si voy a desarrollarlo como si fuera espontáneo, sin guion, o si voy a dejarlo librado a la posibilidad de improvisarlo en el momento, llegado el caso de que me pidan que hable.

El discurso leído En este mismo libro, cuando hablamos de planeamiento, incluimos una premisa establecida que dice: “Nunca lea ni aprenda de memoria”. No es mi intención refutarla, pero sí atenuarla. Hoy diría: “Trate de no tener que leer su discurso”. En general, la lectura debe ser reservada para aquellas circunstancias en que sea de rigor e inevitable escribir y ajustarse estrictamente al texto de su discurso. Por ejemplo: jefes de gobierno, ministros, embajadores, militares y, en algunos casos, dirigentes políticos y sindicales deben entregar su exposición escrita para ser revisada, de modo que se atengan a normas establecidas por las autoridades presentes en el acto.

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tamente, debo decidir, de acuerdo a todo lo enunciado, si voy a leer el

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De esta manera, se evita “la interpretación” de las ideas por parte del auditorio y se acepta que su texto es la legítima opinión del grupo humano a quien representa el orador. Entonces sí, escríbalo, entréguelo para ser revisado y, una vez aprobado, léalo. Pero bien. A eso vamos… La redacción final de su manuscrito debe ser impecable, pero utilizando el estilo oral en vez de hacerlo sobre la base del estilo escrito, demasiado cuidadoso, técnico y formal. Quizás, de nuevo, la excepción sea la imposición del protocolo diplomático, que sí requiere el máximo de precaución con las palabras. El orador debe conocer muy bien su texto, practicando y practicando, familiarizándose con él, a fin de no tener que centrar su atención plena y su mirada fija en los papeles durante su lectura. De ese modo, podrá tener contacto visual con el público y mantener viva su atención.

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El texto debe ser mecanografiado en tamaño amigable para su lectura sin esfuerzos. Se aconseja utilizar un tipo clásico de letra legible, con espacios dobles. Marque en el texto las partes en que quiera dar más énfasis, señale con marcador las pausas que estime convenientes. La oración final de cada página debe ser completa, para evitar silencios innecesarios. Tenga en cuenta que, leyendo a ciento veinte palabras por minuto, recorrer una página de tamaño A4 con letra tipo Arial 14 a doble espacio le va a llevar dos minutos. Ajuste entonces el texto con esas características al tiempo que dispone para su lectura. Numere y doble ligeramente la esquina superior derecha de cada página, para ayudar a pasarlas con facilidad y evitar saltearse algunas de ellas con la nerviosidad del momento. Verifique el atril donde va a apoyar su discurso y trate de que no se note el número de páginas que contiene su mensaje. Si son muchas, predispone negativamente al público. Lo más importante: lea como si no leyera. Libérese del papel durante algunas frases. Le dará espontaneidad y romperá la muralla invisible que le impide la comunicación directa y emotiva con el auditorio.


Síntesis4 • Escríbalo con pulido estilo oral. • Utilice letra tipo Arial 14, con espacios dobles. • Marque en negrita las “nociones fecundas”. • Familiarícese con el texto. • Numere y doble las hojas arriba a la derecha. • No exponga su texto a la vista del público. • Mire al público y lea como si no leyera.

El discurso programado En realidad, todo este libro está escrito para aquellos que necesitan aprender a elaborar un discurso programado. En cualquier actividad laboral (profesionales, empresarios, profesores, dirigentes, políticos, religiosos, etc.), puede ser necesario tener que hacer presentaciones orales informativas y/o persuasivas. En togramado con hoja de ruta. En realidad, la hoja de ruta no es otra cosa que las proyecciones sobre la pantalla realizadas con la única técnica valiosa en el momento actual, que es con una computadora y un cañón de proyección. Está claro que, de no hacerlo así, también puede escribirse una hoja de ruta muy sintética con notas al alcance y a la vista del orador. No estoy propiciando hacer su presentación leyendo sus proyecciones, pero es innegable que con ellas como apoyo visual podemos desarrollar nuestra plática con una excelente guía para nosotros y para nuestro auditorio. En mi práctica, acostumbro a imprimir mis proyecciones y entregarlas como handout a todos mis oyentes. Para ellos, mi hoja de ruta resulta de gran valor para memorizar su aprendizaje. Quizá, para no tener que volver hacia atrás las páginas de este libro, sirva un pequeño resumen que nos recuerde como se planifica una conferencia programada.

4 Este trabajo ha sido presentado en APOC por su presidenta, Noemí Dora Keselman (11 de abril de 2007).

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dos estos casos, se utiliza la técnica de elaboración de un discurso pro-

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Síntesis • Defina su objetivo. • Ocúpese de su presentación. • Preocúpese de que pueda entenderse y retenerse. • Puede tener un guion y/o las propias proyecciones. • Elabore la introducción y las conclusiones. • Practique ajustando el tiempo. • Pruebe la tecnología antes de comenzar.

El discurso previsible Veamos. Si soy el gerente de una empresa y despedimos a un antiguo empleado que se jubila, se supone que debo ser yo el que hable, o por lo menos uno de los que lo hagan. Igual si se trata del cumplea-

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ños de un gran amigo, de la boda de mi hija o mi propio retiro de la profesión. En todos estos casos, se impone un tipo de discurso previsible, sin hoja de ruta ni guion a la vista, pero cuidadosamente preparado. No es necesario escribirlo, y mucho menos memorizarlo palabra por palabra, pero la dedicación que ponga en su preparación resultará directamente proporcional al cariño o al respeto que le merezca la ocasión. El discurso previsible resulta apropiado en muchos contextos, desde los más relajados y divertidos hasta los más serios, siempre y cuando se desee un cierto grado de informalidad. No está “programado”, pero no es “improvisado”. Es previsible y adaptable al ambiente en que se desarrolla el acontecimiento. Un último consejo: tenga cuidado. Usted no es el protagonista de ese evento. Hay otro, que es en general a quien usted se dirige. No hable de usted, sino de él. No trate de lucirse, sino de lucirlo. Espontáneo será si es sincero, breve, claro, y la vista del auditorio no está puesta en usted, sino en aquel a quien se dirige su mensaje.


Síntesis • Decida el tono y la longitud. • Ilustre el discurso con anécdotas. • Piense en ideas, no en palabras. • No use notas ni hoja de ruta. • Adáptese al entorno: divertido o formal. • Sea cordial y sonriente.

El discurso improvisado La verdadera improvisación frente al público tiene características que le son propias, y su técnica, si bien es sencilla, requiere prolongados esfuerzos de formación y de práctica. Solo los que no saben nada de oratoria llaman improvisación a la palabra deshilvanada sin estructura. No basta llenar los minutos con excusas, lugares comunes o frases do de hablar…”; “esto me toma por sorpresa…”. Esto último tampoco es demasiado cierto. En la mayoría de los casos, la persona señalada tiene sobrados motivos para sospechar que va a ser la indicada para hablar, y en ese caso debió haber pensado qué decir transformando el discurso improvisado en previsible, mucho más fácil de elaborar con tiempo. Pero es cierto. A veces pasa que uno no espera tener que hablar. Y en ese caso, ¿qué hago? ¿Cómo me organizo? ¿De qué manera afronto el compromiso? Siéntase usted mismo señalado. Alguien con la mejor intención de distinguirlo lo llama por su nombre. Una rápida descarga de adrenalina y neurotransmisores lo pone alerta. Su cerebro trabaja con todo su potencial. Debe afrontar la emergencia. Es un verdadero desafío. De pie, usamos el silencio inicial para lograr atención y serenarnos. Miramos al público con una sonrisa. Reconoceremos seguro muchas caras amigas que nos comprenden y nos animan.

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sin sentido: “No estoy preparado…”; “no pensé que sería yo el encarga-

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En nuestra mente, se instala la idea central sobre la que se quieren fundamentar las palabras. No hay secreto, siempre son las mismas: amor, familia, amistad, vocación, lugar de trabajo. Me cuesta mucho buscar otros temas posibles. Pienso en las veces que he tenido que improvisar frente al público, y creo que no hay más. Puede ser en un cumpleaños (amistad), en una festividad particular (familia), en una boda (amor), en la jubilación de un colega (vocación), en un aniversario de la empresa (lugar de trabajo). Al tema de improvisación le sigue entre paréntesis la idea central. Con la idea central en nuestra mente, sigamos un consejo de Dale Carnegie: comience contando una vivencia cierta, propia y pertinente al tema. De ese modo, se verá libre de pensar en su próximo paso, ya que las experiencias se relatan con facilidad. Cuándo me di cuenta de que amaba a mi mujer; cómo se desarrolló

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mi vocación profesional; de qué manera recuerdo el ingreso a mi lugar de trabajo; dónde nos conocimos con mi amigo. Superará de ese modo su natural nerviosismo y atraerá la atención del auditorio, siempre receptivo frente a un relato real. La comunicación, de esta forma, estará establecida. Su público lo escuchará con atención, y ese será su mejor estímulo para dar a sus palabras ánimo y vigor. Después del relato, deje hablar a su corazón. El tiempo será corto para expresar lo que durante toda su vida pensó en el amor, en la amistad, en la familia y en la vocación. No necesita guion. No reprima sus sentimientos. Solo contrólelos. No se preocupe si se le corta la voz, si se humedecen sus ojos, si se le nota la emoción que lo invade. Una pequeña pausa, quizá una palabra liviana y cómplice con su auditorio, alivia la tensión. Ya está. Ahora cierre, relacione sus palabras lo más estrechamente posible con los asistentes. Es natural que el auditorio se interese por sí mismo y por el motivo o el lugar que los reúne. Si cabe, involucre a alguno de ellos mencionándolo por su nombre. Su sencillo discurso será recordado con cariño. La que habla es una persona sincera y emotiva, que no pretende lucirse, sino cumplir con su compromiso interior. Tenía algo que decir y lo dije. Será recibido como el mejor regalo.


Ahora sí puedo establecer la definición que considero más ajustada de un discurso improvisado: es el arte de expresar vivencias y sentimientos con palabras no previstas.

Síntesis • Póngase de pie y, si hay, diríjase al micrófono. • Mire al público sonriendo y agradezca la distinción. • No diga que no se preparó, todos lo saben. • Cuente una vivencia propia, cierta y pertinente. • Deje hablar a su corazón, pero contrólelo. • Involucre a alguno o algunos de los presentes. • Sea humilde, sincero y cuidadosamente breve. 137 Ignacio Di Bártolo



La palabra del médico al final del camino Con la colaboración del Dr. Fermín García Marcos y del Dr. Cándido Emilio García

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5 Médico cirujano. Exprofesor titular de Bioética en la Universidad del Salvador. Decano de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Católica de La Plata. 6 Abogado. Exprofesor de Derecho Administrativo de la Universidad del Salvador. Asesor de Bioética Médica del Hospital Alemán de Buenos Aires.



En los temas de la vida y de la muerte, es esencial la palabra del médico bien formado en su doble e indisoluble menester clínico y ético. En el prefacio de un libro –de los tantos dedicados a la muerte–, se narra la historia de un paciente al que la enfermera encontró muerto en la Unidad de Terapia Intensiva, después de que él mismo se hubiese desintubado y arrancado las venoclisis y los monitores. Había dejado una nota escrita que decía: “Doctor, el enemigo no es la muerte; el enemigo es la inhumanidad”. El gran reto de la cultura actual es reintroducir con naturalidad el pensamiento de la muerte. Traerlo a nuestro diálogo en el momento oportuno, a las conversaciones de la familia, de nuestros más queridos amigos, de nuestra actividad profesional y de nuestras meditaciones más íntimas. Es necesario vencer el primer impulso de rechazar el tema. Invariablemente, cuando surge, alguien dice “hablemos de otra cosa”, y con rapidez todos se pliegan y desvían el diálogo. De “eso” no se habla. Pero no siempre fue así. Philippe Ariès es un investigador francés que ha estudiado la historia de la muerte en nuestra cultura occidental a partir de la Edad Media. Para el hombre medieval, la muerte no era un acontecimiento individual, sino que tenía un marcado carácter social. La muerte era un gran acontecimiento de la vida y se celebraba con un solemne ceremonial.


Dentro de este ceremonial, había tres momentos claves: la aceptación del papel activo, protagónico, del enfermo muriente; el gran relieve concedido a la despedida de los seres queridos –“ceremonia de los adioses”–, y finalmente la gran importancia de las manifestaciones de dolor. Esta aceptación natural de la muerte se traducía, hasta hace relativamente pocos años en la historia de la humanidad, en algunas costumbres que contrastan con el rechazo manifiesto y casi unánime con que se enfrenta esta realidad en el momento actual. La habitación del paciente muriente se convertía en un lugar público, en el que podían entrar no sólo las personas más íntimas. Se consideraba que los niños deberían estar presentes y ver morir a sus padres. El enfermo llamaba uno a uno a sus familiares y amigos para despedirse y darles sus últimos consejos. También sus enemigos estaban presentes para la reconciliación y el perdón.

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Cuando el hombre medieval pedía a Dios que lo librase de la muerte súbita, no lo hacía solo por consideraciones religiosas de tener bien preparada su conciencia, sino también porque la partida imprevista le impedía vivenciar su propia muerte. El enfermo muriente era consciente de la situación, ya sea porque él mismo la presentía y nadie trataba de ocultarla, ya sea porque estaba prevista, en caso necesario, la figura del nuntius mortis, el mensajero de la muerte. Habitualmente, era el amigo más íntimo el encargado de anunciarle la proximidad del fin de su vida. Otro rasgo característico era la manifestación del duelo ante la muerte del ser querido, que podía expresarse con toda libertad aun en hombres muy viriles que se jugaban a diario su propia vida en la guerra. Con el devenir de los años, fue cambiando la manera de vivir y también de morir. Pero es en este siglo que la comunidad, cada vez más anónima en las grandes aglomeraciones urbanas, se siente progresivamente menos implicada en la muerte de cada uno de sus miembros. Por otra parte, comienza a “protegerse” al enfermo evitándole el conocimiendo de la verdad de su situación. El mismo muriente, al adivinar o intuir este juego piadoso, se hace cómplice del engaño. La mentira del amor.


La muerte no debe mencionarse cerca del enfermo terminal. Tampoco la familia cercana concientiza en forma clara el fin próximo e inevitable o intenta asumirlo con pretendida indiferencia. La sociedad occidental actual oculta la muerte como si fuera un hecho licencioso que no debe trascender en la vida de los que quedan y deben continuar en lo suyo, sin detenerse, para que pase cuanto antes y lo más desapercibido posible. En Estados Unidos, Jeesica Mitford (El estilo de muerte americano) critica especialmente a los llamados Funeral Homes, velatorios equiparables a salones de fiesta donde se realiza una reunión en la que participa el cadáver, muchas veces embalsamado y hasta con los anteojos puestos, enmascarando a la muerte en una especie de acontecimiento social. El estilo actual en nuestro medio –no es una crítica, sino una realidad– para enfrentar el momento de la muerte del enfermo responde a los estereotipos de las sociedades urbanas más desabúsqueda de la intermediación médica y tecnológica para poner distancia, alejamiento de los niños, muerte y velatorio fuera del hogar. El modelo “moderno” responde a la necesidad psicológica, propia de la sociedad del bienestar, de eliminar el dramatismo de la muerte transformándola en una apacible continuidad o tránsito, donde deben estar ausentes el dolor, el sufrimiento y la expresión vital de estos, el luto. En la primera mitad del siglo xx, se fue produciendo un cambio sucesivo en torno a las tradiciones que acompañaban a la muerte. Dicho cambio alcanza también al concepto de enfermedad y de la relación médico-paciente. La concepción biologicista consolida la medicina como una ciencia natural; una medicina clasificadora donde la enfermedad es una entidad nosológica ajena a la persona sobre la cual se instala. Habrá enfermedades, no enfermos. El hombre es un mamífero que adquiere una determinada enfermedad, no una persona integral, cuerpo y espíritu, que la padece. La tecnología, durante los últimos cincuenta años, ha llevado a la consideración del enfermo como un objeto.

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rrolladas: negación, ocultamiento, rechazo, silencio ante el tema,

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Precisamente la pérdida de su dignidad de sujeto es la que provoca la reacción social y médica y la crisis de la medicina, que desemboca en la revalorización de la ética médica y el desarrollo de la bioética. La concepción de la muerte derivada de una cultura biologicista, que dicotomiza la unidad e integridad del hombre, hacía ver su deceso como un hecho normal de la biología, despojándolo del otro aspecto no menos importante: una circunstancia trascendental que padece él y su grupo familiar. El traslado del paciente crítico al centro asistencial puede deberse a la necesidad insoslayable del tipo de tratamiento a establecer, al requerimiento terapéutico específico y a las pautas de tratamiento eficiente y activo que no pueden implementarse en el hogar. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que la internación desarraiga al paciente, lo despoja de todo lo que es habitual para él y lo separa de

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la cercanía permanente de sus seres queridos, tema que se agrava en las salas de terapia intensiva y quita al enfermo la posibilidad de decidir u opinar. Es así que, impelido por una necesidad de medicación, la habitación del moribundo ha pasado de la casa al hospital, que se transforma en el lugar de la muerte solitaria. El hospital ya no es solo un lugar donde se cura o donde se muere a causa de un fracaso terapéutico, es el lugar de la muerte normal. Por otra parte, la eficiencia asistencial alarga estos tiempos que muchas veces no serán de prolongación de la vida, sino el simple proceso de fallecer. La sociedad y el médico no pueden suprimir la muerte, pero sí prolongar o acortar el final de la vida. Del ensañamiento o la obstinación terapéutica, o de su extremo opuesto, la eutanasia misericorde (merci killing), proviene la pérdida de la dignidad del momento de la muerte. Por otra parte, el médico asume la tremenda responsabilidad de ser brazo ejecutor omnipotente en la prórroga o no del fin, pero no ya en un diálogo fraterno e individual con el paciente y su familia, sujeto a criterios humanitarios y científicos propios de su profesión, sino como parte del equipo hospitalario, anónimo y burocrático, dependiente de una disciplina, una organización vertical, diluido y despersonalizado en medio de la eficiencia técnica.


Recordar aquello de que, para la medicina clásica, “médico es el que cuida, no el que solo cura”, así como aquel aforismo que fija las obligaciones médicas: “Curar a veces, aliviar frecuentemente, consolar siempre”. La muerte, entonces, no pertenece más ni al propio sujeto muriente ni a su familia, persuadida de su incapacidad. Es regulada y organizada por una burocracia y una sociedad que maneja el tema como una cosa más que debe molestar lo menos posible. Una manifestación evidente es la negación del duelo o el luto, considerado peyorativamente como morboso o anticuado. Es necesario encubrir o reprimir el dolor, o al menos ignorarlo. Para la psiquiatría, en cambio, la muerte es un suceso dramático cuyas angustia y desazón pasan y mejoran naturalmente, siempre y cuando no se lo reprima o no se pretenda ignorarlo. El grupo social al cual pertenecen los deudos tiene un papel terapéutico en torno al recuerdo compartido, el ceremonial y los ritos. Es el espontáneo y natural sufrimiento Hace pocos años pronuncié una conferencia en la Academia Nacional de Medicina con el tema “El hombre ante la enfermedad y la muerte”. Entre otros conceptos, expresábamos allí: ¿Por qué la medicina y el mundo social actual niegan y huyen del enfermo terminal y de la muerte? Esta etapa crucial y decisiva está tan subconscientemente negada por las personas, que ni siquiera pueden definirla con una palabra; no existe. ¿Cómo se llama a ese enfermo, a quien se le diagnostica una enfermedad incurable, durante el lapso desde el diagnóstico hasta su muerte? ¿Se llama moribundo? No, de ningún modo. Este término implica un fin muy próximo, inmediato diría, y ese no es el caso. Es tal nuestra negación del tremendo enfrentamiento con la muerte, que no sabemos siquiera definirlo en un término. Debemos inventarlo. Alguien lo hizo ya en la literatura reciente, y a ese enfermo se lo llamó muriente. Los médicos y las enfermeras estamos ya tan familiarizados con la muerte, que muchas veces, acongojados pero siempre firmes y serenos, presenciamos los últimos momentos de un paciente moribundo.

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por el “ausente presente”, de esa “presencia ausente” que es la muerte.

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Pero el muriente no. De aquel que intuye o sabe a ciencia cierta que va a morir, pero que está lúcido, con toda su energía vital y emocional activa y agudizada por la circunstancia, de ese paciente solo sabemos huir. Cierro los ojos. No quiero escucharlo. No quiero saberlo. Si es posible, que busque otro médico. Y si es un ser querido, ya no soy médico. Soy un hombre que huye. Invento ocupaciones para no visitarlo, para no acompañarlo, para no comprender. Es tal el temor a la muerte, que ni siquiera queremos escuchar hablar del tema. Yo sé que es duro, pero debemos prepararnos. Es inútil esconder la cabeza. Es inútil ignorar la realidad que nos golpea. Debemos abrir el corazón y aprender a reconocer y a acompañar al enfermo muriente que nos necesita a nosotros tanto o más que a nuestra ciencia.

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La muerte es la crisis más severa que el hombre debe enfrentar. Yo sé que voy a morir. ¿Qué va a pasarme cuando sepa cuándo? Sin duda, el estudio más serio sobre la muerte y el morir se debe a la Dra. Elisabeth Kübler Ross, psiquiatra suiza radicada en Estados Unidos. Su obra, realizada en la Dirección del Servicio de Salud Mental y Familia de Chicago, tuvo rápida difusión internacional por su artículo aparecido en la revista Life; un resumen popular de su trabajo de toda la vida. El trabajo de la Dra. Kübler Ross comenzó cuando un grupo de estudiantes de teología la consultó sobre la crisis más importante de la vida humana: el hombre ante la enfermedad terminal y la muerte. Nadie tenía experiencia. Nunca se había relatado la experiencia de quien va a morir. Solo quien la vive podría describirla. Pero ¿querría hacerlo? Durante largos años, la Dra. Kübler Ross entrevistó a miles de enfermos murientes, y de allí surgió su trabajo. Todos ellos sabían que iban a morir, se les hubiera dicho o no su realidad. Esto que ahora relataremos está escrito con las palabras más puras que pueden surgir del corazón humano, absolutamente desprovistas de intereses e inquietudes terrenales. Describen su última experiencia aquellos que quizá nunca podrán leerla.


Cinco son los estadios que pueden observarse en los pacientes desde el diagnóstico de una enfermedad terminal hasta su muerte.

Estadio 1: Shock. Negación. “No puede ser” La mayoría de los pacientes responden con shock y negación cuando se les informa que padecen una seria enfermedad. La duración de este estadio es variable desde muy poco tiempo hasta varios meses. El enfermo comienza a intuir la verdadera magnitud de su mal en el comportamiento de sus familiares y amigos, que no saben de qué hablar y están distintos, sonríen más de lo normal y tocan temas triviales. El médico y la enfermera deberán ser cuidadosos en el manejo de la información. Se le reiterará la real importancia de su problema de salud, pero siempre se dejará encendida una llama de esperanza. Si no puede ser esperanza de vida, será de posibilidad de nuevos medios diagnóscómo y cuándo decirlo surgirán a partir de esta conducta honesta y valiente que permitirá al enfermo muriente continuar adelante en las distintas etapas de su duelo, hasta la digna aceptación de su destino.

Estadio 2: Ira. Hostilidad. Culpa. “¿Por qué a mí” Cuando el paciente no puede seguir manteniendo la negación de su enfermedad, se torna difícil: irritable, crítico, hostil. La familia y los amigos lo evitan. El personal se resiste a atenderlo. En California, se midió el lapso que una enfermera tarda desde que el paciente la llama hasta que acude a atenderlo: el tiempo de respuesta era exactamente el doble cuando el timbre sonaba desde la habitación de un enfermo terminal. La enfermera no era consciente de ese hecho. Es fácil comprender que no es sencillo atender las preguntas, las críticas y muchas veces la hostilidad de un enfermo muriente. La familia también deberá soportar con entereza y comprensión la injusta y permanente agresión del paciente en ese estadio de la elaboración

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ticos o terapéuticos, o simplemente de alivio a su dolor. Qué decir y

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de su duelo. Cuando se acercan a su cama, será muy temprano o muy tarde, o pocos o demasiados. Cualquier cosa que uno haga será criticada. Es importante comprender que estos pacientes no están en realidad enojados con la enfermera o con la familia. Si uno puede ayudarlo a expresar su pregunta “¿por qué yo?” y a manifestar su ira y su enojo, el enfermo se calma, se torna sereno, dócil, comprensivo. Nuestra participación será más útil y eficaz. Podremos acompañarlo en su dolor. Como médico, recuerdo haber cargado sobre mi espalda la crítica injusta de algún padre ofuscado en su impotencia. Es muy difícil reprimir la respuesta que surge espontánea: “Yo no tengo la culpa de su dolor”. Cuánto más valioso será en ese momento el silencio solidario que contiene y acompaña. También recuerdo ahora las veces que no supe comprender.

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Estadio 3: Magia. Misticismo. Regateo. “A mí sí, pero...” Después de esta segunda etapa del duelo, se abre paso una tercera signada por una palabra peligrosa, muchas veces tentadora pero, las más, esquiva y desalentadora: la esperanza. El paciente terminal recapacita, acepta la realidad, reconoce su destino, pero... allá en la oscuridad del túnel que le falta recorrer brilla una lucecita que lo anima. Alguien le avisó que en un país lejano, a veces insólito, este tipo de cáncer es curable. Otro amigo, con la mejor intención, le contó que un sacerdote, tocando su cabeza durante varias madrugadas, destruiría lentamente sus células malignas. Muchas veces es a un médico milagroso a quien se recurre, no importa el sacrificio que implique trasladarse a donde fuere. José era uno de los médicos más queridos de mi servicio. A los 33 años, tuvo su primera convulsión por una metástasis cerebral de un cáncer cuyo origen nunca pudo definirse. Conocedor del tema, no fue posible atenuar el impacto que le produjo el planteo terapéutico: quimioterapia y radioterapia. José conversó conmigo con conciencia total de su próxima muerte. Pero... en los últimos meses deambuló


por sacerdotes, monjes en México y curanderos en el Chaco. Desde allí escuché sus últimas palabras con un tono de sorprendente esperanza, que cuidé muy bien de respetar. Esa debe ser la postura: respetar, pero no alimentar. Esperar lo improbable, pero posible, es un motor que ayuda a vivir. Alentar falsas esperanzas es pernicioso. Destruye el camino elaborado y obliga a recomenzarlo. Si en el primer estadio del duelo, ante la enfermedad y la muerte, el paciente dice “no puede ser”, en el segundo dice “¿por qué a mí?”, en el tercero acepta “a mí sí, pero...”, en el cuarto ya no hay peros y entonces se entrega con un “sí, a mí”. Entonces el enfermo entra en una profunda depresión.

Estadio 4: Tristeza. Depresión. Llanto. “Sí, a mí” Debemos comprender que esta depresión es normal. Sería absurdo perdió a una persona amada. El enfermo muriente enfrenta la realidad de perder a todos aquellos a quienes ama, a todo aquello que quiso en esta vida. En el dolor preparatorio, no se necesitan palabras, o se necesitan muy pocas. Son muchos los sentimientos que pueden expresarse con los gestos. Toco su mano, acaricio su cabeza, le doy un beso o simplemente me siento a su lado, en silencio. El morir en el momento actual se ha convertido en algo solitario, mecánico y deshumanizado. En una sala de terapia intensiva o en una unidad coronaria la persona que enfrenta la crisis más importante de su vida está rodeada de enfermeras asépticas, médicos desconocidos y aparatos electrónicos incomprensibles. Ya no es Antonio. Es una cosa. Ya no es un hombre. Es un muñeco sin pudor al que se le estiran los brazos y se le encogen las piernas, y de quien se espera una sonrisa automática ante el comentario pueril, pero expresado en voz autoritaria y fuerte. No importa lo que Antonio quiere. Puede pedir a gritos respeto, paz, dignidad, pero solo recibirá sedantes, transfusiones o una traqueotomía si es necesario. Nadie se detendrá ni un minuto a mirarlo de frente o a tomar su mano, pero muchos ojos gastarán muchas horas

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pretender que no esté triste. Es fácil comprender la depresión de quien

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en la observación de los monitores, las ecografías y la evaluación del medio interno del paciente. Seguro que es más fácil mirar a la máquina que encontrar esos ojos que nos miran y esperan. Hubiera bastado a veces hacerse tiempo, buscar una silla, tomar esa mano y escuchar en silencio. Nunca habríamos sido en nuestra profesión tan elocuentes. Y así, despacio y normalmente, termina la vida. Así sereno ya después de la tormenta, el barco se desliza hacia la inmensidad. Ya no tiene contra qué luchar. Se entrega mansamente a esa paz que no conocía. Acepta su destino, se va en silencio. Sobran las palabras. Ya no tiene miedo.

Estadio 5: Aceptación. Paz. Silencio. “Así sea”

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La pequeña verdad tiene palabras claras, la gran verdad tiene un gran silencio. Rabindranath Tagore

Naturalmente, no deben entenderse estas fases como compartimientos estancos por los que se pasa uno por uno en forma automática, en la elaboración del duelo por la pérdida definitiva de la salud. Hay retrocesos, yuxtaposiciones, estancamientos y, en algunos casos, rápidos deslizamientos por los distintos períodos, hasta llegar a la serena entrega hacia el fin inevitable. Todas las personas deberíamos dedicar a la muerte un capítulo importante de reflexión en nuestra vida. Pensar, conversar, prever, proponerse aceptar y asumir la propia muerte. Pero si alguien es inexcusable en la ignorancia o en la indiferencia frente a la importancia de este gran acontecimiento de la vida, es precisamente el médico. Sin saber qué es lo natural que ocurra, no puede acompañar a su paciente. Tendrá que aceptar su rechazo, su hostilidad, su desconcierto y su desconfianza.


Tendrá que compartir su depresión y alentarlo en su abandono. Tendrá que escuchar su silencio y su entrega. El médico debe aprender a ayudar a morir a sus pacientes enfermos terminales. Y este tema no se estudia nunca, ni en la facultad, ni en el hospital, ni en la docencia universitaria. Por eso se improvisa la actitud del profesional, por eso no se comprende al enfermo. Por eso se huye frente a este momento crítico. Aquellos que acompañamos a Kübler Ross en sus investigaciones hemos descubierto que en las etapas finales de su vida sus trabajos estaban teñidos de una espiritualidad que estaba aún por encima de la religión y de la fe. Transcribo textuales sus palabras del libro La muerte: un amanecer: “La muerte es solo un paso hacia la forma de vida en otra frecuencia”. Allí relata historias que hacen sospechar de su sano juicio. Pero, en síntesis, propone que acompañemos al enfermo terminal en el tercer estadio de su duelo: “Yo sí, pero...”. Independientemente de la opinión que le merezca a quien lea su permitir y hasta, en algunos casos, alentar la esperanza que le ayude al enfermo terminal sobrellevar su drama. Juan Antonio Vallejo Nágera fue un distinguido médico español que describió las etapas de su propio camino hacia la muerte en un libro maravilloso que se llama La puerta de la esperanza. Dice allí: “Por favor, aunque se lo pidan, nunca digan basta; acompáñenlo en esa luz de esperanza”. Estudios realizados en Estados Unidos muestran que entre los estudiantes de medicina es estadísticamente significativo el porcentaje de los que tienen importantes niveles de angustia ante la muerte, lo cual puede haberles influido en la elección de sus estudios. De la misma forma que no puede ser un buen educador sexual aquel que tiene mal integrada su sexualidad, tampoco puede normalmente ayudar a bien morir el que tiene mal asumida la realidad de su propia muerte. Hay una forma de evitar el compromiso diario y permanente que exige el enfermo terminal: diluir la responsabilidad internándolo cuando el fin está próximo. El médico, por no estar solo, deja solo a su paciente recluyéndolo en terapia intensiva. Se desvirtúa de esta forma también la razón de ser

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libro, creo que es dable considerar que en esta etapa debe subrayarse,

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una terapia intensiva. Terapia de qué, si ya nada puede ser útil. Pero –lo decimos con pena y con culpa– es una forma de alejarse y no enfrentar la dolorosa realidad que también le toca vivir al médico. Existe en el mundo una creciente crítica hacia la muerte intubada. La tendencia comprensible y natural es volver a transferir la muerte a los hogares, en donde puede ser menor la asistencia técnico-médica pero en donde el enfermo muriente puede vivir su última etapa en su propio y habitual entorno, rodeado por los suyos. Pero este procedimiento es muy difícil. Es necesario contar con una familia serena y firme, condiciones casi imposibles de lograr cuando un ser querido sufre sin esperanza. Es allí donde se hace necesario a veces recurrir a los cuidados paliativos. El movimiento paliativo moderno es relativamente joven. Comenzó en la década de 1990 con el apoyo de la Organización Mundial de la Salud. Los cuidados paliativos constituyen una manera de proporcionar

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atención a los pacientes con una enfermedad avanzada y progresiva, potencialmente mortal a corto plazo y que ya no responde al tratamiento curativo. Son sus objetivos mantener o mejorar la calidad de vida al final del camino y dar apoyo a la familia en esta fase, y en algunos casos también durante el duelo. Los cuidados paliativos se pueden ofrecer en el hospital, con el enfermo internado o mediante apoyo especializado para la asistencia domiciliaria. Ayudar a morir significa asimismo saber estar cerca de los familiares del enfermo. Ellos también deben conocer las etapas normales del duelo y así comprender y ayudar mejor a la persona que aman. Pero además ellos necesitan la ayuda del médico que los guíe, los ubique en la realidad y los comprenda en su desesperación. El médico que no sepa hacerlo es inexcusable.

ec o

ico en el final de la ida

Es aceptada en forma universal la existencia de derechos del enfermo terminal. Se centran en la posibilidad de vivir, valga la paradoja, una muerte digna de paz.


Dichos derechos son: • No sufrir inútilmente. • Conocer la verdad de su situación. • Que se respete la capacidad de decidir por sí mismo. • Recibir asistencia espiritual y religiosa. • Renunciar a remedios o prácticas desproporcionadas que no pueden resolver su enfermedad de fondo. También puede renunciar en forma voluntaria a empecinamientos terapéuticos en la Unidad de Terapia Intensiva y a indicaciones de cirugía o quimioterapia ante perspectivas ciertas y estadísticas de sobrevida muy escasas. Cabe recordar las palabras del profesor Mario Brea en el Instituto de Clínica Quirúrgica del antiguo Hospital de Clínicas, escuchadas (y no bien interpretadas o comprendidas en ese entonces por los residentes) un paciente terminal: “Sepan respetar la muerte, pónganle un suerito barato”. Conociendo la solvencia científica del Dr. Brea, su calidad técnica, humana y ética con los enfermos, esto es un ejemplo de realismo médico y de juicio ético recto que conlleva resposabilidad y valentía respecto de la muerte y la muerte en paz, justa apreciación de la relación costo- beneficio en su doble aspecto: económico y de sufrimiento, así como de los límites de la posibilidad terapéutica. El paciente, si está en condiciones de hacerlo, en el curso de sus últimas etapas de enfermedad y de vida puede aceptar, previa información correcta, que se usen medicamentos y técnicas en fase experimental, que no estén libres de riesgo. A su vez puede rechazar terapéuticas sin posibilidad curativa integral, ya sea porque toma una decisión personal, racional o no, o porque resulten onerosas para su familia. Es un derecho personal a respetar, amparado por la ley. Estas actitudes de rechazo no son equivalentes a suicidio, sino a una prudente actitud frente a la inevitabilidad de la muerte. El paciente está en su derecho de rechazar un tratamiento que únicamente va a producir una prolongación precaria y penosa de su vida.

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ante el espectáculo de un encarnizamiento terapéutico efectuado con

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La muerte y el derecho La muerte es un hecho con importantes y diversas consecuencias jurídicas, que el derecho positivo regula en múltiples normas. La muerte es causa de transmisión de derechos, de responsabilidades, de penas en ciertos casos, de registraciones administrativas, etcétera. Hasta no hace mucho, la muerte no necesitaba ser definida; era un hecho relativamente cierto para el médico, el sacerdote, el jurista. Obsérvese, por ejemplo, que el Código Civil –evidentemente el más importante en estos temas– menciona en muchísimas disposiciones la muerte, pero en ninguna la define o caracteriza. Y este silencio no es caprichoso, refleja la certeza sobre su existencia. Sin embargo, por curiosa consecuencia con el desarrollo de los conocimientos, se ha entrado en una nebulosa donde el concepto de muerte

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resulta dudoso y opinable para la medicina, la teología y el derecho. Esta incertidumbre es dramática para el derecho, ya que entre sus principales valores a preservar está la seguridad. Urge entonces saber cuándo se produce la muerte para, a partir de ahí, aplicar sus numerosas consecuencias jurídicas. La ley 24193 de transplantes de órganos, de 1993, adoptó el criterio de la “muerte cerebral” caracterizándola con estos términos: El fallecimiento de una persona se considerará tal cuando se verifiquen de modo acumulativo los siguientes signos, que deberán persistir ininterrupidamente 6 (seis) horas después de su constatación conjunta: a) ausencia irreversible de respuesta cerebral, con pérdida absoluta de conciencia; b) ausencia de respiración espontánea; c) ausencia de reflejos cefálicos y constatación de pupilas fijas no reactivas; d) inactividad encefálica corroborada por medios técnicos y/o instrumentales adecuados a las diversas situaciones clínicas, cuya nómina será periódicamente actualizada por el Ministerio de Salud y Acción Social, con el asesoramiento del Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante (incucai). La verificación de los signos referidos en el inciso d) no será necesaria en caso de paro cardiorrespiratorio total e irreversible.


Los proyectos de ley –de mayoría y minoría– de régimen de los derechos de los enfermos terminales a consideración de la Cámara de Diputados de la Nación (orden del día N° 931 de 1996) tampoco definen la muerte, por lo que su aprobación no solucionará el problema que aquí se expone. Algunos autores piensan –y compartimos esta opinión– que la muerte cerebral de la ley de transplantes es el único concepto de muerte que debe aceptarse a los efectos jurídicos. Ello ocurre principalmente por dos razones: 1) que el texto del artículo 21 de la ley 21541, primera ley de transplantes, definía la muerte cerebral “exclusivamente a los fines de la presente ley”. La ley 24193 modificó el artículo suprimiendo esta aclaración final, que limitaba su alcance, y 2) en todo caso, se aplicaría por ser un principio de una ley análoga, conforme al artículo 16 del Código Civil. Esto trae una infinidad de consecuencias y otorga certeza. Mencionaremos algunas a título de ejemplo:

situación, aunque haya sido hecho con ánimo de matar o lesionar. • Se puede abrir el juicio sucesorio. • La desconexión de los aparatos externos no puede ser considerada eutanasia, puesto que se está en presencia de un muerto. • En una causa por lesiones, una vez certificada la muerte cerebral corresponde modificar la calificación del hecho imputado por homicidio. • Quienes tengan derecho a ello podrán solicitar la pensión correspondiente. • Queda disuelta la sociedad conyugal. Es sabido que nuestra legislación no permite eutanasia activa, y quien la practique, en principio, incurre en el delito de homicidio simple reprimido por el artículo 79 del Código penal vigente. Pero existen otras situaciones no tan definidas que merecen una breve consideración. Si un médico se encuentra con un paciente plenamente capaz (en el sentido de capacidad de hecho), mayor de edad, que no desea seguir

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• No configura homicidio disparar sobre quien se encuentra en esa

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sometiéndose a una terapia determinada o no quiere iniciarla, de abstenerse de asistirlo, ¿podría ser condenado por abandono de personas o ayuda al suicidio, o inclusive por homicido simple? Recordemos que a) el delito de “abandono de personas” consiste, entre otras cosas, en dejar desamparada a una persona incapaz de valerse por causa de enfermedad; b) el delito de “ayuda al suicidio” se caracteriza, en lo que aquí interesa, por el aporte que se le presta a otro a hacerlo, aporte que puede ser de la más variada índole; y c) entre los delitos contra la vida se incluye al que por inobservancia de los reglamentos o deberes de su cargo causare a otro la muerte. Sin entrar en un análisis minucioso desde el punto de vista del derecho penal, hay que vincular esas conductas mencionadas con la obligación impuesta a los médicos por la ley 17132 de respetar la voluntad del paciente de no tratarse o internarse. No hay delito cuando en estos ca-

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sos se respeta esa voluntad, precisamente porque ese respeto está impuesto al médico por una ley particular que se le aplica específicamente. Una persona, por sus propias convicciones, puede oponerse a recibir determinado tratamiento médico. Asimismo, siguiendo su propia escala de valores puede adoptar comportamientos demasiado riesgosos para una conciencia media o para otra escala de valores. El caso más común en nuestro medio es el de los testigos de Jehová, que se resisten a recibir transfusiones de sangre aun frente al peligro de muerte. La Constitución Nacional garantiza la libertad de cultos (artículo 14), que es uno de los derechos humanos fundamentales reconocidos internacionalmente. Los actos de los hombres conformes a su culto, en tanto no afecten a terceros ni a la moral pública, deben ser respetados. La mencionada ley 17132, vigente desde 1967 para la Ciudad de Buenos Aires y Tierra del Fuego, dispone expresamente que los médicos están obligados a “respetar la voluntad del paciente en cuanto sea negativa a tratarse o internarse, salvo los casos de inconsciencia, alienación mental, lesionados graves por causa de accidentes, tentativas de suicidio o delitos...” (artículo 19, inciso 3). Frente a normas tan claras, creemos que no existe duda de que como principio general deben respetarse las convicciones del paciente y su negativa a determinado tratamiento.


Este respeto a la voluntad del paciente tiene como límite que no afecte a terceros. Por ejemplo, si por razones de necesidad pública (como epidemias) fuere imperioso adoptar determinadas terapias o conductas médicas, su imposición no sería violatoria de ninguna norma constitucional. También se afecta a terceros, en nuestra opinión, cuando se pretende extender esa negativa al tratamiento de menores de edad, incapaces o familiares. Yo puedo morir por mis convicciones, pero no puedo obligar a que muera otro por ellas. Otra aclaración importante es que se debe garantizar también la libertad del médico, ya que, si bien debe respetar la negativa del paciente, este no puede imponerle determinada conducta. Ambas convicciones y libertades merecen el mismo respeto y el médico podrá negarse a proseguir la asistencia en estos casos, salvo que la gravedad de su estado no lo permita (artículo 19, inciso 2, ley 17132). 157

Desde el punto de vista bioético, es interesante transcribir un párrafo muy didáctico y concreto de la Organización Mundial de la Salud (OMS): Es siempre lícito contentarse con los medios normales que la medicina puede ofrecer. No se puede, por lo tanto, imponer a nadie recurrir a un tipo de cura que, aunque ya esté en uso, todavía no esté libre de peligro o sea demasiado costosa. Su rechazo no equivale a suicidio; significa más bien simple aceptación a la condición humana, o deseo de evitar la puesta en práctica de un dispositivo médico desproporcionado a los resultados que se podrían esperar, o bien una voluntad de no imponer gastos excesivamente pesados a la familia o a la colectividad.

El trabajo de la OMS define el “principio de proporcionalidad”, que consiste en que el tratamiento que prolonga la vida es contraindicado cuando produce más padecimiento que beneficio. Dentro de estas

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Encarnizamiento terapéutico. Eutanasia


pautas generales, cabe citar también el “principio de equivalencia”, que clarifica que es más simple no iniciar un tratamiento que suprimirlo después de haberlo comenzado. La bioética hoy hace suyas las reflexiones antropológicas y religiosas ante la muerte. Pío XII decía, en 1957: “El hombre tiene el derecho y el deber, en caso de enfermedad grave, de tomar medidas necesarias para conservar la vida y la salud. Pero obliga sólo al empleo de medios ordinarios, según las circunstancias de personas, de lugares, de época, de culturas, es decir, a medios que no impongan una carga extraordinaria para sí mismo o para otro”. Hoy se prefiere hablar de medios proporcionados o desproporcionados ante la situación singular de cada enfermo. Se entiende así por distanasia el retrasar la muerte por todos los

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medios, proporcionados o no, aunque no exista la posibilidad o esperanza de remisión o cura de la enfermedad de fondo. El respetar el curso natural de la muerte, con alivio del dolor e hidratación parenteral básicos, es definido como ortotanasia, es decir, muerte correcta, muerte en paz, que intencionalmente no es acelerada ni detenida. Eutanasia, etimológicamente, es “buena muerte”. Sin embargo, con el uso la palabra pierde su sentido etimológico y comienza a significar la acción médica por la que se acelera el proceso de la muerte de un enfermo terminal, o se le quita la vida. Muerte piadosa, mercy killing en el ámbito anglosajón. Es clásico hablar de eutanasia activa y pasiva. En el primer caso, se trata de la puesta en práctica de una acción médica con la que se acelera la muerte de un enfermo terminal o se pone término a su vida. En la eutanasia pasiva, por el contrario, lo que se hace es dejar de aplicar una terapia o una acción que podría prolongar la vida del enfermo. La situación es, sin embargo, más complicada en la práctica. Ante un enfermo terminal que sufre graves dolores, es frecuente la aplicación de calmantes en dosis elevadas, que conllevan por sí mismos una cuota de riesgo para el paciente que puede acortar su vida.


El médico solo busca aliviar el dolor. Estaríamos ante una indicación terapéutica con dos efectos diferentes, uno de ellos no buscado. Estos casos han sido calificados como de eutanasia activa indirecta, en relación con el principio moral del doble efecto. Es activa porque el médico ejerce una acción que puede abreviar la vida del enfermo, pero es indirecta, ya que lo que se pretende es que el enfermo deje de sufrir. No hay intención de matar. La publicación de la OMS, titulada Alivio del dolor y tratamiento paliativo del cáncer, contiene un capítulo dedicado a “consideraciones éticas”. En dicho texto, después de estipular que los principios del tratamiento médico son hacer el bien, minimizar el daño, respetar la vida, respetar la autonomía del paciente, actuar con equidad en el uso de los recursos, se refiere a que, en situaciones terminales, “uno de los elementos esenciales de una buena muerte es la ausencia del dolor que domina la mente del enfermo, y lo puede incapacitar física y mentalmente para lograr los objetivos que se haya propuesto alanzar antes de lante, dice: “Si el empleo de dosis adecuadas de analgésicos da como resultado el acortamiento de la vida, esto no es lo mismo que poner fin a la vida con sobredosificación”. Y agrega: “Cualquier medida que apresure el advenimiento de la muerte y que esté relacionada con un tratamiento adecuado del dolor simplemente significa que el paciente no puede tolerar el tratamiento necesario” (las cursivas en cita son mías). La implementación de nuevas técnicas de perfusión continua, la aplicación rigurosa del régimen horario y la dosificación correcta permiten en la actualidad un eficiente control del dolor, incluso ambulatorio, con analgésicos poderosos, sin llegar a narcosis. Esto hace que el comité de expertos en dolor y cáncer de la OMS pueda expresar que “con el desarrollo de métodos de tratamiento paliativo no es necesaria la legislación sobre eutanasia”. Dicha reunión de expertos recomendó al Parlamento Europeo que “la eutanasia (para acelerar la muerte mediante el empleo de drogas) no debe ser legalizada. [...] Debieran concentrarse los esfuerzos en la implementación de programas de tratamiento paliativo, antes de ceder ante presiones que tienden a legalizar la eutanasia”.

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morir” (objetivos familiares, espirituales, patrimoniales, etc.). Más ade-

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Por otra parte, un aspecto posible de ser considerado como eutanasia pasiva es la omisión del tratamiento básico de sostén vital, hidratación y alimentación, o su retiro en caso de estar aplicándolo. La hidratación es un medio ordinario y nada oneroso. El médico no puede ni debe renunciar a su técnica, aun cuando se hayan dado instrucciones de no reanimación y se hayan retirado otras medicaciones. Como síntesis del tema eutanasia, podemos puntualizar: 1. No es lícita la acción intencional que provoca en forma directa la muerte del enfermo. 2. No es lícito éticamente omitir una prestación básica de soporte, como puede ser la hidratación o la alimentación parenteral. 3. Puede ser interrumpido un tratamiento medicamentoso o un apoyo tecnológico en un enfermo terminal en coma, si ha demos-

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trado su ineficacia. 4. No es lícito ayudar al suicidio de un paciente. Se atenta contra la ley civil que defiende la vida y se vulnera la ética médica violando su objetivo mayor, que es defender y preservar la vida. 5. Es lícito y ético administrar analgésicos que alivien el dolor, aunque atenúen la conciencia y puedan acortar la vida. Quién sabe si ahora, al llegar al final, se comprenda mejor por qué incluimos este capítulo sobre la palabra del médico en el final de la vida. Quiero terminar con el mail que recibí el 11 de junio de 2010, y que transcribo con autorización de su remitente: Hola, Dr., soy Cynthia Caravetta. No soy una alumna, soy la mamá de Agustina Caravetta, una paciente suya de hace varios años, pero encontré esta dirección y me fue imposible resistirme a la oportunidad de escribirle y agradecerle todo lo que hizo como profesional y persona. A pesar de que ya no estaba ejerciendo, igual venía a vernos a esas largas estadías de internación, no sabe cuánto se lo agradezco porque para mí era de mucha contención saber que usted se acordaba de Agus.


Gracias, doctor. Aunque la enfermedad le ganó a mi gorda, solo tengo palabras de agradecimiento y el mejor de los recuerdos. Usted es una de esas personas que aunque pasen mil años nunca se pueden olvidar. Con mi mayor respeto, ¡¡¡¡¡GRACIAS!!!!! Cynthia

Guardé esta carta con más cariño y respeto que cualquier otro premio recibido por mi actividad profesional.

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La palabra del médico ha sido -y sigue siéndolo- el instrumento más poderoso para el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades. Muchas veces puede curar, pero siempre alivia, consuela y acompaña al enfermo en su camino. Porque la palabra es siempre compartida entre quién la dice y quién la escucha, Ignacio Di Bártolo propone en este li ro na re e i n so re modos más eneficiosos de interloc ci n entre médico y paciente en los distintos ámbitos y momentos.

COLECCIÓN MODOS DEL BUEN VIVIR


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